lunes, 23 de noviembre de 2015

INDIFERENCIA








 Hoy andaba por la calle con mi perro y me pregunté sobre la indiferencia. ¿Qué era, de dónde nacía, podía ser buena o mala, era síntoma de algo, existía realmente?

 Pensé que un filósofo, como ser humano que de todo se asombra, no podría ser indiferente a cosa alguna. Cualquier cosa, incluso las que parecen más nimias al hombre vulgar, es de gran interés para él.

 Una vez escuché que la cosa más insignificante, una vez que se observa detenidamente y con interés, poco a poco se vuelve más interesante y valiosa, al tiempo que cada vez nos resulta menos indiferente. Y creo que es así.

 Una hormiga lleva a lomos el ala de una mariposilla… ¡que tontería!
 El botijo siempre lo ponen sobre un plato lleno de agua… ¡manías!
 Las cabras no se comen el gramón… ¡y a mí que me importa!
Esta parte del mar no parece azul ni verde, parece marrón… bueno ¿y qué?
Etc., etc.

 Bueno, si, sé que hay muchas cosas muy importantes y de mucha trascendencia como para pararse en estas pequeñas cosas. Pero al menos a mí me ocurre que mis grandes cosas nacen de las aparentemente muy pequeñas. Un baobad nace de una pequeña semilla, y luego es gigantesco. Y al Principito le pareció tonta la manía del banquero que poseía estrellas y todos los días las contaba, aunque para él no tuvieran ningún significado, y solo le importara su posesión.

 ¿Realmente nos da igual lo que alguien piense, lo que alguien sienta, lo que alguien haga?

 ¿Nos da igual, en verdad, lo que vemos, oímos, saboreamos, olemos y tocamos?

 ¿Nos da igual lo que ocurre a nuestro alrededor? ¿nos da igual es sufrimiento ajeno, la alegría ajena, la bondad ajena, la maldad ajena?

 ¿Por qué Francisco de Asís evitaba pisar una hormiga? ¿Es que era tonto?

 ¿Cómo es que a Leonardo da Vinci le daba por estudiar y profundizar en las materias más dispares, incluso jugándose la vida, como en sus estudios de anatomía?

 Pues no, creo que no tengo derecho a dejar entrar a la indiferencia en mi alma, y no creo que nada me pueda aportar sino abandono de mí mismo. Si el Universo es nuestro modelo humano, y Dios es la esencia del Universo, de nada nos serviría intentar descubrirlo si algo consideramos merecedor de nuestra indiferencia.

 Posiblemente la indiferencia sea lo más cómodo para el hombre, pero también lo menos humano.



lunes, 16 de noviembre de 2015

MARIPOSAS...







¿Hasta cuando? ¿Hasta cuando aguardarán mis mariposas? ...
No lo sé, quizá deban aguardar a que se sequen mis lacrimales
y la última lágrima sea absorbida por la arena
del desierto por el que camino.

Esa manera heroica de crecer no es buscada, sólo aceptada y sentida fecunda, pero no deseada.
Pero el camino lo exige. Y es mi única responsabilidad.

Sueño con compartir la vereda, pero pocas son las almas solitarias que me cruzo.
Y sueño con los amores compartidos y los dolores compartidos, y los sueños compartidos.

Pero no me es dado exigir mis sueños,
ni quiero tampoco arrancarme el corazón y echarlo,
lo quiero echar en los cuencos ansiosos de mis hermanos solitarios,
en los corazones que esperan el agua negada de los mayos.

Pero somos pocos... somos muy pocos...

Somos pocos los que aceptamos el desierto y las largas y solitarias caminatas...
Buscando... buscando... buscando nuestra Dulcinea.
Y sin Sancho, y sin bálsamo de Fierabrás para curar nuestras heridas...

No falta menos. Falta lo mismo.
Estamos detenidos en el instante permanente,
esperando encontrarnos la escala de Jacob
y prestos a la lucha cuerpo a cuerpo con su ángel guardián.

Pero estoy preparado. El dolor no me asusta, y la soledad es mi permanente compañera.
Quizá sea un estúpido, pero solo espero un día merecerme
volcar de un golpe mis semillas,
mis lluvias y mi trabajo sobre una tierra fértil que quiera cosechas y labrador.

No es mi cuestión decidir el momento.
Mi deber solo es estar preparado.



jueves, 5 de noviembre de 2015

DE PESCA





Hace unos días fui de pesca. Hacia ya tiempo que deseaba hacerlo…

Habían pasado tantos años que no lo hacía… ya por un motivo, ya por otro… Busqué mis cañas, mis aparejos, los carretes, los plomos, los anzuelos y todo lo demás. Fui a comprar “carná”, como se llama aquí, cebos, que dirían en otras partes. Encontré gusanas de canutillo, y muy caras, por cierto. El marisqueo, de siempre ha sido sacrificado, laborioso y de resultados inciertos, y ahora se cobra el trabajo, a su precio.

Me eché la mochila al hombro, las cañas bajo el brazo, y me encaminé a La Alameda, esperando que nadie, por el camino, me gritara: “¡buena mano!”. Aquí ese inocente deseo de buena pesca es inevitablemente un gafe para el pescador. Afortunadamente nadie me lo dijo.

Ya en La Alameda, balcón sobre el mar, dejé mis cosas en un rincón de la balaustrada, preparé la caña y su aparejo, coloqué una gusana en el anzuelo (pobre gusana… estaba aún viva, como debe ser), por lo que pedí perdón a los dioses protectores de las gusanas, lancé con fuerza el plomo con el aparejo, tensé lo necesario la tanza (sedal), y coloqué con delicadeza la caña sobre la balaustrada. Me prometí: -he sacrificado una gusana, pero todo pez que pesque, si no es más grande que la palma de mi mano, lo liberaré con cuidado del anzuelo y lo arrojaré nuevamente al mar y a la vida-

Llegó, como sin darme cuenta, el mediodía. Solo había pescado dos peces minúsculos, que devolví al mar, y, una vez que mi caña se zarandeó vigorosamente, y pensé haber atrapado al hermano mayor de los anteriores, solo se trató del choque con mi tanza de una gaviota atolondrada. De recuerdo, y no sé si de cachondeo, me dejó una pluma colgada del sedal.

¡Bien, gaviota chula, ya sé que pescas mejor que yo, pero no tenías porqué refregármelo en la cara! – le grité- aunque me parece que no se dio por aludida, a pesar de unos graznidos que dio y que me lo hizo parecer.

Con el calorcito empezaron a desfilar forasteros, veraneantes, por delante de mí y de mi caña. Sabéis que los veraneantes son muy curiosos, o quizá sea un deber para ellos enterarse de qué se hace en cada sitio que visitan. Así, cada uno que pasaba se detenía junto a mí. Luego de mirar un rato qué hacía, me preguntaban:

- Perdone, pero esos peces que se ven abajo, tan grandes y en tanta cantidad ¿qué son?-
-Lisas, le contestaba.
-¿Y está usted tratando de pescarlos?, porque veo que lanza usted el plomo muy lejos, y ellos están mucho más cerca.
-No, no, no me interesan esos peces. Su carne es basta y poco apreciada, aunque mucha gente las pesca y se las come. Ya ve usted como está la cosa…
-¡Ah! Gracias, buena pesca.
¡Lo dijo! ¡Lo dijo! ¡Lo sabía! Pero quizá el gafe es solo si te lo dice un gaditano…
El siguiente:
-¿Y que pone usted de cebo?
- Gusanas de canutillo, dije yo.
-¿De canutillo?
-Sí, mire, ¿lo ve? Viven dentro de esta especie de canuto que ellos se fabrican no se porqué, seguramente para estar mejor protegidos dentro del fango…
-¡Es verdad! ¡Qué astutos! ¡Parece mentira, unos simples gusanos, y tan listos!
-Descarté, por supuesto, explicarle la ley de la evolución de las especies y de cómo los mejor preparados para la dura vida son los que sobreviven. Simplemente, le dije:
-Fíjese, con lo tontos que somos los seres humanos…
Y por fin otro más, este ya mayor.
-¿Qué, de pesca no?, como si no estuviera claro.
-Pues sí, echando el rato…
-Es una buena afición, porque ya jubilado uno tiene muchas horas que echar fuera…
Me contuve, con mucha dificultad. Esto era ya demasiado. ¡Echar horas fuera! ¡Como si yo tuviera el problema de echar horas fuera! ¡Resulta que es al revés! ¡Que necesito más horas! ¡Si este hombre supiera los equilibrios que hice para echar un par de horas pescando!
Además, ¡yo jubilado! ¡pero si soy un chaval! ¡jubilado estaría él, así que si quiere echar horas fuera, que las eche, allá él! Que se ponga a hacer pasatiempos, sudokus y cosas así, o que se vaya a pasear kilómetros, o que se duerma ante la tele, o que bostece, o que haga lo que quiera. Me prometí que el día que tenga que echar horas fuera, las echaré todas de golpe. Me tomaré la cicuta y a otra cosa.

De vuelta a casa, me fui pensando que tales personas no merecen mi ira, sino mi compasión. Una persona que tiene el problema de quitarse horas de en medio creo que empieza a ser una persona que piensa que no tiene ya nada que hacer con su vida.

¡Con la de cosas que nos quedan por hacer! ¡Y a cualquier edad!