sábado, 5 de mayo de 2018

NOS ROBARON EL SILENCIO





Esto escuché al poco de encender la radio al ir a acostarme. Hablaba un chamán mexicano. Me llegó a mi centro tan directo y tan real que comenzaron a resonar en mi tantas cosas… tantas… y todas acordes a lo que dijo ese hombre.

Nos robaron el silencio. Repentinamente y de un solo golpe de luz vi que había sucedido así. De inmediato surgió la pregunta: ¿Y por qué? ¿Por qué habrían de querer robarnos nuestro silencio?

Poco a poco fueron apareciendo las respuestas, las certezas. El silencio era considerado peligroso. En el silencio se escuchan cosas peligrosas. Se plantean dudas peligrosas. En el silencio al hombre puede ocurrírsele pensar.

El silencio es peligroso, y para mantener en paz al rebaño hay que evitárselo y mantenerlo siempre en el ruido. En el ruido se dejará llevar donde queramos, pensará lo que queramos, sentirá lo que queramos, hará lo que queramos. Esto lo saben muy bien los amos de la caverna, los magos negros.

El silencio, y la soledad, pueden llevar al hombre al camino de salida y, lo que es más peligroso aún, puede contaminar a los demás. Y puede hablar y mostrarse de una manera especial, distinta a la ordenada al rebaño. Todo ser humano que mantenga silencio y soledad debe ser combatido con la marginación, con la calumnia, y si es preciso, con la muerte.

Hay que fomentar el ruido y el miedo al silencio. Hay que valorar la multitud en lugar de la soledad. ¿Quién sabe cuanto mal nos podría hacer el hombre silencioso y solo? Ruido, ruido, muchedumbre, hay que evitar que el ser humano se sienta distinto y poderoso. Hay que alabar a los mediocres, a los pusilánimes, a los deformes, a lo inarmónico, a lo feo, a lo vulgar, al sufrimiento, a las bajas pasiones. Hay que podar pronto los tallos que despuntan, a los únicos, a los individuos, a los que aman lo bueno, lo bello y lo justo. ¿Qué sería de nuestra modélica sociedad si unos cuantos se dedican a buscar tales cosas? Hay que convencerlos que esos ideales solo existen en su loca cabeza y que los seres humanos somos como somos y nada de esas cosas debe interesarnos, pues nuestra salud mental peligraría.

“Solo hay tres cosas dignas de romper el silencio, la música, la poesía y el amor”

Esto dijo Amado Nervo. Y no se equivocó. Porque la música, la poesía y el amor son silencio. Si son ruido ya no son nada. El silencio es armonía. La Naturaleza es armónica y silenciosa. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque entero creciendo en silencio. El ruido es muerte, el silencio es vida.

Desde dentro de cada uno de nosotros hay alguien que habla y sabe lo que dice, pero habla tan bajito, casi susurrando, que es preciso permanecer en absoluto silencio para escuchar claramente qué nos dice. De otra manera, inmersos en el ruido, nunca le podremos oír, y por lo tanto escuchar su voz. Es la voz del silencio.

El ruido no es solo lo que captan nuestros oídos físicos, porque nuestros oídos físicos también pueden captar y llevar a nuestra alma el perfecto silencio de una música bella, del sonido del viento y las olas rompiendo en la arena. Y estas cosas no son ruidos, son la voz de la belleza, de la armonía y de la naturaleza. El ruido es inarmonía, es ausencia de perfección. Lo perfecto es bello, bueno y justo, y no es ruido, es armonía. Es el alimento de nuestro ser interior.

El ruido es la dispersión, lo que nos aturde constantemente, lo feo, lo vulgar, lo mediocre, los instintos, y, en general, todo aquello que nos impide oír la voz pura del silencio, de la armonía.

Siempre recuerdo lo que un día me dijo un gran amigo. Me dijo:

- Mira, imagina a cien personas reunidas en una plaza. Cada uno de ellos está hablando constantemente de asuntos dispares. ¿Qué escucharás? Ruido.
Ahora, organiza esas cien personas por el tono y la calidad de sus voces en cuatro grupos, dos grupos de mujeres y dos de hombres. Llámales sopranos a las voces altas de mujeres, y contraltos a las de voces bajas. Llámales tenores a los hombres de voz alta y bajos a los de voz de tono bajo. Consigue que aprendan cada grupo su parte de la partitura de, digamos, “Ave verum corpus”, de Mozart. Acompáñalos con un órgano y haz que canten en la plaza. ¿Qué escucharás entonces?

La respuesta era evidente: me quedaría mudo y mi alma escucharía, captaría y se alimentaría de armonía pura. Eso ya no era ruido. Eran las mismas cien personas que antes hacía ruido y ahora estaban produciendo armonía pura. Es decir, silencio perfecto.

“Antes de que el alma sea capaz de comprender y recordar, debe estar unida con el Hablante silencioso, de igual modo que la forma en la cual se modela la arcilla lo está al principio con la mente del alfarero.
Porque entonces el alma oirá y recordará.
Y entonces al oído interno hablará
LA VOZ DEL SILENCIO.”
(Fragmento del libro de igual título, en el que H.P.B. recoge ancestrales enseñanzas tibetanas)