lunes, 30 de junio de 2014

¿HIERBA QUE EL SOL SECARÁ?








¿Hierba que el sol secará
en los rigores del estío?

¿Ola de bravura desmedida
que, rozando fondos,
marcará su fin en la efímera espuma?

¿Nieve blanca, sin mancha,
que descubrirá la parda tierra
en su deshielo inevitable y final?

No sé...
No sé...

Pero no. No será.
El manantial no cesa, en su llanto.
La simiente enterrada brota sin cesar
y sin cesar la lluvia fecunda
los pechos abiertos a la luz,
los brillos y albores del hechizo,
las manos que no pudieron zafarse,
lo unido que las llamas unió.

No puede ser...
No puede...

No será.


miércoles, 25 de junio de 2014

NOS ROBARON EL SILENCIO




Esto escuché al poco de encender la radio al ir a acostarme. Hablaba un chamán mexicano. Me llegó a mi centro tan directo y tan real que comenzaron a resonar en mi tantas cosas… tantas… y todas acordes a lo que dijo ese hombre.

Nos robaron el silencio. Repentinamente y de un solo golpe de luz vi que había sucedido así. De inmediato surgió la pregunta: ¿Y por qué? ¿Por qué habrían de querer robarnos nuestro silencio?

Poco a poco fueron apareciendo las respuestas, las certezas. El silencio era considerado peligroso. En el silencio se escuchan cosas peligrosas. Se plantean dudas peligrosas. En el silencio al hombre puede ocurrírsele pensar.

El silencio es peligroso, y para mantener en paz al rebaño hay que evitárselo y mantenerlo siempre en el ruido. En el ruido se dejará llevar donde queramos, pensará lo que queramos, sentirá lo que queramos, hará lo que queramos. Esto lo saben muy bien los amos de la caverna, los magos negros.

El silencio, y la soledad, pueden llevar al hombre al camino de salida y, lo que es más peligroso aún, puede contaminar a los demás. Y puede hablar y mostrarse de una manera especial, distinta a la ordenada al rebaño. Todo ser humano que mantenga silencio y soledad debe ser combatido con la marginación, con la calumnia, y si es preciso, con la muerte.

Hay que fomentar el ruido y el miedo al silencio. Hay que valorar la multitud en lugar de la soledad. ¿Quién sabe cuanto mal nos podría hacer el hombre silencioso y solo? Ruido, ruido, muchedumbre, hay que evitar que el ser humano se sienta distinto y poderoso. Hay que alabar a los mediocres, a los pusilánimes, a los deformes, a lo inarmónico, a lo feo, a lo vulgar, al sufrimiento, a las bajas pasiones. Hay que podar pronto los tallos que despuntan, a los únicos, a los individuos, a los que aman lo bueno, lo bello y lo justo. ¿Qué sería de nuestra modélica sociedad si unos cuantos se dedican a buscar tales cosas? Hay que convencerlos que esos ideales solo existen en su loca cabeza y que los seres humanos somos como somos y nada de esas cosas debe interesarnos, pues nuestra salud mental peligraría.

“Solo hay tres cosas dignas de romper el silencio, la música, la poesía y el amor”

Esto dijo Amado Nervo. Y no se equivocó. Porque la música, la poesía y el amor son silencio. Si son ruido ya no son nada. El silencio es armonía. La Naturaleza es armónica y silenciosa. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque entero creciendo en silencio. El ruido es muerte, el silencio es vida.

Desde dentro de cada uno de nosotros hay alguien que habla y sabe lo que dice, pero habla tan bajito, casi susurrando, que es preciso permanecer en absoluto silencio para escuchar claramente qué nos dice. De otra manera, inmersos en el ruido, nunca le podremos oír, y por lo tanto escuchar su voz. Es la voz del silencio.

El ruido no es solo lo que captan nuestros oídos físicos, porque nuestros oídos físicos también pueden captar y llevar a nuestra alma el perfecto silencio de una música bella, del sonido del viento y las olas rompiendo en la arena. Y estas cosas no son ruidos, son la voz de la belleza, de la armonía y de la naturaleza. El ruido es inarmonía, es ausencia de perfección. Lo perfecto es bello, bueno y justo, y no es ruido, es armonía. Es el alimento de nuestro ser interior.

El ruido es la dispersión, lo que nos aturde constantemente, lo feo, lo vulgar, lo mediocre, los instintos, y, en general, todo aquello que nos impide oír la voz pura del silencio, de la armonía.

Siempre recuerdo lo que un día me dijo un gran amigo. Me dijo:

- Mira, imagina a cien personas reunidas en una plaza. Cada uno de ellos está hablando constantemente de asuntos dispares. ¿Qué escucharás? Ruido.
Ahora, organiza esas cien personas por el tono y la calidad de sus voces en cuatro grupos, dos grupos de mujeres y dos de hombres. Llámales sopranos a las voces altas de mujeres, y contraltos a las de voces bajas. Llámales tenores a los hombres de voz alta y bajos a los de voz de tono bajo. Consigue que aprendan cada grupo su parte de la partitura de, digamos, “Ave verum corpus”, de Mozart. Acompáñalos con un órgano y haz que canten en la plaza. ¿Qué escucharás entonces?

La respuesta era evidente: me quedaría mudo y mi alma escucharía, captaría y se alimentaría de armonía pura. Eso ya no era ruido. Eran las mismas cien personas que antes hacía ruido y ahora estaban produciendo armonía pura. Es decir, silencio perfecto.

“Antes de que el alma sea capaz de comprender y recordar, debe estar unida con el Hablante silencioso, de igual modo que la forma en la cual se modela la arcilla lo está al principio con la mente del alfarero.
Porque entonces el alma oirá y recordará.
Y entonces al oído interno hablará
LA VOZ DEL SILENCIO.”
(Fragmento del libro de igual título, en el que H.P.B. recoge ancestrales enseñanzas tibetanas)



viernes, 20 de junio de 2014

VOLVISTE A LA VIDA









Volviste a la vida.
Renaciste.
Conmigo.
De mi mano.

Y yo de la tuya volví también,
a mis cosas y a las tuyas.

Conmigo fuiste a los Campos Elíseos
a aspirar el perfume de las flores.

Juntos escuchamos el silencio 
del mar en las rocas,
el silencio del aire en las hojas,
el silencio de los ojos tiernos,
el silencio sin nombre de los amores.

Juntos recogimos el trigo de los campos,
y juntos vimos abrir las amapolas,
y vendimiamos las viñas juntos,
y juntos pisamos las uvas doradas.

De mi mano comiste el pan que cocimos,
en hornos lentos y cálidos.

De tu mano blanca tomé el vino amoroso,
de la uva que pisamos 
y que el tiempo fermentó.

Tomamos de la mano los ángeles alegres,
que revoloteaban tu cabeza,
y la mía, en la tuya asentada.

Y reímos en su risa.
Y en su llanto lloramos,
y nos llevaron arriba, muy lejos, muy lejos...

Más allá de las nubes.
Más allá de los días y las noches.
Más allá de nosotros.
Más allá de ti.
Y de mí.



lunes, 16 de junio de 2014

LA MIRADA TRANSPARENTE



Tiene Turca una mirada... No sé que hay en esos ojos, pero es lo más cercano que encuentro a la pureza. Sus grandes ojos negros son limpios y transparentes. Te asomas a ellos como a las aguas quietas de un lago profundo.

Seguramente Dios sí la hizo a su imagen y semejanza. Y no fue necesario expulsarla del paraíso. Vive en él, y nada sabe del bien ni del mal.
Como un ángel negro se acerca a mi costado y me mira.

Su silencio es solo de palabras. Sus ojos hablan mucho más que cualquier libro de poesía. Su voz está en el aire, en la luz que desprende su mirada. ¿Para qué quiere la palabra? Todos sabemos que casi siempre solo sirve para crear malentendidos. Todos sabemos que solo es claro el lenguaje del corazón. Y ella lo tiene. Grande y limpio.

Cuando duerme, se desprende de su cuerpo, no sé a donde va. Solo sé que su huida ha sido tan completa que parece muerta. A veces la toco para sentir el aire mover su pecho, o acerco mi oído a su cara para sentir su aliento. Siempre descansa cerquita de mí. Ella sabe que estoy a su lado. Con mi compañía le basta. Le rodea mi hálito. Y ella me rodea con el suyo. Es su mundo. Es el mío.

A solas en la noche, me acerco a contemplar lo ancho donde vivo, mi casa celeste, negra en la noche, pintada de estrellas, átomos de nuestras entrañas. Ella se sienta conmigo y me mira. Mira su universo,... y yo miro el mío. Pelo negro, como el cielo, ojos brillantes, como la luna.

Su vida de niño es clara, sencilla y simple. No hay engaños, ni deudas, ni reproches. No conoce la falta ni necesita el perdón. Pide sin reparo, toma sin solicitudes, descansa sin horas.

Toda su vida la ha tejido en mi telar. Estuve en todas sus horas, en todos sus días y en todas sus noches. En todos sus dolores y sus placeres. En todos sus juegos y en todas sus horas plácidas. Fue niña, fue adolescente, fue joven, es adulta.

Jugó de niña en mis manos. Cuidé de su primera sangre en la adolescencia. Estuve junto a ella cuando la vida sembró vida en su seno. Y sufrí sus dolores de parto, su desazón desgarradora. Tuve en mis manos, aún sin vida, los retoños brotados de sus entrañas. Y mis manos hicieron que el primer aire del mundo entrara en sus pequeños pechos. Y enterré en mi huerto, llorando, uno de sus pequeños hijos, de las estrellas devuelto a las estrellas.

Milagro de una vida entera en solo uno de mis días.

Y ahora está aquí a mi lado. Sus ojos transparentes acarician mi corazón abierto en lágrimas, que se desborda regando los sembrados donde nacen las flores más bellas. Las flores del corazón.







martes, 10 de junio de 2014

CÁDIZ, BARCAS EN LA CALETA




      Azules y verdes, rojas, marrones, violetas, blancas, de todo color, de toda forma, grandes, pequeñas, todas juntas, muy cerca, como abrigándose unas a otras de los vientos.

     Sus cuerpos son como el de una mujer, de curvas que por su hermosura, por incontables y diferentes, son casi imposibles de reproducir en un papel o de mantener en la retina. Todas bellas, y todas diferentes. El artista que les dio forma es seguro que estaba enamorado de sus contornos, de su figura entera, de su escorzo, de su apacible descanso sobre las rocas.
     
      Ahí están, desde que mis ojos tropezaron con ellas por primera vez, siendo un niño, y allí estarían en los años de mis abuelos y tatarabuelos. Forman parte del mágico paisaje de este rincón tan querido por todos.
     
      Barcas sabias de la mar, viajeras entre aguas que corren entre piedras, en bonanza, en mala mar, con vientos de cualquier punto de la aguja, portadoras del sueño de sus pescadores, llevando ilusiones, trayendo peces, llevando amistad y alegría, llevando tras de sí su estela blanca y sus gaviotas, compañeras infatigables.
     
      Las vemos meciéndose al amor de las quietas aguas, saliendo firmes por la canal cerca de San Sebastián, posadas suavemente sobre las verdes rocas, o cabeza abajo cuando su dueño le limpia su quilla y sus costados para aliviarla de habitantes no invitados al viaje, para que la suavidad de su fondo se deslice mejor bajo  la mar.
     
      ¡Cuánto no sabrá la barca de sus dueños, de sus inquietudes, de sus amores, de sus dolores! Confesora fiel, como un buen amigo, como una amante querida, como un abuelo, como un perro.
     
      Siempre está ahí, esperando apacible, y pareciera que salta de alegría viendo llegar a su dueño cargado con las redes, con las cañas, con la carná. ¡Vamos de paseo! ¡Me saca a pasear! ¡Ya sentía frío en mis cuadernas…! Querido dueño… ¡cuánto te amo! ¡Vamos ya!
     
      Y, alborozada, rompe con su quilla las aguas tranquilas y enfila la bocana de salida a la mar abierta, dispuesta a todo por ayudar a una buena pesca.
     
      Ya de vuelta, cansada, pero satisfecha de su viaje, acercarse al varadero a soltar la plateada carga aún saltando en su frescura. Ponme en buen lugar, mi dueño, ya sabes, donde esas rocas suaves, para que cuando me pose sobre ellas en la marea baja no me cause dolor en mis trabajados fondos. Tengo ya muchos años, y he recorrido ya muchas millas. Adiós, amo, que vuelvas pronto, eres mi alegría y mi sentido.
     
      Adiós, pequeña, has trabajado bien… te daré un buen baño de agua dulce y… muy pronto volveré a verte, muy pronto…



jueves, 5 de junio de 2014

ARMONÍA




Mi anterior entrada, que publiqué con el título “Unidad y diversidad”, terminaba con una pregunta: “¿Y cómo puede lograrse la armonía?” Y ya que hice la pregunta, creo mi deber, no contestarla, sino tratar de aportar mi escasa comprensión ante asunto tan profundo.

Lo más simple sería decir: armonía es aquello que une lo diverso en una unidad. Bueno, sí, puede ser una definición, pero a mí nunca me dejaron satisfecho las definiciones, porque siempre me parece que tienen truco. En este caso cualquiera podría preguntarme: ¿Y cómo muchas cosas se pueden hacer una sola? Y entonces estamos igual que al principio.

Es evidente que la armonía de un conjunto no es ni la suma de cada elemento ni ninguno en particular, ni un grupo de entre ellos. Creo que es algo que no está en el grupo, es algo que está entre ellos y por encima de ellos, podríamos decir que está en un nivel superior al de todos los elementos del grupo. Y tiene una virtud, una cualidad, que no tiene ningún elemento del grupo. Esa virtud le hace capaz de crear una unidad armónica, con entidad propia y, repito, a un nivel superior.

Me gusta la música, ya sabéis, y acudiré a ella para explicarme o, más bien, para tomar ejemplos.

Nadie negaría que la quinta sinfonía de Beethoven, o la tercera, o cualquier de ellas, es cada una una unidad en sí misma. Incluso leí unos comentarios de Leonard Berstein en los que afirmaba que todas las sinfonías de Beethoven en su conjunto formaban una sola unidad, y que no era posible comprender, en su más profundo sentido musical, una u otra separada de las demás. En este caso, a las unidades de las sinfonías se superponía, en un nivel aún superior, otra unidad más amplia, la totalidad de las sinfonías de Beethoven. Yo, aunque humildemente, me atrevería a ampliar eso que dijo el profesor Berstein, y yo afirmaría que toda la obra de Beethoven posee una unidad, y que no es posible conectarse con el alma del compositor comprendiendo una sola obra de su pluma, es preciso comprender toda su obra. Es, por así decirlo, una unidad aún superior a la anterior comentada, y la crea el alma del compositor.

Creo que hemos dado con una de las claves. Un grupo humano, cuando tiene unidad, es decir, es propiamente un grupo y no un amontonamiento de personas, tiene un alma. Tiene, por decir así, algo que siente, piensa y actúa movido por un alma única. Existe armonía entre sus miembros, y existe, como consecuencia, unión.

En este momento alguien podría preguntar: “¿y ese alma, de quién es, de donde viene, cómo surge?

Yo diría que se crea cuando, misteriosamente, nace una identidad de sentimientos, de pensamientos y de fines vitales. Y ese alma mueve al grupo, lo hace un solo ser, y lo lleva hacia su meta, con una fuerza que es muy superior a la suma de las fuerzas de cada elemento.

Desde luego, esta situación no se consigue por el voluntarismo de querer que sea así y ya está.

Las personas del grupo, antes, deben acercarse a su condición de individuos, es decir, singularidades, con lo que es mucho más fácil conseguir la identificación necesaria. Si se trata solo de personas sin nada en común unas con otras, aferradas a sus propias personalidades, siempre dispares, la armonía se vuelve imposible. En el ejemplo de la orquesta, un violín tocaría una pieza de Sarasate, porque le gusta más, y otro a Paganini, que es su preferido. Y el violoncelo tocaría algo de Bach, al que adora. O bien, uno tocaría más lento y otro, que fuera más nervioso, más rápido, y los más flojos solo tocarían de vez en cuando, cuando les apeteciera. El resultado os lo imagináis, ya no sería un concierto, sino un desconcierto. Bueno, de esta manera no hay nada que hacer.

El Universo es armónico, y bello, porque los astros cumplen las leyes. El sol no sale cuando le apetece y por donde le apetece, ni Mercurio hace rabona de sus deberes, ni la galaxia de Andrómeda, cuando está cansada, se va un año, o un milenio, de vacaciones. No podría ser.
Todos recorren puntual y estrictamente sus órbitas, y son alegres por ello. Cumplen su misión en el conjunto armónico. Saben que el orden del Universo incluye también su propio orden particular, y que su propio desorden puede desordenar el Universo.

Platón nos decía que lo bello ha de ser bueno, y que lo bueno ha de ser bello. Esta relación puede ampliarse al conjunto de sus arquetipos, lo bueno, lo bello, lo justo y lo verdadero. Cualquier ser que alcanza uno de los arquetipos alcanza simultáneamente todos los demás. Y la razón es simple, ya que si los arquetipos son las cualidades de lo Uno, al llegar a Él por uno de los caminos, en la cima encuentra a todos los demás.

En Egipto esta unidad ya se representó en sus pirámides. Al final de las cuatro caras, en la cúspide, estaba el piramidón de oro, unidad de todas las unidades.