martes, 29 de septiembre de 2015

SENTIDOS POCO COMUNES







 Solo trato de enseñaros que cuando llueve las calles están mojadas.
G.I. Gurdjieff

Los sentidos corporales son cinco. Esto lo sabemos. Pero de los sentidos del alma hay dos que creo imprescindibles para vivir sabiamente. Me refiero al sentido común y al sentido del humor.

Es curioso, pero de todas las facultades del alma son los más raros de encontrar en una persona. Y más curioso aún, no dependen de su formación cultural. Se puede no saber ni leer ni escribir y sin embargo tener abundancia de ambos sentidos, y se puede tener una enorme cultura y tener una carencia notable de los dos.

Pero ¿cuál es la raíz y el asentamiento de ambos? ¿Y cuál es su importancia en la vida? Me parece asuntos dignos de reflexionar y aclarar.

Dicen que el sentido común es el menos común de los sentidos, por lo que me parece que se le ha dado ese nombre no porque todo el mundo disponga de él, sino porque está al alcance de cualquiera, aún sin disponer de conocimientos especiales. Creo que incluso hay animales que tienen mayor sentido común que muchos hombres. Ya sabemos eso de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra…

Quizá este sentido esté estrechamente relacionado con la captación de lo evidente. ¡Eso es de cajón! –se dice por aquí- ¡No tiene vuelta de hoja! ¡Está a la vista! Sí, sí… pero si fuera tan evidente, todo el mundo lo vería. Y resulta que casi nadie ve lo evidente. Pareciera como si lo cubriéramos de un velo que lo ocultase. Si está tan claro ¿cómo casi nadie lo ve? Aquí hay algo raro…

Muchas veces salta a la vista que algo es de una manera imaginando que fuera de la manera contraria. Si esta última es totalmente absurda debe ser de la otra. Hay que barrer la escalera de arriba para abajo. Pensemos en qué sucedería si lo hiciésemos al contrario.

En otros casos se trata de leyes naturales, las que, observadas una y otra vez, comprobamos que son inexorables, y que las consecuencias de las mismas son de sentido común. El fuego quema, la cosas se caen y se rompen, los golpes duelen, etc.
Pretender que estas leyes no actúen y tratar de evadir sus consecuencias es de locos, o lo que es lo mismo, de gente falta de sentido común.

La captación de la evidencia parecería que es algo que no tiene mayor dificultad, pero lo cierto es que mucha gente no está dispuesta a aceptarla ni a tomarla en cuenta. Así, se encuentra gente que, aunque llueva, está dispuesta a afirmar que las calles permanecen secas. Quizá por eso Gurdjieff dijo lo que citaba al principio, que su enseñanza se ceñía a enseñar eso, es decir, lo evidente. Habrá mucha gente que lo niegue, pero eso no significa ni deja patente otra cosa que su falta de sentido común.

El sentido del humor también es poco común y a veces es mal comprendido. Mucha gente piensa que lo tiene y que es de mucha utilidad, pero solo si no se aplica a él mismo. En este caso deja de tenerlo y de usarlo. Está bien para divertirse, pero… de los demás, no de él mismo. Y resulta que la raíz misma de este raro sentido radica en eso, en reírse de lo que a uno mismo le parece a primera vista de suma importancia.

Es un sentido benéfico, balsámico para el alma e imprescindible para no tener que suicidarse. El suicida es fundamentalmente una persona sin sentido del humor. Mitiga el sentido trágico de la vida, relativiza los dolores, los miedos y las dudas, resta importancia a lo que en realidad no lo tiene, cura la vanidad y el orgullo, alegra y dulcifica la vida y las relaciones con los demás y con uno mismo, acerca a las personas… hace la vida vivible.

Nunca conoceréis a una persona que se cree importante que tenga sentido del humor, ni a ningún vanidoso, ni a ningún soberbio… Es un sentido que es patrimonio de la gente sencilla, humilde, simpática y sabia.

Si conoces a alguien que no tenga sentido común ni sentido del humor te recomiendo que no hagas nunca un viaje con él.


jueves, 24 de septiembre de 2015

CÁDIZ, MAR Y LAVA





He conocido a muchos forasteros que, tras unas semanas respirando inmersos en la sal y la luz de nuestras calles, me han comentado sorprendidos y enamorados: “Siempre voy oliendo a mar... siento... como si estuviera andando por las rocas de La Caleta, como rompiendo con dulzura el camino blanco de su orilla...”

Y, como siempre nos ocurre, el forastero enamorado nos enseña facetas de nuestra tierra en las que nunca reparamos, como un amante apasionado repararía en los lunares escondidos de nuestra propia mujer, o en el brillo encendido de sus ojos, que miramos durante años pero que nunca descubrimos...

El forastero mira nuestra pequeña isla con el gozo fresco del primer amante, mientras nosotros la vemos como nuestra amada de toda nuestra vida, con el amor manso y profundo de una larga compañía.

Y yo, tras meditar un rato sus palabras, acerté a descifrar sus impresiones.

 Creo que esta ciudad, si te fijas, solo es mar... y lava, le dije. En esta calle por la que paseamos, o en cualquier otra, solo pisarás granito, y solo te rodearán edificios cuyos viejos muros guardan infinitas almas de infinitos compañeros de camino. Mira esas piedras. Dentro de ella aún respiran ostiones, almejas, lapas, caracolas, burgaíllos, erizos, cañaíllas, y un sinnúmero de viejos marinos gaditanos con sus barcas varadas para siempre.



Estas piedras son solo mar, y el suelo que pisas es solo lava.

¿A qué otra cosa podríamos oler? Como en el pequeño pueblo castellano hueles a era, a trigal y a paja, y en las tierras de Jerez hueles a mosto nuevo, a uva y a lagar, aquí el mar nos penetra... está hundido en nuestra carne, en nuestra casa... en nuestra alma.

Vi que sonreía, y vi que entendía mis palabras, pero, más que eso, sentía su comunión con el alma de mis calles... su comunión con la mar.

El sol y la mar. ¿Es Dios algo más que el sol y la mar? -le dije. Si por algo nuestra tierra está bendita no dudes que se debe a esa presencia cierta pero invisible. Seguramente a eso debemos nuestro carácter, nuestra risa y nuestra fe. ¿Te han dicho alguna vez que el sol no haya salido a su hora, que la marea no haya subido cuando debía?

Siéntate en cualquier esquina y pregúntale a la mar, por ti o por tu vida. Siempre te dirá, como una madre vieja, como una nodriza generosa, que Poseidón es muy, muy antiguo... No pierdas la fe, espera sólo mil años más.


lunes, 14 de septiembre de 2015

HIERBA QUE EL SOL SECARÁ...









¿Hierba que el sol secará
en los rigores del estío?

¿Ola de bravura desmedida
que, rozando fondos,
marcará su fin en la efímera espuma?

¿Nieve blanca, sin mancha,
que descubrirá la parda tierra
en su deshielo inevitable y final?

No sé...
No sé...

Pero no. No será.
El manantial no cesa, en su llanto.
La simiente enterrada brota sin cesar
y sin cesar la lluvia fecunda
los pechos abiertos a la luz,
los brillos y albores del hechizo,
las manos que no pudieron zafarse,
lo unido que las llamas unió.

No puede ser...
No puede...

No será.


domingo, 6 de septiembre de 2015

ENVASES "ABRE-FÁCIL"






"Estaba yo en la ferretería, comprando un cincel y un martillo para abrir una lata de abre fácil, cuando me encontré con mi amigo Manolo y…"
Tip, de Tip y Coll, humoristas.




Yo ya soy, digamos, de cierta edad, y mira que he luchado por mi aggornamento, pero los envases modernos aún me presentan un reto casi insalvable.

Cuando me encuentro ante uno de ellos, sea leche, bolsa de patatas fritas, latas, o lo que sea, me paso un rato observándolo con miedo, adivinando de antemano todo lo que me va a suceder. Un pequeño sudor frío me baña el rostro y mis manos tiemblan imperceptiblemente.

Trato de relajarme un par de minutos, me juro solemnemente mantener la calma, no irritarme, no insultar al fabricante y reprimir mis irrefrenables deseos de tirar el envase por la ventana.

Tengo formación técnica, y soy lo que llaman un manitas, por lo que siempre me propongo firmemente que un estúpido envase no supere mis reconocidas habilidades manuales. Tranquilo, aunque temiéndome lo peor, paso un buen rato observando detenidamente cada centímetro cuadrado del engendro, tratando de averiguar qué es lo que pensó el hábil diseñador, que el infierno lleve, para conseguir su apertura.

A veces, tras este delicado proceso no concluyo nada definitivo, y nunca encuentro ningún atisbo o indicio que me oriente por donde empezar. Así y todo hago los intentos que me dicta mi sentido común, pero sin resultados o, lo que es mucho peor, con resultados catastróficos.

Si abro la caja de leche, tengo a mano una esponja de cocina, pues ya sé que a la primera abertura el zumo de teta llegará hasta la pared. Y si se trata de un bote de medicinas o de limpiadores caseros, de esos que tienen un tapón inabrible, anti-niños y anti-adultos, hago acopio de fuerzas en los músculos de mi mano.

-Recuerda, Miguel, apretar bien hasta el fondo, y, sin soltar la presión, girar en el sentido contrario a la de las agujas del reloj. ¡Y yo con artrosis en las manos! ¡Coño, ¿hay que ser boxeador para abrir esto?!-

Si pretendo abrir un plástico hermético de lonchas de embutidos es más fácil, voy directamente a coger la tijera y me olvido del abre-fácil. Je, je… a cortar por lo sano, que es lo mío.

Las latas ya son otra cosa. Me pongo los guantes de seguridad para no cortarme, tiro de la anilla y ya está. Eso pienso, pero... ¡ya me he quedado otra vez con la anilla en la mano…! ¿Y ahora qué? La punta de un destornillador nunca me fallará –me digo- Por supuesto no falla, pero además de abrir la jodida lata, engraso el destornillador, mi mano, mi ropa y el suelo. ¡Fregona, fregona!

Todo, todo, pero todo, está envasado con seguridad. Tanta seguridad que se necesita un especialista, especialista de los de las películas, tipo Bond, James Bond, para desenvasar lo que con tanta seguridad se envasó. El queso está envasado, el desenvasador que lo desenvase buen desenvasador será…

Esta misma mañana, en la cocina, al ir a coger otra cosa, vislumbré dentro de un armario un pequeño envase de plástico rígido que contenía unos deseables bombones. Tomaré uno –me dije-, total, uno solo no es pecado contra el dios colesterol.

¡Qué idea nefasta! El fuerte deseo me impulsó a la dura batalla de abrir el envase. Observé atentamente. ¡Ya lo tengo! La etiqueta del producto envolvía el paquete en todo su perímetro. ¡Te cogí, diseñador! ¡Me lo has puesto fácil… Lo quité, con una tijeras, claro, no creo que nadie fuera capaz de ver su principio ni su final… Pero… había más trampas. No veía nada que pudiera ser tal... Observé, con ayuda de una lupa, la unión entre el cuerpo del envase y la tapa. Era perfecta, pero no veía nada que pudiera ser un obstáculo para la abertura. Cogí una pequeña navaja para pasearla por la unión concienzudamente. Triunfante, hice el intento de deshacer tan burda trampa. ¡Nada! Solo se abrió un pequeño trocito por un lateral. Forcé la máquina, dispuesto a no dejarme vencer…

¡Zás! ¡Cataplássss! El envase estalló en trozos, dejando caer su dulce contenido.
¡Te jodí! Me voy a comer a tu salud uno… o dos bombones, y tu, puñetero envase, ¡a la basura!

Y pensar que los plátanos son tan fáciles de abrir… Una vez más la Naturaleza nos gana en sabiduría.


miércoles, 2 de septiembre de 2015

VOCES NORUEGAS



Dirigidas por la excelente directora musical Grete Pedersen. Gracias Grete...