domingo, 31 de agosto de 2008

jueves, 28 de agosto de 2008

MÚSICOS Y POETAS




Hoy vino a comer a casa una amiga, y cuando llegó acababa yo de terminar de imprimir la partitura del concierto para piano número 3 de los de Beethoven. Y como ella estudió música en su día, y además le encanta, le puse el disco para que los dos la fuéramos siguiendo en la partitura. Debo confesar que nos perdimos enseguida.

Después de escuchar un rato, me dijo, pensativa:

- A los músicos yo creo que les pasa lo mismo que a los poetas. Que sufren... están tristes... quiero decir, lo pasan mal en sus vidas. Todos tienen unas vidas atormentadas. Siempre los he visto propensos a la melancolía. Yo creo que para vivir más o menos feliz se necesita ser un poco más insensible a las cosas... Estar a esos niveles parece que te lleva al sufrimiento.

Yo me quedé un rato perplejo, quizá porque me sonaba que yo había tenido esa impresión en muchas ocasiones a lo largo de mi vida, y cuando escuché sus palabras me puse a bucear en mi interior tratando de hallar impresiones, explicaciones, símbolos y... respuestas.

Seguramente el motivo es la sensibilidad. El que es sensible puede sufrir más, aunque también puede conocer más dicha. A mí me parece que es como la cuestión de la piel. Hay gente que la tiene más dura... más curtida, quizá por su trabajo... o por su forma de vida... Y también hay otras, por el contrario, que tienen la piel muy fina y delicada.

Si se rozaran con rastrojos, se pusieran largo tiempo al sol, o le picaran los mosquitos, el de piel dura sufriría menos. Está claro. La tiene más fuerte y así le protege más. Pero imaginémoslos a cada uno de ellos en la cama compartiendo caricias con su amante ¿Cuál de los dos sentiría más placer?

Todos hemos oído alguna vez lo desgraciado que fue Beethoven, siempre anhelando su amada inmortal, a la que nunca poseyó. A Bécquer que por solo una mirada daba un mundo y por una sonrisa un cielo... y al que no se le ocurría siquiera que pudiera dar a cambio de un beso...

Todos conocemos más o menos la triste historia del “loco del pelo rojo”, las desventuras de Don Quijote y lo mal que lo pasó Epícteto con su cruel amo.

Sí. Todos conocemos eso porque todos hemos vivido en alguna medida el sufrimiento y creemos poder imaginar esos mismos sufrimientos en las almas grandes. Recuerdo a L. Cohen cuando decía:

Your pain have no credentials here, it’s just a shadow of my wound…, que, en español viene a decir más o menos: Tu dolor no tiene credenciales aquí, es solo la sombra de mi herida.

Así que no presumamos de dolor, porque nuestros dolores, como nosotros, suelen ser muy pequeños, pequeñeces, para los hombres grandes.

Pero no olvidemos lo de la piel. Imaginamos (fantaseamos) sobre sus dolores y penas, pero no tenemos idea de su dicha, de su gloria, de su visión y de su cercanía con la belleza divina. No podemos siquiera vislumbrar los placeres de sus amplios espíritus.

Si para nosotros un beso de la amada es eso, solo un beso, ¿imagináis que sería para Beethoven, o para Bécquer?

Si para nosotros una música es bella y gloriosa, ¿podemos imaginar qué ocurriría en el alma de Mozart mientras garabateaba sus papeles en su “soledad” con lo divino?

No. El hombre solo conoce lo que es semejante a él. Y nosotros, pequeños, solo conocemos lo pequeño.

miércoles, 27 de agosto de 2008

TIRAR LAS COSAS



No tengo por costumbre, como sabéis, incluir en mi blog artículos de otros escritores, salvo que los considere de gran importancia y dignos de compartir con vosotros. Pero hoy he recibido un mensaje de una amiga y me incluía un artículo de Eduardo Galeano que no tiene ningún desperdicio, y que explica de manera genial, e incluso amena (cosas de gran escritor), algo de lo que quería expresar en mi anterior post "HOMO NATURIS LUPUS".

Es por eso por lo que os lo ofrezco, para que comprendamos todos de que va nuestro actual sistema económico disparatado que derrocha, esquilma y despilfarra la riqueza que duramente generamos. Al final del mismo se anota un pequeño, pero certero comentario de H. Eco, sobre el que tendríamos largamente que meditar.

El artículo es este que os ofrezco a continuación:

Crónica de Eduardo Galeano.


Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los críos. Los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales). ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando cuanto encontrábamos, por si acaso .

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora está bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el móvil cada tres meses o el monitor del ordenador todas las navidades. ¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos! Es que vengo de un tiempo en que las cosas se compraban para toda la vida. ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas de loza. Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de nevera tres veces.

¡Nos están fastidiando! ¡¡Yo los descubrí. Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica. ¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por casa? ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros? Todo se tira, todo se desecha y mientras tanto producimos más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!! ¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de ........... años! Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII). No existía el plástico ni el nylon. El caucho solo la veíamos en las ruedas de los coches y las que no estaban rodando las quemábamos en Noche Vieja.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De por ahí vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo” pasarse al “compre y tire que ya viene el modelo nuevo”. Mi cabeza no resiste tanto. Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de móvil una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo). Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su móvil a los pocos meses de comprarlo? ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con que se consiguieron? En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los paños, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos... ¡¡Como guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡Guardábamos las chapitas de los refrescos! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos! Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor. Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores deschables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del chopedpork, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Varta pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el suelo los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver!! ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de alguna parte! Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'este es un 4 de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden “matarlos” apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada. Ni a Walt Disney. Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: “Cómase el helado y después tire la copita”, nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de avellanas y de cacahuetes se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella. Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. Ah ¡No lo voy a hacer! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es desechable.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo peremne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron peremne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los guapos, con brillo y glamour. Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de móviles. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a esposa como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la esposa me gane de mano y sea yo el cambiado.

Hasta aquí Eduardo Galeano.

Tal es la fuerza de la verdad, que como la bondad, se difunde por si misma.
H. Eco


martes, 26 de agosto de 2008

HOMO NATURIS LUPUS




Existe hoy una corriente de pensamiento que considera que cualquier intervención del ser humano en su entorno es necesariamente dañino, ya que lleva inevitablemente a trastornar el natural desenvolvimiento del resto de los seres vivientes del planeta. El hombre es considerado el factor principal, y único, de la rotura del perfecto equilibrio en los ecosistemas, de forma que, si no existiera la humanidad la Naturaleza viviría en una paz angélica, igual a la que disfrutaba en su estado primigenio.

Esto es hoy así, según los defensores de esta teoría, debido a la maldad intrínseca e inevitable de los seres humanos, a los que el desarrollo de su capacidad y competencia como animal racional les ha dado el poder suficiente, que nunca antes tuvo, para influir de manera decisiva en la vida del resto de los seres vivos que conviven (más bien malviven) junto a ellos. Esta teoría, por lo tanto, basa su veracidad en la maldad y el egoísmo insalvable e incorregible de la raza humana. El viejo “homo hominis lupus” se ha convertido ahora en “homo naturis lupus”.

Creo que este planteamiento, con lo mucho de cierto que contiene, matizando, eso sí, quienes son los seres humanos crueles, egoístas y desalmados, que por supuesto son unos pocos, este planteamiento, digo, esconde, dentro de su verdad, una falsedad.

La falsedad consiste en negarle al ser humano el derecho a intervenir en el orden, belleza y equilibrio de la naturaleza, a la que pertenece por derecho propio, y no otorgado por nadie ni por nada.

Recuerdo que en el Génesis se dice:

Tomó, pues, Yavé Dios al hombre, y le puso en el jardín del Edén para que lo cultivase y guardase y cuidase…

Por supuesto, no cito el Génesis de la tradición hebrea como base de mis argumentos. Quien al pié de la letra toma unas escrituras, en ellas perece. Pero lo cito porque viene al hilo de la cuestión.

Un ser con el poder del hombre, puede hacer dos cosas muy diferentes con los demás seres que comparten con él “la casa de todos”:

Actuando por egoísmo estúpido, mediante el cual no solo perjudica al resto de los seres, sino que finalmente se perjudica a él mismo, o actuando conforme a las leyes naturales, lo que le llevaría a tomar solo lo necesario de su entorno para su supervivencia física, como hace el resto de los habitantes de la naturaleza, y así ocuparse de lo que realmente es su misión en el planeta, su evolución espiritual como ser humano que es, dotado de ansias de infinito y de plenitud.

Hoy, en nuestros días, hace lo primero, más que por su inconsciencia, por estar manipulado y obligado a adoptar una vida de absurdo consumismo. Aquellos que se enriquecen con ello han construido una maquinaria que dilapida la inmensa riqueza que nos ofrece la madre naturaleza. Pan para hoy (para algunos, para otros ni eso) y hambre para mañana. Para nuestros nietos pero también para los negreros que creen enriquecerse, y que se llevarán su dinero al cementerio. Leí una vez un grafitti que decía:

“Eres tan pobre que lo único que tienes es dinero”

Esta situación se parece al loco que destroza sus muebles para echarlos como leña a la chimenea, pensando que de esa manera estará una temporada calentito. ¿Y cuando se apague la chimenea porque ya no hay más muebles? Vivirá sin muebles y además muerto de frío.

¿Dónde está la raíz del mal? ¿Dónde está el origen de esta loca situación? ¿Quién lucha por acabar con ella?

Conozco grandes ecologistas que emplean su vida en presionar a los gobiernos para que legislen a favor de la naturaleza y sus especies. ¿Es que se piensan que sus gobiernos son los que gobiernan? ¿Es que creen que sus gobiernos están ahí porque los ciudadanos los votaron? Pues deberían darse cuenta de que un presidente incómodo es muy fácil de eliminar, quitándolo o matándolo. Los verdaderos amos de la caverna, los adoradores del becerro de oro, los amos del dinero y del comercio mundial, no admiten a quienes no les sirven.

Escuché una vez que a un hombre se le puede comprar por sexo. Si no da resultado, por dinero, si tampoco, por poder, y si tampoco… se le elimina y ya está. Procedimientos que son simples para los auténticos detentadores del poder mundial.

Con la ecología está sucediendo lo mismo que con otros movimientos anteriores que han procurado alguna molestia al poder mundial. No se necesita luchar abiertamente con ellos, simplemente se les vulgariza y ya está. Cualquiera puede pensar hoy día que es ecologista y que cuida la naturaleza, bien porque cierra el grifo mientras se cepilla los dientes o bien porque lleva los envases de vidrio al contenedor de reciclaje. Así se tranquiliza, y se olvida de los millones de árboles asesinados en masa en las pocas selvas que quedan y también de los millones de hectómetros cúbicos de agua contaminada por fábricas o buques petroleros o químicos, y también se olvidan de los millones de seres humanos que mueren cada día víctimas del hambre, la miseria o la enfermedad.

Y, curiosamente, hoy hasta las multinacionales y los ejércitos, generadores del desastre, son los primeros que se proclaman ecologistas. Y si no, leed la prensa o cualquier otro medio y lo podréis comprobar. Nos tratan de convencer de que trabajan por la limpieza del planeta, y cuentan con el tremendo poder de los medios de comunicación, con lo que el lavado de cerebros es sumamente fácil.

La humanidad entera está trabajando como auténticas mulas de carga para la producción en masa de productos inútiles, cuando no dañinos. Y lo que es más indignante aún, con fecha de caducidad prefijada. Las cosas no pueden durar más que un pequeño periodo de tiempo, y si no es así es que ha faltado la previsión suficiente en su diseño. ¿A quien se le ocurre fabricar un coche, por ejemplo, o unas gafas, que duren treinta o cuarenta años? No es que no se pueda hacer, es que es preciso seguir vendiendo y fabricando más y más, con lo que deben durar como máximo cuatro o cinco años, y se diseñan para esa duración. Lo sé porque tengo el mismo teléfono móvil desde hace 15 años, y lo pienso tener otros 15, y porque tuve un coche que funcionaba perfectamente tras 20 años, y lo regalé en perfecto estado. Ya veis. ¿Suerte? No. Eran fallos de diseño, y por supuesto rápidamente fueron retirados del mercado, y seguramente despedidos sus diseñadores.

Y esto ¿a qué conduce? Es fácil de concluir. Millones y millones de horas de trabajo de millones de personas, millones de toneladas de materiales a fabricar, millones de toneladas de materias primas que extraer en minas, bosques o mares… en suma, supone esquilmar la riqueza natural del planeta. Y millones y millones de toneladas de basuras y de productos tóxicos de desecho. Pero hay algo que es a buen seguro aún más grave: esquilmar el poder creativo y laboral de la raza humana, condenada por estos negreros a engranarse como una pieza más en su máquina infernal, anulando su libertad, su dignidad y, en suma, su posibilidad de luchar por su propia humanidad.

¿He dibujado un panorama sombrío? Pues creo que aún lo es más, sino que estamos tan inmersos en él y tan anestesiados por la aplastante propaganda que no nos damos ni cuenta. Ni por supuesto nos imaginamos como es posible vivir de otra manera. Pero sí existe otra manera, como he leído en muchas pintadas en muchos sitios:

“Otro mundo es posible”
Construyámoslo.


miércoles, 20 de agosto de 2008

MÚSICA, POESÍA Y AMOR



Solo hay tres cosas dignas de romper el silencio. La música, la poesía y el amor.
Amado Nervo


En una composición musical están presente las tres cosas. Música, poesía y amor. Si faltara alguna, no habría música. Sería preferible el silencio. Pero cuando el silencio se expresa, necesita de las tres vías. Y si no están presentes las tres, solo hay ruido, que no tiene nada que ver con el silencio, ni con su expresión.

Hay música y ¡qué música! Pero también hay poesía. Porque ¿no son poesía los sonidos que nos revelan el misterio de la belleza en toda su extensión, que abre los ojos del alma para que en verdad puedan ver? ¿que abre nuestro ser interior al universo que nos rodea, y nos adentra igualmente a nuestro universo interior? ¿Y no son los dos universos el mismo universo, una y la misma cosa?

Y también es amor, porque el amor es la llave de la poesía, y también de la música. En verdad el amor es la llave de todas las cosas. No hay nada que se mueva sin amor y no hay música sin poesía y sin amor, como tampoco puede existir poesía sin amor ni música, ni amor sin música y poesía.

La poesía del universo y la música de los astros se expresan por el amor que los mueve. Nada se manifiesta sino por el poder de Eros. Y Eros es poeta. Y Eros también es músico.

Antes de escucharla, necesitamos unos momentos para invocar a Eros y colocarlo en el altar sagrado de nuestro ser interior. Si no está, no amaremos, y si no amamos no podríamos escuchar música. Solo oiríamos ruidos.

Todos sabemos que antes de entrar en el templo es preciso lavarse a conciencia, purificarse, desnudarse de toda vestimenta impura, callar nuestra mente y abrir nuestro corazón. Solo así podremos recibir la música dentro de nosotros. Solo así seremos purificados por ella. Y con ella vendrán de su mano, seguro, otros dioses, otros seres de luz.

Recibámoslos y prestémosle veneración. La música tiene el poder de invocar a los dioses, que a buen seguro responderán a la llamada. Pero solo si nuestro corazón es digno de su visita. Y podremos oír su voz. Pero su voz no suena en palabras. La voz de los dioses suena, necesariamente, en amor, en poesía y en música.


martes, 19 de agosto de 2008

ANDAR POR LAS CALLES DE CÁDIZ



Soy un habitante de Cádiz, del casco antiguo de Cádiz, no de Puerta Tierra. De hecho, y como dice un gran amigo, no tengo ni pasaporte para entrar allí. Mi vida se teje en el centro, entre sus calles estrechas y sus altas casas, altas para la anchura de la calle, en sus pequeñas plazas y en su pequeña playa, La Caleta.

En mi opinión tiene muchas ventajas sobre las calles de las ciudades nuevas. Si me colocaran de repente en una zona nueva de cualquier ciudad de España no sabría decir en cuál de ellas estoy. Son todas iguales, triste y absurdamente iguales. Carecen de personalidad. Por contra, los cascos antiguos de una ciudad están adaptados a la forma de entender la vida de sus habitantes, aunque no sabría decir si se adaptó la ciudad al alma de los habitantes o el alma de los habitantes dieron forma al alma de la ciudad. De cualquier forma, sea antes el huevo o la gallina, así es.

Me gusta andar despacio por las calles, como saboreando un helado, observando cada rincón, cada puerta, cada iglesia, cada patio, cada árbol… como se observa a la amada, buscando cada nuevo resquicio de su cuerpo o de su alma.

Y descubro con sorpresa que, tras muchos lustros de gastar suelas de zapato en ellas, aún me queda casi todo por ver, cada día me sorprende con algo nuevo, me fascina con un nuevo rincón antes no visto, con algún ángulo distinto y más bello de lo que almacenaba mi memoria.

Pero…, (siempre hay un pero, irremediablemente), es difícil andar tranquilo por ellas. Y si hay alguna duda pueden observar la foto que he incluido al principio.

Supongo que Cádiz tendría alguna vez veinte mil habitantes, o, digamos treinta o cuarenta mil. Estaría bien, se podría pasear amablemente, incluso en agradable charla con algún amigo. Pero hoy… eso ya es una ambición absurda y destinada al fracaso, a no ser que el paseo sea al amanecer, o más bien, al alba. Y si es en pleno verano, donde por cada ejemplar autóctono hay al menos otro que no lo es, la pretensión es más que absurda. Es imposible. Lo dijo el torero El Gallo: Lo que no pué sé no pué sé. Y ademá, é impozible. A menos que llueva más que cuando enterraron a bigote. Pero encima en Cádiz no llueve pá bajo, llueve pal lao, con lo que el viejo e insustituible invento del paraguas aquí es inútil, como si lo llevaras en la moto.

Llegó a ser una costumbre en Cádiz y una buena norma de educación, no escrita, que desde temprana edad nos enseñaban nuestros padres, el caminar siempre por la acera de nuestra derecha, dejando paso, eso sí, a las personas mayores, a las embarazadas, a los inválidos, a los militares de uniforme y al clero. Por supuesto, siempre andábamos por mitad de la calle.

Hoy esta norma está olvidada, como muchas otras. Y nadie cede la acera, aunque por enfrente venga una embarazada inválida de 90 años, con uniforme de la guardia civil.

Así pues, caminar por la calle es un auténtico tormento. Aún más si no se trata de un paseo, sino de un tránsito obligado y con prisa. Está claro que un veraneante no lleva prisas, salvo los madrileños, que siempre la tienen. Y como además sus aceras normalmente suelen ser el doble de ancho que nuestras calles, pues andan despacio y en compañía de varios más que, pues claro, no están acostumbrados a caminar en fila india. Ni se les ocurre que fuera necesario.

Si se los encuentra uno de frente, la cuestión es romper la barrera, cual hombre medieval rompiendo la puerta del castillo armado del ariete. O bien, siendo tímido, pegarse a una casa solicitando la amabilidad del despistado turista para pasar. Pero en vacaciones no se usa mucho la consideración ajena, con lo que eres totalmente ignorado. Has de pararte frente a la barrera y solicitar paso: ¿Me permite, por favor…? ¡Gracias!

¿Será posible? ¡Pedir uno el favor de poder andar por su ciudad! Una vez sorprende, dos molesta, tres irrita, cuatro… bueno… ¡hagámoslo por el buen nombre de Cádiz!

Si te los encuentras por detrás la cosa se complica, porque además no te ven. Ni te oyen, porque cuatro o cinco turistas en plena charla son muchos decibelios. Muchos.

Finalmente, tras varios intentos en voz tenue y por no chillar, decides tocar el hombro de alguno y, una vez que se percata de que estás detrás, vuelves a decir por cuarta vez:

-¿Me permite, por favor…?
- ¡Como no…pase Vd. caballero!, te contesta educado.
- Muy amable, gracias.

En muchas ocasiones, y llevado de mi educación y natural bondad (¿?), cuando observo que camino a rumbo de colisión con otro viandante o peatón, calculo rápidamente sus coordenadas, rumbo y velocidad, y doy un golpe de timón a estribor (lo natural), dejándole así paso por mi babor. Pero no todo el mundo está acostumbrado al mundo de la mar, y menos los pacenses o sorianos, así que él, o bien sigue su rumbo tranquilamente, o cae a su babor, es decir, a mi rumbo, con lo que el abordaje está servido. Uno frente a otro, con caras de idiotas, enmendamos la maniobra, coincidiendo una docena de veces hasta que logramos seguir nuestra derrota indemnes. Por lo general observo que a nadie le interesan las normas de navegación, y mucho menos los consejos de las abuelas, y supongo que se dirán para sus adentros: “Ya se quitará” Y esto suponiendo que se digan algo, que ya es mucho suponer.

Yo por mi parte, y en bien de la, para mí, sagrada puntualidad inglesa, he tomado la decisión de convertir mis andares en andares de veraneante. Así que trato de olvidar si viene alguien de frente o no. “Ya se quitará”, a veces pienso. Solo a veces. Mi propósito es no llegar siquiera a pensar nada.

Salvo, claro está, cuando mi opositor sea una anciana embarazada de 90 años. Y con el uniforme de la guardia civil.


domingo, 17 de agosto de 2008

ALANO


Hoy me voy a permitir ofreceros una hermosa historia escrita por un gaditano, Rafael Alberti. Nos cuenta su verano con un perro, Alano.
Como, al igual que Rafael, amo el alma de los perros, y su poema me llegó a la mía, es para mí un honor ofrecerlo a todos vosotros.

El que llegó en Verano.

Está sobre las hojas del otoño.
En el viento nocturno que las barre.
En medio de la helada solitaria.
En el radiante polvo del rocío.
En el ligustro verde de la cerca.
En las fresas silvestres escondidas.
Bajo el escudo abierto de las dalias.
Sobre la estrella del jazmín caído.
En la sangre jovial de las anémonas.
En las ardientes rosas derramadas.
Al pie de las coronas del granado.
En los brazos azules de los cedros.
En el negro perfil de los cipreses.
En el tiemblo de plata de los álamos.
Bajo la pleamar de los aromos.
En el aliento de los azahares.
En el áureo pezón de los limones
Fijo en la luna de la primavera.
Entre los duros cardos del verano.
Bajo las repentinas tormentas del verano.
En las quemadas noches del verano.
En la sed del verano.
Porque llegó en verano.
No conocía el bosque.
Tampoco el bosque a él lo conocía.
Si, te tenemos miedo.
Nos inspira temor tu súbita presencia.
¿De dónde vienes y por qué a esta casa?
Mirabas serio y nada respondías.
Se sentó en el portal como un mendigo.
Después de varias noches:
Puedes pasar. Pareces,
a pesar de tu rostro severo,
un buen muchacho.
Aquí tienes tu hogar. Un plato lleno
habrá para ti siempre en esta mesa.
Pero tú sonreíste de pronto y te marchaste,
bajo las casuarinas, con los niños.
De tanto en tanto desaparecías,
y eran largas las noches esperándote.
¿En dónde estabas? Nunca lo dijiste,
ni contaste el porqué de tus heridas:
aquella oreja casi desgarrada
o el navajazo aquel entre las ingles.
Pero eras fuerte, duro y obstinado.
Era la juventud lo que en ti ardía.
Te daba igual dormir sobre una estera
que en el lívido barro del camino.
Meses enteros te quedabas solo.
La soledad, en vez de ensombrecerte,
te llenó de una alegre valentía.
Todo el bosque te quiso. Enamoradas,
no dormían sin ti por todo el bosque,
rubio y veloz galán siempre encendido.
Y así volvió el otoño. Y una noche
de despoblados árboles, de cielo
despoblado de estrellas y de luna,
cuando el amor rondabas en la niebla,
de súbito, una bala
dobló tu corazón sobre las hojas.
Sé que por vez primera
fue tu ladrido prolongado y triste.
¿En dónde estás, Alano, buen amigo?
Solo, ahora, en lo oscuro
-fijos en mí tus ojos vigilantes,
apretada tu boca de colmillos atentos-,
te pregunto y te llamo por tu nombre,
el mismo nombre de tu clara estirpe.
¿En dónde estás, Alano?
Estás bajo las hojas del otoño.
En todos los jardines que cuidabas.
En el llanto furioso de los niños.
En el corazón verde de los bosques,
porque tú eres ya el alma de los bosques,
y siempre
los bosques hablarán de ti mientras las brisas
agiten en sus ramas tu recuerdo.

Rafael Alberti.

viernes, 15 de agosto de 2008

HÉRCULES, FUNDADOR DE CÁDIZ


Hércules fundator Gadium dominatorque





miércoles, 13 de agosto de 2008

FUENTES NATURALES EN LA CALETA



En La Caleta, a la entrada del castillo de San Sebastián, del lado de la mar abierta al océano.
Mar brava.
Su fuerza inmensa, y su labor de siglos horada la dura piedra ostionera.
Y por esas oquedades lanza al aire, como un mensaje, sus geiseres de blanca espuma.
Y yo, asombrado por todo ello, recojo el mensaje y lo quiero compartir.

La Caleta. Hermoso libro de hermosas enseñanzas. Cualquiera podría llegar a ser sabio solamente con leerlo y releerlo día a día, y comprender cada nuevo día sus nuevas enseñanzas.


jueves, 7 de agosto de 2008

UNIVERSO



Escuché la noticia de que la NASA, para celebrar su redondo aniversario de los 50 años, ha enviado a través de Universo, a la velocidad de la luz, la canción de The Beatles “Across the Universe”, conmemorando también así el 40 aniversario del nacimiento de los músicos más representativos en la historia de la humanidad.

Han enfocado al mismo tiempo sus más potentes antenas de captación radio-electromagnéticas-acústicas, en la esperanza de obtener contestación de cualquier lugar donde guste la obra. Quizá se animen a ello en algún lugar, enviándonos alguna cosilla de The Orion’s Little Boys, o de The Sirius Bad Flies, o, aunque solo sea, alguna canción de cualquier programa interespacial del programa “Universal OT”

Recordé a mi tan admirado e incomprendido Albert, cuando decía, tan socarrón como el mejor aragonés:
Lo que para mí se acerca más a la idea de infinito es el Universo y la estupidez humana, aunque de lo primero aún no estoy muy seguro…

Acudí no hace mucho a una reunión científica de altura en mi ciudad, que se celebró en la sede de una de las instituciones de más prestigio y solvencia. Se habló mucho acerca del Universo, comentándose las teorías más actuales sobre su nacimiento, formación, desarrollo y finalidad. La gran explosión, Big Bang, la futura implosión, Big Crunch, y todo eso…

La “sopa cósmica”, producida por el Big Bang, donde no había nada diferente a otra cosa, y donde todo sabía igual en cualquier sitio, todo formado por ínfimas partículas indiferenciadas y desordenadas. Y, lo más sorprendente, solo duró 1 elevado a -48 segundos, para los profanos 0,00000… (cuarenta y ocho ceros)…1, es decir, casi nada de nada, menos de lo que tarda un cura loco en persignarse. Luego empezó a ordenarse y dejó de ser sopa. Su descripción me recordó, casi con todo detalle, a la famosa Sopinstant.

No perdí detalle de las aportaciones de los contertulios, y quedé sorprendido por el avance de la ciencia. Ya se decía hace muchos años en una zarzuela: La ciencia avanza que es una barbaridad…

Pero no es este el motivo de lo que hoy quiero expresar acerca del Universo.

Existe en la Física y Química un principio, nacido de la ciencia llamada Termodinámica, ampliamente aceptado, resuelto en fórmulas matemáticas, siendo posible su medición e influencia en los procesos de la transmisión de la energía, llamado la Entropía. Según definición aceptada, es la tendencia natural a la pérdida del orden en los procesos dinámicos físicos y químicos.

Conforme a esto, todo en el Universo tiende a igualar paulatinamente sus niveles de energía, con lo que, finalmente, al estar cualquier elemento del Universo al mismo nivel energético, no sería posible ningún proceso dinámico. Esto es así porque para producirse cualquier movimiento o cambio resulta preciso que exista una diferencia de energía entre los dos estados, el inicial y el final. En el límite, todo estaría al mismo nivel y el Universo “caería” en una quietud parecida a la muerte. Ningún cambio, ningún proceso, ningún movimiento.

Todos conocemos ejemplos en la Naturaleza de los procesos físicos más elementales. El río corre de la montaña al mar porque la montaña está más alta que el mar. Si estuvieran a la misma altura, los ríos no solo no correrían, sino que su misma existencia sería imposible. El sol calienta el mar porque su energía de calor es superior a la que posee el agua del mar. Si el sol y el mar estuvieran a la misma temperatura, nada se produciría. No habría evaporación de sus aguas, ni nubes, ni lluvia, y el vapor atmosférico estaría equitativamente distribuido por toda la Tierra.

Podemos montar en bicicleta debido a que nuestra fuerza, aplicada a su mecanismo, supera la resistencia que ofrece el camino al deslizamiento de sus ruedas sobre él, y porque existe la gravedad y el equilibrio mecánico en su dinamismo. Si no fuera así, no sería posible.

Curiosamente, esta situación es la descrita por los científicos en lo que llaman “la sopa cósmica”, el sopinstant. Nada se mueve ni reacciona a nada simplemente porque todo está al mismo nivel en cualquiera de sus características. Es la muerte, la ausencia total de orden y de movimiento.

Pero, y esto es lo inaudito, después de ese instante, ya sabemos, 0,0000000000000000000000000000000000000000000000001 segundos, ese sopinstant comienza a organizarse, cosa sorprendente, ya que del desorden no nace nunca espontáneamente el orden. Y a quien así lo crea lo invito a que venga a casa y entre en el cuarto de mi hijo.

Las partículas subatómicas, hasta ese instante formando sopa, se ordenan en átomos, perfectamente estructurados. Un núcleo, una pulpa electrónica, una nube electromagnética a modo de cáscara, resumiendo, una unidad completa de vida, con su morfología, su fisiología, su axiología, y en fin, su vida y su misión vital. Los átomos se agregan en moléculas, igualmente ordenadas y dotadas de vida, las moléculas se reúnen en formas cristalinas, ya visiblemente ordenadas según patrones de cristalización, luego los minerales, los líquidos, los gases… también organizaciones ya mucho más complejas y aún hoy aún encerradas en el más profundo misterio, como los seres unicelulares, pluricelulares, y así hasta llegar a constituirse seres complejísimos, desde la más pequeña brizna de hierba al más desarrollado mamífero.

Todo esto, a nuestro nivel de la Tierra. Igualmente ocurre con los sistemas planetarios, organizados por su estrella regente, las galaxias como organismos superestelares, y así hasta llegar al actual Universo que se nos manifiesta a nuestros ojos y al que nos empeñamos en estudiar como una materia muerta, como si un doctor en medicina se empeñara en estudiar únicamente cadáveres.

Desde antiguo se habla del macrocosmos y del microcosmos, del microbio y del macrobio. El orden dinámico implica vida, así como la vida implica orden dinámico. Entender la vida únicamente como algo similar a la nuestra, a la del hombre, es un concepto pobre, extraño y que ya debería haber sido superado. Existen muchas clases de vida de las que no alcanzamos a comprender su fisiología.

Solo asignamos vida a lo que se mueve y a lo que podemos observar, en nuestro restringido concepto de tiempo y espacio, que nace, se desarrolla, se reproduce y muere. Así, no podemos entender la vida de una estrella o de un mineral, porque su tiempo y su espacio en los que se desenvuelven superan nuestra corta visión humana. Yendo un poco más allá, quizá algunos seres vivientes de nuestra escala evolutiva, cuya existencia desconocemos, desarrollen todo su ciclo vital en nanosegundos, con lo cual nuestros medios de observación no llegan a captar su existencia. Del mismo modo, las estrellas y las galaxias, cuya vida puede alargarse durante miles de millones de años, son consideradas fijas, inmóviles y no sujetas a cambio alguno, y por lo tanto carentes de vida.

Según las tradiciones arcaicas, todos los seres del Universo tienen vida. Si ningún principio vital los mantuviera ordenados y en armonía dinámica, en desarrollo vital, no podrían tener existencia como tales, de la misma manera que un cuerpo humano, despojado de vida, pronto se deshace en sus componentes minerales. Pero los médicos, como dije, no consideran un hombre como un montón de minerales reunidos al azar, sino como un completo sistema en que todo está dispuesto para su función, organizado en elementos unidos por una delicada armonía energética que llamamos vulgarmente vida.

¿Qué mantiene al cuerpo humano con vida? ¿Qué mantiene a nuestro sistema solar con vida? ¿Qué mantiene a las galaxias, al Universo todo, con vida?

Quizá el antiquísimo Génesis de la Biblia judía nos de una pista. Allí se describe la creación del Universo de la siguiente manera, simbólica pero muy sugerente:

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la haz del abismo, y el espíritu de Dios se cernía sobre la haz de las aguas.

Y dijo Dios: “Hágase la luz” y la luz fue hecha. Y vio Dios que la luz era buena.

“Fiat Lux”

Parece evidente que, para la formación de un Universo perfectamente organizado, con la dinámica de la vida, no bastan casualidades ni azares. Ya lo dijo mi querido Albert: Dios no juega a los dados con el Universo…

Pero ¿cómo puede decirse que Dios creó al Universo?. Esta forma de hablar está bien para una narración simbólica a modo de mito. Pero no para la lógica evidente de las cosas. Si concebimos a Dios dotado de omnipresencia y de infinitud, no existiendo cosa alguna fuera de Él mismo ¿cómo podría crear algo que no contuviera? Si, como dice Albert, lo que más se acerca a su noción de infinito es el Universo y la estupidez humana, si bien considera esto último mucho más seguro, ¿cómo un Universo infinito existe al margen de un Dios infinito? Aquí hay algo que no cuadra… no pueden existir dos infinitos por separado… y a la vez.

Aquí quizá no venga bien recordar la tradición hindú, cuando nos habla de como se desenvuelve la vida del Universo. Decían que Brahma, dios creador y primero de la trinidad hindú, respiraba, como todo hijo de vecino. Cuando espiraba, su aliento daba origen a los mundos, y cuando inspiraba los mundos se resumían otra vez en él mismo. En verdad es una simbología muy sugerente.

A mi parecer, todas las simbologías de relevancia de los pueblos cultos que nos han precedido apuntan, no a una creación de un Universo externo y ajeno al agente creador, sino más bien a una manifestación de ese agente en lo concreto. Al decir de Platón, sería el mismo proceso que el de la plasmación de los arquetipos.

Un espíritu inmanifestado se manifiesta y se encarna en un “cuerpo”, su propio cuerpo. De esta manera, el Universo sería el “cuerpo de Dios” y Dios el espíritu de ese “cuerpo”, el Ánima Mundi.

Este planteamiento estaría acorde con las enseñanzas recurrentes de los pocos sabios que en el mundo han sido, de los creadores de religiones, de los grandes filósofos, de los alquimistas y de todo aquél que ha atisbado la realidad de lo real.

Dios está en todas las cosas… O, mejor dicho, todas las cosas están en Dios. La firma de Dios está escrita en cada una de sus criaturas. La esencia interna de todo lo existente es divina. El espíritu del hombre es de la misma naturaleza divina. Creemos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Sois dioses, pero lo habéis olvidado. Todos somos hijos de Dios, etc. etc. etc.

¿Panteísmo? Sí. Es más que evidente. Todo el Universo está impregnado del Espíritu de Dios, porque es el “Ánima Mundi”. Nada hay fuera de Dios, todo lo visible y lo invisible forma parte de Él, de Él formamos parte, de Él nacimos y a Él volveremos.

El Universo no es un cadáver. Vive. Y, como en el caso del hombre, del animal, de los vegetales, de los minerales, y de cualquier cosas existente, su espíritu forma parte del espíritu de Dios. Ese Espíritu de Dios que se cernía sobre la haz del abismo, cuando la tierra estaba oscura y vacía… cuando Dios dijo:

Fiat lux, y la luz fue hecha.


SOL DE PRIMAVERA EN CÁDIZ



Primer sol de primavera en Cádiz, en la Punta de San Felipe. Tuvimos la ocasión de enviarle un saludo, y nos brindó el inmenso espectáculo de su luz en toda su paleta sagrada de pintor celeste.

Gracias por ofrecernos este bello espectáculo, quizá de los más bellos de la naturaleza.


miércoles, 6 de agosto de 2008

PREMIOS



No soy amigo de recibir premios, ni reconocimientos, ni agradecimientos, porque creo que el premio tendría que darse a los que se toman la molestia de leer y considerar las cosas que surgen de mi interior.

Pero sí soy amigo de agradecer la consideración y la amistad de los que considero mis compañeros de camino. Uno de éstos es mi querida amiga Bet de Mar. Y como me hace partícipe de este premio, debo agradecerle su cariño, agradecerle el hermoso trabajo que desarrolla en su blog INSTANTES ETERNOS, felicitarle por su vida rica y enriquecedora, felicitarle también por la hermosura de su tierra querida, Bosque Mar, en Valeria del Mar, Argentina, y enviarle desde aquí el más cariñoso de mis abrazos.
Como me pide que haga extensivo este premio a otros blogs y, a pesar de estar muchos incluidos en los que recomiendo, los citaré a continuación, porque son de personas a las que admiro, a las que agradezco su trabajo generoso, y a las que considero gente maravillosa de las que nuestro mundo está hoy muy necesitado.
Desde esta página mi reconocimiento y gratitud a Bet de Mar y a todos los que hacen los blogs que cito a continuación:

BLOG DEL FILÓSOFO COTIDIANO
BLOG BRISA URBANA
BLOG LA CONDICIÓN HUMANA
BLOG SILENCIO ACTIVO
COMPARTIENDO IMÁGENES
EL VIAJE DE RIDDHI
PINTOR DE PALABRAS
SUELTO
BLOG CIELO Y TIERRA...SE ENCUENTRAN?
BLOG LIBRO DE ARENA
BLOG FENIX-LOS HIJOS DEL FUEGO

Este es el bendito lugar donde vive Bet. Gracias al mar y al bosque por prestar alas a su inspiración.

lunes, 4 de agosto de 2008

CÁDIZ, VELETAS, BANDERAS Y VIENTOS

  

En Cádiz los niños ya nacen metereólogos. Al parecer lo traen en sus genes. Todo gaditano es un hombre del tiempo, eso sí, del tiempo de su rincón de la bahía. Se crían entre dichos de sus padres, comentarios de los abuelos, y predicciones que escucha en las calles, en las plazas, y por todas partes. Así, le rodean frases como: “Va a saltá el levante, me duelen los callos” “Vaya levantera... como pa i a pescá” “Abrígate, ques norte pelao” “Va a cae ma agua que cuando enterraron a Bigote” “Que ponientito ma rico...” “Joé, que bochohno... esto e levante’ n carma” ... y cosas así. Mi padre, en mi casa, era barómetro, higrómetro y veleta. Cuando le escuchaba decir “ya saltao el levante” era, porque, en mi casa, cuando se escuchaba claramente el silbato de los trenes y las sirenas de los barcos, el viento venía del este. No fallaba, aunque eso sí, era una predicción casera, porque dependía de dónde vivieras. Si decía “va cambiá’l viento” era que ya le dolían los riñones, señal inequívoca de que el aire se estaba volviendo más húmedo y el aire venía del suroeste, que es de donde viene el agua de lalluvia. 

  

 Otra cosa muy habitual en nuestra tierra es soltar sentencias, o pareados, de los que se podrían reunir infinitos. Valgan algunos ejemplos: Norte en verano, levante en la mano. Levante que juevea no dominguea. Está surestando... no te vayas andando... Cuando el grajo vuela bajo... etc. Yo, en realidad, lo tenía fácil. Desde mi terraza se veía (las han quitado) la veleta y la banderola que coronaban la torre mirador más alta de la ciudad, la Torre Tavira. Hasta hace pocos años disponía de los servicios de un vigía, que avisaba a los consignatarios de la arribada de los buques, cuando aún quedaban las millas suficientes para prevenir todas las tareas necesarias. Así que solo tenía que asomarme y mirar la veleta o la banderola, y ya sabía que ropa ponerme, si podía ir a la playa o no, o si tenía que echar mano del paraguas. Incluso si había de abstenerme de salir de casa para nada que no fuera cuestión de vida o muerte. 

Y quizá todo esto se deba a nuestros genes marineros, de aquellos marineros de antaño, cuya pesca, el rumbo de su navío e incluso su propia vida, dependían de un cambio de viento o de una bajada brusca de la presión atmosférica. Aquí somos marinos, y tenemos grabado a fuego en el alma el alma de la mar, para lo bueno y para lo malo. Un poco marinos, un poco pescadores, un poco contrabandistas, un poco piratas... y siempre nuestro corazón moviéndose como las olas, a veces suaves, a veces como montañas, y nuestra vida siempre blanca como las espumas... y efímeras bajo el sol, como ellas. Nuestra lengua es también de los mares y no es raro escuchar en la barra de cualquier taberna un “Arría ya la carná” o un “¡Lárgate ya con viento fresco!” O, cuando la parienta se sale del tiesto, bajar al bar y comentar al parroquiano “Quillo, va saltá’l levante”. Porque el levante es un viento que irrita, altera, enfurece y, resumiendo, vuelve locos a tó quisqui. Así que aquí, al que más o al que menos, a cualquiera, le faltan por lo menos dos mareas. 

 

 

 

¡Bendito levante, que tó lo seca, meno la guardia civí!  

Pero os cuento todo esto porque esta mañana, cumpliendo con el rito de café y Diario, estaba con dos buenos amigos sentado junto a la ventana de un bar. Y desde ella se veía flamear la bandera de la ciudad, que corona la escasa altura de la puerta del mercado central. 

Y me comentó uno de ellos, mirándola : -Levante...- , como se dice escueta y cansinamente en nuestro Cái, encerrando en esa palabra todo lo que conlleva, que es mucho. Viento fuerte, calor, sequedad total, flojera e imposibilidad de playa. No te salvas en ningún sitio, a no ser a menos de cinco metros de la orilla, y eso si tienes cerveza a mano. A ver si no porqué iba a venir directo del Sahara. Es su deber ser así, y es bueno que así sea. Nos seca el verdín de las paredes, de los huesos y de la sesera. No habría otra manera de vivir en una isla como la nuestra. -José Carlos, la bandera señala viento del sur- dije yo, sin demasiado convencimiento. Porque en mis huesos sentía que era realmente levante, y ya lo había olido cuando venía de casa. ¿Habéis olido alguna vez la cercanía de un viento que viene? Pues aquí si lo olemos. De todas maneras -continué- no te fíes de esa bandera. Está muy baja y rodeada de edificios bastante más altos. Seguro que en la plaza el viento da vueltas. Solo me fiaré cuando vea la banderola de la Torre Tavira. 

 Siempre anhelé –le seguí contando- poner una veleta en lo alto de mi casa en Chiclana. Pero, aunque veía algunas en otras casas cercanas, me di cuenta que era inútil. Nunca señalarían el origen del viento. Rodeada de altos y viejos pinos siempre viviría como una de esas locas que no sabe nunca lo que dice. Y renuncié a mi pequeño sueño. Me conformo con mirar las copas de los pinos y hacer mis deducciones. Terminamos el café y nos marchamos cada uno a sus cosas. Pero camino de casa iba rondándome la imagen de la bandera que no era veleta, y la de mi veleta que no podía ser nunca cuerda. Y prometí solemnemente nunca orientarme por ninguna veleta que no estuviera en lo más alto que pudiera divisar, abierta a todos los vientos y, por supuesto, que se moviera con ellos.

domingo, 3 de agosto de 2008

EL CAMBIO Y LA PERMANENCIA


Sobre lo efímero y lo duradero.

Hace no muchos días, andando mi camino por la calle, pasé cerca de dos amigas de mediana edad que charlaban, casi rozándolas. Quien conozca Cádiz ya sabrá que esa situación es inevitable. Cualquier calle del centro se puede cortar al tráfico con tres personas dadas de la mano, y, en algunos casos con dos solamente.

Aquí se habla en alta voz, costumbre netamente andaluza, para perplejidad y pasmo de anglosajones y nórdicos. Y no solo conversaciones triviales, sino incluso secretos de alcoba pueden ser escuchados fácilmente en la calle, en el autobús, o incluso en el silencio del cine o del teatro.

Pues como os contaba, llegó a mis oídos, de manera no deseada, un retazo de su conversación. Una de ellas decía:

-Pues a mí solo me motivan las cosas nuevas… Si no, me aburro…-

Como seguí mi camino, sin detenerme, no pude saber el parecer de su interlocutora. Es una pena, porque me hubiera gustado enterarme qué cosa le motivaba a su amiga.

Pero, como casi siempre, el pensamiento que escuché me hizo reflexionar. Solo lo nuevo le motivaba, solo lo nuevo le motivaba… ¿Qué quería decir con eso?

Poco tiempo después lo relacioné fácilmente con la tendencia de hoy a buscar constantemente cosas nuevas, cosas nuevas… cosas nunca vistas, nunca oídas, nunca vividas. Pero… me preguntaba… ¿es necesario? Solo suele considerarse válidas las cosas nuevas, en un continuo cambio constante de todo lo que se vive. ¿Cómo era posible que a alguien le aburriera, es decir, no le volviera a interesar las cosas válidas que una vez se cruzaron en su vida?

En toda esta gente que asume esa norma de vida ¿qué es lo que permanece, qué forma parte de su ser más íntimo, de su yo, de lo que es inamovible? ¿No tienen ningún hilo conductor entre sus días y sus noches, entre sus horas, que le recuerden de vez en cuando quienes son, de dónde vienen, a dónde van?

Cuándo se pregunten por sí mismos, y quieran saber quienes son, ¿llegarán a encontrar alguna respuesta? ¿O simplemente se dirán: “yo no soy nadie, solo fluyo?”

Cierta vez, una amiga me dijo algo parecido. Yo le pregunté: ¿Qué tal estás? Y me contestó: “No sé. Yo solo fluyo…” Perplejo, y queriendo hacerle notar su estupidez, le pregunté: “Y, ahora, ¿para donde fluyes? Quizá te pueda acompañar en tu fluir…

No sé si comprendió mi broma con doble sentido, aunque creo que no, que solo fluía, aunque no llegué a descubrir hacia donde. Quizá fluía como los barcos a la deriva, a merced de vientos y corrientes, hacia ninguna parte.

Una vez escuché el pensamiento de un sabio. Decía:
“No hay viento favorable para quien no va a ninguna parte”

Creo que es verdad. Para recorrer un camino, para llegar a una meta, es preciso tener una meta y elegir un camino. De otra forma, la vida sería dejarse llevar, y, de la misma manera que un tronco de madera, que no es un barco, iríamos dando tumbos continuamente.

Cuando se quiere cambiar constantemente todo lo que a uno incumbe, y resulta aburrido lo que dura un poco más de la cuenta, deberíamos reflexionar sobre si profundizamos lo necesario en lo que nos brindan nuestros días. Descubriríamos que el aburrimiento tiene su origen no en lo cotidiano, sino en pasar rozando, solo, lo que nos ocurre, sin llegar a entrar en los significados, en las vivencias y en las experiencias.

Pensar que ha habido sabios que han pasado toda su vida profundizando en la vida de un simple microbio, que ello se ha convertido en su sentido, en su meta, en su significado… ¿Cómo podría resultarnos aburrida una simple hoja de un árbol o una cotidiana puesta de sol?

Podríamos pasar toda una vida junto a la persona amada, sin llegar nunca a descubrir su esencia más profunda y misteriosa. Nunca podríamos aburrirnos ni siquiera un minuto. Pero, si desterramos de nuestras vidas el misterio, ¿qué nos quedaría?






sábado, 2 de agosto de 2008

LA BUGANVILLA

En la plaza de San Antonio de nuestra pequeña isla hay una buganvilla. Y, cualquiera que acabe de leer la frase anterior dirá: “Joé, pos no hay buganvillas por tós laos... er gachó este parece que no ha visto ninguna en su vida...” Pues no, no conozco ninguna igual. Como esta, no. Porque no es como cualquier otra, y todo el que vive en nuestra tierra desde hace suficientes años inevitablemente la ama. Porque nos acompañaba en nuestra infancia y en nuestros juegos, junto al puestecito de Dolores, donde, con dos gordas de pipas o de algarrobas ya teníamos para echar la tarde. Y en nuestra adolescencia sonreía complaciente, gozando con nuestros primeros amores de piel de acné, y hasta es posible que se emocionara con los besos furtivos robados a nuestra primera amante. Acompañó nuestros pasos cuando nos miraba pasar con el blanco de Corpus de nuestras madres, blanco de los zapatos al cuello, blancas también nuestras almas. Y más tarde nos vio cruzar la desolada, blanca y enorme plaza con nuestro flamante terno, camino del Carmen, sudando todo lo que se puede sudar, pero sintiéndonos ya hombres, hombres importantes. Dio la bendición a nuestra primera novia... y a las siguientes. También bendijo a nuestros hijos. Y ahora mira con ternura a nuestros nietos, recordando sonriente el torpe caminar de nuestros primeros pasos. Y está ahí, como siempre, como el más patente símbolo de lo eterno, como un certificado de que nuestra vida existió de verdad. Nos muestra la permanencia en el tiempo, la continuidad del hilo invisible que nos ensarta como cuentas de collar, y nos asegura y recuerda cada camino, cada recodo, cada senda de nuestra vida. La suya fue tormentosa, no fue fácil. Cualquiera otra nos hubiera abandonado para siempre, hubiera desertado, hubiera desfallecido. Y, al menos yo, no lo hubiera podido sobrellevar. Me detengo junto a ella a veces, esperando el paso de un anciano benigno, de los que aman lo inmutable. Y lo abordo sin temor, porque nunca me he topado con ninguno de ellos que no la amara. Y hablamos de ella como de una amante, de su compañía, de su afortunada existencia... y siempre concluyo que todos la llevamos en el rincón donde viven los más blancos recuerdos. Porque en ella está toda nuestra vida, todos nuestros amores y todas nuestras penas, nuestros deseos y todos nuestros pasos. Hemos visto cómo la podaron brutalmente, lo que no consiguió más que estimularla a su lucha por nuestra compañía. Cómo encerraron su viejo tronco bajo un triste y gris cemento asesino. Pero no le importó, porque seguramente su alimento fue siempre nuestro amor, y sus raíces nuestros pechos. Su tierra, otrora placentero recinto de amarillo albero robado al sol implacable de su casa, es ahora de cerrado y muerto hormigón, que aprisiona su tierno abrazo a la tierra que en su día eligió. Pero yo sé que mi buganvilla, nuestra buganvilla, vivirá para siempre. Sé que, igual que me dio la bienvenida cuando la vi por primera vez con mis ojos limpios, me dirá su último adiós cuando me llamen del otro lado. Y también sé que la última imagen de mi alma en tránsito será para ella, porque es cielo, es eternidad y es, y ha sido... toda mi vida.