jueves, 29 de enero de 2009

EL CRISTAL

 

 
 Venía de cumplir mi rito matutino, café y Diario, y era aún muy temprano. Al pasar por la tienda de animales de la esquina, que todavía estaba cerrada, miré el escaparate distraídamente. Como os imagináis, había en él toda clase de cositas: correas, huesos de mentira, cacitos para la comida y la bebida, y gran variedad de juguetes para perros y gatos. Pero hubo uno de los juguetes que me llamó poderosamente la atención.
 
Era una serpiente de tela rellena, pintada en vivos colores, y enroscada. Así y todo, lo más sorprendente era que, en el centro de la espiral que formaba, había un pequeño gato siamés. Un perfecto gato siamés durmiendo plácidamente, seguramente de peluche.
 
Me agaché para observar más cuidadosamente y, al cabo de unos minutos intrigado, concluí una respuesta. El siamés no era de peluche. A pesar de su fascinante inmovilidad de estatua no se me podía escapar su suavísima respiración, aunque ni uno solo de sus músculos se contraía ni se distendía. Ni siquiera en su cara se movía ni un solo pelo. Pero yo sabía que no era de peluche, que tenía vida y que dormía profundamente. 
 
       Cuando ya me empezaban a doler las rodillas de estar agachado (principio de “astrosi”) abrió los ojos. Yo sé que los gatos son vigilantes incluso durante el sueño, y que, a pesar del grueso cristal que nos separaba, debió de sentir mi constante mirada que le hizo volver a la vigilia.
Abrió los ojos y me miró fijamente. Era muy pequeño, quizá un mes, y gloriosamente hermoso, con la graciosa pureza del cachorrillo.
 
Se levantó muy suave, muy despacio,... salió de la serpiente enroscada y, salvando los escasos centímetros que nos separaban, vino a mí a darme “topadas”, su bella manera de dar y recibir caricias al mismo tiempo.
 
       Pero estaba el cristal. Se frotó una y otra vez con el cristal y yo sentí sus caricias, y quizá él sintió también mi calor. Estuvimos así unos minutos aún, él con su cara y su cuerpo pegados al cristal, y yo con mi nariz igualmente pegada a la invisible barrera.      
       ...
Me fui a casa, despacio, maldiciendo aquél terrible cristal, ese impenetrable muro que, en su refinada crueldad nos había dejado contemplarnos, sentirnos y amarnos y, a la vez nos había impedido expresar nuestro cariño y compartir nuestro calor.
 
Y pensé..., tristemente, cuantos cristales de esa clase existen entre nosotros. Algunos que afortunadamente se pueden romper y otros, iguales de trasparentes, pero irrompibles. Esos son los más crueles.
 
                                                                      


 

lunes, 26 de enero de 2009

BEETHOVEN, FANTASÍA PARA PIANO, CORO Y ORQUESTA EN DO MENOR OPUS 80


      La obra de Beethoven conocida como "Fantasía Coral" es muy peculiar. Para empezar, es inclasificable en ninguna forma musical concreta, de ahí su nombre de “fantasía”, especie de cajón de sastre donde se archiva lo que no cabe en ningún otro apartado musical.
       
       Alguien la llamó “la pequeña gran obra” de Beethoven, y yo estoy de acuerdo con ese nombre. En apenas 20 minutos incluye las reflexiones intimistas de una sonata de piano, los diálogos de un concierto para piano y orquesta, el desarrollo de un tema principal y cinco variaciones, aparte de la sección final para piano, orquesta y coro, con inclusión de seis solistas.
       
       Pero más allá de ser tan rica en variedad de formas, en mi opinión, lo que la hace grande es la unidad de su contenido, que creo que suele pasar desapercibida generalmente. No creo posible que un genio como Beethoven uniera sin ton ni son tal riqueza de colorido sin un propósito concreto. Es evidente que existe un hilo conductor que es preciso descubrir en la obra.
       
       Mucho se ha dicho de la similitud de la parte coral de esta Fantasía con la Oda a la Alegría, cantada como final de su novena sinfonía.  En mi opinión, tal similitud es más clara en en el mensaje de las poesías y la música que en cualquier otra cosa. Beethoven da forma, en ambas, a su búsqueda interior de la belleza en su aspecto más sublime, y va al encuentro del propósito de su arte. Y descubre el mismo propósito y destino: La alegría:
       
       Alegría, hermosa chispa de los dioses,
       Hija del Elíseo…         (de la 9ª sinfonía)
       
       Calma exterior y alegría interior
       priman para el bienaventurado;
       el sol primaveral de las artes
       permite que de ambas nazca luz...        (de la Fantasía Coral).


       La alegría, no la vulgar, sino la alegría del genio inmerso en su arte, es, en mi opinión, lo que une a ambos cantos corales.
       
       A mi entender, el hilo conductor de esta pequeña gran obra es el de un recorrido íntimo del artista a través de su mundo interior, en busca de una respuesta que dé sentido sublime a su arte,  su música. 
       
       Los primeros compases de la introducción para piano nos muestran a un Beethoven reflexivo, en calma, en la soledad de sí mismo, planteándose su inquietud. A veces exige violentamente una respuesta, como espíritu conquistador, tratando de arrancarla con vigor. Pero vuelve una y otra vez a la calma, no sin conservar su vigor intimista,
       
       Al fin, algo le habla, a través de la orquesta. La belleza le va, poco a poco, desde las susurrantes entradas de los contrabajos al tutti de la orquesta,  introduciendo a su realidad. La voz sublime de las trompas, secundada por los oboes, le inspiran por fin el tema principal que buscaba. Luego, y en diversas variaciones, como mostrando diversos aspectos de esa belleza buscada, y, a veces, exigida, comienza un diálogo entre artista y belleza, entre piano y orquesta.

       Mantiene diálogos con ella, a veces tiernos, a veces desafiantes y violentos… como Jacob luchando con el ángel… y así, musicalmente, los modos mayor y menor se van turnando a lo largo de la obra. 
       
       Finalmente, la orquesta, en tutti, canta, alto y claro, el tema central de la obra, confirmando así al artista su intuición. Y vuelven a conversar sobre ello, en un hermoso diálogo plagado de escuchas, de preguntas y de confesiones mutuas.
       
       Luego se inicia una hermosa reflexión del artista, expresada con un bellísimo pasaje en piano, acompañado por una orquesta igualmente en piano , en la que clarinetes y fagots toman la voz, como aprobando y bendiciendo su intuición estética.
       
       El piano habla de nuevo, acompañado por la orquesta, ahora en pizzicato, hasta que un misterioso contrabajo da entrada a la respuesta final. Y, como siempre, son las trompas las que anuncian el desenlace, correspondidas en segundo plano por los oboes.
       
       El coro inicia la manifestación gloriosa de la Belleza, primero con variaciones del tema a cargo de los solistas, y luego en un bellísimo tutti. Se repite el mismo esquema y, finalmente, con intervenciones afirmativas del piano, reafirmando la voz potente del coro, la obra concluye.
       
       Sin desperdicio.

       Pueden disfrutar de ella en entradas anteriores de este blog, así como conocer la letra de la parte coral.


domingo, 25 de enero de 2009

DIÓGENES





Hace unos días nos reunimos en casa unos amigos, y, ya en la mesa, rodeados como estábamos, de jamón serrano, queso de oveja manchega, espléndidos boquerones en vinagre con su necesaria cebolleta fresca, buen vino de León, y demás exquisiteces de nuestra bendita tierra, comenté que, considerándonos filósofos, pensaba en qué diría mi querido y admirado Diógenes de semejante reunión.

Alguien dijo: -bueno, sí, Diógenes solo comería lo que le diesen, y dormiría en un viejo barril, desnudo de todo lo superfluo, pero también es cierto que se confesaba pajillero-
-El impulso sexual es algo humano, como el comer o el dormir- dije yo. Algo tendría que hacer para liberarlo...

Yo no lo sabía la anécdota, pero les comenté lo que una vez escuché de un ermitaño, cuando le preguntaron como podía soportar la soledad del sexo. Y vino a decir que se complacía a sí mismo, pero que no lo consideraba pecado alguno, ya que no lo hacía deseando a ninguna mujer, y que por tanto no dañaba a nadie. Me sorprendió su respuesta, porque repasando en ese momento los mandamientos entregados a Moisés, no encontré que trasgrediera ninguno. Por lo que su actitud me pareció una actitud razonable, y añadí que yo pensaba igual.

Os cuento esta anécdota porque me ha sucedido a veces que, tras enviar alguno de mis escritos, en los que hablaba, pongamos por caso, de Mozart, de los romanos, o de alguna persona en particular, viva o muerta, famosa o no, alguien me ha contestado que estoy muy equivocado. Que Mozart era en su vida corriente un imbécil infantiloide, que los romanos eran unos borricos con dos patas, o que tal persona no era como yo la describía, que yo estaba muy equivocado y que en realidad era un sinvergüenza.

Y siempre he contestado lo mismo a estas objeciones:

Que me importa un pepino si lo que pienso y siento de ellos se acomoda a la realidad o no. Que lo que me vale son los valores que extraigo de ellos, lo que me aportan tal como los pienso (o los sueño).

¡Qué me puede importar a mí que Mozart fuera, como dicen muchos, un inmaduro para la vida o un juerguista ridículo! Eso no cuenta, en el dudoso caso que fuera verdad, lo que no creo. Lo que cuenta son las páginas que escribió, que hacen brotar de mi corazón, y de muchos otros, lágrimas de dicha. Que me lleva a paraísos nunca soñados, que consiguen que ame a los hombres y descubra a Dios. Eso es lo que me importa, y los que ponen el énfasis en su aspecto vulgarmente humano, seguramente no tienen la sensibilidad suficiente para valorar su inmensa aportación a la Humanidad.

¡Qué me importa a mí que Diógenes se aliviara en soledad! Bendita sea su alma, y que lo disfrutara. A mí lo que me importa es su terrible ejemplo de sencillez, de austeridad, de grandeza, de valor y de humanidad en suma. Eso es lo que me importa.

O que me digan que los romanos eran unos degenerados y unas acémilas. A mí lo que me importa es que tenían los ... más grandes que el caballo de Espartero, y que para tender un puente o hacer un acueducto no se andaban con las pamplinas de hoy día. Lo hacían y punto. Y hoy están donde mismo los pusieron, y seguramente estarán en el mismo sitio dos o tres milenios más. Nuestros nietos verán caerse los nuevos puentes y los puentes romanos seguirán en el mismo sitio, como si nada.

Y lo que cuenta, de verdad, es que el derecho que hoy día dirige nuestra cultura es el de ellos, y que nadie ha inventado todavía nada nuevo ni mejor. Y que extendieron la cultura griega por toda Europa, que es la misma y la única que tenemos hoy día y de la que tenemos que mamar lo queramos o no. Aunque muchos presuntuosos se pasen la vida haciendo inventos y pretendiendo demostrarnos que han inventado la pólvora. Pues no, queridos, la pólvora ya la inventaron los chinos hace no sé cuantos siglos, y si queréis hacer inventos, hacedlos con gaseosa. Y no nos toquéis más las narices.


jueves, 22 de enero de 2009

BEETHOVEN, FANTASÍA CORAL Parte 2ª

La letra de la parte coral puede verse en este mismo blog pinchando aquí.

BEETHOVEN, FANTASÍA CORAL-Parte 1ª

miércoles, 21 de enero de 2009

CUATRO MÚSICOS EN LA CALLE ANCHA



       Hace unos días salí con Miguel Ángel porque quería hacer unas compras, y al pasar por la calle Ancha, vi a lo lejos un grupo de gente y escuché música. Sabéis de mi afición a la música, así que nos acercamos. 

       Eran cuatro. Jóvenes. Entre todos no llegarían al siglo. Rubios, de ojos claros y el alma en los ojos y en la frente. Serían centroeuropeos o rusos. Seguramente vendrían a dar un concierto por la zona, como integrantes de alguna orquesta y pensaron en sacar algún dinero haciendo su concierto particular en la calle. Eran un violín, dos acordeones y un contrabajo.

Nos paramos a escuchar. Era música clásica, alegre por lo general, a veces emotivamente lenta, temas conocidos universalmente casi todos. Siempre se agradece escuchar cosas bellas, que alegran el alma y mueven el corazón. No pude evitar mi crítica y vi que a pesar de la alegría y el espíritu que ponían en lo que hacían, colaban gatos. Pero eso no era lo importante, y lo deseché al punto. Lo importante era que la calle estaba llena de hermosas melodías, antiguas pero siempre nuevas... y también llena de gente.

Gente que escuchaba embelesada, gente de todas las edades, niños, jóvenes, adultos, ancianos. Hasta hubo una viejecilla que se lanzó a bailar un tango que interpretaron. La gente aplaudía con gusto al terminar cada pieza, y el canastito se llenaba continuamente. Todos echamos algo. Todos teníamos agradecimiento en el corazón.

Me senté en un banco. Miguel Ángel había encontrado a un niño y se enseñaban mutuamente sus “tazos”, así que estuve allí un rato. Y pensé.

Pensé, o mejor, como siempre, vinieron a mi mente cosas. Y solo os quiero citar la que me produjo un golpe interior. Como seguramente sabéis, tengo una excelente mala opinión de la sociedad que nos ha tocado vivir, creo que totalmente justificada. Solo hay que abrir una revista de cualquier cosa o cualquier periódico, ver cualquier televisión, ir a cualquier teatro o exposición, escuchar hablar a alguien sobre cualquier cosa, política, arte, música, religión, filosofía, educación, relaciones humanas o cualquier otro tema que imaginéis, y lo actual, lo que supone progreso, lo que se trata de promover, si no imponer, son una sarta de majaderías, aberraciones, atentados contra el sentido común, estúpidas utopías para ángeles de cualquier otro mundo que no sea este, cosas de locos de atar, falsedades, engaños, trapicheos, etc., etc. etc.

Esta captación de la evidencia que nos rodea me acompaña todos los días, me amarga, me hace sentir en un desierto. ¿No hay nadie que tenga la cabeza en su sitio? ¿No queda nada auténtico, nada real, nada sin mezcla, sencillo y humano? ¿Que será de mí, que será de mi hijo? 

Y la respuesta me llegó ese día. No porque los músicos de la calle Ancha interpretaban música auténtica, que lo hacían. Lo realmente milagroso, lo realmente bello y salvador era que eso auténtico estaba en los corazones de todos los que pasaban. ¡Lo reconocían! ¡Lo sentían! Y, como no, lo agradecían.

Pensé en aquél dicho de no sé quién que dice así: “Podéis engañar a un hombre toda su vida, podéis engañar a un pueblo por algún tiempo, pero no podéis engañar a toda la humanidad por todo el tiempo”. Y entendí su significado.

A pesar de mis temores, de mi pesadumbre y mi desesperación, estaba en un error. El hombre no estaba engañado, no se le podía engañar. Y pienso ahora en la música concreta, en la música electrónica, en el arte abstracto, en Picasso, en el Gugenhein,  en los poetas modernos, en los profetas del consumismo, en el Hola y el Semana, en la Champion League, en los políticos, en los viajes a Cuba y al Nepal, en la crema dental que pone los dientes como las estrellas y en los sostenes que realzan el busto. Todo lo fútil, lo sin raíces, lo falso, lo no natural, lo estúpido, lo demencial, lo pretendidamente intelectual, los paraísos prometidos a los cándidos…, en suma,  lo que impera.

Y creo que el hombre de la calle lo sabe, sabe que todo eso no vale nada. Solo son cuatro locos que consiguen hacernos comer basura. Pero cuatro locos con todo el poder, con todo el poder del mago del cuento. Las vendas caerán, y las ovejas sabrán que son ovejas, y los hombres sabrán que son hombres. No lo dudéis. No sé como, ni sé cuando, pero sí sé que lo auténtico pervive y lo falso se derrumba solo. Al final, desvestido y desnudo, no hay falsedades. Queda solo Adán, queda solo Eva. Queda solo Dios.



martes, 20 de enero de 2009

domingo, 18 de enero de 2009

CAMBIAR







Nos pasamos gran parte de nuestra vida esperando que los demás cambien, pidiéndoles que cambien, exigiéndoles que cambien. Y, por supuesto, nos rebela e indigna que sigan siendo los mismos, los mismos en su carácter, los mismos en sus manías, los mismos en sus reacciones, los mismos en sus errores. Evidentemente, desde nuestro punto de vista.

Un amigo mío siempre decía, y creo que sigue diciendo, la siguiente sentencia:

“La vida funciona como un reloj”

Y en esta sentencia se encierra algo muy trascendente: nuestra mecanicidad, nuestro automatismo. Sabemos de antemano como reaccionará un amigo ante un estímulo, ante una situación. No hay, casi, posibilidad de error. Siempre hace lo mismo en esos casos, el mundo funciona como un reloj. Pero se nos olvida un detalle: nosotros también.

Y lo que agudiza el asunto es que ni siquiera nos planteamos si podríamos reaccionar de manera distinta a la habitual ya que, si nos lo planteáramos y la viéramos inadecuada, probablemente nos disgustaría nuestro actuar y emplearíamos nuestra voluntad en cambiarlo. Pero casi nunca la vemos, a no ser que un fuerte choque nos la ponga ante nuestros ojos.

Pero a todo este asunto se añade otro peor. No queremos en realidad ayudar a nuestros amigos o a nuestra familia, en suma, a nuestro prójimo, a cambiar a mejor. Únicamente lo exigimos. ¿Y por qué lo exigimos? ¿Por su bien? No. Por el nuestro.

De pequeño me enseñaron en las clases de religión, creo que se llamaban las obras de misericordia, y una de ellas creo recordar que era así:

"Sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas de nuestro prójimo"

        Y ¿qué enseñanza encierra esa recomendación?

Pues  la de que creo que no es posible pedir a alguien que cambie, así, radicalmente, de la noche a la mañana. Exigírselo sin tratar, con amor, de ayudarle en ello, demuestra que nuestra actitud es egoísta, no busca el bien de nuestro prójimo sino más bien el nuestro.

Así, solemos achacar nuestras dificultades a que los demás son como son: ¡Malooooossss...! Y es preciso que sean buenos para que a nosotros nos vaya mejor. Nosotros somos bueeeeeenos, solo que nos rodean gente mala y perversa que nos echan la vida a perder. Justamente así es como piensa un adolescente. Y muchísimos “adultos”.

¡Qué poca conciencia de nosotros mismos tenemos! ¿No se nos ocurre que nuestro principal y primer trabajo es mejorar nosotros? ¿No se nos ocurre pensar que en muchos casos, en casi todos, más bien en todos, es nuestra actitud la que impide el cambio de nuestro prójimo?

Si nuestra actitud fuera de amor verdadero, inegoísta y noble, haríamos a buen seguro otras cosas de las que hacemos por nuestro prójimo. Lo aceptaríamos como es y, a partir de ahí, le ayudaríamos amorosamente a percatarse de sus actos absurdos o ignorantes. Pero antes y en primer lugar tendríamos que examinarnos a la luz de la conciencia y ver nuestros impedimentos, nuestro automatismo y que, igual que los demás, funcionamos con un reloj. Eso nos haría más humildes.

Sufrir con paciencia..., pero ¿qué es la paciencia? La paciencia, al contrario de lo que comúnmente se cree no es esperar pasivamente a que algo suceda. No. Si se espera pasivamente no es paciencia, mas bien es estupidez. Paciencia es esperar activamente los resultados, porque en el Universo nada sucede repentinamente, sino en sus pasos y en sus momentos. No podemos pedir que amanezca de pronto en medio de la noche, pero sí podemos aprovechar la noche mientras llega el día.

Y ¿mientras tanto, que hacemos? Mientras tanto, el trabajo es nuestro. En lugar de exigir a los demás que cambien y que no nos alteren ni enfurezcan deberíamos esforzarnos en ayudarlos con amor. Y aprender a no alterarnos ni a enfurecernos. En realidad no sirve para nada.




sábado, 17 de enero de 2009

viernes, 16 de enero de 2009

martes, 13 de enero de 2009

En la Toscana, en la bella Italia...

Donde música hubiere
cosa mala no existiere.
Estas palabras de nuestro Señor Don Quijote, que tengo escritas permanentemente frente a mí en el pequeño lugar donde trabajo, las he visto escritas en el vídeo que quiero hoy ofreceros, y que he conocido gracias al blog "Suelto" de un buen amigo, Pablo, a quien le agradezco esta joya.
En la Toscana, la bella Italia... miren y escuchen... y contengan sus lágrimas... o mejor: no las contengan, porque surgirán del amor por la poesía y por la música, y manarán de las cristalinas fuentes de donde fluyen las puras esencias de la humanidad auténtica .
Va', pensiero, sull'ali dorate...
Un abrazo a todos.


lunes, 12 de enero de 2009

¿EXISTE DIOS?



Hay campañas
sobre si Dios existe
o no existe
sobre si probablemente existe
o si probablemente no existe.

Creo que las promueven
los ateos,
los creyentes ateos
y los no creyentes ateos.

Me parece que no me conciernen,
porque me parece que va dirigida
a los sordos,
a los mudos
y a los ciegos...,
a los duros...
de corazón.



Música: "Ave verum corpus", Wolfgang Amadeus Mozart
Fotografía: Abraxas
Montaje: Abraxas

      

domingo, 11 de enero de 2009

JUVENTUDES


Viéndolo bien no somos tan viejos, lo que pasa es que tenemos muchas juventudes acumuladas.
Francisco Arámburo

       Esto he leído en un escrito que me envió un hermano. Me dio que pensar, ya que tengo la costumbre de pensar en que, si es cierto que existe la reencarnación, yo, con mis años, siento que lo he hecho en muchas ocasiones.

       Tengo un amigo que recuerda casi con toda exactitud lo que ocurrió y lo que me ocurrió en casi todas las ocasiones en que compartimos las locuras comunes de la adolescencia y primera juventud. Debo confesar que siempre me asombro por dos motivos, a saber: que yo no me acuerdo en absoluto de los detalles, y muchas veces ni siquiera de la situación en sí, y que siempre me parece que me estuviera hablando de otra persona, o tal vez de mí misma pero de un pasado tan remoto que no puedo asimilar que fui yo el que vivió aquello. En esos casos me da la impresión de que no he vivido los años que tengo, sino algo así como diez o veinte veces más, e incluso algunos de esos años no como yo mismo, sino como otro ajeno por completo al mí mismo que ahora conozco.
       
       “Miguel, ¿recuerdas cuando en la feria de San Fernando te entró un apretón y no se te ocurrió nada mejor que llegarte a un campo cercano para obtener alivio, y para entrar en él tuviste que atravesar andando un seto de chumberas? Claro que, con lo que habías bebido, no te diste ni cuenta del dolor de las púas en tus piernas… te las estuvo quitando durante horas Mari Trini… ¿te acuerdas?”
       “Pues vagamente, sí,… ¡qué cosas! ¿de verdad hice yo eso?”  
       –contesto yo, asombrado…-
       
       -¡Venga, no me jodas, no me digas que no te acuerdas…!
       
       ¿Y aquella vez que estuvimos toda una noche descargando el pescado del barco del padre de Pepe? ¡Joder… que frío pasamos…! Estuviste enfermo cuatro días…! ¡cajas de ochenta kilos! ¡y en pleno invierno…!
       
       -Si, hombre, claro que me acuerdo…- contesto, con poca convicción…
       
       Cuando pienso en estas cosas siempre viene a mi mente aquella sentencia que se hizo tan famosa de: “hay otros mundos, pero están en éste”, y así, parafraseándolo, pienso: “hay otras vidas, pero están en ésta”. 
       
       De hecho dicen que es muy difícil recordar vidas anteriores, por aquello que dijeron los sabios griegos de que entre una y otra estamos obligados a beber el agua del río Leteo, la que, según cuentan, tiene la piadosa propiedad de sumirnos en el olvido de todo lo vivido con anterioridad. Me parece que yo la he bebido ya en muchas ocasiones en esta vida… aunque también sé que las cosas vividas con poca conciencia, o con ninguna, no se fijan en la memoria…
       
       Sí, sé que he sido joven, pero también que quizá nunca dejé de serlo, aunque el benéfico y piadoso manto de la madurez haya aportado un halo de serenidad y perdón a todas aquellas vidas… que, aunque sé que son mías, solo perviven para afianzar mi seguridad en que las juventudes se superponen, como dicen que dijo Francisco Arámburo y como me lo ha escrito mi hermano.
       
       Me enseñaron mis maestros algo que fue recogido de antiguas enseñanzas tibetanas, luego escritas en un pequeño libro titulado “La Voz del Silencio”:
       
       “Mata el recuerdo de pasadas experiencias”
       
       Nunca me lo propuse, aunque… quizá… lo vengo haciendo sin proponérmelo. Leí que Nietsche presumía de mala memoria. Yo también, y creo que para mi fortuna, presumo de lo mismo. Todo siempre es nuevo, todo siempre es fresco y todo siempre tiene algo que aportarme.
       
       Bendigo a Dios por ello.


       


jueves, 8 de enero de 2009

HOJAS, FLORES Y FRUTOS



Paseaba distraídamente por una calle soleada, y mis ojos tropezaron con la esquina descuidada y seca de un pequeño jardín. Unas yucas viejas sobrevivían estoicamente en una tierra yerma y desabrida. Pero ¡oh, milagro! en sus pináculos lucían los grandes penachos blancos de flores que hacen de corona de su verde arquitectura.

Amo las plantas, y algo se movió en mis aires y en mis pasos. ¡Dando flores en su situación! Me resultaba sorprendente.

Me vino a la memoria mi amigo Carreño, el campero, aquél día que le pregunté por qué mis tomateras solo daban hojas y hojas, pero no me regalaba flores amarillas ni las veía parir las verdes bolitas.

Tras mucho preguntarme sobre como las trataba, emitió su veredicto, para mi inapelable: las regaba mucho, mucho más de lo que debiera. Por eso no daban flores ni frutos. Tienes que hacerlas penar –me dijo-, solo así te darán frutos. Solo así sus raíces la fijarán a la tierra y será fuerte. Como tú las tratas saben que nada les falta y se dedican a vivir confortablemente, no se esfuerzan en nada.

Sus sabias sentencias de viejo labrador se quedaron grabadas en algún lugar de mis misterios, por paradójicas, por sabias y también por incomprensibles.

Mucho más tarde, y en etapas de mi vida que fueron duras pero fecundas, volvieron a mí. Y pude ver que así era. Y supe que un marino se hace marino en las tormentas y en los temporales, y en los restos del naufragio, mucho más que en sus travesías de bonanza.

Mis yucas... mis tomateras... ¿son quizá habitantes de mi alma?





miércoles, 7 de enero de 2009

UN PLÁCIDO PASEO HASTA EL CASTILLO DE SAN SEBASTIÁN


Lugar: Camino al castillo de San Sebastián, La Caleta, Cádiz.
Música: W.A. Mozart
Fotos y montaje. Abraxas Cádiz



lunes, 5 de enero de 2009

UNA CASITA EN EL MONTE




















Una casita en el monte
Una casita en el monte...
Mi amada y yo...

Silencio de estrellas,
sol en las miradas,
lunas de corazón.

Una casita en el monte
Una casita en el monte...
Mi amada y yo...




viernes, 2 de enero de 2009

DOMINE FILI UNIGENITE

Solo hay tres cosas dignas de romper el silencio:
La música, la poesía, y el amor.
Amado Nervo