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miércoles, 4 de mayo de 2016

REPETICIÓN



“Si quieres resultados distintos, no hagas siempre las mismas cosas”.
A. Einstein

Un magnate norteamericano viajó a Inglaterra invitado por un lord inglés, por la mediación de un amigo común.

El lord lo recibió a las puertas del vasto jardín que se extendía como una verde y cuidada pradera, al final de la cual se levantaba, solemne, su “castillo” (an english man home is his castle).

Recorrieron ambos, a pie, plácida y lentamente, el trecho que mediaba entre la verja y la casa, hollando silenciosamente el mullido césped, en amables minutos de paz y coloquio.

En poco tiempo, el americano, asombrado por la belleza de la inmensa alfombra, preguntó al inglés:

–¿Cómo ha conseguido Vd. tal perfección en su césped? ¿Le ha resultado difícil? Si me explicara Vd. la manera de hacerlo, querría hacer algo como esto en mi tierra.

–Oh, es muy sencillo de hacer, se lo explicaré brevemente. Mire, solo hay que preparar la tierra, sembrar el césped y, una vez nacido, regar moderadamente cada tres días, cortarlo cada semana y abonarlo al principio de cada temporada. Así de sencillo.

-Si se es constante y se hace durante quinientos años, tendrá con seguridad una pradera como esta.

Llevaba razón el inglés. Era sencillo. Solo que las labores no eran cuestión de hacerlas un par de meses o un par de veces.

Esta anécdota se me quedó grabada desde que la escuché, porque es muy ilustrativa de la importancia de la repetición en el logro de la maestría, cuestión de la que ya nos hablaba el pueblo egipcio antiguo.

En nuestra actual cultura, la repetición tiene mala fama. La llamamos rutina, sin darnos cuenta de que la rutina es repetición, pero con la falta de conciencia e intención de perfeccionamiento pierde todo su inmenso valor de experiencia.

Hoy decimos que el trabajo es embrutecedor y degradante. Y efectivamente lo es si se realiza sin conciencia y amor, si se lleva a cabo de manera mecánica. Y nos lleva lógicamente a la rutina, a la monotonía y, finalmente, al sufrimiento inútil. No es culpa del trabajo. Es culpa de la actitud del trabajador.

¿Cuántas veces hace una paella un buen cocinero?

¿Cuántas veces escribió y reescribió Khalil Gibrán “El Profeta”?

¿Cuántas veces repite el pianista el mismo fragmento de una sonata?

¿Cuántas veces hemos cambiado los pañales a nuestro bebé?

La repetición consciente establece una mágica relación entre el obrador y la obra, llegando ambos a ser una sola cosa. El alma del obrador se infunde en la obra, y la obra se impregna en el alma del obrador.

El obrador perfecciona la obra. Y la obra perfecciona al obrador.

¿Magia?



martes, 8 de octubre de 2013

NOS ROBARON EL SILENCIO























Esto escuché al poco de encender la radio al ir a acostarme. Hablaba un chamán mexicano. Me llegó a mi centro tan directo y tan real que comenzaron a resonar en mi tantas cosas… tantas… y todas acordes a lo que dijo ese hombre.

Nos robaron el silencio. Repentinamente y de un solo golpe de luz vi que había sucedido así. De inmediato surgió la pregunta: ¿Y por qué? ¿Por qué habrían de querer robarnos nuestro silencio?

Poco a poco fueron apareciendo las respuestas, las certezas. El silencio era considerado peligroso. En el silencio se escuchan cosas peligrosas. Se plantean dudas peligrosas. En el silencio al hombre puede ocurrírsele pensar.

El silencio es peligroso, y para mantener en paz al rebaño hay que evitárselo y mantenerlo siempre en el ruido. En el ruido se dejará llevar donde queramos, pensará lo que queramos, sentirá lo que queramos, hará lo que queramos. Esto lo saben muy bien los amos de la caverna, los magos negros.

El silencio, y la soledad, pueden llevar al hombre al camino de salida y, lo que es más peligroso aún, puede contaminar a los demás. Y puede hablar y mostrarse de una manera especial, distinta a la ordenada al rebaño. Todo ser humano que mantenga silencio y soledad debe ser combatido con la marginación, con la calumnia, y si es preciso, con la muerte.

Hay que fomentar el ruido y el miedo al silencio. Hay que valorar la multitud en lugar de la soledad. ¿Quién sabe cuanto mal nos podría hacer el hombre silencioso y solo? Ruido, ruido, muchedumbre, hay que evitar que el ser humano se sienta distinto y poderoso. Hay que alabar a los mediocres, a los pusilánimes, a los deformes, a lo inarmónico, a lo feo, a lo vulgar, al sufrimiento, a las bajas pasiones. Hay que podar pronto los tallos que despuntan, a los únicos, a los individuos, a los que aman lo bueno, lo bello y lo justo. ¿Qué sería de nuestra modélica sociedad si unos cuantos se dedican a buscar tales cosas? Hay que convencerlos que esos ideales solo existen en su loca cabeza y que los seres humanos somos como somos y nada de esas cosas debe interesarnos, pues nuestra salud mental peligraría.

“Solo hay tres cosas dignas de romper el silencio, la música, la poesía y el amor”

Esto dijo Amado Nervo. Y no se equivocó. Porque la música, la poesía y el amor son silencio. Si son ruido ya no son nada. El silencio es armonía. La Naturaleza es armónica y silenciosa. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque entero creciendo en silencio. El ruido es muerte, el silencio es vida.

Desde dentro de cada uno de nosotros hay alguien que habla y sabe lo que dice, pero habla tan bajito, casi susurrando, que es preciso permanecer en absoluto silencio para escuchar claramente qué nos dice. De otra manera, inmersos en el ruido, nunca le podremos oír, y por lo tanto escuchar su voz. Es la voz del silencio.

El ruido no es solo lo que captan nuestros oídos físicos, porque nuestros oídos físicos también pueden captar y llevar a nuestra alma el perfecto silencio de una música bella, del sonido del viento y las olas rompiendo en la arena. Y estas cosas no son ruidos, son la voz de la belleza, de la armonía y de la naturaleza. El ruido es inarmonía, es ausencia de perfección. Lo perfecto es bello, bueno y justo, y no es ruido, es armonía. Es el alimento de nuestro ser interior.

El ruido es la dispersión, lo que nos aturde constantemente, lo feo, lo vulgar, lo mediocre, los instintos, y, en general, todo aquello que nos impide oír la voz pura del silencio, de la armonía.

Siempre recuerdo lo que un día me dijo un gran amigo. Me dijo:

- Mira, imagina a cien personas reunidas en una plaza. Cada uno de ellos está hablando constantemente de asuntos dispares. ¿Qué escucharás? Ruido.
Ahora, organiza esas cien personas por el tono y la calidad de sus voces en cuatro grupos, dos grupos de mujeres y dos de hombres. Llámales sopranos a las voces altas de mujeres, y contraltos a las de voces bajas. Llámales tenores a los hombres de voz alta y bajos a los de voz de tono bajo. Consigue que aprendan cada grupo su parte de la partitura de, digamos, “Ave verum corpus”, de Mozart. Acompáñalos con un órgano y haz que canten en la plaza. ¿Qué escucharás entonces?

La respuesta era evidente: me quedaría mudo y mi alma escucharía, captaría y se alimentaría de armonía pura. Eso ya no era ruido. Eran las mismas cien personas que antes hacía ruido y ahora estaban produciendo armonía pura. Es decir, silencio perfecto.

“Antes de que el alma sea capaz de comprender y recordar, debe estar unida con el Hablante silencioso, de igual modo que la forma en la cual se modela la arcilla lo está al principio con la mente del alfarero.
Porque entonces el alma oirá y recordará.
Y entonces al oído interno hablará
LA VOZ DEL SILENCIO.”
(Fragmento del libro de igual título, en el que H.P.B. recoge ancestrales enseñanzas tibetanas)








lunes, 26 de septiembre de 2011

MANANTIALES


–Pero, dime Teodoro, ¿no es cierto que el amor surge de la manera más inesperada?
¿No ocurre que sonrisas amables procuran, más pronto que tarde, risas compartidas?
Y dime: ¿no son las risas un alimento para el alma? ¿No son las muestras de la alegría?
¿Y, acaso, no queremos estar junto al que nos alegra el alma?
¿No sentimos su hueco cuando no está con nosotros?

–Sí, así es, sin duda. Pero no veo tan claro como tú lo ves de qué manera la alegría compartida puede llevar al amor.
¿Crees tú que ambos movimientos del alma son de la misma esencia?
¿Que no pueden existir el uno sin la otra?
¿O que quizá no pueda existir la otra sin el uno?

–Querido amigo, yo tan solo creo que el amor es como un manantial, y que brota de la piedra cuando el agua encerrada en ella pugna por ver la luz.

Solo quiero, con tu ayuda, y si lo tienes a bien, desvelar el gran misterio que hay en ello, de cómo la suave y delicada agua es capaz de romper la aparente dureza de la roca. ¿No ves una mano divina en ello? ¿No es una fuerza inmensa que aún nos es de naturaleza escondida a los hombres?
¿Querrías poner tu alma y tu entendimiento junto conmigo para tratar de desvelar este decisivo asunto?

–Cómo no, querido amigo; en verdad que tus palabras me muestran con claridad mi ignorancia sobre todo ello. Estoy dispuesto, porque también a mí me atañe, como creo que al resto de los mortales, y acaso también a los dioses. ¿O acaso los dioses no aman?

–Algo me dice que sí, porque ¿qué busca el hombre en el amor? ¿Acaso no busca su perfección y completura? ¿Y acaso no buscarían los dioses eso mismo en un dios superior a ellos?
Y ¿no es cierto que, como dijeron los sabios antiguos, el mismo Dios uno y sin segundo se mueve conforme a su propio amor por lo que emanó de él? ¿No será el amor la fuerza única y necesaria para el movimiento de todo lo existente bajo el cielo, y, más aún, sobre el cielo mismo también?

Me parece que cuando nace la alegría y se convierte en alegría compartida, algo mueve al alma a procurar el bien de la fuente de la que ha surgido. Y creo que ahí nacen los amantes.
¿No te parece que es así como sucede?

–Pues yo también creo que es así como sucede, es muy claro. He visto muchos arroyos que buscan otros arroyos, y ríos que buscan otros ríos, y grandes ríos que buscan a la mar. Solo allí descansan en su búsqueda. O, por lo menos, eso parece.

–Y ¿no crees que esa alegría de los amantes les lleva luego, más bien pronto que tarde, a querer fundir sus almas en una sola, como los arroyos y los ríos?

–Así parece mostrarlo la naturaleza, mi querido amigo.

–Y ¿no parece acorde con todo esto que esa unión de almas lleve a la ansiedad por hacer uno de sus dos cuerpos?

–Así parece ser como sucede.

–¿Y no es acorde a la esencia de la naturaleza que, de esta manera sublime, los amantes se igualen a los dioses creadores y, de la materia de sus vidas, el amor engendre nuevos seres amorosos?

–Me parece que es bueno que así sea.

–Y ¿no es bueno que la felicidad y el placer bendigan esta obra creadora?

–Otra cosa sería contraria a la lógica y no sería conforme a la naturaleza.

–Así pues, mi querido amigo, ¿no sería la alegría la verdadera autora de todo lo nacido?

–Querido amigo, la luz es clara y vivificadora, y las sombras ocultan lo que no queremos ver.
Me parece que nuestras palabras han desvelado de alguna manera el misterio de la vida.


domingo, 12 de junio de 2011

AMISTAD



Iba camino de casa pensando en los amigos, en la amistad. Pero una racha de tórrido levante apartó mi mente de esos pensamientos y la llevó a mis frutales y a mis plantas.

Este tiempo está siendo muy malo para todas (con algunas excepciones) Algunas muy queridas se me han muerto, o así creo, porque no sé si revivirán. La pequeña begonia que me regalaron las monjas, la que esperé varios meses viendo impaciente sólo el palito desnudo, hasta que echó sus dos primeras hojitas, la vi hace unos días medio muerta, si no muerta del todo. Los dos granados enanos que me regaló Inma también los encontré secos. Y el níspero de Yayo, que aún está en una maceta en espera de su nuevo hogar, tenía sus hojas colgando, y fueron para mí casi físicamente audibles sus gritos pidiendo... ¡tierra y libertad!

Pensé en cada uno de los frutales y arbustos cuando los llevé al campo. Me acuerdo de la historia de cada uno de los que allí hay. Y también de otros que planté, cuidé, regué, aboné... y al final, y a pesar de mis esfuerzos, murieron.
.....

Primero había que buscarlos por los viveros, por los mejores viveros de la Bahía. Y no cualquier árbol ni cualquier planta, sino las especies que pensaba que se acomodarían mejor a mi tierra. No todos son de mi tierra y de su clima. Y también había que tratar de encontrar los mejores ejemplares, según mi escaso entender, pero eso sí, preguntando a todo aquél campero que se cruzaba en mi camino y que mereciera mi confianza.

Cuando ya lo tenía en el Campito tenía que buscarle el mejor sitio, porque no todas las plantas necesitan lo mismo. Unas quieren mucho sol, otras poco y algunas ninguno. Igual ocurre con el agua, la tierra y el aire. Algunas tuve que cambiarlos de sitio varias veces hasta que en su nueva ubicación la veía feliz y fuerte. Y en el sitio elegido tenía que excavarles un buen hoyo, añadir tierra adecuada para ella, hacerle un cerco al gramón a su alrededor para que no le molestase, abonarla y regarla abundantemente. Cuando terminaba la faena, siempre la miraba atenta y cariñosamente y en mis adentros le preguntaba en silencio:

- ¿Te falta algo más? Y si la veía a gusto, me marchaba pidiendo a la naturaleza que la tratara bien y a ella que fuera fuerte hasta que crecieran sus raíces.

Siempre que iba por allí miraba una y otra vez sus hojas y sus brotes. Comprendía que los pulgones también tienen que comer, pero yo siempre les gritaba enfadado: -¡Coño, comerse los del vecino, si os da lo mismo! Cuando no eran los pulgones era los hongos o la cochinilla, y otras cosas que no sé ni lo que son, pero que sabía que la dañaban.

Los inviernos les buscaba abonos ricos, guano, o estiércol de cabra, o lo que fuera. Les daba sulfato de hierro, porque fortalece las raíces y a algunas azufre para los hongos cuando era menester. También en invierno llamaba al jardinero para hacerles la poda, porque yo no quería arriesgarme, en mi ignorancia, a hacerles daño, y llamaba a un maestro en ese misterioso arte.

Y cuando no estaba con mis hermanas, en la ciudad, pensaba en cómo estarían, si el levante en verano o el temporal en invierno les habría arrancado alguna rama o derribado algunos de sus frutos primeros.

Y pensé... la verdad, es un sinvivir, pero, al menos para mí, merece la pena. La balanza de la felicidad creo que se inclina a pesar de todo para mi lado, más que para el de ellas. Yo las he cuidado, las he alimentado y las he protegido, pero ellas me bendicen con sus flores y sus frutos. Flores y frutos hechos por los elementos... con la ayuda de mis manos y de mi corazón.

De pronto recordé mi reflexión sobre la amistad...
Y comprendí que no me hacía falta ya reflexionar sobre eso. Mi campo y mis plantas ya me lo habían explicado.






domingo, 1 de mayo de 2011

LA MIRADA ENAMORADA


Nunca comprendí como se puede dudar del amor de alguien. Está tan claro... Solo hay que mirar a los ojos. Quizá ni eso. Seguramente un ciego lo sabría por el tono de voz. Seguramente los efluvios de Eros se desprenden por los poros de nuestra piel.

Miré sus ojos, sus ojos de dulzura. Sus ojos de miel, encendidos de mil brasas, riendo su alegría interior, bailando la antigua danza de los arroyos de la montaña. Miré sus ojos, pero vi su alma.

El alma enamorada tiene una mirada especial, que abraza sin manos, que habla sin palabras, que canta sin sonidos. Es fácil entender porqué los enamorados pueden guardar silencio. Es un silencio lleno que los envuelve, que los ampara, lleno de átomos de sus seres, de las pequeñas flechas de sus ángeles.

Veo un bosque y sé lo que ve. Miro el mar y siento las olas en su interior. Hienden el aire mis piernas, y mis manos, y anda junto a mí. Camino por el cielo, por los planetas, y está conmigo. Me siento en la luna, y está sentada a mi lado.

Por una mirada un mundo Por una sonrisa un cielo Por un beso,... no sé yo lo que te diera por un beso.

Pero... la mirada enamorada mira, sonríe y besa. Todo en un instante, todo veloz, tanto, que no se sabe de qué lugar viene. ¿De lo más profundo? No sé dónde está lo más profundo. Nunca podré llegar. El fondo del alma enamorada es inalcanzable, como el torbellino allende las galaxias, como lo profundo del bosque, como las entrañas del ardiente desierto.

Todo está allí, en una mirada, fugaz, pero eterna. En la eternidad del instante. En lo ancho del momento que no necesita futuro, que no tiene pasado. El amor borra el tiempo, lo vacía de significado. En los ojos sólo el espacio celeste y frío, el abismo desconocido que nos aborda sin tocar nuestra puerta, que nos quiere para él sin condiciones.

Y la mirada nos roba lo que creíamos nuestro, nos hace desconocidos de nuestro mundo pequeño. Nos limpia, abriéndonos la piel de nuestros pechos, como se abre la tierra para la siembra, como se abre el mar para las redes.

Y anclados en ella, ni esperamos ni tememos. Solo somos ella,... para siempre.



miércoles, 16 de junio de 2010

RESPONSABILIDAD




Esta es una de las palabras que más asustan hoy día. Y lo es porque implica un compromiso, y nadie quiere compromisos que tuerzan de alguna forma su “libertad”.

La libertad es entendida hoy como el derecho de hacer uno lo que le venga en gana en cada momento, sin depender de ninguna “obligación”, palabra que se usa para designar a otra más noble: “el deber”.

Nadie quiere responsabilidades, porque se dice que “atan”. Y es cierto que las responsabilidades atan, pero en realidad atan a aquellas cosas a las que estamos atados por amor. Pero hoy amor es… cualquier cosa. Nos falta mucho que aprender sobre el amor. Y cuando se avanza por el camino del amor, en realidad muy poco transitado, se encuentra uno con que se es responsable de lo que se ama. Como decía El Principito:

“Soy responsable de mi rosa”

La responsabilidad, como todas las demás cosas de la vida, comienza por uno mismo. Por ello, la primera responsabilidad a concienciar y asumir es la responsabilidad sobre uno mismo. Y esto ¿qué quiere decir?

Tenemos instintos, sensaciones, sentimientos y pensamientos, por esto somos seres humanos. Y somos responsables de todas estas cosas. La cuestión es que, para ser responsables de nosotros mismos, hemos de tener conciencia de nosotros mismos, lo cual, siendo tan fácil aparentemente, es sumamente difícil en la práctica. Supone saber qué sentimos, qué hacemos, qué pensamos, y lo que es aún más difícil, que vamos a sentir, que vamos a hacer, que vamos a pensar. Porque ser conscientes de los que hacemos en cualquier plano una vez hemos actuado tiene mal remedio, si bien es la vía para extraer experiencias. Sería como Epimeteo. Pero hay que ser como Prometeo, anticiparnos a nuestros actos y sopesarlos, considerando sus efectos, buenos o manos, en nosotros y en nuestro entorno. Esto es sabiduría.

Hay otra cuestión a considerar. Pensemos por un momento: ¿asignamos responsabilidad a lo que pueda hacer un niño pequeño? Es evidente que no. Decimos, bueno… solo es un niño, no sabe lo que hace. Y ¿por qué no lo hacemos responsable de sus actos? Porque sabemos que no tiene capacidad de conocer las consecuencias de sus actos.

Lo más lamentable de todo esto es que en muchos casos tampoco podemos exigir responsabilidad de sus actos a personas que no son niños, sino ya adultos. Y ¿por qué sucede esto? Sencillamente porque, o bien no han desarrollado la conciencia de sus actos, o porque han desechado en aras de la “libertad” el control de sus actos, y no les importa si sus consecuencias son beneficiosas o dañinas para él mismo o para su entorno.

La falta de memoria conciencial da como consecuencia la repetición hasta el infinito de los mismos errores, que, acumulados, traen como consecuencia segura la desgracia para el desmemoriado como igualmente para todo aquél en el que repercuta su actuación inconsciente.

Si recordamos a alguien:
- Tal día hiciste tal cosa

Nos responderá
- Nunca hice eso.

¿Qué podemos hacer, entonces? Si una persona actúa una y mil veces de la misma forma, y mil veces y una lo niega. ¿Qué ponemos hacer? Parece ser que nada.

Pero hay una cosa que las leyes naturales sí que hacen. Y lo que hacen es que a estos seres inconscientes los sumergen una y otra vez en el mayor sufrimiento, para que alguna vez, al fin, descubran el motivo de su sufrir. Es algo así como el purgatorio que nos enseñaron. Purgar es purificarse por el sufrimiento. Y quien, no se ajusta a la Ley por discernimiento, lo hará por sufrimiento. No hay ninguna otra opción. Este es el sentido de la enseñanza del Buda:
"El dolor es el vehículo de la conciencia"

Y, por otra parte, aquél que logra tener conciencia de sí mismo y se empeña en contrariar la Ley, lo hace de manera consciente, por lo que ha de atenerse a los resultados de sus acciones. Y la Ley no deja a nadie sin beneficio ni sin perjuicio. Es inflexible e inapelable, porque es el auténtico juez de todo lo viviente en el Universo. Su responsabilidad es el mantenimiento del orden natural de todas las cosas, y permitir lo contrario sería actuar contra sí misma.


lunes, 26 de abril de 2010

LEMAS Y CONSIGNAS



Me regalaron en el estanco de mi barrio un encendedor donde figura el símbolo, creo que del movimiento pacifista, con unas hojas que parecen de marihuana, todo ello sobre un fondo de colores listados, a manera de bandera, verde, amarillo y rojo. No sé, aunque es probable, que sea la bandera del citado movimiento. Debajo del símbolo hay una leyenda que dice: LOVE PEACE, que, como todo el mundo ya sabe, son palabras inglesas que significan AMOR PAZ.

Hasta aquí nadie se hubiera sorprendido, ya que es ya muy conocido este lema, Paz y Amor. Pero a mí, que todos mis amigos saben que siempre le busco los tres pies al gato, me provocó asombro y me llevó a reflexión, reflexión acerca de los lemas y las consignas.

Lo primero que me fascinó es que son universales, y aún más, doblemente universales. Son universales, en primer lugar, porque su contenido es aceptado por todo ser humano, y no conozco a nadie que le quite su valor ni que le niegue la importancia de su contenido. ¿Quién no quiere paz? ¿Quién negaría la importancia del amor?

Y, en segundo lugar, at last but not at least, son universales por el motivo de que cualquiera puede entender lo que le parezca del contenido de sus palabras, que son tan manidas que, a fuerza de usarse, ya no tienen un significado concreto, sino diverso e inlcuso a veces contradictorio según quien los utilice.

Así, en el caso que he puesto, pensemos en que consistiría para, por ejemplo, un católico.
Sería como sigue: Paz en el cielo y amor a Jesucristo.
Para un capitalista: Paz para los ricos y amor al dinero.
Para un comunista: Paz para los ciudadanos que obedecen al partido y amor a sus dirigentes.
Para un pacifista: Paz sin guerras y amor sin trabas.
Para un budista: Paz interior y amor a la humanidad.
Para un nazi: Paz para los judíos (en el cementerio) y amor al Führer.
Para un hippie: Paz (que me dejen en paz) y amor libre (para el que lo consiga, claro).
Para un casado tras sus bodas de oro: Paz (¡dejádme ya en paz!) y amor (con la querida).
Para un trabajador estresado: Paz con mi jefe y mis compañeros y amor con subida de sueldo.

Y así, todos los casos que sin duda podréis considerar.

Lo bueno, y lo malo, de estos lemas es que pueden servir a todo el mundo, a su gusto y manera. Y esto sucede porque los conceptos Paz y Amor, como no consigue abarcarlos nadie, cada cual tiene su “libertad” para entenderlos como le guste, ya que nadie podría contradecirle. El relativismo ordena que cualquier cosa puede ser entendida de cualquier manera, y cualquier manera es justa y verdadera. Y como todo puede ser verdadero, nada es verdad ni mentira, sino todo lo contrario. El resultado es que carece de ningún significado concreto. De ahí su versatilidad y su fácil uso en lemas y consignas.

Y, como esta consigna o lema que he puesto de ejemplo, los hay a cientos:

“Pan y trabajo”
“Justicia y libertad”
“Tolerancia y diversidad”
“Respeto e igualitarismo”
Sex, drugs and rock and roll. (bueno... esto era un chiste)
etc. etc.

Pero lo cierto es que estos lemas no valen nada. Y no valen nada porque no implican nada. ¿Cómo nos va a implicar nada ni exigir nada, si entendemos las palabras como nos conviene? Y, además, ¿quién puede refutarnos que nuestros significados no son los válidos? Son válidos para nosotros, y eso basta.

Así, guiarse por lemas no sirve de nada a la gente ignorante, lo que no implica que no sirvan al sabio, quien conoce el real contenido de las palabras usadas.

A ese sí que le sirven. Y mucho. Pero sólo a ese.


miércoles, 7 de abril de 2010

MANANTIALES



- Pero, dime Teodoro,

¿no es cierto que el amor surge de la manera más inesperada?
¿no ocurre que sonrisas amables procuran, más pronto que tarde, risas compartidas?
Y dime: ¿no son las risas un alimento para el alma? ¿no son las muestras de la alegría?
Y, acaso, ¿no queremos estar junto al que nos alegra el alma?
¿no sentimos su hueco cuando no está con nosotros?

- Sí, así es, sin duda. Pero no veo tan claro como tú lo ves de qué manera la alegría compartida puede llevar al amor.
¿Crees tú que ambos movimientos del alma son de la misma esencia?
¿Qué no pueden existir el uno sin la otra?
¿O qué quizá no pueda existir la otra sin el uno?

- Querido amigo, yo tan solo creo que el amor es como manantial, y que brota de la piedra cuando el agua encerrada en ella pugna por ver la luz.
Solo quiero, con tu ayuda, y si lo tienes a bien, desvelar el gran misterio que hay en ello, de cómo la suave y delicada agua es capaz de romper la aparente dureza de la roca.
¿No ves una mano divina en ello? ¿no es una fuerza inmensa que aún nos es de naturaleza escondida a los hombres?
¿Querrías poner tu alma y tu entendimiento junto conmigo para tratar de desvelar este decisivo asunto?

- Como no, querido amigo, en verdad que tus palabras me muestran con claridad mi ignorancia sobre todo ello. Estoy dispuesto, porque también a mi me atañe, como creo que al resto de los mortales, y acaso también a los dioses ¿o acaso los dioses no aman?

- Algo me dice que sí, porque ¿qué busca el hombre en el amor? ¿acaso no busca su perfección y completura? ¿y acaso no buscarían los dioses eso mismo en un dios superior a ellos?

Y ¿no es cierto que, como dijeron los sabios antiguos, el mismo dios uno y sin segundo se mueve conforme a su propio amor por lo que emanó de él? ¿no será el amor la fuerza única y necesaria para el movimiento de todo lo existente bajo el cielo, y, más aún, sobre el cielo mismo también?

Me parece que cuando nace la alegría, y se convierte en alegría compartida, algo mueve al alma a procurar el bien de la fuente de la que ha surgido. Y creo que ahí nacen los amantes.
¿No te parece que es así como sucede?

- Pues yo también creo que es así como sucede, es muy claro. He visto muchos arroyos que buscan otros arroyos, y ríos que buscan otros ríos, y grandes ríos que buscan a la mar. Solo allí descansan en su búsqueda. O, por lo menos, eso parece.

- Y ¿no crees que esa alegría de los amantes les lleva luego, más bien pronto que tarde, a querer fundir sus almas en una sola, como los arroyos y los ríos?

- Así parece mostrarlo la naturaleza, mi querido amigo.

- Y ¿no parece acorde con todo esto que esa unión de almas lleve a la ansiedad por hacer uno de sus dos cuerpos?

- Así parece ser como sucede.

- ¿Y no es acorde a la esencia de la naturaleza que, de esta manera sublime, los amantes se igualen a los dioses creadores y, de la materia de sus vidas, el amor engendre nuevos seres amorosos?

- Me parece que es bueno que así sea.

- Y ¿no es bueno que la felicidad y el placer bendigan esta obra creadora?

- Otra cosa sería contraria a la lógica y no sería conforme a naturaleza.

- Así pues, mi querido amigo, ¿no sería la alegría la verdadera autora de todo lo nacido?

- Querido amigo, la luz es clara y vivificadora, y las sombras ocultan lo que no queremos ver.
Me parece que nuestras palabras han encerrado de alguna manera el misterio de la vida.


miércoles, 30 de diciembre de 2009

PACIENCIA



Hoy quiero reflexionar sobre la paciencia, porque es una fuerza del alma olvidada y denostada en nuestros tiempos, lamentablemente. Se ve que los predicadores lo han explicado mal, quizá porque tampoco llegaron a entenderla, ni a darle el inmenso valor que aporta al ser humano.

Y creo que es necesario descubrirla y, además, aprenderla y desarrollarla en nuestro ser interior, porque, al decir de Aristóteles, es una virtud moral, que no intelectual, y por lo tanto no se conquista por la mente, sino por el esfuerzo del hábito consciente, constante y perseverante.

A mi parecer no es conformismo, ni esfuerzo que se hace por necesidad, de mala gana, por la imposibilidad de obtener resultados inmediatos de nuestros actos. Tendríamos que aprender de la Naturaleza para comprenderla.

El sembrador no espera tener un árbol dándole frutos al día siguiente de meter la semilla en tierra. Cualquier hombre de campo se reiría si le dijéramos que queríamos eso. ¡Absurdo! –diría-, todo lleva su tiempo. Pero los hombres de ciudad no lo entendemos. No sabemos ni de tiempos, ni de ciclos, ni de casi nada de la vida natural. Han querido convencernos de que el resultado de nuestro trabajo puede y debe ser inmediato. De otro modo, simplemente, no merece la pena.

Pero el sembrador sabe que, para obtener más grandes resultados a veces no es necesario esfuerzos más grandes, sino mayor paciencia. Y, además, no le molesta esperar. Disfruta con cada paso que da su árbol en el desarrollo de su ser. Así, ama la semilla, ama el brote primero, ama la infancia, la juventud, y la madurez de su futuro árbol, como ama sus flores, los insectos que las fecundan, y finalmente, sus frutos.

Muchos cuadros famosos he visto del sembrador, y en casi todos, el pintor, claramente con intención, lo ha presentado haciendo su labor a la puesta del sol. Seguramente será porque el ocaso de la vida es el tiempo del hombre en el que comprende mejor el valor de la paciencia, y se tienen las ansias de que algo viva para beneficio de los demás cuando él falte…

Esto es algo muy sugerente. Siembra para un futuro que no vivirá.
¿Hay actitud más generosa? ¿Hay mayor prueba de amor?

Está claro que la paciencia nace del amor, y de todas sus potencias. El que ama llega a desarrollar la comprensión, comprende lo que es la fe en sus actos, es humilde, y deposita la esperanza del fruto de su trabajo en el altar de los dioses.

Él es solo su mano.



miércoles, 26 de agosto de 2009

SANTA TERESA DE CALCUTA



El pasado lunes fue declarada santa por el Vaticano, aunque ya todos lo sabíamos desde hace mucho tiempo.

Ahora esperamos la de Vicente Ferrer, aunque también ya sabemos de su santidad desde hace también mucho tiempo.

"Dar hasta que duela y cuando duela dar todavía más."
Teresa de Calcuta


sábado, 9 de mayo de 2009

HOLOGRAMA DE AMORES

Este interesante corto lo he conocido gracias a Bigariato, autor de los blogs
BIGARIATO y BLOG DE LAS CIENCIAS OCULTAS Y LA MITOLOGÍA, a quien desde aquí le agradezco su generoso regalo.


World Builder from Bruce Branit on Vimeo.

miércoles, 20 de agosto de 2008

MÚSICA, POESÍA Y AMOR



Solo hay tres cosas dignas de romper el silencio. La música, la poesía y el amor.
Amado Nervo


En una composición musical están presente las tres cosas. Música, poesía y amor. Si faltara alguna, no habría música. Sería preferible el silencio. Pero cuando el silencio se expresa, necesita de las tres vías. Y si no están presentes las tres, solo hay ruido, que no tiene nada que ver con el silencio, ni con su expresión.

Hay música y ¡qué música! Pero también hay poesía. Porque ¿no son poesía los sonidos que nos revelan el misterio de la belleza en toda su extensión, que abre los ojos del alma para que en verdad puedan ver? ¿que abre nuestro ser interior al universo que nos rodea, y nos adentra igualmente a nuestro universo interior? ¿Y no son los dos universos el mismo universo, una y la misma cosa?

Y también es amor, porque el amor es la llave de la poesía, y también de la música. En verdad el amor es la llave de todas las cosas. No hay nada que se mueva sin amor y no hay música sin poesía y sin amor, como tampoco puede existir poesía sin amor ni música, ni amor sin música y poesía.

La poesía del universo y la música de los astros se expresan por el amor que los mueve. Nada se manifiesta sino por el poder de Eros. Y Eros es poeta. Y Eros también es músico.

Antes de escucharla, necesitamos unos momentos para invocar a Eros y colocarlo en el altar sagrado de nuestro ser interior. Si no está, no amaremos, y si no amamos no podríamos escuchar música. Solo oiríamos ruidos.

Todos sabemos que antes de entrar en el templo es preciso lavarse a conciencia, purificarse, desnudarse de toda vestimenta impura, callar nuestra mente y abrir nuestro corazón. Solo así podremos recibir la música dentro de nosotros. Solo así seremos purificados por ella. Y con ella vendrán de su mano, seguro, otros dioses, otros seres de luz.

Recibámoslos y prestémosle veneración. La música tiene el poder de invocar a los dioses, que a buen seguro responderán a la llamada. Pero solo si nuestro corazón es digno de su visita. Y podremos oír su voz. Pero su voz no suena en palabras. La voz de los dioses suena, necesariamente, en amor, en poesía y en música.


sábado, 2 de agosto de 2008

LA BUGANVILLA

En la plaza de San Antonio de nuestra pequeña isla hay una buganvilla. Y, cualquiera que acabe de leer la frase anterior dirá: “Joé, pos no hay buganvillas por tós laos... er gachó este parece que no ha visto ninguna en su vida...” Pues no, no conozco ninguna igual. Como esta, no. Porque no es como cualquier otra, y todo el que vive en nuestra tierra desde hace suficientes años inevitablemente la ama. Porque nos acompañaba en nuestra infancia y en nuestros juegos, junto al puestecito de Dolores, donde, con dos gordas de pipas o de algarrobas ya teníamos para echar la tarde. Y en nuestra adolescencia sonreía complaciente, gozando con nuestros primeros amores de piel de acné, y hasta es posible que se emocionara con los besos furtivos robados a nuestra primera amante. Acompañó nuestros pasos cuando nos miraba pasar con el blanco de Corpus de nuestras madres, blanco de los zapatos al cuello, blancas también nuestras almas. Y más tarde nos vio cruzar la desolada, blanca y enorme plaza con nuestro flamante terno, camino del Carmen, sudando todo lo que se puede sudar, pero sintiéndonos ya hombres, hombres importantes. Dio la bendición a nuestra primera novia... y a las siguientes. También bendijo a nuestros hijos. Y ahora mira con ternura a nuestros nietos, recordando sonriente el torpe caminar de nuestros primeros pasos. Y está ahí, como siempre, como el más patente símbolo de lo eterno, como un certificado de que nuestra vida existió de verdad. Nos muestra la permanencia en el tiempo, la continuidad del hilo invisible que nos ensarta como cuentas de collar, y nos asegura y recuerda cada camino, cada recodo, cada senda de nuestra vida. La suya fue tormentosa, no fue fácil. Cualquiera otra nos hubiera abandonado para siempre, hubiera desertado, hubiera desfallecido. Y, al menos yo, no lo hubiera podido sobrellevar. Me detengo junto a ella a veces, esperando el paso de un anciano benigno, de los que aman lo inmutable. Y lo abordo sin temor, porque nunca me he topado con ninguno de ellos que no la amara. Y hablamos de ella como de una amante, de su compañía, de su afortunada existencia... y siempre concluyo que todos la llevamos en el rincón donde viven los más blancos recuerdos. Porque en ella está toda nuestra vida, todos nuestros amores y todas nuestras penas, nuestros deseos y todos nuestros pasos. Hemos visto cómo la podaron brutalmente, lo que no consiguió más que estimularla a su lucha por nuestra compañía. Cómo encerraron su viejo tronco bajo un triste y gris cemento asesino. Pero no le importó, porque seguramente su alimento fue siempre nuestro amor, y sus raíces nuestros pechos. Su tierra, otrora placentero recinto de amarillo albero robado al sol implacable de su casa, es ahora de cerrado y muerto hormigón, que aprisiona su tierno abrazo a la tierra que en su día eligió. Pero yo sé que mi buganvilla, nuestra buganvilla, vivirá para siempre. Sé que, igual que me dio la bienvenida cuando la vi por primera vez con mis ojos limpios, me dirá su último adiós cuando me llamen del otro lado. Y también sé que la última imagen de mi alma en tránsito será para ella, porque es cielo, es eternidad y es, y ha sido... toda mi vida.

viernes, 18 de julio de 2008

ACERCA DEL AMOR Y DE LOS AMANTES




Un famoso filósofo presocrático dejó escrito para la posteridad la indiscutible sentencia siguiente:

“Las vacas no hablan no porque no sepan hablar. No hablan porque no tienen nada que decir”

Hay, en efecto, personas-vacas, que hablan poco o nada sobre el mundo y sobre sí mismos, y, curiosamente, resultan interesantes a los demás, porque las personas habladoras y parlanchinas rápidamente ponen de manifiesto su estupidez. Así que el que no habla queda a salvo de dejar patente la suya.

Pero poco tiempo le dura su prestigio de hombre interesante, porque un día la gente descubre que no hablaba porque, como le pasa a la vaca, simplemente no tenía nada que decir.

En cambio hay otras personas que sí tienen mucho que decir, sobre el mundo y sobre sí mismas, pero no hablan. Al menos sobre las cosas que pueden desvelar su ser interior, sus sentimientos, sus pensamientos, su corazón, en suma.

Esto, lejos de ser anormal, es una actitud muy prudente y sabia. No debemos largarle al primero que llegue todas nuestras opiniones sobre todas las cosas, los sentimientos que tenemos hacia ellas, aquellas cosas en las que creemos, las que anhelamos, las que nos hacen feliz o nos hacen desgraciados. No. Sería una estupidez sin sentido.

Pero en la intimidad de dos almas que comparten, y lo saben, sentimientos, anhelos, pasiones, proyectos vitales, placeres del espíritu y aún del cuerpo, aunque cada uno, llegado un momento, conoce casi plenamente todo de su amante, necesitan ambos obtener la confirmación de su compañero. No es por otra cosa que existen dos palabras que se pronuncian en el planeta quizá varias veces por segundo: Te quiero.

A veces un amante supone que todo debe estar claro para su ser amado, creyendo que su actitud hacia él, su tierna mirada, el brillo de sus ojos, su expresión de dicha, sus caricias, y otras muchas cosas, le demuestran su amor y sus sentimientos. Y de hecho es así. Es muy difícil dudar del amor de una persona.

Pero, aunque sea la forma más imperfecta de comunicarse, no es preciso ser como la vaca. Se pueden explicar los sentimientos, no a todos, pero sí a aquél que los va a entender perfectamente, porque no es otro que otro yo. En estos casos hablar al amante es exactamente igual que hablar con uno mismo.

Los sentimientos son un universo infinito, lleno de matices, de significados, de espíritus que lo pueblan, como infinitos ángeles volando en su interior. Y, aunque nos cueste creerlo, todos los ángeles son diferentes. Todos son ángeles, pero todos son diferentes.

Y muchas veces sabemos, y amamos, el mundo interior de nuestro amante, porque lo sabemos hermoso y tierno, porque una fuerza más grande que nosotros nos impulsa a entrar en él para amarlo, para conocerlo, para intercambiar ángeles y compartir felicidades, que no es otra cosa que buscar el bien de nuestro ser amado.

Pero existe la reserva. ¿Y porqué existe la reserva entre los amantes? ¿Por qué no existe la entrega total, sin condiciones, sin miedos, sin estancias secretas, sin llaves en las cerraduras, con la luz encendida en todas partes?

¿Por qué nos cuesta desnudarnos totalmente, a plena luz, sin ocultar ni siquiera nuestros pliegues más vergonzosos, ni nuestras cicatrices escondidas, ni las manchas más feas de nuestra piel, ni nuestras carencias y nuestros excesos?

Los amantes que se desnudan uno frente a otro, amorosos, valerosamente, como ofrenda a su dios, me resulta la imagen más gloriosa de Eros triunfante.

Pero Eros, aún siendo un dios exigente, creo que nunca, nunca, queda totalmente complacido. Y sabemos que no es agradable dejar a alguien a medias... Y a Eros lo dejamos casi siempre. Por eso creo que los amantes nunca lo son del todo. No hay amantes perfectos porque las barreras de nuestros miedos, nuestras vergüenzas y nuestro pudor lo impiden.

El verdadero amante se muestra como Dios lo trajo al mundo, y más aún, como Dios lo conformó hasta el preciso momento en que se muestra al amado. Sé que no es fácil, pero sé que es la meta. Sólo que para llegar a ella es preciso afrontar y vencer muchas cosas.

¿Y qué cosas?

De momento se me ocurre que lo más fácil es mostrar el cuerpo, porque ello solo conlleva superar el pudor y la vergüenza de no disponer de un cuerpo completamente bello. Pero el cuerpo es quizá lo menos bello de lo que disponemos.

Más difícil y duro es mostrar nuestro corazón, y nuestra mente. Pero, ¿porqué es más difícil?

Para empezar, para mostrar nuestro corazón es preciso abrirlo al amante. El corazón, no obstante, se muestra espontáneamente por la mirada, por la sonrisa, por la risa, por las caricias, físicas o sutiles, por los actos de amor que se realizan en pro de la felicidad del ser amado, y por otras cosas que ahora mismo no se me ocurren. Pero estas muestras son involuntarias e inevitables para el amante. No puede evitarlo, lo muestra así porque ama, y su amor fluye de él mismo hasta su amado. No puede ser de otra manera, y cualquier persona sensible capta ese torrente de amor de va de un amante al otro. No se puede ocultar, salvo a los ciegos de corazón, sean porque lo son o porque les interesa serlos.

Pero estoy hablando del desnudar el corazón de manera voluntaria y consciente. Para ello son precisas otras cosas.

Existen palabras bellas, amorosas, que cualquier amante desea escuchar de los labios de su ser amado, porque para él son como la música celeste, como las más bellas melodías de Eros en su plenitud.

Pero, a veces, muchas dificultades impiden que esas palabras sean pronunciadas, esa música tañida, y esas melodías escritas.

¿Cuáles son los impedimentos, cuáles las dificultades?

Generalmente no conocemos bien nuestros sentimientos, o somos incapaces de admitirlos o reconocerlos. Pueden pasar meses, años, e incluso lustros en darnos cuenta de la calidad y naturaleza de los sentimientos que profesábamos a una persona. Hay tantos sentimientos como ángeles en el cielo, y... todos son diferentes, todos ángeles, pero todos diferentes.

Y llega a tal punto esta dificultad que a veces pasamos toda una vida sin saber exactamente qué sentimos por una persona, y a qué nos obligaría cumplir con Eros al atenernos a la realidad de dicho sentimiento.

Esta es una dificultad.

Otra es que, aún sospechando cual es la naturaleza de nuestros sentimientos, los ocultamos detrás de un tupido velo, no vaya a ser que ello nos impida llevar a cabo nuestra meta útil de ese momento de nuestra vida. Esto es tan común que no precisa explicación más amplia.

Nuestra vida es difícil, lo sabemos, y desenvolverse en ella a veces nos requiere tomar decisiones utilitarias, destinadas, más que a cumplir con nuestros anhelos más auténticos, a suplir carencias que requieren la búsqueda urgente de su satisfacción. Sé bastante de esto, desgraciadamente para mí y para otras personas. Y hay que pagar por ello.

Lamentablemente, nuestra vida es como una novela de suspense, en la que sólo al final se sabe quién es el asesino. Y suele ser al final de nuestra vida, o al menos cerca de ese final, cuando uno descubre los errores cometidos, al asesino, y entonces se lamenta uno de él. Seguramente a lo largo de nuestra vida perseguimos más cubrir carencias que conseguir nuestros anhelos más puros.

No sólo existe en nuestro ser interno el corazón y sus hijos, también existen otros habitantes no menos poderosos e influyentes. La fantasía es uno de ellos.

La fantasía es el bálsamo de Fierabrás que aplicamos a todas nuestras heridas, la que suple nuestras carencias, nuestros anhelos, nuestros sueños, y, resumiendo, todo aquello que no somos y desearíamos ser. Y lo suple como quien riega su huerto con agua de una lluvia que soñó la noche anterior, mientras dormía. Su huerto no germinará, pero si sigue en su fantasía, lo soñará verde y lleno de frutos, aún no habiendo enterrado nunca ninguna semilla.

La fantasía la conforman bellas sirenas de voces hermosas, que nos hacen caer en el sueño más profundo y hermoso. Pero sueño al fin y por lo tanto, humo.

El hombre se sueña a sí mismo, sueña sus actos, sueña sus sentimientos, sueña sus anhelos, sus ideales, sus amores, sus sufrimientos, lo sueña casi absolutamente todo. Y llegado el momento ya le es imposible despertar. Simplemente porque si se despertara del sueño repentinamente y pudiera ver su situación real, probablemente enloquecería.

No es preciso, creo, que aclare que hablo de sueños productos de la fantasía, no de sueños positivos por llamarle de alguna manera. Los sueños que llevan a un hombre al crecimiento de su ser interno son de otra naturaleza. Para ello, debemos ser conscientes no solo de lo anhelado, que ya nos lo pone con hermosos vestidos la fantasía (incluso a veces es preciso no adornarla tanto), sino también del camino que nos lleva de manera real a aquello que tanto anhelamos. Esta doble conciencia, permanente, nos hace dar los pasos necesarios en el camino a nuestro sueño real.

Quizá con un ejemplo me pueda explicar más fácilmente.

Soñamos con ser pianistas. Anhelamos serlo. Lo deseamos vehementemente.

Inmediatamente la fantasía nos presenta su cuadro, bellamente trazado, con multitud de bellos matices y todos los adornos que deseemos. Nos vemos ya rodeados de nuestros amigos más queridos, deslizando suavemente nuestras manos por el teclado, arrancando en notas sublimes el alma de Beethoven o de Chopin, y entregándola a nuestras almas más hermanas, haciéndolos felices, partícipes de la belleza de la música celeste de las esferas...

¿Hay cuadro mejor pintado a nuestros ojos? ¡Cómo disfrutamos viéndonos en ese momento soñado! Pero... no es real. No existe en nosotros ese yo artista sublime. Puede llegar a existir, pero no existe. Es preciso arrancarlo de la piedra.

Escuché una vez que le preguntaron a Miguel Ángel cómo pudo esculpir su David. Contestó sencillamente:

"Tomé la piedra y quité con mi escoplo todo lo que no era David"

Eso es un artista explicando su arte. No necesitaba decir más. Así que el que quiera ser pianista, coja su piedra y quite todo lo que no lo es.

Así que tan necesarios son los sueños para realizar nuestros más íntimos anhelos como nefasta es la fantasía que sobre ellos nos creamos. El que se cree ya poeta no llegará a serlo nunca. El que se sueña ya músico no comprenderá nunca su esencia y el que se cree bueno, nunca verá la cara ni las manos de Dios.


lunes, 2 de junio de 2008

QUISIERA




Quisiera abrir mi alma por entera
y blanca, y sin mancha,
darla pura a la mano pura,
darla desnuda en la mano abierta,
la que acaricia mi mano,
la que acaricia mis ojos.

Quisiera vestir de luz
el bello plumaje de tu ser
que, como espuma del cielo
brota de la nieve de tu piel,
de luz y de torbellinos,
de fulgores de ascuas encendidas.

Quisiera entrar en ti, quedarme,
para siempre fundido,
contigo por siempre.
Ser tus venas, tu aire,
tu aliento amoroso,
tu casa y tu destino.

Quisiera ser tu yo mismo,
tus entrañas y tus ojos,
tus manos y tus pies.

Quisiera... no sé yo qué quisiera...
Ser tu cielo, tu mar, tu tierra...
y tus estrellas.

miércoles, 28 de mayo de 2008

PURGATORIO




No supe que mi muerte estaba cercana. Pero llegó el momento, poco a poco, en que la vi segura, cierta. La luz del mundo se apagó, de repente. Nada supe después, y nada sentí. Fue como un sueño profundo, sin sueños, sin imágenes, sin recuerdos, sin dolores y sin palabras. No como un vacío, porque sentir un vacío significa sentir, y yo no existía, no sentía. Mi yo, mi persona, desapareció en algún lugar. Y yo tampoco estaba para buscarme. Solo hoy, en el Purgatorio, recuerdo lo que ahora os cuento.

Y luego desperté. Poco a poco, como se sale de un sueño profundo, como se llega de un lugar lejano. Mi conciencia fue de nuevo tomando su forma, llenándose de sus habituales significados. Me vi rodeado de mi mujer, de mi hijo, de mi familia, de mis amigos. Estaban todos allí, rodeándome, como un hermoso coro de amores, como un hermoso jardín florido, con sus cariños, con sus sentires, con sus vidas corriendo hacia la mía, con sus sangres entrando en mi sangre.

Conocí entonces la existencia de amores nunca confesados o nunca expresados. En esos momentos se abrieron las fuentes de los corazones, fluían poderosos los arroyos de las devociones, se abigarraban los soles de las entregas. Todo lo que en la ceguera de mi vida nunca pude ver. ¡Cuánta gente, cuánta gente maravillosa me rodeaba!. ¡Cómo los quise, desde mi nuevo mundo! ¡Cuánto quise entonces haberlos querido en mi vida anterior, cuando los tenía, cuando su amor invisible para mí me rodeaba constantemente, como telaraña de hermosos sentimientos, como cintas de colores, como manos de ternura, como besos constantes de hermanos y hermanas!

Pero ya no me era dado. De repente me di cuenta que había llegado tarde a la vida. Escuché una voz en mi interior, voz suave pero terrible, que me dijo:

-Ya no hay tiempo, tu tiempo ha terminado y solo has hecho lo que hiciste. Ahora solo es tiempo de arrepentimientos, del llorar y de la añoranza-

Oí esas palabras aterrado, e inmediatamente comprendí que eso era no solo cierto, sino perfectamente justo. Comprendí que el tiempo se acaba, y que las vírgenes prudentes son sólo las que guardan el aceite para el momento supremo. Fue mi ignorancia y sería mi castigo. Entendí con claridad que me encontraba en el lugar justamente destinado para mí, en un lugar terrible de penas y lágrimas, en el lugar del arrepentimiento: en el Purgatorio.

Lloré con una pena infinita. Lloraba constantemente. Recordé que me contaron que cuando el tiempo se acaba la propia vida desfila delante de uno. Pero algo comprendí que no me contaron. No solo la propia vida pasó ante mis ojos húmedos. También la terrible conciencia de las omisiones, de los actos que nunca fueron, de los pasos que nunca di, de las puertas que nunca abrí y de las manos que quedaron tendidas hacia las mías, y que nunca agarré. Todo ello intuí entre mi mar de lágrimas, entre mis sollozos tardíos, en mi congoja ya irredentora.

Escuché como entre silencios la voz tenue pero clara del Único Justo. Y me preguntó, me preguntaba sin cesar... Y la pregunta era solo una, pero resonaba sin misericordia en los recovecos de mi alma en pena infinita. Solo me requería una respuesta, una respuesta que yo no era capaz de dar.
Una pregunta escueta, de la que supe inmediatamente su significado, y también la respuesta hueca de mi vida.

Solo decía, una y otra vez:
¿Qué bien has hecho?


martes, 12 de febrero de 2008

¿DÓNDE DE HABITA LA POESÍA?


Anoche hablé contigo, y nuestras íntimas miradas me hicieron preguntarme cosas, que ahora te quiero contar.

A veces me pregunto donde va la poesía cuando te abandona. Un poeta hizo una pregunta parecida: Cuándo el amor se acaba ¿sabes tú adonde va?

Me pregunto lo que se preguntaba Leonard Cohen en una de sus canciones:

“¿Where is your famous golden touch?”

¿Donde dejé la poesía, donde el amor, donde el añorado toque de oro? Seguramente se marcharon de mí en los ojos y en el pecho de mis vírgenes amantes. O se quedaron en los verdes brotes nacientes y poderosos. O se los llevó, al decir del poeta, como el viento de otoño se lleva las hojas pardas.

Pero también estén quizá en el próximo recodo del camino, que ya se vislumbra tras el frío y la niebla del invierno.

Quizá mi mano perdió su pátina de oro cuando dejé de cavar en la mina, cuando dejé de cernir las arenas auríferas de mis arroyos más limpios.

Pero lo que he visto existe, y ya no me puedo engañar. No puedo negar el brillo del sol, aunque el cielo hoy esté nublado. Sé que está detrás de las nubes, detrás de mí y de mi desesperanza.

Dime que sí, hermana, dime que mi aliento puede abrasar otra vez, que mi voz puede llevar almas a su nido, que mi mano puede ayudar a guiar a los ciegos, que puedo soportar el peso de los que quiero llevar al otro lado del tránsito doloroso.

Dime que aún tengo fuerzas, que mi corazón enciende aún ilusiones, que mi amor abrasa aún corazones, que mi clarín todavía es capaz de traspasar el ruido y de hacerse oír entre los estériles rumores. Dime, aunque yo no consiga creerlo, que mi voz es aún dulce a tus oídos, que mi alma aún tiene brasas que calientan, y que mi mano aún puede dar caricias que sean benéficas y portadoras de alegría.

Dime… que aún puedo ser un amante para un alma sedienta, agua fresca para el abrasado, cama en que repose un alma cansada, musa que inspire un corazón ardiente.

Dímelo.