lunes, 23 de marzo de 2015

REVERDECER


El aire del norte desnudó los árboles frondosos del estío.
Las hojas secas, otrora vivas, tejieron un manto muerto a los pies del tronco desolado.
Las ramas, ausentes de nidos y pájaros, cantan tristes su ausencia, arañan estérilmente el cielo vacío.

El pálpito se cierra sobre sí mismo.
La vida se hace mínima, pero suficiente.
Solo es el sueño del invierno.

Duerme todo, en el silencio, truncado solo por el soplo del viento sonoro, seco y frío.

Pero un día sonaron fuertes los clarines de la tierra parda.
Sonaron los benignos aires del mediodía.
Dulces caricias calentaron las duras raíces y las cortezas se fueron haciendo tiernas y fecundas.
Poco a poco, y de nuevo, la sangre del planeta movió las entrañas del árbol desnudo.
Y en la melodía del nuevo rayo rompieron los recios troncos.
Se abrieron, como en un parto, al aire, a la luz, los verdes brotes,
como nace el Fénix de su ceniza, como rompe el huevo acunado en el calor.

Verdes hojas, hojas verdes, vida verde de nueva vida, nueva esperanza de verdor.
Teje y teje, como maga hilandera ancestral, verdes togas, hábitos verdes.

Reverdece.
El pardo gris y frío se muda en verdes, en manos de vida, cabelleras verdes.

Reverdece... y en nuestros corazones, fríos de invierno, retoñan los brotes olvidados, dando a luz millones de átomos de sol.

Del salón en el ángulo oscuro...
De su dueño tal vez olvidada...
Ha vuelto la primavera.




La Creación (Die Shöpfung) F.J Haydn-DUO DE ADAN Y EVA

miércoles, 18 de marzo de 2015

JUVENTUDES




Viéndolo bien no somos tan viejos, lo que pasa es que tenemos muchas juventudes acumuladas.
Francisco Arámburo

       Esto he leído en un escrito que me envió un hermano. Me dio que pensar, ya que tengo la costumbre de pensar en que, si es cierto que existe la reencarnación, yo, con mis años, siento que lo he hecho en muchas ocasiones.

       Tengo un amigo que recuerda casi con toda exactitud lo que ocurrió y lo que me ocurrió en casi todas las ocasiones en que compartimos las locuras comunes de la adolescencia y primera juventud. Debo confesar que siempre me asombro por dos motivos, a saber: que yo no me acuerdo en absoluto de los detalles, y muchas veces ni siquiera de la situación en sí, y que siempre me parece que me estuviera hablando de otra persona, o tal vez de mí misma pero de un pasado tan remoto que no puedo asimilar que fui yo el que vivió aquello. En esos casos me da la impresión de que no he vivido los años que tengo, sino algo así como diez o veinte veces más, e incluso algunos de esos años no como yo mismo, sino como otro ajeno por completo al mí mismo que ahora conozco.
     
       “Miguel, ¿recuerdas cuando en la feria de San Fernando te entró un apretón y no se te ocurrió nada mejor que llegarte a un campo cercano para obtener alivio, y para entrar en él tuviste que atravesar andando un seto de chumberas? Claro que, con lo que habías bebido, no te diste ni cuenta del dolor de las púas en tus piernas… te las estuvo quitando durante horas Mari Trini… ¿te acuerdas?”
       “Pues vagamente, sí,… ¡qué cosas! ¿de verdad hice yo eso?”
       –contesto yo, asombrado…-
     
       -¡Venga, no me jodas, no me digas que no te acuerdas…!
     
       ¿Y aquella vez que estuvimos toda una noche descargando el pescado del barco del padre de Pepe? ¡Joder… que frío pasamos…! Estuviste enfermo cuatro días…! ¡cajas de ochenta kilos! ¡y en pleno invierno…!
     
       -Si, hombre, claro que me acuerdo…- contesto, con poca convicción…
     
       Cuando pienso en estas cosas siempre viene a mi mente aquella sentencia que se hizo tan famosa de: “hay otros mundos, pero están en éste”, y así, parafraseándolo, pienso: “hay otras vidas, pero están en ésta”.
     
       De hecho dicen que es muy difícil recordar vidas anteriores, por aquello que dijeron los sabios griegos de que entre una y otra estamos obligados a beber el agua del río Leteo, la que, según cuentan, tiene la piadosa propiedad de sumirnos en el olvido de todo lo vivido con anterioridad. Me parece que yo la he bebido ya en muchas ocasiones en esta vida… aunque también sé que las cosas vividas con poca conciencia, o con ninguna, no se fijan en la memoria…
     
       Sí, sé que he sido joven, pero también que quizá nunca dejé de serlo, aunque el benéfico y piadoso manto de la madurez haya aportado un halo de serenidad y perdón a todas aquellas vidas… que, aunque sé que son mías, solo perviven para afianzar mi seguridad en que las juventudes se superponen, como dicen que dijo Francisco Arámburo y como me lo ha escrito mi hermano.
     
       Me enseñaron mis maestros algo que fue recogido de antiguas enseñanzas tibetanas, luego escritas en un pequeño libro titulado “La Voz del Silencio”:
     
       “Mata el recuerdo de pasadas experiencias”
     
       Nunca me lo propuse, aunque… quizá… lo vengo haciendo sin proponérmelo. Leí que Nietsche presumía de mala memoria. Yo también, y creo que para mi fortuna, presumo de lo mismo. Todo siempre es nuevo, todo siempre es fresco y todo siempre tiene algo que aportarme.
     
       Bendigo a Dios por ello.


martes, 10 de marzo de 2015

CÁDIZ, LA CIUDAD DE LAS TORRES



¡Ya arriba en lontananza el bergantín “Victoria”...!

¡A cuatro leguas, al suroeste, con viento fresco!

Las banderas de señales de la torre se agitaban como gaviotas, bellas, ágiles y al viento. Todos en el puerto las leen lentamente, sin perder un detalle. ¡Al puerto, preparad los faluchos, mandad recado a los arrumbadores, preparad los carros, los aparejos! ¡Todos a arrimar el hombro! ¡Y no olvidéis el barril de ron! ¡Llega la “Victoria”, y hoy es día grande!

El puerto es un hervidero de hombres que van, vienen, se tropiezan, se agolpan. Todos ríen, cantan... y, como pequeñas hormigas, llevan, traen, colocan, amarran, afianzan...

El vigía, con su catalejo, los contempla orgulloso. A la voz de sus banderas todo el pequeño ejército se puso en movimiento, sus ojos fueron los ojos de su pueblo.

Sentado, alerta y gallardo, como un capitán, siente gozoso que su torre es el puente de su barco, que su barco es su ciudad, surcando la mar, que su mirada alcanza más allá del horizonte. El velamen de la “Victoria” o de cualquier otro buque, de carga o de guerra, le resulta tan familiar como cualquier dedo de su mano derecha.

¡Ya arriba la “Victoria”! ...y es seguro que trae sus bodegas repletas de dulce cacao, de caña, de oro y de plata, que trae en su quilla las cálidas huellas de las tierras del indio, aromas de miel, de plátanos ricos, de ron de las Islas.

Hoy arriba la “Victoria”, su carga intacta y su gente toda. Hoy Cádiz es fiesta.

Torres de Cádiz, mudos vigilantes de la mar océana, atentos testigos de bienes y males, de arribadas venturosas y de tristes naufragios, de reencuentros dichosos y de lágrimas de viudas, de hermosas bonanzas y duros temporales.

¿Qué no habéis visto con calma serena de años, qué no sabéis de dichas y duelos, qué velero desconoce tu hermosa silueta, tu blanco semblante?

Torres de Cádiz, ojos del cielo, gaviotas de luz, centinelas perennes, ¡vigilad siempre el camino de nuestra tierra!





viernes, 6 de marzo de 2015

miércoles, 4 de marzo de 2015

CANTAR



En este pequeño cuarto en el que trabajo tengo colgada en la pared una cerámica que, junto a una hermosa imagen de antiguos músicos, tiene una leyenda que dice:

Donde música hubiere cosa mala no existiere

Y no lo dijo cualquiera. Lo dijo nuestro señor Don Quijote. Y hoy he tenido ensayo en la Coral.

Siempre canto absorto en la partitura y solo levanto la vista para mirar al director, sus manos, su rostro, su expresión. Lo primero porque debo atenerme a lo escrito por el compositor en la mejor manera en que pueda, y lo segundo porque debo seguir el tempo, la expresión y la dinámica de la obra según la interpretación de quien nos dirige.

Pero hoy levanté la mirada, y pasé largo tiempo sin fijarme ni en la partitura ni en el director.

Y mereció la pena. Por supuesto a los pocos minutos me había perdido, pero preferí callarme y seguir con mi mirada. Nunca lo había hecho antes, y tampoco nunca imaginé lo que me había perdido.

El coro estaba formado en semicírculo, disposición poco corriente, y ello porque en el repertorio teníamos algunas obras a seis en lugar de a cuatro voces. De esta manera podía ver cantar a las damas, que tenía frente a mí y también a mi derecha.

Contemplaba, absorto y dichoso, la expresión de sus rostros. El canto los trasfiguraba, llenaba sus caras de dulzura, de pureza, de energía, de vitalidad.

No, no eran ya las mismas con la que charlaba en los descansos, con las que bromeaba y compartía un chiste o un cigarrillo. No, no eran esas. La música había hecho aflorar a sus ojos, a su ser entero, el alma muchas veces prisionera, los más puros sentimientos, había extraído de sus profundos pozos el agua más limpia, purificado el aire de sus pechos, limpiado de sus venas todo lo impuro y vulgar.

Me di cuenta lo que el cantar hacía en nosotros, lo que en nosotros trasmutaba, lo que en nosotros blanqueaba.

Cantando, la mente y el corazón se ponen en movimiento, y es preciso buscar y encontrar los más bellos sentimientos, y también el cuerpo y su energía deben ponerse al servicio de la música.

Y reflexionando me percaté que quizá no exista acto humano más completo ni más hermoso que el canto en la búsqueda de la belleza interior.

Y también entendí, hasta ahora solo sospechado e intuido, lo que nuestro señor Don Quijote nos dijo, de manera tan clara, y tan rotunda.