domingo, 22 de enero de 2012

LA GRASIA DE CAI

























     Hablaba con un viejo amigo, casado felizmente con una mujer japonesa, matrimonio de muchos años, cosa por cierto hoy poco corriente, sobre lo difícil y complicado que puede resultar para un gaditano entenderse con una persona nacida en oriente, como es su caso.
     
       Yo le decía que ya es difícil entenderse con un español del norte, como pudiera ser un catalán, un vasco o un gallego. Y, apurando más aún con un andaluz de cualquier otra provincia, granaíno, por poner un caso. Así que con una japonesa…
     
       No lo digo, por supuesto, en el terreno del lenguaje, que todos sabemos es difícil también, o en las costumbres, o en la cultura. Y si no lo cree así, pruebe un gaditano a explicarle a alguien que no lo sea en qué consiste que algo esté “cambembo”. Poco menos que imposible que lo podamos explicar, y mucho más imposible que el otro lo entienda. Yo, en este caso, para no empeñarme en algo destinado al fracaso, lo que hago es enseñarle una sartén cambemba, o una mesa cambemba. Así es más fácil que lo comprendan.
     
       Lo verdaderamente difícil, que a veces se convierte en un tormento para el gaditano, y mucho más aún para el forastero, es entender la grasia de Cai. El doble sentido, la exageración, el hablar en serio algo que es en broma, o en broma algo que es serio, y otras muchas cosas propias de aquí.
     
       ¿Cómo puede entender un forastero que llamemos cariñosamente a alguien “hijo puta”, por ejemplo, y nos quedemos tan tranquilos ese alguien y nosotros? ¿Y por qué no puede entenderlo? Pues porque ese alguien, también gaditano, sabe perfecta e inmediatamente si se trata de un apelativo cariñoso o de un insulto, pero el forastero no puede entender cómo logra adivinarlo en décimas de segundo.
     
       La guasa no tiene cura, dicen por aquí. Y es bien cierto. Está tan enraizada en la gente de Cai que, si tratáramos de extirparla sería imposible, a riesgo de extirparle su esencia de gadita.
     
       Por experiencia, creo que lo más complicado para un forastero es conseguir descifrar rápidamente si lo que un gadita le cuenta se trata de algo en serio, verídico, o lo está diciendo en broma. Lo más usual es que piense que le está tomando el pelo, e incluso más de uno se ofende.
     
       Para mí es un auténtico placer y un baño gadita el hacer cola en el puesto de churros de mi amigo El Luna, el del puesto de La Guapa, y sobre todo en verano, que hay mucho forastero. Me contaron que el mes pasado, agosto, había una cola considerable esperando para comprar los excelentes churros que hace y vende allí mismo, a la vista de los clientes. Y en estas, llegó un hombre que, saltándose la cola, pidió que le despacharan. Por supuesto, El Luna le señaló la cola, con una breve pero clara instrucción, a lo que el hombre, que era forastero, le espetó en alta voz:
     
       - Oiga, que yo no soy de aquí, que soy de fuera…
     
       Tras oír toda la cola tan absurdo argumento, comenzó el cachondeo.
     
       - Venga, Luna, despáchale a este hombre ya, que no es de Cai.
     
       - Joé, Luna, ¿lo vas a hacer esperar? ¿No te ha dicho que es de fuera?  ¿Qué van a pensar de la gente de aquí, que hacemos esperar a los  veraneantes? A lo mejor el hombre tiene prisa, o lo está esperando su  familia en la Caleta con el cafelito en la mesa…
     
       - Desde luego, Luna, eres un cabrón. A partir de mañana me voy al  puesto de al lao, sieso. ¡Vaya forma de tratar a una persona que es de  fuera…!
     
       En fin. A qué abundar. Os lo podéis imaginar. Guasa y risa para un buen rato.
     
       Esto es una anécdota de los cientos que se pueden vivir todos los días. Me han contado que hay gente “de fuera” que va a ver los partidos de fútbol en Cádiz no para ver el partido, que es lo que menos le interesa, sino para escuchar los comentarios de los que tiene alrededor. Por supuesto, coincido con ellos. Los comentarios suelen ser mucho más interesantes que el partido. Mucho más. Y sobre todo para una persona “de fuera”.
     
       Tengo amigos y amigas sudamericanos, inteligentes y con sentido del humor, que han tardado años en acomodarse a este batiburrillo verdaderamente infernal del doble sentido y de la guasa, de la mezcla constante entre lo serio y lo jocoso, entre lo cierto y lo falso, entre lo justo y lo exagerado.
     
       - Quillo, el otro día estuve a punto de coger una corvina de tres kilos.
       - ¿Se te perdió? ¿Rompió la línea? ¿No pudiste subirlo? ¡Que pena ¿no?!
       - ¡Qué va! ¡Peor! Estuve a punto, pero se dio cuenta el del puesto del pescao…
     
       Todo el día igual. De ahí la fama que tenemos de que todo lo tomamos a broma y de que no hay manera de entenderse con nosotros.
     
       Pero yo diría que sí que hay forma. Es cuestión de paciencia, cariño, sentido del humor y finura de inteligencia. Y lo que sí puedo asegurar a cualquiera es que, una vez conseguido, se tiene uno asegurado una vida alegre, risueña y apacible en esta tierra, difícil, sí, pero, como todo lo valioso, inapreciable.


martes, 3 de enero de 2012

MÚSICOS Y POETAS






Hoy vino a comer a casa una amiga, y cuando llegó acababa yo de terminar de imprimir la partitura del concierto para piano número 3 de los de Beethoven. Y como ella estudió música en su día, y además le encanta, le puse el disco para que los dos la fuéramos siguiendo en la partitura. Debo confesar que nos perdimos enseguida.

Después de escuchar un rato, me dijo, pensativa:

- A los músicos yo creo que les pasa lo mismo que a los poetas. Que sufren... están tristes... quiero decir, lo pasan mal en sus vidas. Todos tienen unas vidas atormentadas. Siempre los he visto propensos a la melancolía. Yo creo que para vivir más o menos feliz se necesita ser un poco más insensible a las cosas... Estar a esos niveles parece que te lleva al sufrimiento.

Yo me quedé un rato perplejo, quizá porque me sonaba que yo había tenido esa impresión en muchas ocasiones a lo largo de mi vida, y cuando escuché sus palabras me puse a bucear en mi interior tratando de hallar impresiones, explicaciones, símbolos y... respuestas.

Seguramente el motivo es la sensibilidad. El que es sensible puede sufrir más, aunque también puede conocer más dicha. A mí me parece que es como la cuestión de la piel. Hay gente que la tiene más dura... más curtida, quizá por su trabajo... o por su forma de vida... Y también hay otras, por el contrario, que tienen la piel muy fina y delicada.

Si se rozaran con rastrojos, se pusieran largo tiempo al sol, o le picaran los mosquitos, el de piel dura sufriría menos. Está claro. La tiene más fuerte y así le protege más. Pero imaginémoslos a cada uno de ellos en la cama compartiendo caricias con su amante ¿Cuál de los dos sentiría más placer?

Todos hemos oído alguna vez lo desgraciado que fue Beethoven, siempre anhelando su amada inmortal, a la que nunca poseyó. A Bécquer que por solo una mirada daba un mundo y por una sonrisa un cielo... y al que no se le ocurría siquiera que pudiera dar a cambio de un beso...

Todos conocemos más o menos la triste historia del “loco del pelo rojo”, las desventuras de Don Quijote y lo mal que lo pasó Epícteto con su cruel amo.

Sí. Todos conocemos eso porque todos hemos vivido en alguna medida el sufrimiento y creemos poder imaginar esos mismos sufrimientos en las almas grandes. Recuerdo a L. Cohen cuando decía:

Your pain have no credentials here, it’s just a shadow of my wound…, que, en español viene a decir más o menos: Tu dolor no tiene credenciales aquí, es solo la sombra de mi herida.

Así que no presumamos de dolor, porque nuestros dolores, como nosotros, suelen ser muy pequeños, pequeñeces, para los hombres grandes.

Pero no olvidemos lo de la piel. Imaginamos (fantaseamos) sobre sus dolores y penas, pero no tenemos idea de su dicha, de su gloria, de su visión y de su cercanía con la belleza divina. No podemos siquiera vislumbrar los placeres de sus amplios espíritus.

Si para nosotros un beso de la amada es eso, solo un beso, ¿imagináis que sería para Beethoven, o para Bécquer?

Si para nosotros una música es bella y gloriosa, ¿podemos imaginar qué ocurriría en el alma de Mozart mientras garabateaba sus papeles en su “soledad” con lo divino?

No. El hombre solo conoce lo que es semejante a él. Y nosotros, pequeños, solo conocemos lo pequeño.