lunes, 26 de abril de 2010

LEMAS Y CONSIGNAS



Me regalaron en el estanco de mi barrio un encendedor donde figura el símbolo, creo que del movimiento pacifista, con unas hojas que parecen de marihuana, todo ello sobre un fondo de colores listados, a manera de bandera, verde, amarillo y rojo. No sé, aunque es probable, que sea la bandera del citado movimiento. Debajo del símbolo hay una leyenda que dice: LOVE PEACE, que, como todo el mundo ya sabe, son palabras inglesas que significan AMOR PAZ.

Hasta aquí nadie se hubiera sorprendido, ya que es ya muy conocido este lema, Paz y Amor. Pero a mí, que todos mis amigos saben que siempre le busco los tres pies al gato, me provocó asombro y me llevó a reflexión, reflexión acerca de los lemas y las consignas.

Lo primero que me fascinó es que son universales, y aún más, doblemente universales. Son universales, en primer lugar, porque su contenido es aceptado por todo ser humano, y no conozco a nadie que le quite su valor ni que le niegue la importancia de su contenido. ¿Quién no quiere paz? ¿Quién negaría la importancia del amor?

Y, en segundo lugar, at last but not at least, son universales por el motivo de que cualquiera puede entender lo que le parezca del contenido de sus palabras, que son tan manidas que, a fuerza de usarse, ya no tienen un significado concreto, sino diverso e inlcuso a veces contradictorio según quien los utilice.

Así, en el caso que he puesto, pensemos en que consistiría para, por ejemplo, un católico.
Sería como sigue: Paz en el cielo y amor a Jesucristo.
Para un capitalista: Paz para los ricos y amor al dinero.
Para un comunista: Paz para los ciudadanos que obedecen al partido y amor a sus dirigentes.
Para un pacifista: Paz sin guerras y amor sin trabas.
Para un budista: Paz interior y amor a la humanidad.
Para un nazi: Paz para los judíos (en el cementerio) y amor al Führer.
Para un hippie: Paz (que me dejen en paz) y amor libre (para el que lo consiga, claro).
Para un casado tras sus bodas de oro: Paz (¡dejádme ya en paz!) y amor (con la querida).
Para un trabajador estresado: Paz con mi jefe y mis compañeros y amor con subida de sueldo.

Y así, todos los casos que sin duda podréis considerar.

Lo bueno, y lo malo, de estos lemas es que pueden servir a todo el mundo, a su gusto y manera. Y esto sucede porque los conceptos Paz y Amor, como no consigue abarcarlos nadie, cada cual tiene su “libertad” para entenderlos como le guste, ya que nadie podría contradecirle. El relativismo ordena que cualquier cosa puede ser entendida de cualquier manera, y cualquier manera es justa y verdadera. Y como todo puede ser verdadero, nada es verdad ni mentira, sino todo lo contrario. El resultado es que carece de ningún significado concreto. De ahí su versatilidad y su fácil uso en lemas y consignas.

Y, como esta consigna o lema que he puesto de ejemplo, los hay a cientos:

“Pan y trabajo”
“Justicia y libertad”
“Tolerancia y diversidad”
“Respeto e igualitarismo”
Sex, drugs and rock and roll. (bueno... esto era un chiste)
etc. etc.

Pero lo cierto es que estos lemas no valen nada. Y no valen nada porque no implican nada. ¿Cómo nos va a implicar nada ni exigir nada, si entendemos las palabras como nos conviene? Y, además, ¿quién puede refutarnos que nuestros significados no son los válidos? Son válidos para nosotros, y eso basta.

Así, guiarse por lemas no sirve de nada a la gente ignorante, lo que no implica que no sirvan al sabio, quien conoce el real contenido de las palabras usadas.

A ese sí que le sirven. Y mucho. Pero sólo a ese.


miércoles, 21 de abril de 2010

UTOPÍAS




Hace ya tiempo que cada año pasaba un par de semanas de Septiembre en el Palmar de Vejer, una playa hermosa y entonces aún virgen en la costa de Cádiz. Me alojaba en una pequeña casa de las cuatro que un hombre de campo había construido aprovechando unas antiguas vaquerizas, para alquilar.

La primera vez que fuimos nos explicó el asunto de la basura, que era así de simple: dos bolsas de plástico, una para los restos de comida y otra para todo lo demás. Los restos de comida se vaciaban por la noche en el bidón del cochino, y su contenido se le llevaba al amanecer a su cochinera. Lo demás, la basura de quemar, se vaciaba en el hoyo que José tenía dispuesto en un lugar apartado y que, cuando estaba lleno, quemaba.

Así pues, los restos de comida se transformaban en carne de cerdo, con lo que había carne para la familia todo el año, conservada en su propia manteca, y la basura de quemar se transformaba de vez en cuando en humo y cenizas. Cuando el hoyo estaba lleno, se tapaba y se hacía otro al lado, y ya está. Ecología le llaman ahora a esto. Pero entonces no había camión de la basura, ni plantas de reciclaje ni nada de eso. Era todo muy simple.

Hace unos días escuché en la radio que este último año se habían generado en España nada menos que mil ochocientos millones de toneladas de basura. Y pensé, acordándome de José y sus cochinos, que si de esa cantidad, aún siendo solo comida apropiada para cochino la cuarta parte, es decir, más de cuatrocientos millones de toneladas, se aprovechara esa enorme masa para alimentarlos. ¿cuántos cochinos se podrían criar? Evidentemente, un ejército. Millones de jamones, toneladas de lomo en manteca.

Luego me acordé cuando a finales del siglo XIX y principios del XX, que ya estaban inventados y en funcionamiento las máquinas de vapor y los envases para alimentos, latas que eran entonces, las que, con sus conservantes, podían mantener la comida en buenas condiciones durantes varios años, se llegó a pensar y a decir por mucha gente que los problemas de mundo tenían ya solución.

Y los problemas del mundo en aquella época eran el hambre y la falta de trabajo, igual que hoy, porque desde entonces hemos avanzado poco o nada.

Y los utópicos decían:

“Antes no podíamos enviar alimentos a los países pobres porque de hacerlo llegarían podridos por el largo viaje, pero ahora, conservados en latas herméticas y con las máquinas de vapor aplicadas a nuestros medios de transporte, podremos llevarlos rápidamente, por tierra o por mar, donde los necesiten. Así, nadie pasará nunca más hambre en el planeta.”

"Y ya que tenemos transporte rápidos y eficaces, cualquier persona que no tenga trabajo en su país, por lejos que esté, podrá ir a trabajar allí donde sí lo haya, con lo que todo el mundo tendrá siempre trabajo en algún lugar."

Pobres…, que chasco se llevaron. Hoy, en los albores del siglo XXI, existe más hambre, si cabe, en muchos países, incluso continentes enteros, y las alambradas, las patrulleras de vigilancia e incluso los muros, impiden que nadie entre allí donde hay riqueza y trabajo. Y todo ello a pesar de los rápidos medios de comunicación y el avance en la conservación de los alimentos

¿Qué se les olvidó a los utópicos? Solo un pequeño detalle. No tuvieron en cuenta la naturaleza humana.

Pero yo os diré: sí, yo creo en las utopías, solo que ocurre que hay que trabajar por ellas. ¿Y cómo? En mi opinión solo hay una manera, cambiando la naturaleza humana. Solo un hombre al que de verdad pudiera llamársele humano sería capaz de renunciar a parte de sus comodidades en aras de la ayuda a los otros hombres que viven de manera inhumana. Es preciso llegar a ser generosos y desprendidos… ¿es eso posible? Si, yo lo creo, y lo afirmo.

Y que Dios nos ayude a conseguirlo, porque esta sería la única y definitiva solución para la perenne tragedia de la humanidad.

Este, y no otro, es nuestro actual, y ancestral, reto.




sábado, 17 de abril de 2010

miércoles, 14 de abril de 2010

CONCIENCIA Y CONSCIENTE




Curiosamente, para el lector poco avisado, las palabras “conciencia” y “consciente”, que se suelen usar como originarias del mismo contenido, provienen de etimologías distintas, que ahora detallaré. Por otra parte, no se puede ser conciente, ni tampoco tener consciencia.

Los usos correctos, acordes a los conceptos de ambas, son “tener conciencia” o “ser consciente”. Y, como todos sabemos, no es lo mismo “tener” que “ser”. Se “tiene” algo cuando ese algo es externo a nosotros, así nosotros no “somos” ese algo, solamente lo “tenemos”. Sin embargo, cuando “somos” algo, ese algo es parte de nosotros. No lo “tenemos”, porque lo que se tiene puede dejar de tenerse. Lo que se “es” forma ya parte indisoluble de nuestra esencia.

Mi antiguo diccionario etimológico, al que adoro, aporta los siguientes orígenes, en ambos casos del latín:

Conciencia: Del latín conscientia, de cum, con, y scientia, ciencia.
Ciencia o conocimiento interior del bien que debemos hacer y del mal que debemos evitar.

Consciente: Del latín, consciens, conscientis, participio activo de conscire, saber perfectamente. Que siente, piensa, quiere y obra con cabal conocimiento y en plena posesión de sí mismo.

De esta manera es fácil comprobar que el “tener conciencia” no es lo mismo que “ser consciente”, ya que la conciencia se refiere a una ciencia de la que se puede disponer, mientras que “ser conscientes” consiste según el latín en conocerse perfectamente, no aclarando si dicho conocimiento proviene o no de ciencia alguna.

Una ciencia de la que se dispone es “conciencia”, y se usa como un instrumento para actuar. El ser consciente no consiste en eso, sino que se refiere a un estado del alma, en el cual se conoce perfectamente algo, actuando luego, suponemos, en función de ese conocimiento.

La conciencia tiene un contenido moral, y el ser consciente no lo tiene. Puede, eso sí, desprenderse de su perfecto conocimiento de sí mismo, que le llevará seguramente a actuar conforme a la ley, porque quien la conoce perfectamente actúa según ella, si bien no por un imperativo moral, sino por la propia naturaleza de su ser. Es algo que es propio del ser interior, y no adoptado o aprendido de influencias externas.

Decir, por tanto, que un hombre puede actuar contrariamente a la ley, siendo perfectamente consciente es algo contradictorio. La conciencia puede llevar a ello, puesto que es el uso de una ciencia sometida a lo temporal, pero el ser plenamente consciente implica el conocimiento perfecto de la ley, y sería de tontos actuar contra una ley que forma parte de uno mismo y de la propia naturaleza.

Se puede, por tanto, actuar siendo conscientes y a la vez no actuar con conciencia.
Así, a mi modo de ver, estando la vida del hombre basada en su ser interno, su progreso está vinculado a su capacidad de ser consciente, y no a sujetarse a conciencia alguna, provenga de donde provenga.

La moral y la conciencia es una cosa, y “ser consciente” es otra bien distinta.



miércoles, 7 de abril de 2010

MANANTIALES



- Pero, dime Teodoro,

¿no es cierto que el amor surge de la manera más inesperada?
¿no ocurre que sonrisas amables procuran, más pronto que tarde, risas compartidas?
Y dime: ¿no son las risas un alimento para el alma? ¿no son las muestras de la alegría?
Y, acaso, ¿no queremos estar junto al que nos alegra el alma?
¿no sentimos su hueco cuando no está con nosotros?

- Sí, así es, sin duda. Pero no veo tan claro como tú lo ves de qué manera la alegría compartida puede llevar al amor.
¿Crees tú que ambos movimientos del alma son de la misma esencia?
¿Qué no pueden existir el uno sin la otra?
¿O qué quizá no pueda existir la otra sin el uno?

- Querido amigo, yo tan solo creo que el amor es como manantial, y que brota de la piedra cuando el agua encerrada en ella pugna por ver la luz.
Solo quiero, con tu ayuda, y si lo tienes a bien, desvelar el gran misterio que hay en ello, de cómo la suave y delicada agua es capaz de romper la aparente dureza de la roca.
¿No ves una mano divina en ello? ¿no es una fuerza inmensa que aún nos es de naturaleza escondida a los hombres?
¿Querrías poner tu alma y tu entendimiento junto conmigo para tratar de desvelar este decisivo asunto?

- Como no, querido amigo, en verdad que tus palabras me muestran con claridad mi ignorancia sobre todo ello. Estoy dispuesto, porque también a mi me atañe, como creo que al resto de los mortales, y acaso también a los dioses ¿o acaso los dioses no aman?

- Algo me dice que sí, porque ¿qué busca el hombre en el amor? ¿acaso no busca su perfección y completura? ¿y acaso no buscarían los dioses eso mismo en un dios superior a ellos?

Y ¿no es cierto que, como dijeron los sabios antiguos, el mismo dios uno y sin segundo se mueve conforme a su propio amor por lo que emanó de él? ¿no será el amor la fuerza única y necesaria para el movimiento de todo lo existente bajo el cielo, y, más aún, sobre el cielo mismo también?

Me parece que cuando nace la alegría, y se convierte en alegría compartida, algo mueve al alma a procurar el bien de la fuente de la que ha surgido. Y creo que ahí nacen los amantes.
¿No te parece que es así como sucede?

- Pues yo también creo que es así como sucede, es muy claro. He visto muchos arroyos que buscan otros arroyos, y ríos que buscan otros ríos, y grandes ríos que buscan a la mar. Solo allí descansan en su búsqueda. O, por lo menos, eso parece.

- Y ¿no crees que esa alegría de los amantes les lleva luego, más bien pronto que tarde, a querer fundir sus almas en una sola, como los arroyos y los ríos?

- Así parece mostrarlo la naturaleza, mi querido amigo.

- Y ¿no parece acorde con todo esto que esa unión de almas lleve a la ansiedad por hacer uno de sus dos cuerpos?

- Así parece ser como sucede.

- ¿Y no es acorde a la esencia de la naturaleza que, de esta manera sublime, los amantes se igualen a los dioses creadores y, de la materia de sus vidas, el amor engendre nuevos seres amorosos?

- Me parece que es bueno que así sea.

- Y ¿no es bueno que la felicidad y el placer bendigan esta obra creadora?

- Otra cosa sería contraria a la lógica y no sería conforme a naturaleza.

- Así pues, mi querido amigo, ¿no sería la alegría la verdadera autora de todo lo nacido?

- Querido amigo, la luz es clara y vivificadora, y las sombras ocultan lo que no queremos ver.
Me parece que nuestras palabras han encerrado de alguna manera el misterio de la vida.