domingo, 29 de marzo de 2009

EPICTETO, EL ESTOICO (I)





Sobre los bienes verdaderos
y que nos son propios, y sobre los falsos y extraños


1. No existe nuestro bien y nuestro mal sino en nuestra voluntad.

2. De todas las cosas del mundo, unas dependen de nosotros y otras no.
Dependen de nosotros nuestros juicios y opiniones, nuestros movimientos, nuestros
deseos, nuestras inclinaciones y nuestras aversiones: es decir, todos nuestros actos.

3. Aquellas que no dependen de nosotros son: el cuerpo, los bienes materiales, la
fama, las dignidades y honores; es decir, todas aquellas cosas que no entran en el ámbito de nuestro propios actos.

4. Las cosas que dependen de nosotros son libres por su naturaleza misma; nada
puede detenerlas ni levantar ante ellas obstáculos. En cambio, las que no dependen de nosotros son débiles, esclavas; sujetas a mil circunstancias e inconvenientes y ajenas por completo a nosotros.

5. Recuerda, pues, que si tomas por libres las cosas que por su naturaleza son
esclavas, y por propias las que dependen de otros, no encontrarás más que obstáculos por doquier; te sentirás turbado y entristecido a cada paso y tu vida será una continua lamentación contra los hombres y los dioses. En cambio, si no tomas por propio sino lo que realmente te pertenece y miras como ajeno lo que pertenece a los demás, nadie podrá obligarte a hacer lo que no deseas ni impedirte que obres según tu voluntad. No tendrás entonces que quejarte ni acusar a nadie, y como nada, por leve e insignificante que sea, habrás de hacer contra tu deseo, no te saldrá al paso el daño, ni tendrás enemigos, ni te ocurrirá nada perjudicial ni molesto.

6. Y aspirando a bienes tan grandes, no olvides que no ha de ser poco el trabajo
que emplees en conseguirlos. Has de tener, pues, muy presente que en lo que respecta a las cosas exteriores y que no dependen de ti, a la mayor parte debes renunciar y el resto te será forzoso dejarlo para más adelante. Porque si pretendes poder alcanzar, al tiempo que los verdaderos bienes, las dignidades y las riquezas, es casi seguro que por el simple deseo de aquellas te sean negadas estas; y, de todos modos, no alcanzarás ciertamente los bienes que te hubiesen proporcionado libertad y felicidad.


viernes, 27 de marzo de 2009

PRIMAVERA




Texto, voz y montaje de Abraxas.
Música: Antonio Vivaldi, concierto para dos mandolinas, primer movimiento.

viernes, 20 de marzo de 2009

PRIMAVERA


                                                         




  Una vez más, el torbellino de las galaxias giró sobre sí mismo, y una vez más, las estrellas,
       en su larga marcha, penetraron las sombras, y de nuevo rasgaron las viejas tinieblas.

¡Fiat lux! ... Resonó fuerte de nuevo. Desde el centro a los confines, desde el diminuto átomo a las grandes esferas, desde el arroyo a la mar inmensa, desde el hueso recóndito a la diáfana piel.

      Y en nuestra casa toda, se oyó el silencioso grito, la orden celeste, y... nunca nada se cumplió con más gozosa diligencia.

      Se aprestaron a la tarea los viejos leños, despertó de su frío la nieve, salió de su cueva el oso, arrojando lejos el viejo abrigo inútil del invierno. 
       Son fechas de la naturaleza gloriosa, en su renacer, de los días en que la luna incluso nos asegura que el sol existe.
       
       Días de plenitud.
       
       Y la tierra despierta, con un golpe de luz, y fuerza las maderas dormidas y la tierra muerta a gestar sus jóvenes brotes, a mostrar sus trozos de sol: en los bosques, en las sangres y en los cielos.
       
       Nuevos nidos, nuevos aires, nueva luz...

       Y nuestros ojos, nuestras manos y nuestros pies... ofrendan su pureza ante el altar de Perséfone, que, gozosa, vuelve  a nosotros, otra vez a nuestra casa.
       
       Ya no hay más infiernos, ya no hay más muerte; no hay más desolación. 
       ....
       Resucitamos
       …..
       
       Y, de nuevo, marchamos junto a Perséfone, hacia la luz, hacia el calor y hacia la vida.
       
       

jueves, 19 de marzo de 2009

EN EL CAMINO APRENDÍ

Canción del cantautor Rafael Amor, poeta argentino. Para disfrutar y... meditar




En el camino aprendí,
que llegar alto no es crecer,
que mirar no siempre es ver
ni que escuchar es oír
ni lamentarse sentir
ni acostumbrarse, querer...

En el camino aprendí
que andar solo no es soledad,
que cobardía no es paz
ni ser feliz, sonreír
y que peor que mentir
es silenciar la verdad.

Aprendí...
que ignorancia no es no saber,
ignorante es ese ser
cuya arrogancia más vil,
es de bruto presumir
y no querer aprender.

En el camino aprendí
que puede un sueño de amor,
abrirse como una flor
y como esa flor morir,
y que en su breve existir,
fue todo aroma y color.

Y en el camino aprendí
que la humildad no es sumisión,
la humildad es ese don
que se suele confundir.
No es lo mismo ser servil
que ser un buen servidor.

Aprendí...,
que la ternura no es doblez,
ni vulgar la sencillez
ni lo solemne verdad,
vi al poderoso mortal
y a tantos con altivez.

En el camino aprendí
que es mala la caridad
del ser humano que da
esperando recibir,
que no hay defecto más ruin
que presumir de bondad.

Y en el camino aprendí,
que en cuestión de conocer,
de razonar y saber,
es importante, entendí,
mucho más que lo que vi
lo que me queda por ver...



domingo, 15 de marzo de 2009

BOGANDO CONTRA CORRIENTE


Os ofrezco hoy un nuevo artículo de mi Maestro, donde creo que trata de muchas cosas, pero que, en mi caso, hoy, me quedo con lo que nos habla tan claramente de aquello en lo que en verdad estriba la auténtica libertad.


“Lo que diferencia a un tronco flotante de una barca hecha de la misma madera es que esta última tiene remos y puede bogar contra corriente.” Dr. N. Sri Ram.

Estas palabras las escuché de sus labios en mi ya lejana juventud. La frase no formaba parte de ninguno de sus discursos y no sé si la insertó en alguno de sus libros. Surgió espontáneamente en una conversación.

He meditado mucho sobre ella y a la hora de plasmar los más elevados Ideales en una Escuela de Filosofía a la manera clásica, la parábola del tronco y de la barca estampó su sello en todo pensamiento, sentimiento y actividad.

Por lo general, los hombres y las mujeres son como troncos que han sido lanzados al río de la vida y, primero enteros y secos, luego golpeados y humedecidos derivan siempre en el sentido de la corriente o de los brazos de esa corriente que han desviado los poderosos del Mundo... ¡Allá van!... entrechocándose en inútiles violencias, sucios y embarrados, sin rumbo ni puerto fijo, hasta que se deshacen en astillas y desaparecen de la superficie en este río que no cesa de correr, que no sabemos de dónde viene ni hacia dónde va.

¡Meros troncos, desgajados, cortados, arrastrados de un lado a otro y apenas oponiendo la resistencia de su propio peso a la corriente! La oscura majada se desliza balando crujidos en su andar incansable y, sin embargo... ¡tan cansado! De día, el sol hace ver la oscura podredumbre de las cortezas y de noche, el tumulto de sombras corre siempre horizontal y sólo por excepción alguno levanta un extremo hacia las lejanas estrellas.

¡El río de troncos!

Cada vez son más y unos con otros se entrechocan, se lastiman, se despedazan... ¡el río de los troncos!... ¡Cuánto he meditado sobre esto!

Pero año tras año aprendí las casi olvidadas técnicas de ir vaciando y alivianando la mole de madera... esa madera de la cual estamos hechos todos. Rápidos golpes de azada en la superficie y carbones encendidos luego, que se renuevan constantemente. La experiencia, aunque se inspire en los grandes Maestros de la Humanidad, es siempre dolorosa e infinitamente larga. Hay que cavar en lo más hondo, donde los egoísmos y las cobardías entrelazan sus fibras retorcidas, y la ilusión te hace creer que tú eres el tronco y que te estás destrozando a ti mismo. Pero el constante trabajador, impulsado por su voluntad superior a todos los quejidos de la materia semipútrida, sigue su tarea.

Poco a poco el otrora basto tronco se va convirtiendo en una embarcación. Se perfilan la aguzada proa y la redonda popa. La otrora herida, cavidad es ahora; un pulido receptáculo para el Alma Viajera.

Con los restos se han hecho los flexibles remos que, según como se manejen, serán impulsores y a la vez timón. Y con inmensa paciencia se van puliendo los toscos costados hasta que se convierten en bordas livianas y sólidas.

Y... ¡así hemos hecho la barca! La multitud de troncos la mira con mezcla de asombro y de repulsa; le parece vacía, inconsistente, innecesaria, cómica, peligrosa, desechable. Pero es que no es un tronco... ¡Es una barca! Y, por si fuera poco, suele bogar contra la corriente. ¡Esto ya es imperdonable! ¿No estar a la moda, no cambiar de color según el barro que viene? ¿Tener color propio y bogar por encima del lodo, rozándolo apenas?... ¡Inconcebible!

¿Y sus extraños tripulantes?

Dicen éstos que no somos todos iguales, que si lo fuésemos nos podríamos equivocar todos juntos sin esperanza de ayuda de unos a otro, que la igualdad no existe en la Naturaleza ni es cosa posible ni deseable. Que las sanas diferencias embellecen el conjunto y lo arrancan del aburrimiento y del espíritu de majada. También, que las diferentes religiones son adaptaciones en el espacio y en el tiempo de un mismo Mensaje y que, por lo tanto, no hay una mejor ni peor que la otra, ya que, aparte de ese breve Mensaje, todo lo demás lo aportaron los humanos con sus ignorancias y apetitos... Y que se fueron copiando los unos a los otros a través de los miles de años.

Afirman que no creen en Dios, sino que saben de Su Existencia y que ésta es evidente. Basta con conocer y andar las vías para su descubrimiento. Que el Alma es inmortal e incorrupta y que no hay que confundirla con los ropajes y disfraces que adopta periódicamente. Que, si es que hay perdón, éste está más allá de la redención según la ley de acción y reacción y que esas son leyes mecánicas de la Naturaleza: que el que siembra trigo siempre recoge, tarde o temprano, trigo, y el que sembró espinos sólo espinos obtendrá.

El milagro no existe como tal, sólo existen planos de conocimiento. Lo fenoménico es secundario; el sacerdote babilónico que deslumbraba con sus pequeños relámpagos artificiales que le saltaban de una mano a la otra, hoy sería un simple electricista. Y San Patricio un químico que sabría qué ocurre cuando echamos agua sobre el fósforo blanco o la cal viva.

El tripulante de la barca no necesita muletillas de engaños. Busca y encuentra, paulatinamente, la verdad. Pone su esfuerzo en los remos y distingue cosas que los demás no ven, pues rema contra corriente. Va escalando el agua hacia sus fuentes puras y descontaminadas. Hay entusiasmo en su Alma y gusta de la risa y de las cosas bellas.

Le molestan los ruidos cacofónicos y gusta de las hermosas melodías de Strauss, de las catedrales de luces y sombras de Wagner y de las íntimas sonatas de Mozart. No finge ver panoramas más allá de la mezcolanza de ojos, narices y rabos de los modernistas y prefiere caminar por la nieve con Goya, mirar los cielos grises velazqueños, sorprender las lágrimas cristalinas de un Greco o perderse en las calles fantásticas de los murales de Pompeya.

No cree que las drogas sean un bien, sino un mal, pues los que de ellas abusan se convierten en bestias degeneradas, que roban y matan para seguir consiguiéndolas. Tampoco en la sucia borrachera del grito alto y el eructo bajo.

Sí cree en el orden armónico y vital, que sobrepasa al mecanismo ciego de programas ya manufacturados por otros. Cree en la libertad en la medida en que haya personas que la aprecien y respeten la de los demás. Cree en la voluntad, en la bondad y en la justicia, y que un mundo sin estas virtudes es una bola de barro a la que hay que dar formas armónicas, venciendo toda la resistencia de la materia bruta. Cree en un mundo nuevo y mejor... pero para que aparezca en nuestro horizonte, debe haber muchos remeros nuevos y mejores. Los que se abandonan al río de la vida en medio de debilidades y lamentos son inexorablemente arrastrados a su destrucción física, psíquica y mental.

Cree en una ciencia al servicio del Hombre, del animal, del vegetal y, sobre todo, del Planeta en sentido global, pues es nuestra casa cósmica y la estamos derrumbando y desequilibrando. Cree que las estructuras ya viejas e inútiles deben dejar paso, en la renovación natural de la vida, a otras jóvenes y fuertes, sin complejos y limitaciones que huelen ya a podrido, pues son cadáveres a los que la fuerza galvánica del dinero y del poder hace que se contraigan y muevan sus miembros en un horrendo simulacro de vida.

Y... sobre todo... los tripulantes creen en ellos mismos y en la barca que han fabricado.

Cuando pasan remontando el río de la vida, muchos hombres y mujeres de corazón joven y mente despierta se ponen a trabajar y a convertir troncos en naves, para conocer la maravillosa aventura espiritual de bogar contra corriente.

Jorge Ángel Livraga


sábado, 14 de marzo de 2009

jueves, 12 de marzo de 2009

BALCONES DE CÁDIZ

From UN PASEO POR CÁDIZ

Me imagino a bellas señoritas del siglos pasados asomadas a estos bellos balcones y cierros, vistiendo sus miriñaques y dejando entrever, pudorosas, sus hermosos tobillos...
Tiempos de romanticismo, fantasía y misterio... el eterno femenino...


domingo, 8 de marzo de 2009

FEMINEIDAD

En el día mundial de la mujer trabajadora



Llevaba mucho tiempo intentando explicarme por qué razón me enamoraba instantáneamente de algunas mujeres, apenas sin conocerlas. Y nunca me quise dar una respuesta fácil. No me servían. Me resultaba un misterio inexplicable y a la vez inquietante. 

La respuesta es que solo soy un hombre.

...


El enigma se fue desvaneciendo poco a poco. La primera pieza del rompecabezas la puso Helena, con hache. Escuché atentamente, en la biblioteca, su charla sobre la danza oriental. Siempre graciosa y culta hizo un interesante recorrido por la expresión corporal de la danza en las culturas que lo fueron y que nos precedieron, para terminar ofreciéndonos las mejores enseñanzas que recibió en las clases que toma de esa danza del oriente.

A pesar de que fue toda su charla enriquecedora, solo me impactaron unas palabras que, al parecer Zulema, su maestra, les dijo a sus nuevas alumnas el día que comenzaron sus clases:

“Lo primero que necesitáis para comenzar a aprender el misterio de la danza es ser consciente de que tenéis unas caderas”

       Estas sencillas palabras me sorprendieron, y quedaron grabadas en mi mente, ya que, a pesar de su aparente obviedad, encerraban la primera piedra de mi rompecabezas.
       
       Desde entonces reconocí su decisiva importancia en la resolución de mi particular enigma.
       
       ...       
       
       Pero el asunto se resolvió poco a poco de forma definitiva. Encajaron todas las piezas.
       
       Estuve en cierta ocasión con Mari Luz en el más delicioso concierto que recuerdo de los últimos años. Fue un concierto de preludios y romanzas de zarzuela. En realidad este género no ha sido nunca de mi predilección, si bien siempre tuve cariño y respeto por esta expresión artística sencilla, emotiva y encantadora, fielmente amada por mi madre y por mi mujer. Es lástima que no nos sea ofrecida frecuentemente en los teatros españoles, porque llenaría de vida, de alegría y de bondad los corazones de la gente, ya demasiado castigados por la cultura que nos ha tocado vivir.
       
       En realidad, mi gran interés en acudir a ese concierto radicaba, primero por ver a Mari Luz disfrutar, y compartir con ella esa dicha. Por otra parte, escuchar a la orquesta Manuel de Falla, muy amada por mí. Pero, egoísta y secretamente, lo que quería era volver a ver cantar a Ruth...
       
...

La primera vez que vi cantar a Ruth fue en la Catedral hace muchos años. Cantaba la voz solista de soprano en la monumental obra del Maestro Haydn, su Stabat Mater.

Qui non posset contristari, piam Matrem contemplari dolentem, dolentem cum Filio?...

Mientras ella cantaba, yo, diminutamente perdido, sentado en los nobles e imponentes sillones del Coro, sentía henchirse mi pecho, volar mi alma, abrirse las fuentes de mi corazón pequeño. Las inmensas bóvedas me parecieron más infinitas que el mismo cielo y la luz más hermosa que los ojos de ninguna doncella. 

No la conocía de nada, pero desde ese mismo momento amé a esa desconocida mujer.

.....................


Una noche, Zulema bailó para nosotros, mientras algunos recitamos poesías del hermoso mundo andalusí.

Y ocurrió igual que siempre... Cuando terminó su baile Zulema, salimos ambos del escenario, y yo, mudo y trastornado, sólo acerté a besarla y a susurrarle al oído un quedo y tímido “gracias”. Os trascribo lo que esa misma noche escribí sobre lo que sentí mientras contemplaba absorto y perturbado sus expresivos movimientos, la expresión de su rostro y los vuelos de su ser en el espacio. Y la poesía que me tocó declamar a mí, que es esta:

La cita nocturna

Recatándose medrosa
de la gente que la espía,
con andar tácito y ágil
llegó mi prenda querida.

Su hermosura por adorno
en vez de joyas lucía.
Al ofrecerle yo un vaso
y darle la bienvenida,
el vino en su fresca boca
se puso rojo de envidia.

Con el beber y el reír
cayó en mi poder rendida.
por almohada amorosa
le presenté mi mejilla,
y ella me dijo: “en tus brazos
dormir anhelo tranquila”

Durante su dulce sueño
a robar mil besos iba;
mas ¿quién sacia el apetito
robando su propia finca?

Mientras esta bella luna
sobre mi pecho yacía,
se oscureció la otra luna,
que los cielos ilumina.

Pasmada dijo la noche:
“¿Quién su resplandor me quita?”
¡Ignoraba que en mis brazos
la luna estaba dormida!

Ibn Al Abbar


Lo siguiente es lo que escribí aquella misma noche:         

Aquella noche, Zulema bailó para mí.

No puedo ahora recordar casi, por la embriaguez amorosa en que quedé sumido,  los dulces ensueños que movieron mi ser entero al ritmo de su cuerpo vibrante.

Sé que subí a mundos luminosos, que mi cuerpo, mi corazón y mi vida, desde el más pequeño de sus poros, se inundaron de los efluvios de Zulema. 

Su ser entero, sus ojos negros, su dulce risa, las ondas lentas, sinuosas y vibrantes de su glorioso vestido terrenal, envueltos en las flores cálidas y voluptuosas de la música, me transportaron a no sé aún que radiantes esferas, de las que pretendí nunca retornar.

Sé que cuando bajó de su  gloria, solo pude besarla y balbucear en su oído
“Gracias, Zulema,... Alá es Grande”

Aquella noche, Zulema bailó para mí. Y mi corazón bailó para ella.                                   

                           . . . . . . . . .
       
       Mari Luz llevó siempre en su sangre y en su corazón el amor por el baile flamenco. Y no sólo lo llevó dentro. Lo sacó fuera y lo expresó para delicia de todos y mía en particular.
       
       Yo la acompañaba siempre a los bailes. En los teatros, en las ferias, en los más diversos lugares donde iba con el grupo en el que en ese momento estuviera. 
       
       Y siempre tuve la dicha de enredarme en su ser, mi ser... la vi abriendo el aire y abriendo el albero con el vuelo de su falda, abriendo tirabuzones de sal en el cielo con sus manos aladas, golpear la tierra con sus firmes tacones, despertando a Gea en una invocación sagrada, envuelta en una música atávica y telúrica, ofreciendo a la vida un sacrificio de calor y color en el ara de la danza de sus gloriosas caderas.
       
       No conozco ritual más religioso en ninguna religión, ni canto más bello a la tierra y al cielo de ningún poeta.
       
       ..................
       
       
       Pero no sé de dioses, ni sé de poetas... Sólo tengo ojos, corazón y vida. Y me bastan, gracias al cielo, para recibir del cielo su canto. Y su gloria.
       
       Y ahora tenéis derecho a preguntarme: ¿Por qué pusiste de título Femineidad?
       
       Y os contestaré que como hombre adoro Lo Femenino. Me enamora, me abre a un mundo nuevo, me muestra lo celeste que no tengo, y ansío fundirme en esa divinidad femenina que no puedo ver en mí, que falta a mi alma incompleta y pequeña. 
       
       Y ese misterio me arrastra, me devora, me asusta, pero en el vértigo de su presencia me arrodillo humilde, y ruego a Dios me conceda un día penetrar, aunque solo sea un poco, en su hondo Misterio.
       

miércoles, 4 de marzo de 2009

DOLOR


El hombre que se complace en los objetos de sensación, 
suscita en sí el apego a ellos; 
del apego surge el deseo;
del deseo el apetito desenfrenado.
Del apetito desenfrenado dimana la ilusión;
de la ilusión, la desmemoria;
de la desmemoria, la pérdida del discernimiento;
y por la pérdida de discernimiento, perece el hombre.

Bhagavad Gita
Estancia segunda




        El dolor es seguramente una de las compañías más constantes en la vida de todo hombre, desde el momento en que abre sus pulmones por vez primera, con su primer llanto, hasta los últimos momentos de la agonía, que le devuelve otra vez al mismo lugar. De un útero pequeño al gran útero.

      Nos duele la cabeza, nos duelen los riñones, las piernas, nos duele el corazón, nos duelen las ofensas, los menosprecios, las envidias, los amores y los odios, las penas y... hasta las alegrías.

       Debe ser muy importante el dolor en la vida del hombre...

        Cuando escuchamos la vida del Buda, y nos cuentan como un día el joven Sidhartha se escapa de palacio, burlando la férrea vigilancia establecida por sus padres a fin de que no conociera la enfermedad, la vejez y la muerte, y su cochero lo paseó por los arrabales de la miserable ciudad, sabemos cómo lo que vio, precisamente lo que sus padres habían hasta entonces tratado de evitar, marcó para siempre la vida de aquél que sería el Iluminado, la luz de su época. 

      Buda cimentó su doctrina de liberación sobre la base de la superación de la esclavitud a la que nos somete el dolor. El dolor, el apego, el deseo, la pérdida por fin de la conciencia real.

     Y su titánica lucha por el logro de la conciencia le lleva a la superación del dolor. Y su alma se abre el infinito, al absoluto, a Dios.

     Jesús nos da, con su vida, también el ejemplo de la asunción del dolor, de su trasmutación, de su superación, de la victoria, al fin, sobre el sufrimiento y la muerte. Nos muestra cómo el hombre puede resucitar de las ficticias cenizas de la muerte. 

       Limpió su alma con el agua de Juan, ayunó y luchó fieramente contra el demonio en el desierto. Superó las vanas tentaciones del hombre. Solo y desnudo, no comió ni bebió en cuarenta días. No tomó nada del mundo, ni aceptó nada de él. Y venció sus fantasmas, sus demonios, limpió su carne y su alma, y blanco y puro comenzó su camino.

      Y sufrió, y trasmutó su dolor. 

      Escuché una conferencia sobre música. Y el conferenciante comentó un concierto para piano de Beethoven, relacionándolo con el mito de Orfeo, y su viaje a los Infiernos.

      Sus sinfonías, todas juntas son una sola, y nos hablan de la totalidad del Cosmos. En ellas está su grandioso mundo interior, reflejo del Ser Infinito. Están los Héroes, la Danza, el Destino, la Naturaleza, el Amor, la Armonía y la Alegría, hija de los dioses.

      Y nos contaba a grandes rasgos su vida. Su padre, alcohólico, que le pegaba brutalmente, sus amores, nunca correspondidos. Su vida solitaria, atravesando el desierto del mundo, habitando en sus luminosas estrellas, puras pero frías. Su pasión por la belleza, por la pureza, por lo divino. 

       Seguramente la vida de un hombre grande, de un Hombre, es un camino desierto y sin desbrozar. Pero lo anduvo con valentía, con coraje y con arrogancia. Sin importarle nada de lo que carecía. Hasta su oído le abandonó joven, en la plenitud de su arte. Pero su dios estaba dentro y, aunque inexplicablemente para hombres pequeños como somos, la música no necesita de las vibraciones del aire. Su música vivía en su alma insonora. Y se despidió de nosotros con el más puro canto a la alegría divina, a la dicha, poniendo armonía a los hermosos versos que nos hablan del Padre Amoroso, de la Alegría, regalo de los dioses, de su mundo más allá de las estrellas.

      Para nosotros, incomprensible, pero meta brillante donde dirigir nuestros pasos.

        Beethoven, Jesús, Buda. No sufrieron el dolor. Lo trasmutaron. Lo convirtieron en alimento para nuestras almas, en objetivo de nuestra lucha, en norte de nuestras brújulas. Señalaron el camino, la verdad, y la vida.

      Muchas veces, muchas, he oído decir estas palabras de sabiduría:

       “El dolor es vehículo de conciencia”

       Pero… ¿sabemos qué es la conciencia? ¿para qué es necesaria? ¿es buena, mala, o regular? ¿Por qué queremos tener conciencia? ¿Conciencia de qué?

      Estas no son preguntas ociosas. La conciencia es Luz, y con la luz se ven las cosas con claridad, y hay muchas, muchas cosas que no querríamos ver, y otras muchas, muchas, de las que no conocemos siquiera su existencia. 

      ¿Pudo Edmund Dantés, en su pura inocencia, imaginar la existencia del mal en los que consideraba sus mejores amigos?

      ¿Pudo Pedro, en su amor al Maestro, admitir nunca que lo negaría públicamente, no solo una vez, sino tres?

      ¿Pudo Sidhartha, encerrado en su palacio de cristal, imaginar la existencia del dolor, en la vejez, en la enfermedad, en la muerte?

      ¿Pudimos todos, en nuestra tierna niñez, imaginar el complicado y doloroso mundo de los “mayores”?

       Y también me pregunto sobre el dolor. ¿Hace mejores a las personas, o por el contrario las hace peores? ¿Es necesario el dolor en nuestro camino hacia nuestro Yo interior? ¿Se puede ser Hombre sin sufrimiento? ¿Por qué rechazamos y evadimos el dolor, en lugar de trasmutarlo?