domingo, 31 de enero de 2010

BENDITO SEMBRADOR





Sembraron en mí semillas
cuando yo ya creía
que mi tierra era estéril,
pedregosa y árida.

Invierno y otro invierno,
sin brotes en primavera,
sin esperanza casi,
casi sin fe.

Estiércol y estiércol,
araron y araron,
lluvia en otoño,
sol en primavera.

Pasaron los ciclos,
mi tierra yerta,
mis ojos ciegos,
mi palabra muerta.

Un día, una luz
alumbró mi frente.
Y oí una voz.
¡Eres labrador!

Tomé mi azada,
amé mi tierra,
miré hasta el sol,
y comprendí.

Nueva primavera
llegó, y entendí.
Los brotes surgieron,
y luego crecieron.

Bendije semillas,
labrador y azadón.
Bendije los brotes...
bendije al sembrador.









jueves, 28 de enero de 2010

GUSTAVO DUDAMEL Y MAHLER EN LA SCALA

Dedicado a mi amigo Juan Carlos, amante de Mahler... espero que lo disfrutes.

GUSTAVO DUDAMEL

... y la Joven Orquesta Simón Bolívar...



martes, 26 de enero de 2010

ALMA LLANERA

Un gran homenaje al alma llanera de los venezolanos, con la genial dirección del músico venezolano Gustavo Dudamel.
Venezuela, tierra hermana de España y de Cádiz, donde se la ama especialmente.
Y mi agradecimiento a mi querida amiga venezolana que me lo hizo conocer...

Este genio se formó en la inmensa y absolutamente encomiable labor del Sr. José Antonio Abreu, músico, benefactor de la humanidad y creador de las escuelas musicales en Venezuela, que, tras 30 años de duro pero amoroso trabajo, han dado lugar al inmenso desarrollo en este país de la música, la cultura, el arte, y el desarrollo personal y espiritual de sus ciudadanos.

Personas como el Sr. Abreu son las que, como grandes luminarias, iluminan y guían a la humanidad en su progreso hacia un mundo más bello, más justo y más bueno.

Gracias Sr. Abreu. Desde Cádiz, España, hermanos de nuestros hermanos venezolanos, nos quitamos el sombrero ante Vd.
Reciba un fuerte y cariñoso abrazo desde aquí.

Gracias, mil gracias, Sr. Abreu, hombres como Vd. son los que necesita la humanidad.



domingo, 24 de enero de 2010

EL AZOTE DEL LÁTIGO ALETARGADOR




A veces alguien me ha comentado cosas que ha escuchado y visto por la televisión, dando por supuesto que yo también estoy al tanto, pues todo el mundo lo ha “visto” en el telediario.

Yo siempre digo que el pediatra me ha prohibido ver la tele, y cuando preguntan
- ¿El pediatra?
Les contesto:
- ¡Ah! No, perdón, el geriatra, que siempre me equivoco…

Se ríen siempre, pero creo que no llegan a creer que nunca mire la televisión, seguramente porque hoy la gente “intelectual”, e incluso la gente normal, niega que vea mucho la tele, cuando pasan casi todo su tiempo libre delante de la caja tonta. Así que dirán: Eso es lo que dicen todos, pero luego se empapará de ella.
Quizá ha llegado el momento en que no es posible creer que alguien no pase dos o tres horas delante del artefacto intruso, a no ser que sea marciano o sordo y ciego.

Pero es verdad, me quité de la tele por propia orden facultativa, cuando me di cuenta del daño cerebral que produce en las personas, y, por ende, en la sociedad. Creo que hoy, el síndrome de Peter Pan está tan difundido en la sociedad debido a que es intencionalmente fomentado por los oscuros poderes que gobiernan el tinglado.

Pero no quería hacer hoy una reflexión sobre todo el daño que produce la tele, porque tendría que hacerlo por capítulos, tan extenso es. Y lo es porque absorbe y casi anula el noble ejercicio de la vida humana, y lleva a “vivir” la vida de otros, se infunden en el adormecido espectador la forma de ver la vida que conviene a otros, los sentimientos que interesan, los intereses que necesita el gran ogro, devorador de cerebros y almas humanas.

Hoy solo quería reflexionar sobre uno de sus innumerables males. Pero, antes de hacerlo, debo, en justicia, declarar inocente a la televisión de cualquier culpa, en aplicación de la eximente de “obediencia debida”. Es solo un medio potentísimo que, como otros, puede usarse tanto para buenos fines como para malos fines. Eso depende de su utilización.

El mal al que me refería se muestra cuando alguien te comenta:

- ¡Hay que ver cómo está el mundo, solo pasan cosas malas!
O bien:
- ¡Qué cantidad de maldad tenemos en la humanidad!

En estos casos yo siempre le pregunto:

- ¿Por qué lo dices?
- Pero bueno, ¿es que no has visto hoy la tele?
- No. Lo tengo prohibido por el pediatra.
- ¿Tu sabes la de cosas que han pasado, la cantidad de cosas malas?
¿la maldad que hay en la humanidad?
- Bueno, sí, hay cosas malas, y también hay gente mala, -le contesto- pero lo bueno nunca sale en televisión. No es noticia. Además ¿tú crees que el mundo es como nos muestra la tele? Si así fuera, mejor sería que viniera el meteorito ese y nos mandara a todos a hacer puñetas ¿no?
- ¿Cosas buenas? ¿Qué cosas? Como no sea qué el Barça va ganando la liga…

El meollo de la cuestión es que, para casi toda la gente, el mundo es según nos muestran en televisión. Aquí justamente radica el gran engaño.

Leí una vez lo siguiente:

“Hace más ruido el desplome de un árbol en el bosque que los otros cientos de ellos que crecen alegremente en él”

Esta es la cuestión. Es el ruido, físico, emocional o mental lo que cuenta. Lo que no hace ruido y se desarrolla en silencio no interesa.

Y resulta que para mí es justamente al revés. Lo que hace ruido dura solo lo que dura el ruido. Lo silencioso permanece en el tiempo, vive, se desarrolla y da frutos. El ruido es efímero e infecundo. El silencio es duradero y rico en frutos.

¿Nadie es consciente de que una madre dio placentera y generosamente la leche de sus pechos a su pequeño bebé?
¿Nadie tiene en cuenta que millones de seres realizaron en el día su trabajo con alegría?
¿Nadie vio los abrazos de corazón de los amigos o de los amantes?
¿Nadie se dio cuenta de las sonrisas, de los besos, de las ayudas generosas, de los trabajos hechos con cariño, de las hermosas atenciones y delicadezas?
¿Nadie pensó en el cirujano que extirpó el mal de un cuerpo desahuciado?
¿Nadie pensó en el panadero que, en la noche, nos regaló el pan que comemos?
¿Nadie en el artista, quien, con solo sus manos y su corazón, nos brindó amorosamente la contemplación de su bella obra?
¿Nadie en una sonrisa recibida, en unas palabras de aliento, en la ayuda que recibimos de alguien a quien no conocíamos?


You may say I’m a dreamer… como decía Lennon, pero también continuaba:
But I’not de only one.

Yo, desde luego, me niego a creer en el falso mundo que nos presenta la gente negra en la televisión, y renuevo, una vez más, mi fe en la Humanidad.

El hombre no es un lobo para el hombre, y la Humanidad no está destinada a su destrucción.
Eso solo es el miedo con el que los infames nos quieren maniatar.
Pero, quitémosles las riendas de nuestro carruaje y, entregándolas a gente buena, generosa y justa, otro gallo nos va a cantar.


jueves, 21 de enero de 2010

ADIOS A TURCA




Turca ya no vive. Su corazón grande y potente sigue latiendo con fuerza, pero su cuerpo se apaga, como una llama que acaba su cera y solo quema el resto de su pabilo.

Sus oídos no oyen mis palabras, y sus ojos no ven los míos, y ya no puede seguir mis pasos, pero sé que su corazón aún oye al mío. Su alma grande está aún conmigo, pero su cuerpo ya no es capaz de albergarla.

Tanto años… tantos días… tantas horas… tanto juego, tanto cariño, tanta compañía… ahora se van. Entiendo y acepto la ley natural que rige la vida y la muerte, pero eso no es suficiente para evitar que mi corazón lata por ella y mis ojos se llenen de lágrimas de agradecimiento y de pena.

Fue niña, joven, madre, adulta, pero… ahora su vida se desvanece irremediablemente. Estuve con ella en todos sus días, los días de sus mimos, de sus juegos, de su miedo, de sus amores, de su descendencia, de su madurez, de su ancianidad. Y ya no me es posible hacer nada que impida su marcha.

Se que existe un cielo para los perros, y se que allí la encontraré algún día. Y se que allí volveremos a estar juntos, porque los corazones que se unieron no pueden separarse nunca, ni en este mundo ni en el otro.

Hoy solo quiero agradecerle su fiel compañía, su cariño incondicional, su fortaleza de alma, su mirada limpia, sus juegos ligeros, su amistad, aunque tanto me dio y tanto recibí que no se la manera de hacerlo. Creo que no puedo llegar a entregarle ni una pequeña porción de que que me dio.

Pero se que su corazón y su mirada tienen ya un lugar dentro de mí, que guardaré como uno de mis mayores tesoros.

Adios, Turca, espérame…



miércoles, 20 de enero de 2010

SABER LEER



Parece una cosa de Perogrullo. ¿Qué tiene de particular saber leer? A leer se aprende a los, digamos, siete u ocho años. Luego se coge velocidad y soltura, e incluso se pueden leer textos con las letras mal puestas, ya que no se leen en realidad todas las letras para leer la palabra. La palabra, más que “ser leída” es “intuída”

Y si no lo creéis, os trascribo un curioso párrafo que me enviaron, donde esto último queda demostrado. Tenéis que leerlo a toda prisa y sin fijaros mucho en las letras. Si no es así, no funcionará. Venga…, a probar...

Sgeun un etsduio de una uivenrsdiad ignlsea, no ipmotra el odren en el que las ltears etsan ecsritas, la uicna csoa iportmnate es que la pmrirea y la utlima ltera esten ecsritas en la psiocion cocrrtea. El rsteo peuden estar ttaolmntee mal y aun pordas lerelo sin pobrleams. Etso es pquore no lemeos cada ltera por sí msima snio que la paalbra es un tdoo.
Pesornamelnte me preace icnreilbe...

¿A que es cierto lo que decía? Si, a mí también me pareció icnreilbe. Pero, aparte de increíble, además es cierto. No haré más demostraciones.

Pero no voy a hablaros del lenguaje ni de sus misterios, que es seguro que los tiene, tanto el hablado como el escrito. No. Lo que quiero trasmitiros es otra cosa.

Quiero hablar de la forma en que leemos. Ya sé... me diréis, claro, se puede leer sentado en una silla, en la taza del water, en la cama, en la playa, e incluso en el coche. Vale... es cierto.

Quiero dejar sentado que el objeto, a mi parecer, del hecho de la lectura, es el comunicarse con el escritor. Entender o sentir lo que dice, lo que quiere decirnos, lo que calla y lo que escribe sin escribirlo. Llegar a su mente, a su corazón, a su idiosincrasia, a su filosofía o incluso a su estómago u otros de sus órganos vitales o menos vitales. Sólo así, entrando dentro del escritor y desentrañando cada palabra, cada frase y cada párrafo, descubriremos su visión de la vida.
Así, veremos por sus ojos, oiremos por sus oídos, sentiremos con su corazón y pensaremos con su mente.

Pero todo esto no es fácil, sino más bien muy difícil. Solo se comparte cuando se llega a entrar en sintonía con el autor, cuando en nosotros resuenan las mismas cuerdas y las mismas notas que resonaron en él cuando trasmitió su energía y las plasmó en forma de expresiones. No es fácil hacerlo para el escritor y tampoco para el lector.

En la poesía, arte supremo de la trasmisión lingüista, solo una unión previa entre las almas del poeta y del lector hará el milagro del florecimiento en el huerto de éste lo sembrado por las manos de aquél.

Pienso que por esto, y no por otra cosa, la poesía, y la literatura en general, entran a formar parte, por derecho propio, del reino de las Musas. Las Musas, con sus manos celestes y puras, llevan el tesoro de las manos del uno, abiertas como la del sembrador, a las del otro, unidas en cuenco, como las del que trata de apresar el agua transparente del manantial.

Recuerdo mis lecturas como algo casi siempre irreflexivo, impulsivo, ligero y superficial. No se pueden comer manjares delicados engullendo como un pavo. Ni resulta placentero ni alimenticio. Atracones que solo producen malas digestiones, empachos y que generalmente llevan a vomitar o a eliminar la comida en grandes deposiciones.

Pero no me culpo, ni culpo a nadie, de esa falta total de escrúpulos a la hora de leer. Así fui educado y creo que de la misma manera nefasta lo hemos sido casi todos. Hemos pasado por un enorme atracón de libros y más libros, sobre los que hemos pasado corriendo sin siquiera mirar el paisaje, como un loco de estos de ahora que creen conocer China porque estuvo allí en un viaje de diez días, en los que consiguió ver “todo” lo interesante del país, tal como le anunciaron en la agencia de viajes. Ahora se siente como un chino más. Sin embargo todos sabemos que para conocer y comprender algo de un país son necesarios algo más que diez días... y que diez años. Otra cosa es volver de allí con una maleta llena de objetos de recuerdo de muy dudosa autenticidad y con un maletín repleto de mil fotografías. Hubiera resultado más barato y quizá hasta más edificante haberlo comprado todo en el país de origen sin tener que ir a ningún sitio.

Solo recuerdo un caso, el de un amigo mío empresario, quien, en sus viajes de negocios a oriente empleaba una semana en sus quehaceres profesionales y dos o tres en fundirse con el alma de la región a la que iba. Y esto último solo es posible viviendo como un oriundo, y junto con los oriundos. Solo se certifica que eres aceptado como uno más cuando eres invitado a sus ceremonias familiares más íntimas y cuando eres admitido en sus costumbres y “ritos” más ancestrales. Y lo que digo no es nada misterioso ni rocambolesco. Solo consiste, quizá, en ser invitado a tomar el té en casa de un nuevo amigo de ese país, en subir andando hasta donde ellos andan hasta un lejano santurario, en comer su comida y beber su bebida, en amar como ellos y sentir como ellos.

Lawrence de Arabia sería un buen ejemplo. Solo montando torpemente en su camello con sus ropajes árabes y durmiendo en el desierto como los demás pudo ser considerado uno de ellos, y se le permitió entrar en el alma del pueblo al que amaba. Y fue un árabe más entre árabes, cosa que no alcanzaban a comprender sus antiguos compatriotas.

Pensaréis: ¿y qué tiene que ver todo esto con saber leer? Yo, simplemente, no lo pienso, pero me huele que sí que tiene que ver, porque leemos igual que vivimos, es decir, muy superficialmente.

Un entrañable amigo, prejubilado de una profesión que a nadie haría pensar de su cultura, erudición, sentido común, comprensión, y madurez, me dijo, con ocasión de haberle dado a leer un escrito, en alguna manera poético, que lo leería. Y me dijo cómo lo haría. Lo haría como lo hacía siempre. Y me lo detalló, y ahora yo os lo cuento a vosotros:

- Primero, lo leo una vez.
- Después lo leo una segunda vez, esta vez más despacio que la anterior.
- Luego lo leo otra vez, despacio pero en voz alta. Tengo que escucharlo.
- Por último lo leo otra vez, pero ahora andando, para captar su ritmo, si lo tiene.
- Y si es preciso, en unos días lo vuelvo a leer de todas las maneras anteriores.

Y cuando lo terminó de explicar, una vez que conseguí cerrar la boca, no porque yo estuviera hablando, sino de puro pasmo, entendí, por primer vez en mi vida, qué cosa era leer, y qué cosa no lo era.

¡Ah!, -pensé- ¡si yo hubiera leído así los cincuenta libros que, como decía el Abate Faria, son suficientes y necesarios para comprender toda la sabiduría de todos los tiempos!

jueves, 14 de enero de 2010

FILOSOFÍA




En nuestro mundo actual, la filosofía ha sido mal entendida, mal utilizada y, finalmente, defenestrada y desterrada de la enseñanza.

Se perdió su sentido original, su porqué, su para qué, y, en consecuencia, perdimos su cómo.
El soberbio hombre de nuestro siglo se enorgullece de no necesitar de la sabiduría de nada ni de nadie.

Pero, cosa curiosa, han aparecido, como los hongos, un enorme ejército de psicólogos, psiquiatras y entrenadores personales (los del coaching). Se hacen terapias de pareja, o de grupo, por todos los lugares, y se escriben y venden infinidad de libros de “autoayuda”.

Y también nacen, se desarrollan y mueren, una inmensidad de grupúsculos, liderados por un “gurú”, un “maestro”, o un “sabio”, quienes para sus “discípulos” detentan el summum de la sabiduría humana y siguen sus indicaciones a pie juntillas, sin duda ni reflexión alguna.

Se detesta la filosofía, pero se siguen con gran devoción los consejos de cualquiera de los profesionales y líderes que he citado. Y me parece que en esta situación hay gato encerrado, ya que es una situación extraña, y muy chocante.

Si la libertad ha sido declarada como el bien supremo del ser humano, si esta libertad es nuestra desde el nacimiento, por el hecho de nuestra condición humana ¿a qué se debe que tengamos que seguir las indicaciones de nadie para guiar nuestra vida? ¿A qué oscura razón se debe que dejemos las riendas de nuestro caballo a alguien ajeno a nosotros? ¿Qué sigamos sus normas de conducta, de pensamiento y de sentimiento y no las nuestras propias? ¿Hemos renunciado a nuestra libertad para dejar en manos ajenas el curso de nuestra vida?

Es extraño ¿verdad? Cualquiera diría que absurdo. Un hombre libre entrega su vida a las directrices de otro hombre? ¿Existe mayor esclavitud? ¿Somos libres o esclavos? ¿Somos independientes o dependientes?

Una persona sufre una gran pérdida, o una gran desgracia, o quizá solo un contratiempo, y corriendo va o se le lleva a un psicólogo, para que le guíe en la solución del estado incontrolable en el que cae el afectado. Esto solo quiere decir que no dispone de la sabiduría suficiente para abordar por sí mismo su situación vital ante el problema. Es como una orfandad en la que vive la gran mayoría de la humanidad. Nos resulta preciso que nos digan cómo pensar, cómo sentir, cómo comportarnos, cómo afrontar nuestros retos, nuestras debilidades y nuestras dificultades.

Y ¿no sería mejor aprender a hacerlo?

Desde el fondo de los siglos, Séneca, Epicteto, Platón, Confucio, Plotino, Buda, Aristóteles, Hermes, los Vedas, y un sinnúmero de sabios, que comportan la herencia más valiosa de la humanidad, deben sentirse tristes y defraudados por nosotros, los hombres de este siglo soberbio. Tanto buscar la sabiduría a lo largo de todas sus vidas y nadie les concede ni la menor importancia ni crédito. Sobran en las aulas, y sobran en nuestras vidas… Nos decimos: ¿Es que dijeron algo de interés, algo de utilidad, algo que merezca la pena ser considerado? ¿No se trataba más bien de gente ociosa, gente de vagancia, que vivían a costa de ir contando sus estrambóticos delirios a los demás mortales, complicándoles la vida? ¿Gente que nos decía que debíamos conquistar nuestra libertad, cuando somos libres por naturaleza? ¿Qué deberíamos buscar la verdad y la sabiduría, cuando ya lo sabemos todo? ¿Qué deberíamosde tomar las riendas de nuestra vida, cuando sabemos que la vida es un azar y las riendas son innecesarias, porque no vamos a ningún sitio?
¡Que el caballo galope a donde él quiera! ¿Para qué necesitamos riendas, ni caballo, ni destino?

La filosofía es cosa de gente que, en lugar de trabajar, se dedica a pensar cosas inútiles, difícilmente entendibles para nadie, y que solo nos hace volvernos más locos todavía…

…….

Nunca fue eso la filosofía… Nunca fue inútil… Nunca ociosa… Nunca.

Para mí, la filosofía es el manto de sabiduría que cubre todos los saberes del hombre en todas sus facetas y en todos los tiempos.
Es la esencia que subyace en toda forma de entender la vida y de vivirla.
Es la conformadora de los cimientos y los pilares de cualquier quehacer humano.
Es la que guía y da impulso, o debiera hacerlo, a las ciencias, a las artes y a las religiones.


La filosofía fue siempre la ciencia más alta y más noble, porque es la ciencia de la vida, la lámpara de los hombres, la luz que nos guía en la gran aventura de la vida humana.


sábado, 9 de enero de 2010

MUNDO VIRTUAL



Tengo un amigo que siempre se compra el último modelo de lo que sea, de lo que continuamente ofrece la tecnología en estos tiempos tan acelerados. Yo, por mi parte, siempre aprovecho para hacerle ofertas sobre el penúltimo modelo que abandona.

Lo más reciente que me enseñó fue el mejor modelo de teléfono móvil, por llamarle algo al aparato, porque el invento hace como cualquier cosa que uno pueda imaginarse, qué digo, que pudiera imaginarse el mismísimo Julio Verne.

Por poner un botón de muestra, si quieres disfrutar de un hermoso estanque de peces, le das a la tecla y aparece en pantalla. Los peces van dándose una vueltecita, pero si les echas comida, van corriendo a comérsela, y si metes el dedo en el estanque, es decir, tocas la pantalla con un dedo, el pececito que pase por allí te da un mordisco, y sientes un calambre en tu dedo. Si lo pasas a través del charco, el agua se agita y forma onditas. Le puedes poner hierbas flotando, y también cambiarlas de lugar tocándolas. En fin, me parece que acabo de descubrir el porqué se llama digital a esta tecnología. Todo se hace con los dedos.
Pero me parece a mí que es mucho más divertido ir a darle de comer a los patos del estanque del parque…

Y si tienen un chat de internet, un chaval y una chavala pueden mantener una conversación , y mucho más que eso, ¡pueden verse! y a saber qué cosas se enseñan… y qué cosas se dicen…
Yo soy antiguo y tradicional, y continúo prefiriendo el llamado vis a vis. Prefiero el directo al playback. Es más sano y mucho más divertido. Siempre es mejor lo natural, y creo que por mucho que avance la tecnología nunca será capaz de hacernos enternecer por unos ojos húmedos ni vibrar con el aire de un suspiro. Y, aunque lo consiga… nunca lo cambiaría por mis ojos, ni por mis oídos, ni por los latidos de mi corazón y por los de mi amante.

¿Cómo voy a hablar por un chat con un amigo, si puedo quedar con él para tomar un aromático café, y charlar juntos, durante horas, de lo humano y de lo divino, mientras disfrutamos de la belleza de una bonita plaza de Cádiz, de las nubes que corren por el cielo azul, del perfume del aire y de las flores, de nuestras palabras y nuestros silencios, en una gloriosa tarde de primavera, o en una lluviosa o nublada de otoño, donde día a día vemos deshojarse el álamo que amamos desde pequeños…?

¿Cómo va a ser igual dar un paseo “virtual” por Cádiz que darse una vueltecita, despacio y apaciblemente, por la Caleta, o por la Alameda?

Imposible. No puede ser. No quiero que así sea.


martes, 5 de enero de 2010

LIBROS




Observa esta simple hoja; verás que no te alcanza una vida para descubrir la belleza que encierra en su arquitectura...
No hay catedral que pueda igualarla.

Es una idea universalmente aceptada. El saber está en los libros. En ellos está contenida toda la sabiduría descubierta por los hombres que nos han precedido, así como la de nuestros contemporáneos.

Todas las facetas de la comprensión humana están en ellos. Los tratados de metafísica, las novelas, los de poesía, los ensayos intelectuales, en fin, toda la capacidad humana existencial, del pensar, del sentir, del espíritu, de la existencia material, todo, todo, está en los libros.

Y es cierto. La historia de la humanidad, su cultura y saber no procede solo de hace unos años o siglos, como algunos se empeñan en hacernos creer. Se remonta al principio de los tiempos, de los tiempos en que Prometeo, contraviniendo la orden expresa de los dioses, entregó el fuego de la mente al hombre. De los tiempos en que la serpiente dio a comer la manzana prohibida a Eva, y ésta la dio a Adán, y ambos fueron expulsados del paraíso, siendo, a partir de ese momento conscientes de sí mismos y de su desnudez.

Algo nuevo, completamente nuevo apareció sobre el planeta. Un ser capaz de tomar conciencia de sí mismo, de ser consciente de su propia existencia individual. Capaz de proponerse metas y objetivos distintos a los que le impelía su naturaleza animal, capaz incluso de oponerse a ella en aras de la consecución de fines ahora propios de un animal muy especial, el hombre, animal dotado del fuego interno, un fuego que le lleva al centro del Universo así como al centro de su sí mismo.

Un viaje alucinante comienza entonces. Un viaje de retorno a las estrellas. Un viaje en el que está implicado todo ser humano desde su nacimiento. Un viaje en el que está embarcado no solo el hombre como ser individual, sino la Humanidad entera como ser unificador de todos los hombres, como especie del todo singular en la naturaleza.

Y todo hombre busca, desde su nacimiento al fuego mental, las razones, los porqués, las causas, los motivos, la explicación de lo que ocurre en sí mismo y a su alrededor. Con la aparición de la razón en el niño nace al mismo tiempo el filósofo, que no es otra cosa que “el preguntador”, “el inquiridor”, el buscador de respuestas.

Y su inquietud dura más o menos. No le lleva excesivo tiempo el descubrir que nadie sabe nada de lo que de verdad interesa conocer. Cansado de preguntar y no recibir respuestas aceptables se le presentan dos caminos. O mejor tres.

La primera es no volver a preguntar ni a preguntarse cosas de las que nadie tiene respuestas.

La segunda es buscar qué respuestas encontraron otros hombres antes que él a las mismas cuestiones existenciales que se plantea.

La tercera es buscar por sí mismo las respuestas.

Las dos últimas opciones no se excluyen entre sí, porque lo natural en el hombre sensato es seguir ambas vías. Es preciso ser humildes y pensar que no todos los hombres que nos precedieron o los que actualmente conviven en nuestra época son idiotas o incapaces de haber hallado respuestas a las preguntas que nos hacemos, que sin duda son las mismas para todo ser humano.

Pero justamente el gran peligro estriba en hacer excluyentes una de otra. Tan estúpido es buscar en el pensamiento ajeno qué cosas nos parecen más apropiadas y adoptarlas sin más, como tratar de descubrir todo por uno mismo sin tener en cuenta lo que han descubierto antes otras personas.

¿Cuál es el equilibrio? ¿Donde está el justo medio?

He escuchado muchas veces aquello de: “Pienso, con Fulano, que...” O bien: “Como bien dice Mengano...” O también: “Es así, lo dice Zutano”

Pero, en mi caso al menos, con el pensamiento con el que más me identifico es con el mío.

Quizá toda la cuestión de la búsqueda radique en el proceso de la digestión. Me explico. El proceso de la digestión de los alimentos es aplicable por analogía al proceso de asimilación de la sabiduría. Y las patologías tanto agudas como crónicas de dicho proceso son análogas igualmente en ambos casos.

G. expuso una teoría, sin duda basada en antiguas tradiciones esotéricas, de los procesos de transformación y asimilación de los alimentos. Entendiendo por alimento todo aquello, sea de la naturaleza que sea, que es necesario a un ser, sea cual sea en la diversidad inmensa del Universo, para su mantenimiento, desarrollo, crecimiento y propagación. De esta manera, y según expone, existen alimentos propios para el ser humano, para las distintas clases de animales, para las plantas, para los minerales, para los planetas, para las estrellas, para las galaxias y para cualquier ser que conozcamos o no conozcamos, visible o invisible.

De esta manera, y tratando el desarrollo del ser interno del hombre, expone el asunto de la digestión de las impresiones. Quizá en este momento sea preciso plantear qué cosa es una “impresión”, porque el sentido vulgar del término no se acomoda a la extensión del concepto de que se trata.

Plantea que el hombre recibe constantemente, incluso dormido, impresiones. Y estas impresiones son alimento absolutamente necesario al hombre, y de un nivel superior en sutilidad a la del aire. Así, un hombre podría vivir varios días e incluso semanas sin tomar comida. Resistiría solo pocos días sin beber agua. Pocos minutos sin respirar aire. Y escasos segundos sin recibir impresiones. Moriría. Parece algo en principio increíble, pero todos conocemos la terrible sensación del aburrimiento, de la absoluta falta de interés por todo, de la negación a la entrada de cualquier impresión en nosotros. El aburrimiento, llevado a su extremo produciría inevitablemente la muerte.

Así y todo, al ser humano le es imposible evitar la entrada de impresiones, probablemente debido al instinto de supervivencia, aún mas fuerte que su voluntad. Entran en su ser sin que sea capaz de evitarlo, y debe dar una respuesta a ellas. El proceso de entrada de la impresión, la elección, si le es posible, de la naturaleza de las mismas, su asimilación, su proceso interno de transformación, sin duda alquímico, en alimento para el ser propio del hombre, constituye la digestión de las impresiones.

Pero, en un proceso digestivo son necesarios muchos elementos, muchos procesos, muchos órganos, muchas enzimas digestivas, muchos jugos digestivos... Y todo ello, como conocemos, debe estar perfectamente organizado, tener su propia secuencia, su tiempo de proceso en cada lugar, el recorrido por muchos metros de intestinos y un sinfín de delicadas operaciones para llevar a buen término la transformación de los alimentos ingeridos en alimentos propios para el cuerpo humano. Y también, obviamente, es preciso realizar el desecho de lo inútil. Este proceso tan delicado lo escribí en su día en un artículo, que titulé “Comer”, si bien no está terminado y concluye en la fase de la elección de los alimentos adecuados, quizá la fase más decisiva del proceso.

Hay impresiones más fuertes e impresiones más livianas, al igual que hay pipas, que no mantienen pero entretienen, y también hay jamón de pata negra. Hay agua, que purifica, excitantes como el café y el tabaco, relajantes, picantes, y un sin fin de cosas que pueden entrar por la boca.

Pues exactamente igual ocurre con las impresiones. Entran en nosotros, al igual que los alimentos, y es preciso digerirlas, hacer algo con ellas, transformarlas en alimento propio y útil para nuestro ser interno, para nuestro ser sutil. Pero también, y si el proceso no se realiza adecuadamente, se producen empachos, diarreas, malas digestiones, acidez, vómitos y toda la patología típica del sistema digestivo. Cada una de estas patologías tiene su paralelo en la mala digestión de las impresiones.

Y en los libros por lo general está el producto de la digestión de las impresiones de los que los escribieron, pero no las nuestras. En algunos libros están las impresiones casi en estado puro, como en los de poesía y algunos otros, a fin de que nosotros hagamos su digestión. No está todo mascado. Generalmente no se pueden “comer” directamente. Es preciso masticarlo y digerirlo adecuadamente.

De cualquier forma, en mi parecer, siempre es mejor escribir libros que leerlos, aunque ambas cosas sean necesarias. Ya sabéis, tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Y creo que es mejor porque para escribir un libro no se trata de digerir otros, que sería digerir lo ya digerido, sino digerir las propias impresiones y, una vez transformadas en alimentos para el alma, tratar de plasmarlas en palabras que puedan hacer llegar ese alimento a otras personas, o, mejor aún, enseñarles cómo se digieren las impresiones, a fin de que comiencen a hacerlo por sí mismos.

En realidad, reflexionar no es otra cosa que hacer esa digestión, hacer algo parecido a lo que hace nuestro sistema digestivo con los alimentos. Convertir una impresión cualquiera, de las miles que se nos brindan todos los días en que de verdad vivimos conscientemente, en alimento propio para el hombre, que le hará crecer su ser interno, hacerlo fuerte y propagarse y expandirse en las almas de otros seres humanos. No otra cosa es la labor del escritor, del filósofo y del artista.

De hecho, conoce mucho más del amor quien contempla con embeleso el brillo en los ojos de la amada que quien se ha leído cuantos tratados se hayan escrito sobre él desde el comienzo de los tiempos. Nada sabe del amor, aún habiendo leído todos los libros escritos sobre él, quien, como dice Schiller en su oda a la Alegría, nunca pudo llamar suya a otra alma.

Y una hoja de cualquier vegetal muestra mejor la belleza y la perfección del Universo que cualquier catedral gótica o que cualquier libro de estética. Solo que la hoja no está escrita en piedras ni en letras. Está escrita por la mano de Dios. Y solo puede leerla quien conoce su escritura.

El conocimiento, toda la sabiduría, está escrita por la mano del Creador, en la naturaleza y en el ser humano. Solo que está escrita en la lengua de Dios, lengua perfecta y completa, y este lenguaje es preciso aprenderlo, para poder leer los infinitos libros escritos que nos rodean en cada momento de nuestra vida. Estos, en realidad, son los libros importantes. No tienen letras, no tienen páginas. Solo tienen infinitos símbolos llenos de significados, de belleza y de sabiduría atemporal.
La teoría de las almas gemelas que explica Platón ¿quién podría entenderla si nunca encontró a la suya? ¿si nunca llegó a conocerla?

El bello mundo de las abejas que nos describe M. Meterlink ¿quién como él llegó a conocerlo y a fascinarse con su belleza y misterio, sino él mismo?

Ellos, en sus libros, nos incitan y nos señalan la belleza y el misterio en el que se adentraron y en el que vivieron. A nosotros nos toca ir hacia ese misterio y entrar por sus puertas. Solo dentro del misterio seremos uno con él, viviremos su magia. Si nunca atravesamos sus escondidas puertas nunca sabremos nada de él. Solo conoceremos referencias de aquellos que entraron.

Mucha gente admira a Beethoven y su obra, pero ¿cuántos se hicieron uno con él, entraron en comunión atemporal con su alma de artista, sintieron como él sintió, amaron como él lo hizo, trasmutaron el dolor como él, y dentro del misterio de la música, llegaron, como él llegó, a tocar con la punta de los dedos la puerta de los cielos? Y solo señaló un camino... el excelso camino de la música celeste. Pero... para el entrar al mundo celeste es preciso antes ser celeste. Esta es la cuestión. Como un día señaló Amado Nervo, “todo es cuestión de recipiente” Y nadie puede entrar en el sancta santorum si antes no se ha purificado en sus antesalas. No se puede entrar en ningún lugar puro con impurezas. Solo lo puro conoce lo puro.

Pero hoy es una idea común que todo está en los libros. Y no está todo. Falta la esencia de lo que está escrito. Eso no se puede escribir, ni siquiera hablar de ello. Es inefable.

Y, como dijo un poeta:

Yo ya solo leo en los ojos de mi amada y en las hojas de mis árboles...


viernes, 1 de enero de 2010

SEMBRADOR DE ESTRELLAS...

Un buen amigo me envía fotos de esta hermosa estatua...:

El "Sembrador de Estrellas " es una estatua que está en Kaunas, Lituania.
Durante el día puede pasar desapercibida, como muestra la foto.
Un bronce más, herencia de la época soviética...
De día ...


Pero cuando la noche llega, la estatua justifica su título.
Como ves, su nombre pasa a tener sentido.
Vean entonces la foto en la noche:
De noche …


No pares de sembrar estrellas, aunque a simple vista no se vean...