sábado, 31 de octubre de 2009

viernes, 30 de octubre de 2009

LEY DEL TALIÓN


La Ley del Talión no puede aplicarla ningún ser humano, porque la justicia humana no es infalible, pero tampoco hace falta que la aplique, porque ya lo hace la ley universal del Karma, que afecta a todos los seres vivientes del universo. Y recordemos que todos y cada uno de los seres que pueblan el universo son seres vivientes.

Si asustas, serás asustado.
Si agredes, serás agredido.
Si repartes alegrías, recibirás alegrías.
Si siembras trigo recogerás trigo.
Si siembras cizaña recogerás cizaña.
Si violentas, serás violentado.
Si tiranizas, serás tiranizado.
Si repartes bondad recibirás bondades.
Si bendices, serás bendecido.
Si agradeces, recibirás agradecimientos.
Si odias recibirás odios.
Si amas, recibirás amor.
Si das compañía recibirás compañía.
Si das sin que te pidan, recibirás sin pedir.
Si das risas, recibirás risas.
Si das tristezas recibirás tristezas.
Si mientes, te mentirán.
Si confías, confiarán en ti.
Si desconfías, desconfiarán de ti.
Si das amistad, recibirás amistad.
Si das, recibirás.
Si no das, no recibirás.

Esta es una ley antigua, de la que siempre se supo.
Es una ley infalible y justa, y domina la vida hasta el último rincón del Universo.
Que nadie se pregunte ¿por qué me ocurre a mí?, porque la respuesta es muy fácil. Te sucede a ti porque te lo has ganado con tus actos. Y no puede suceder de otra forma.



martes, 27 de octubre de 2009

lunes, 26 de octubre de 2009

BELLEZA DE NUESTRO PLANETA

Cataratas de Iguazú.



jueves, 22 de octubre de 2009

EL CUENTO DE LOS DOS CEREBROS

Contado por Mr. Mark Gungor.


domingo, 18 de octubre de 2009

PENAS



No me cuente usted su vida, yo también he sufrido mucho…

Esto solía decirse cuando yo era joven. Era una manera de atajar la inundación cuando alguien te descargaba como un torrente sus penas y sus tragedias.

Yo tenía una tía, solterona y sola, soltera y entera, como suele decirse, que penaba continuamente. Su único y agotador tema de conversación era contar y contar sus penas y sus soledades. Cuando te enganchaba, te colocaba el disco, que yo no se cómo no estaba rayado ya de tanto reproducirlo. Pero como la memoria se afianza con la repetición, nunca faltaba un motivo de tristeza, de lamentación, de queja a la vida, de lo que pudo ser y no fue, y de lo que nunca iba a ser.

No valían ánimos, ni consejos, ni cariño, ni nada. Abrir su boca era simultáneo a abrir las compuertas de los lodos de una vida, muy triste, sin duda. Terminó sus días mal, porque la conciencia es piadosa, y ante el sufrimiento llega a desmayarse para que no tengamos más dolor. Quizá fuera lo mejor.

Yo era muy joven, y no tenía una perra, y ella tenía sobres sin abrir por todos los rincones. Recuerdo que me llamaba para que fuera a verla, y a veces iba. Al despedirnos me hacía un “regalito” dinerario hoy equivalente a más o menos unos 300 pavos.

¿Os podéis creer que evitaba ir? La recompensa era muy alta, pero también era muy duro el trabajo. Y más porque siempre fui propenso, ahora ya no, a la identificación, y salía de su casa arrastrándome de tristeza. No. No me apetecía ir en absoluto.

Y hoy, con frecuencia, escucho gente que sus lamentos, indefectiblemente, cuando coincides con ellos, manan sin cesar de su boca, de su cerebro y de su corazón. Y estás deseando desaparecer, sin saber como escapar a la tortura. Parece que, de Dios para abajo, todos son injustos con su vida. Reproches, lamentos, sufrimientos, tristes recuerdos, negro porvenir, este me hizo esto, aquél me hizo lo otro…

Y, causalmente, o mejor dicho, causalmente, su mayor tragedia es la siguiente:

Nadie me quiere, nadie se preocupa por mí, nadie se acuerda de mí, nadie me busca para nada, nadie me llama, nadie viene a verme, nadie se divierte conmigo, no tengo amigos, estoy solo, Dios me ha castigado injustamente, todos me tratan mal, nadie me considera, y todos los etcéteras que sin duda podréis añadir.

Y yo me pregunto: ¿Se puede ser tan inconsciente como para no darse cuenta de la relación entre ambas cosas? ¿Es que piensa que alguien desea reunirse con otro para sufrir?

No, no. No me cuente usted su vida que yo también he sufrido mucho…

Por mi parte, yo me tengo prohibido absolutamente contar penas, y solo cuento alegrías. Busco alegrías, y no busco penas. ¿Para qué, si ya se que mis alegrías y mis penas son el resultado de mis acciones? ¿Das alegría? Recibirás alegrías. ¿Das penas? Recibirás penas. Esto es como dos y dos son cuatro. Y nuestros deseos siempre consisten en que dos mas dos no sean cuatro. Y eso… no puede ser. Y además es imposible, como decía Paquiro.



miércoles, 14 de octubre de 2009

LUCIANO PAVAROTTI

En homenaje a uno de los más grandes tenores de la historia.
Gracias, Luciano.

Nessum dorma
Ópera Turandot
Giacomo Puccini
Última interpretación en público de L Pavarotti.



Il principe ignoto

Nessun dorma! Nessun dorma!
Tu pure, o Principessa,
Nella tua fredda stanza
Guardi le stelle
Che tremano d'amore e di speranza.
Ma il mio mistero è chiuso in me,
Il nome mio nessun saprà!, no, no
Sulla tua bocca lo dirò!...
Quando la luce splenderà,
Ed il mio bacio scioglierà il silenzio
Che ti fa mia!...
Dilegua, o notte!... Tramontate, stelle! Tramontate, stelle!...
All'alba vincerò!
vincerò! vincerò!



El príncipe desconocido

¡Que nadie duerma! ¡Que nadie duerma!
¡También tú, oh Princesa,
en tu fría habitación
miras las estrellas
que tiemblan de amor y de esperanza...!
¡Mas, mi misterio está encerrado en mí,
¡Mi nombre nadie lo sabrá!. No, no
Sobre tu boca lo diré
Cuando la luz brille.
¡Y mi beso fulminará el silencio
que te hace mía!
¡Disípate, oh noche! ¡Tramontad, estrellas! ¡Tramontad, estrellas!
¡Al alba venceré!
¡venceré! ¡venceré!

domingo, 11 de octubre de 2009

GLOBALIZACIÓN


He escuchado que la población del primer mundo está atemorizada ante la amenaza de una gripe que puede provocar miles de muertos.
Pero en África hay miles de muertos cada día, no de enfermedad, sino simplemente de hambre.

He visto cómo en algunos países se obliga a toda mujer a ocultar en lo absoluto toda su figura en público de forma permanente y no le es posible hacer ninguna cosa si no es con permiso de su marido, padre o hermano.
Pero en los países de mi entorno, la mujeres muestran la belleza de su cuerpo, o la fealdad, de manera decidida únicamente por ellas. Y deciden lo que hacer o no hacer en su vida, sin que nadie se lo impida.

Sé que en nuestro mundo rico, nuestra mayor preocupación no es comer, sino adelgazar y eliminar los restos luego.
Pero en continentes enteros, la mayor ocupación es conseguir algo para llenar el estómago. Adelgazar y defecar no es ningún problema, y no creo que nadie esté a dieta ni consuma laxantes.

Sé también que la mayor preocupación de nuestros adolescentes y jóvenes es conseguir el ordenador más potente y el televisor más grande.
Y en otros lugares del planeta no saben siquiera de la existencia des estas máquinas.

Veo que en nuestro mundo “civilizado” se puede hablar en público de todo, se puede insultar de forma gratuita a quien uno quiera, se puede robar con escasas probabilidades de ser castigado, y hay muchos chicos que dan palizas a sus padres, a sus profesores, a cualquiera que anda por la calles que les mira “mal”, e incluso a los agentes de la autoridad, sin ser responsabilizados de sus actos.
Y he escuchado que en el mundo “no civilizado” la infidelidad conyugal, la agresión o el robo son castigados con lapidación, apaleamiento, cárcel a pan y agua, o mutilación de la mano derecha. Y la mínima rebelión o crítica al poder, directamente con la pena de muerte en proceso sumario.

Asisto, en nuestro mundo, a museos, teatros, cines, exposiciones, conciertos, fiestas públicas…
Pero sé que en “otros mundos” el único (pero a veces subyugante) espectáculo es el que ofrece la madre naturaleza.

También sé que producimos muchos kilos diarios de basura doméstica, que se convierte luego en abono o desechos más o menos tóxicos.
Pero también sé que en muchos lugares no hay basura, salvo los restos no digeribles de la comida, con los que se alimentan a los cerdos y otros animales comestibles.

Y que estamos preocupados por la contaminación de nuestros automóviles y fábricas, preocupación que no comparten muchos millones de hermanos, porque viajan en burros o mulas, no en automóvil, y sus fábricas funcionan no con máquinas. Funcionan únicamente con sus propias manos.
¿Qué será eso de “la globalización?


domingo, 4 de octubre de 2009

NECESIDAD DE HOMBRE BUENOS




A modo de un pequeño homenaje al fundador de Nueva Acrópolis, os ofrezco un importante artículo escrito por él.

NECESIDAD DE HOMBRES BUENOS

Esta necesidad de una condición moral que provenga de una naturaleza esencialmente pura, del mismo ser, está señalada por Platón en la totalidad de sus obras y, a más de veinte siglos de distancia, por Kant y sus seguidores.

Y no ha habido filósofo que de tal se preciara, ni pensador alguno, que pusiese en duda tal necesidad, aunque con el hundimiento del mundo clásico, esto, tan evidente por sí mismo, se ha condicionado a previas razones teológicas, políticas y sociales, cuando no simplemente económicas.

Al desarrollo de la mecánica instrumental en lo físico, se le asoció un similar proceso en lo metafísico, quedando poco a poco el individuo enterrado en una ciénaga de lo que podríamos llamar “culto al procedimiento” y aun de las procedencias.

Así, la bondad propia del hombre se condiciona a su religión, al origen familiar, geográfico, racial, y a muchos otros etcéteras que cubrirían páginas enteras que serían un detallado muestrario de prejuicios y superficialidades.

La Humanidad se dejó encandilar por los planes y sistemas, por las formas de los receptáculos antes que por los contenidos. Ante el resquebrajamiento de la plataforma ética se recurre a las fórmulas más o menos utópicas de los recetarios, pues al concebir el mal como algo real –que ya no es la simple carencia del bien, sino una presencia consistente–, se acude a los exorcismos de todos los colores, despersonalizados en lo sobreindividual. El ser pasa a segundo plano, condicionado a los aparatos que, en hipótesis teórica, crearán, mediante la confesión o la razón, al hombre perfecto a partir de sus propias imperfecciones.

Una imagen práctica sería pretender que, si apilamos ladrillos de barro de determinada forma y manera, podremos construir una pared de dura piedra, sólida y fuerte, haciendo que la “magia” del conjunto transmute la naturaleza de lo individual y singular.

La masificación espiritual precedió en muchos siglos a las modernas cadenas de montaje y, sin medir la realidad, se creyó que ensamblando lo parcial con lo parcial se daría a luz una criatura pletórica de virtudes y bondades, idéntica a sus precedentes y a quienes le sucediesen. Cuanto más, se admitió la evolución de las formas basada en los fracasos y aciertos de la experiencia. Pero lo importante dejó de ser el hombre para dar prioridad al conjunto de los hombres, como si estos fuesen una mera invención de los sistemas, hombres a los que los propios sistemas darían el derecho a la supervivencia en base a sus adaptaciones y pérdida de toda característica propia… en los casos de que esta fuese aceptada como tal.

Los productos de las cadenas de montaje serían calificados según de dónde proviniesen, es decir, según qué sistema los había engendrado.

Los cristianos eran buenos; los “paganos”, malos.
A Santiago se le hace “mata moros”.
Los nobles tienen “sangre azul” y los demás son “villanos”.
El pueblo es bueno y los reyes son malos… ¡Viva la guillotina!
El obrero es bueno y el industrial es malo.
El militar es más válido que el labrador, o viceversa.
El “pueblo elegido”… “el pueblo de Dios”… En definitiva, los “buenos” que, para existir, necesitan de los “malos”.

Y ese común denominador colectivo hace que se hable de los cristianos, los judíos, los musulmanes, los ateos, los blancos, los negros, los ricos, los pobres, los sabios y los ignorantes. Es el racismo de todos los colores.

Esta masificante aspiración a una redención colectiva, y a una destrucción también colectiva de quienes no participasen de tal o cual redención, clase o partido, pone toda la esperanza en los sistemas, credos, razas y aceptaciones. El hombre singular pierde importancia. Y hasta se hace inconcebible alguien que no esté insertado y militando en el partido o la secta de moda.

Sin embargo, el fracaso fáctico del comunismo, el fascismo, el nazismo y el capitalismo con sus respectivas características políticas, sociales y económicas, ha sembrado en el pueblo la duda sobre la eficacia de los sistemas. A pesar de que, tal vez orquestados por poderosas fuentes de poder, casi todos los pueblos de la Tierra claman por la democracia y el derecho al voto, a la hora de acercarse a las urnas, una media del 50% rehúsa hacerlo, o donde ello es obligatorio, se vota en blanco o se boicotean deliberadamente las listas prefabricadas por el sistema.

Con excepción de algunas modalidades del Islam, en las religiones pasa otro tanto, y aunque en los mapas demográficos siga apareciendo, por ejemplo, que Italia es católica, en la realidad las iglesias están llenas de turistas curiosos, los monasterios vacíos, convertidos en sedes de encuentros ajenos a la religión, y el mismo Papa es objeto de bromas sobre su nacionalidad o sus costumbres. Evidentemente, lo que tradicionalmente se entendió por “sagrado” está muy lejos de todo esto.

Es aceptable que la solución de este problema pase por el simple entendimiento de que lo que realmente importa no son los sistemas, sino los hombres que los integran. Y que la calidad moral de estos hombres es lo fundamental.

Poco importa ya que un país esté gobernado por “derechas” o “izquierdas”, que su régimen sea presidencial o monárquico. Lo que es válido es si el hombre o los hombres responsables de la administración de un país son gente buena, honrada, justa, valerosa y cabal.

El peor de los sistemas, si está integrado y conducido por hombres buenos, trae felicidad al pueblo, riqueza, bonanza y paz. El mejor de los sistemas, si sus gobernantes son personas carentes de moral, será un suplicio para los gobernados.

El mito de la redención colectiva a través de los sistemas ha demostrado su falibilidad. En el transcurso del tiempo, el más organizado y natural de los sistemas se desmorona pronto si no está sostenido por hombres y mujeres de honor, morales, en una palabra: BUENOS.

Lo que necesitamos no es que triunfen determinadas facciones o sectas políticas ni sociales ni religiosas. Lo que necesitamos son hombres buenos y que a esos hombres buenos, reconociéndolos como tales, se les deje tener las máximas responsabilidades en todos los terrenos. Si así se hiciese, ellos las aceptarían, no por ambición, sino por espíritu de generosidad y solidaridad.

Si volviendo a Platón, el buen zapatero tiene el deber de hacer zapatos para todos; el buen sastre, ropas para todos, etc., el que se gobierna a sí mismo, el que domina sus pasiones y endereza sus ideas con la fuerza de su voluntad ha de ser el más apto para aplicar aquello que en él es ventajoso a todos los miembros de su comunidad.

Si logramos respaldar a los hombres buenos y les damos los instrumentos culturales necesarios, estos pueden integrar cualquier forma de gobierno, pues cualquier forma de gobierno, en sus manos, será eficaz.
Si es un hombre bueno el que está al frente de una religión, cualquiera que esta sea, despertará en sus creyentes la presencia de Dios, pues la verá en él reflejada y posible.

Si un hombre bueno se dedica al arte, a la ciencia o a cualquier actividad, esta se verá iluminada por su propia bondad, no importando el camino que tome, pues en su bondad ha de escoger siempre el mejor.

Es necesario concienciar que no basta con cambiar del siglo XX al XXI para que cesen los racismos, las persecuciones, los enriquecimientos ilícitos, los genocidios; sino que hace falta cambiar “por dentro”, esotéricamente, para que las máquinas contaminantes de los sistemas den paso a los hombres buenos.

Es preciso encontrarlos, señalarlos y apoyarlos.
Para un hombre, no hay enemigo mayor que otro hombre, si este es malo, ni mejor amigo y ayuda que otro hombre, si este es bueno.

Seamos valientes y empecemos a tirar a la caja de desperdicios de la Historia los sistemas nefastos que nos rigen, para que, sobre sus escombros, pueda caminar ese Nuevo Hombre, cuya característica principal es la de ser bueno.

Jorge Ángel Livraga Rizzi


viernes, 2 de octubre de 2009

¡CARACOLES!



A todos nos es muy familiar la exclamación española de ¡caracoles! Yo nunca había intuido su significado, claro que tampoco nunca me había propuesto cocinar caracoles.

Un día estuvo en casa una amiga, la que, entusiasmada, nos dio una emotiva conferencia sobre la facultad restauradora de la piel que dicen que posee la baba de caracol, de la que ella, por experiencia, podía dar fe. De todos los fluidos de consistencia mucosa producidos por la naturaleza, ya sean de origen vegetal o animal, éste era el mejor con diferencia. Al parecer ya pasó la moda del aloe vera. La baba de caracol es muchísimo mejor para la piel.

Y también hace unos días degusté con sumo placer un tazón de caracoles que hizo, pura alquimia natural, otra amiga, experta cocinera, al parecer, de origen genético. Yo soy un amante (o lo era) de estos bichos curiosos, a los que las mujeres ponen de símbolo del hombre y los hombres de las mujeres. Con el caldo tradicional, con el caldo cordobés, con la salsa tomatera… en fin, de cualquier manera. Primero los bichos, y luego el caldo, y si es con salsa… a mojar pan.

Y resulta que hoy, que fui a la plaza a buscar a alguien a quien debía dinero, para pagarle (quien paga descansa, y quien cobra más), me topé en la puerta con un puesto de caracoles (al natural). Y caí estúpidamente en la tentación.
- Déme un kilo, y los avíos.
- Son 2,50 más los avíos, 3,50
- Muy bien, póngalos.

Me fui a casa, contento, imaginando la hermosa olla que prepararía, para mí y para mis amigos que, al igual que yo, son amantes de su exquisito paladar. Herencia francesa, debe ser, supongo. L’escargots… oh, la, la, l’escargots! Pero al fin y al cabo tampoco tengo tantos apellidos franceses, creo recordar que solo uno. En realidad me deberían gustar mucho más las pizzas, tengo varios italianos…

Cuando llegué no había comido aún. La comida la estaba preparando mi mujer, la que, cuando vio la bolsa de caracoles, adivinando mis intenciones, me espetó agriamente:

¡Eres un asesino en masa!
¿Todos esos caracoles vas a exterminar? y ¡vivos!
¡No voy a consentir tal caracolicidio en mi casa!

A pesar de recordarle a los pobres cerditos, a los pobres pollitos, a las pobres terneritas y demás bichos comestibles cuya carne pasa día a día por nuestro gaznate, no la pude desanimar de la imputación que me hacía de exterminador de animales.

Tras recordarle que el asesinato no se iba a producir en su casa, sino también en la mía, y que, tras hacerlo, pediría perdón a Buda y a Francisco de Asís, asumiendo la culpa y la penitencia que me impusieran, me dispuse a empezar con mi tarea.

Antes que nada, por supuesto, llamé a mi amiga la experta en cocina, y le pedí instrucciones. Para empezar –me dijo- tienes que lavar los caracoles repetidas veces hasta que no tengan nada de baba. ¿Con Fairy? –pregunté yo-. No, hombre no, con agua solo, pero tienes que hacerlo muchas veces, y continuamente cambiando el agua, hasta que ya no salga espuma. Cuando estén completamente limpios ya puedes matarlos y luego cocinarlos. Matarlos… ¿uno a uno? –pregunté- No seas idiota, los pones en agua a fuego lento y se van muriendo. En este punto me puse a pensar que Mari Luz tenía razón. No era asesinato, era tortura. Me pensé a mí mismo sometido al mismo tormento y un escalofrío recorrió mi espalda.
-Bueno, bien, gracias, empezaré por lo del lavado. Si consigo conservar intacta mi conciencia durante la hora del lavado, los mataré. Pero que conste que me lo has dicho tú. Y si alguien me pregunta diré que tú eres la culpable-
Y me puse a lavarlos.

Al principio bien. Los frotaba, los frotaba, dentro del agua, y yo diría que a los bichos le gustaba. ¿Y a quién no, pensé yo? Un bañito con suave masajeo, en agua fresca y limpia. ¿No querréis que os ponga desodorante cuando termine, supongo? –les pregunté en voz baja- Hasta ahí podríamos llegar.

Cuando acababa de ducharlos por decimoquinta vez, ya un poco mosqueado, era ya la hora de comer. Así que les quité el agua, y les di un descanso hasta después. Portaros bien –les dije- y no hacer más baba, por favor… y mucho menos se os ocurra cagaros… por lo menos hasta que vuelva.

Era ya por la tarde, después de la siesta, y fui a verlos. No, no se habían portado bien. A pesar de que, según las instrucciones, había frotado un limón por el borde de la olla para que nos se salieran, no habían parado en barras. Estaban por todos sitios, por la encimera, por el paño, por las esquinas, y lo que es peor, comiéndose el jamón. ¡Por favor! ¡El jamón es de Guijuelo! Pues por eso, ¡qué te crees! –pensé que me respondían-
Apresuradamente, comencé a llevarlos al redil otra vez, maldiciendo su atrevimiento. No había tomado café, y tenía todavía la neurona espesa. Pero decidí que había que coger al toro por los cuernos, mejor dicho a los caracoles. Así que, antes de salir a lo del café, los dejaría limpios. Como fuera.

Tras otros quince lavados, los puñeteros caracoles aún seguían babeando. Para mí que estaban hechos exclusivamente de baba, o al menos en un gran porcentaje. Pero yo, impertérrito, impasible el ademán, continué y continué. Cuando miré distraídamente el reloj eran ya las nueve menos cuarto. Y, considerando la total desaparición de baba como un asunto imposible, ya que me di cuenta que eran mucho más rápidos fabricándola que yo eliminándola, los consideré con la baba mínima para mis facultades, y me fui a tomar café, eso sí, después de pasar el limón otra vez por el filo de la olla. Quien sabe, quizá esta vez tenga efecto, deben estar muy debilitados o por lo menos mareados –pensé-

Una vez que subí, con la neurona ya más dócil, decidí que era el momento de vengarme, sometiéndolos a una muerte lenta. Y tras el permiso de la autoridad, me dispuse al tormento. A la olla, y a fuego lento. Y ahora, si persistís en vuestra contumacia, seguid babeando. Sospeché por un momento que, aún después de muertos, seguirían babeando. Pero me tranquilicé pensando que no hay bicho viviente que haga nada siendo difunto.

Una vez cadáveres, eliminé la baba que expulsaron en su agonía. Normal, pensé. Cualquiera lo haría, quizá hasta yo mismo en tales circunstancias. Y tras colarlos por vigésimo quinta vez, los eché al caldo de especies preparado al efecto. ¡A hervir, y a poneros en su punto!
¡Caso omiso! El caldo era un líquido filante, bastaba meter la cuchara de madera y luego sacarla para comprobarlo.

Me sentía vencido. Vencido por unos bichos cornudos y babeantes. Era inaudito. Yo ¡el rey de la creación, vencido por un animal insignificante!
Puse el fuego más fuerte. ¡Anda! ¡Seguid babeando, anda! ¿Os creéis muy listos eh? Cuando volví a la calma, pensé en que quizá pudieran ser comidos por alguien que no conociera la triste historia. Pensé –ojos que no ven, corazón que no siente- Así que decidí que, en venganza, se los daría a probar a mi amiga consejera, que era después de todo la culpable de mi tragedia. Si no decía nada… ¡adelante!, invitaría a todo el mundo, y yo, para evitar tomar aquél ungüento baboso, haría playback moviendo la boca como si comiera. Después de todo canto en un coro, y estoy acostumbrado a hacerlo.