viernes, 18 de julio de 2008

ACERCA DEL AMOR Y DE LOS AMANTES




Un famoso filósofo presocrático dejó escrito para la posteridad la indiscutible sentencia siguiente:

“Las vacas no hablan no porque no sepan hablar. No hablan porque no tienen nada que decir”

Hay, en efecto, personas-vacas, que hablan poco o nada sobre el mundo y sobre sí mismos, y, curiosamente, resultan interesantes a los demás, porque las personas habladoras y parlanchinas rápidamente ponen de manifiesto su estupidez. Así que el que no habla queda a salvo de dejar patente la suya.

Pero poco tiempo le dura su prestigio de hombre interesante, porque un día la gente descubre que no hablaba porque, como le pasa a la vaca, simplemente no tenía nada que decir.

En cambio hay otras personas que sí tienen mucho que decir, sobre el mundo y sobre sí mismas, pero no hablan. Al menos sobre las cosas que pueden desvelar su ser interior, sus sentimientos, sus pensamientos, su corazón, en suma.

Esto, lejos de ser anormal, es una actitud muy prudente y sabia. No debemos largarle al primero que llegue todas nuestras opiniones sobre todas las cosas, los sentimientos que tenemos hacia ellas, aquellas cosas en las que creemos, las que anhelamos, las que nos hacen feliz o nos hacen desgraciados. No. Sería una estupidez sin sentido.

Pero en la intimidad de dos almas que comparten, y lo saben, sentimientos, anhelos, pasiones, proyectos vitales, placeres del espíritu y aún del cuerpo, aunque cada uno, llegado un momento, conoce casi plenamente todo de su amante, necesitan ambos obtener la confirmación de su compañero. No es por otra cosa que existen dos palabras que se pronuncian en el planeta quizá varias veces por segundo: Te quiero.

A veces un amante supone que todo debe estar claro para su ser amado, creyendo que su actitud hacia él, su tierna mirada, el brillo de sus ojos, su expresión de dicha, sus caricias, y otras muchas cosas, le demuestran su amor y sus sentimientos. Y de hecho es así. Es muy difícil dudar del amor de una persona.

Pero, aunque sea la forma más imperfecta de comunicarse, no es preciso ser como la vaca. Se pueden explicar los sentimientos, no a todos, pero sí a aquél que los va a entender perfectamente, porque no es otro que otro yo. En estos casos hablar al amante es exactamente igual que hablar con uno mismo.

Los sentimientos son un universo infinito, lleno de matices, de significados, de espíritus que lo pueblan, como infinitos ángeles volando en su interior. Y, aunque nos cueste creerlo, todos los ángeles son diferentes. Todos son ángeles, pero todos son diferentes.

Y muchas veces sabemos, y amamos, el mundo interior de nuestro amante, porque lo sabemos hermoso y tierno, porque una fuerza más grande que nosotros nos impulsa a entrar en él para amarlo, para conocerlo, para intercambiar ángeles y compartir felicidades, que no es otra cosa que buscar el bien de nuestro ser amado.

Pero existe la reserva. ¿Y porqué existe la reserva entre los amantes? ¿Por qué no existe la entrega total, sin condiciones, sin miedos, sin estancias secretas, sin llaves en las cerraduras, con la luz encendida en todas partes?

¿Por qué nos cuesta desnudarnos totalmente, a plena luz, sin ocultar ni siquiera nuestros pliegues más vergonzosos, ni nuestras cicatrices escondidas, ni las manchas más feas de nuestra piel, ni nuestras carencias y nuestros excesos?

Los amantes que se desnudan uno frente a otro, amorosos, valerosamente, como ofrenda a su dios, me resulta la imagen más gloriosa de Eros triunfante.

Pero Eros, aún siendo un dios exigente, creo que nunca, nunca, queda totalmente complacido. Y sabemos que no es agradable dejar a alguien a medias... Y a Eros lo dejamos casi siempre. Por eso creo que los amantes nunca lo son del todo. No hay amantes perfectos porque las barreras de nuestros miedos, nuestras vergüenzas y nuestro pudor lo impiden.

El verdadero amante se muestra como Dios lo trajo al mundo, y más aún, como Dios lo conformó hasta el preciso momento en que se muestra al amado. Sé que no es fácil, pero sé que es la meta. Sólo que para llegar a ella es preciso afrontar y vencer muchas cosas.

¿Y qué cosas?

De momento se me ocurre que lo más fácil es mostrar el cuerpo, porque ello solo conlleva superar el pudor y la vergüenza de no disponer de un cuerpo completamente bello. Pero el cuerpo es quizá lo menos bello de lo que disponemos.

Más difícil y duro es mostrar nuestro corazón, y nuestra mente. Pero, ¿porqué es más difícil?

Para empezar, para mostrar nuestro corazón es preciso abrirlo al amante. El corazón, no obstante, se muestra espontáneamente por la mirada, por la sonrisa, por la risa, por las caricias, físicas o sutiles, por los actos de amor que se realizan en pro de la felicidad del ser amado, y por otras cosas que ahora mismo no se me ocurren. Pero estas muestras son involuntarias e inevitables para el amante. No puede evitarlo, lo muestra así porque ama, y su amor fluye de él mismo hasta su amado. No puede ser de otra manera, y cualquier persona sensible capta ese torrente de amor de va de un amante al otro. No se puede ocultar, salvo a los ciegos de corazón, sean porque lo son o porque les interesa serlos.

Pero estoy hablando del desnudar el corazón de manera voluntaria y consciente. Para ello son precisas otras cosas.

Existen palabras bellas, amorosas, que cualquier amante desea escuchar de los labios de su ser amado, porque para él son como la música celeste, como las más bellas melodías de Eros en su plenitud.

Pero, a veces, muchas dificultades impiden que esas palabras sean pronunciadas, esa música tañida, y esas melodías escritas.

¿Cuáles son los impedimentos, cuáles las dificultades?

Generalmente no conocemos bien nuestros sentimientos, o somos incapaces de admitirlos o reconocerlos. Pueden pasar meses, años, e incluso lustros en darnos cuenta de la calidad y naturaleza de los sentimientos que profesábamos a una persona. Hay tantos sentimientos como ángeles en el cielo, y... todos son diferentes, todos ángeles, pero todos diferentes.

Y llega a tal punto esta dificultad que a veces pasamos toda una vida sin saber exactamente qué sentimos por una persona, y a qué nos obligaría cumplir con Eros al atenernos a la realidad de dicho sentimiento.

Esta es una dificultad.

Otra es que, aún sospechando cual es la naturaleza de nuestros sentimientos, los ocultamos detrás de un tupido velo, no vaya a ser que ello nos impida llevar a cabo nuestra meta útil de ese momento de nuestra vida. Esto es tan común que no precisa explicación más amplia.

Nuestra vida es difícil, lo sabemos, y desenvolverse en ella a veces nos requiere tomar decisiones utilitarias, destinadas, más que a cumplir con nuestros anhelos más auténticos, a suplir carencias que requieren la búsqueda urgente de su satisfacción. Sé bastante de esto, desgraciadamente para mí y para otras personas. Y hay que pagar por ello.

Lamentablemente, nuestra vida es como una novela de suspense, en la que sólo al final se sabe quién es el asesino. Y suele ser al final de nuestra vida, o al menos cerca de ese final, cuando uno descubre los errores cometidos, al asesino, y entonces se lamenta uno de él. Seguramente a lo largo de nuestra vida perseguimos más cubrir carencias que conseguir nuestros anhelos más puros.

No sólo existe en nuestro ser interno el corazón y sus hijos, también existen otros habitantes no menos poderosos e influyentes. La fantasía es uno de ellos.

La fantasía es el bálsamo de Fierabrás que aplicamos a todas nuestras heridas, la que suple nuestras carencias, nuestros anhelos, nuestros sueños, y, resumiendo, todo aquello que no somos y desearíamos ser. Y lo suple como quien riega su huerto con agua de una lluvia que soñó la noche anterior, mientras dormía. Su huerto no germinará, pero si sigue en su fantasía, lo soñará verde y lleno de frutos, aún no habiendo enterrado nunca ninguna semilla.

La fantasía la conforman bellas sirenas de voces hermosas, que nos hacen caer en el sueño más profundo y hermoso. Pero sueño al fin y por lo tanto, humo.

El hombre se sueña a sí mismo, sueña sus actos, sueña sus sentimientos, sueña sus anhelos, sus ideales, sus amores, sus sufrimientos, lo sueña casi absolutamente todo. Y llegado el momento ya le es imposible despertar. Simplemente porque si se despertara del sueño repentinamente y pudiera ver su situación real, probablemente enloquecería.

No es preciso, creo, que aclare que hablo de sueños productos de la fantasía, no de sueños positivos por llamarle de alguna manera. Los sueños que llevan a un hombre al crecimiento de su ser interno son de otra naturaleza. Para ello, debemos ser conscientes no solo de lo anhelado, que ya nos lo pone con hermosos vestidos la fantasía (incluso a veces es preciso no adornarla tanto), sino también del camino que nos lleva de manera real a aquello que tanto anhelamos. Esta doble conciencia, permanente, nos hace dar los pasos necesarios en el camino a nuestro sueño real.

Quizá con un ejemplo me pueda explicar más fácilmente.

Soñamos con ser pianistas. Anhelamos serlo. Lo deseamos vehementemente.

Inmediatamente la fantasía nos presenta su cuadro, bellamente trazado, con multitud de bellos matices y todos los adornos que deseemos. Nos vemos ya rodeados de nuestros amigos más queridos, deslizando suavemente nuestras manos por el teclado, arrancando en notas sublimes el alma de Beethoven o de Chopin, y entregándola a nuestras almas más hermanas, haciéndolos felices, partícipes de la belleza de la música celeste de las esferas...

¿Hay cuadro mejor pintado a nuestros ojos? ¡Cómo disfrutamos viéndonos en ese momento soñado! Pero... no es real. No existe en nosotros ese yo artista sublime. Puede llegar a existir, pero no existe. Es preciso arrancarlo de la piedra.

Escuché una vez que le preguntaron a Miguel Ángel cómo pudo esculpir su David. Contestó sencillamente:

"Tomé la piedra y quité con mi escoplo todo lo que no era David"

Eso es un artista explicando su arte. No necesitaba decir más. Así que el que quiera ser pianista, coja su piedra y quite todo lo que no lo es.

Así que tan necesarios son los sueños para realizar nuestros más íntimos anhelos como nefasta es la fantasía que sobre ellos nos creamos. El que se cree ya poeta no llegará a serlo nunca. El que se sueña ya músico no comprenderá nunca su esencia y el que se cree bueno, nunca verá la cara ni las manos de Dios.


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