jueves, 26 de junio de 2008

CÁDIZ, LA CIUDAD DE LAS TORRES



 ¡Ya arriba en lontananza el bergantín “Victoria”...!

¡A cuatro leguas, al suroeste, con viento fresco!

Las banderas de señales de la torre se agitaban como gaviotas, bellas, ágiles y al viento. Todos en el puerto las leen lentamente, sin perder un detalle. ¡Al puerto, preparad los faluchos, mandad recado a los arrumbadores, preparad los carros, los aparejos! ¡Todos a arrimar el hombro! ¡Y no olvidéis el barril de ron! ¡Llega la “Victoria”, y hoy es día grande!

El puerto es un hervidero de hombres que van, vienen, se tropiezan, se agolpan. Todos ríen, cantan... y, como pequeñas hormigas, llevan, traen, colocan, amarran, afianzan...

El vigía, con su catalejo, los contempla orgulloso. A la voz de sus banderas todo el pequeño ejército se puso en movimiento, sus ojos fueron los ojos de su pueblo.

Sentado, alerta y gallardo, como un capitán, siente gozoso que su torre es el puente de su barco, que su barco es su ciudad, surcando la mar, que su mirada alcanza más allá del horizonte. El velamen de la “Victoria” o de cualquier otro buque, de carga o de guerra, le resulta tan familiar como cualquier dedo de su mano derecha.

¡Ya arriba la “Victoria”! ...y es seguro que trae sus bodegas repletas de dulce cacao, de caña, de oro y de plata, que trae en su quilla las cálidas huellas de las tierras del indio, aromas de miel, de plátanos ricos, de ron de las Islas.

Hoy arriba la “Victoria”, su carga intacta y su gente toda. Hoy Cádiz es fiesta.

Torres de Cádiz, mudos vigilantes de la mar océana, atentos testigos de bienes y males, de arribadas venturosas y de tristes naufragios, de reencuentros dichosos y de lágrimas de viudas, de hermosas bonanzas y duros temporales.

¿Qué no habéis visto con calma serena de años, qué no sabéis de dichas y duelos, qué velero desconoce tu hermosa silueta, tu blanco semblante?

Torres de Cádiz, ojos del cielo, gaviotas de luz, centinelas perennes, ¡vigilad siempre el camino de nuestra tierra!


 
 


lunes, 23 de junio de 2008

SOL QUE NACIÓ INVICTO



Sol que nació invicto
en lo profundo del invierno.
Que fecundó brotes y nidos,
amores y ternuras,
por la primavera blanca.

Sol que agostó flores,
en la vieja alquimia,
encerrando sus rayos
en la fruta jugosa
y en los tiernos corazones.

Sol niño, joven y viejo.
Sol nuevo y antiguo,
Novio, amante y esposo,
en brotes, flores y frutas.

Naciente, y pleno, y poniente,
amarillo, blanco y rojo,
padre amante, hijo sonriente,
complaciente y amado abuelo.
Siempre tú, tú por siempre.

Viajamos contigo, sentados
en el hueco de tu mano triunfante,
sobre el arco noble de tu brazo,
en la cuna amorosa de tu centro,
en tu ser, que es el nuestro perdido.

Lleva mis pasos amantes
como débiles huevos primero,
orugas cansinas y crisálidas luego,
al reino de tu luz,
de mariposas aladas,
a unirnos con tu brillo,
a morir en tu fuego.


lunes, 16 de junio de 2008

ZULEMA



ZULEMA



Recatándose medrosa
de la gente que la espía,
con andar tácito y ágil
llegó mi prenda querida.

Su hermosura por adorno
en vez de joyas lucía.
Al ofrecerle yo un vaso
y darle la bienvenida,
el vino en su fresca boca
se puso rojo de envidia.

Con el beber y el reír
cayó en mi poder rendida.
por almohada amorosa
le presenté mi mejilla,
y ella me dijo: “en tus brazos
dormir anhelo tranquila”

Durante su dulce sueño
a robar mil besos iba;
mas ¿quién sacia el apetito
robando su propia finca?

Mientras esta bella luna
sobre mi pecho yacía,
se oscureció la otra luna,
que los cielos ilumina.

Pasmada dijo la noche:
“¿Quién su resplandor me quita?”
¡Ignoraba que en mis brazos
la luna estaba dormida!

La cita nocturna
Ibn Al Abbar


Esta fue la poesía que me tocó recitar a mí. Y lo que sigue es lo que escribí aquella misma noche:

Aquella noche, Zulema bailó para mí.

No puedo ahora recordar casi, por la embriaguez amorosa en que quedé sumido, los dulces ensueños que movieron mi ser entero al ritmo de su cuerpo vibrante.

Sé que subí a mundos luminosos, que mi cuerpo, mi corazón y mi vida, desde el más pequeño de sus poros, se inundaron de los efluvios de Zulema.

Su ser entero, sus ojos negros, su dulce risa, las ondas lentas, sinuosas y vibrantes de su glorioso vestido terrenal, envueltos en las flores cálidas y voluptuosas de la música, me transportaron a no sé aún que radiantes esferas, de las que pretendí nunca retornar.

Sé que cuando bajó de su gloria, solo pude besarla y balbucear en su oído:
“Gracias, Zulema,... Alá es Grande”

Aquella noche, Zulema bailó para mí. Y mi corazón bailó para ella.


jueves, 12 de junio de 2008

ESTRELLAS DE MAR (relato de un cuento que escuché)



Un escritor perdió su inspiración, y aburrido de intentar relatar algo interesante y hermoso, fue a pasear por una playa cercana.

Andando tranquilo por la orilla vio a lo lejos a un pequeño que se agachaba una y otra vez, no logrando distinguir a qué dedicaba sus afanes.

Le resultó tan extraño que aceleró el paso hasta que ya cerca de él observó que se dedicaba a coger pequeñas estrellas de mar que la marea había dejado varadas en la arena, sin posibilidad de volver a las aguas, y por tanto destinadas a morir, y a entrarlas bien dentro y dejarlas allí.

Se acercó a él y le preguntó:

- ¿Qué haces muchacho?
- Ya lo ve señor, estoy tratando de salvar la vida a estas desgraciadas estrellas que la mar ha dejado fuera del agua y que de otro modo morirían.
- ¿Y, con todas las que puede haber en esa situación, no sólo en esta playa, sino en muchísimas, crees que conseguirás salvarlas a todas, crees que sirve para algo lo que haces, que a alguien le importa el trabajo que te estás tomando?

El muchacho, simplemente contestó, enseñándole una estrella que tenía en su mano:

- A esta estrellita sí le importa, señor.

miércoles, 11 de junio de 2008

EL HIBISCO AMARILLO



Hibiscus rosa sinensis
Me acerqué algo preocupado a mi hibisco amarillo. No sabía muy bien aún como decírselo. Y me sorprendió que tan pronto estuve a su lado me dijo que sí. Incluso me señaló la que debía ser. Sabrá por qué, pensé yo. Quién mejor que ella podía saber cual era la más fuerte, la más joven, la más vital.

Y con cuidado la desprendí de su madre. Entendí en seguida que conocía por qué se iba, a dónde se iba y con quién.

Cuando ya me alejaba escuché un rumor de hojas que me llamó, y retrocedí al momento a su lado. Era evidente, una madre que se desprende de su hijo que marcha a una nueva vida debe dar instrucciones concisas al responsable de su marcha.

- Ante todo que no salga fuera hasta que sus pies le aguanten con firmeza- me dijo- Al menos la cuarentena.
- Hay que darle el biberón cada tres o cuatro días. Pero no mucho cada vez. Le suele sentar mal.
- Mucha luz y alegría, pero hasta que vaya a su nueva casa que no le de el sol ni el viento. Estamos en invierno.
- Y cuando esté allí, dile a su dueña que piense que está acostumbrado al agua de esta tierra y cualquiera otra le puede sentar mal si la toma en abundancia. Que le vaya dando solo poquito a poquito hasta que la vaya admitiendo.
- Ya cuando sea algo más mayor sí que le gustará el sol como al primero, igual que a mí, y no le importarán los vientos. Y su nueva agua le sabrá a la de manantial.
- Que tenga en cuenta que somos de otra tierra, muy lejana, y tenemos costumbres distintas a las de aquí. Cuando en primavera nos vea desnudarnos de repente, al tiempo que las demás plantas se visten de gala, que no se asuste. Somos así. En primavera cambiamos de vestido y solo brindaremos nuestras flores al sol en verano e incluso en otoño. Así, cuando no haya otras flores y su jardín esté triste, nosotros lo alegraremos.

Asentí con la cabeza y le prometí cumplir al pié de la letra sus recomendaciones. Le agradecí una vez más su confianza en mí y en su nueva dueña y me dispuse a marchar.

Pero solo había dado algunos pasos cuando me pareció oír de nuevo un rumor de hojas.

- Se me olvidaba algo muy importante- me dijo- Es todavía pequeño, solo tiene dos hojas. Sé que disfruta con el canto de los pájaros y de las chicharras, pues le veo sonreír cuando amanece y las escucha, pero tiene miedo a que dañen sus dos pequeñas hojas. Te ruego que le busques como puedas un espantapájaros y lo tenga junto a él, al menos hasta que sea un poco mayor. El ya te lo dirá, porque de adolescente, como le ocurrió a otro de mis hijos, hay un momento en que empieza a darles vergüenza que le vean junto a un espantapájaros.

- ¡Ah! Y esto que te voy a decir te lo digo por su futura dueña. Sé que tu color es el nuestro, pero no el suyo, así que búscale una maceta color azul del mar.

- Bien –le dije sonriendo- no dudes que haré todo cuanto me has pedido. Gracias una vez más.





sábado, 7 de junio de 2008

CABALLITO BLANCO




Tengo, tengo, tengo,
tu no tienes nada,
tengo tres ovejas
en una cabaña.

Una me da leche
Otra me da lana
Y otra me alimenta
Toda la semana.

Caballito blanco
Llévame de aquí,
Llévame hasta el pueblo
Donde yo nací.

Esta canción infantil, cuyo origen desconozco, la aprendí cuando aún mi hijo era pequeño. Y siempre recuerdo que los últimos versos, los del caballito blanco, siempre terminaban empapando mis ojos de lágrimas. Nunca supe el porqué.

Y el otro día estaba sentado en el salón de mi casa, y mi mirada tropezó con un pequeño cuadro que hay en él. Es un conocido cuadro del Sr. Sorolla, que representa un caballo blanco llevado por un niño desnudo en la orilla de la playa. Es una bella pintura, que volvió a iluminar en mi alma mi caballito blanco. Y enseguida quisieron acudir mis lágrimas. Pero no quise que fueran estériles, y me pregunté qué cuerdas de mi violín son las que resuenan con el pequeño canto.

Pensé muchas cosas. Llamé a la puerta de mis recuerdos perdidos. Rebusqué entre los cajones de mis seres pasados. Volví a mirar a los ojos de mis propios antepasados.

Rebusco (siempre lo hago con miedo) en los días de mi infancia. Y me vi siendo un extraño. Perdido en un mundo que nunca entendía (tampoco nadie trataba de explicármelo) Me recuerdo como un niño de mirada triste y seria, acompañado siempre por una extraña congoja. Mirando con asombro y desconcierto lo que sucedía a mi alrededor, siempre temeroso, siempre como venido de otro lugar a un lugar que no comprendía.

Caballito blanco, llévame de aquí, llévame hasta el pueblo donde yo nací.

Quizá nunca me abandonó el hálito que me rodeó desde mi nacimiento. Recuerdo a mi alrededor una atmósfera fría y etérea, como supongo debe ser el aire de las estrellas. Oscuro, pero de negro puro. Seguramente los niños, envueltos en el aire cálido de la vida pronto se desprenden de su cáscara sideral. Yo, seguramente, para mi bien o para mi mal, aún la conservo.

Y quiero volver a mi pueblo. Que me lleve el caballito blanco. A mi lugar, a mi casa.


lunes, 2 de junio de 2008

QUISIERA




Quisiera abrir mi alma por entera
y blanca, y sin mancha,
darla pura a la mano pura,
darla desnuda en la mano abierta,
la que acaricia mi mano,
la que acaricia mis ojos.

Quisiera vestir de luz
el bello plumaje de tu ser
que, como espuma del cielo
brota de la nieve de tu piel,
de luz y de torbellinos,
de fulgores de ascuas encendidas.

Quisiera entrar en ti, quedarme,
para siempre fundido,
contigo por siempre.
Ser tus venas, tu aire,
tu aliento amoroso,
tu casa y tu destino.

Quisiera ser tu yo mismo,
tus entrañas y tus ojos,
tus manos y tus pies.

Quisiera... no sé yo qué quisiera...
Ser tu cielo, tu mar, tu tierra...
y tus estrellas.

domingo, 1 de junio de 2008

CÁDIZ, AMANECER EN LA CALETA




¿ACASO ES DIOS ALGO MAS QUE EL SOL Y LA MAR?

Amanece. Todo duerme. Solo el silencio. Todo está muerto. Sin luz, sin sonido, sin movimiento.
No vinieron aún los pájaros, ni los niños, ni las gaviotas. Hasta las piedras son frías, casi muertas.
No está el sol, padre de todos. La mar mueve sus aguas con timidez, suavizando su fragor, refrenando sus ansias.
Y aparece la luz, principio de la creación de un nuevo día. Y el mundo renace. Como siempre y como nunca. Siempre igual, pero siempre nuevo.
Fiat lux
Despierta la luz, y alienta el aire, las aguas salen de su sueño, se mueven las largas arenas y respiran otra vez las rocas.
Gaviotas que nacen de la espuma, moviendo el aire, y la luz. Blanco en el ocre de las rocas. Amarillo sobre el azul del cielo.
Y un hombre, en silencio y solo, camina a su barco. Comienza su trabajo, su afán, su vida.
Solo al amanecer, el sol y la mar. ¿Acaso es Dios algo más que el sol y la mar?