domingo, 30 de marzo de 2008

VIVIR (Un cuento anónimo antiguo)


Me contaron que un hombre errante llegó a una pequeña aldea, y lo primero que de ella que se topó fue su cementerio.
Paseó lentamente entre las tumbas, en esa soledad y ese silencio extraños que solo existe en esos lugares. Leía cada una de las lápidas, donde solo figuraba el nombre y el tiempo vivido por el difunto. Así, rezaba por ejemplo:

FULANO DE TAL Y TAL: VIVIÓ TRES SEMANAS Y DOS DÍAS
o bien:
MENGANO DE CUAL Y CUAL: VIVIÓ UN MES, DOS SEMANAS Y CUATRO DIAS

Todas así. Solo dos o tres indicaban que alguien vivió más de un año.Pensó que se había topado con un cementerio de niños. Se propuso enterarse de las circunstancias de tan triste situación. Tantos niños muertos... en una aldea que parecía muy pequeña... Debió de ser una epidemia o un mal extraño que atacaba a los infantes...

Una vez que entró por las lindes de la aldea, se cruzó con un anciano, y, no pudiendo reprimir el motivo de su inquietud, lo abordó.
-Salud, buen hombre- dijo.-He visitado su cementerio y aún me queda la tristeza y el desasosiego de conocer tanta muerte de niños de su aldea. ¿Podéis explicarme, si no os sume en el dolor, tanta muerte prematura, tantas vidas segadas de espigas menudas?-
-No es como pensáis, forastero, y no me da dolor en contaros la verdad de esas muertes, mas, al contrario, me hace dichoso, y vos, cuando termine de hacéroslo saber, participaréis de mi alegría.
-¿Es pues una dicha que los pequeños dejen el mundo siendo tan tiernos e inocentes? ¿Y sus madres? ¿Y los que les amaban? ¿Quizá su sufrimiento y dolor os es ajeno?
- No... no. Permitidme solo unos minutos y entenderéis. En esta aldea sabemos que la vida, en la mayor parte de sus días y de sus noches, rueda ciegamente, ocupados en nuestras tareas rutinarias. Vivimos como dormidos en plena vigilia, con los ojos abiertos pero sin ver, con el corazón palpitando pero sin amar, con el aire entrando y saliendo de nuestros pechos, pero sin que quede nada de su frescura, de su aroma ni de su vida. Somos así casi como muertos vivientes la mayor parte de nuestros días.

Una vez, un anciano sabio, de vida errante y despojada de inquietudes vanas, paso por nuestra aldea, donde encontró fácil acogida entre nosotros, porque sus ojos, su corazón y su despejada frente nos descubrió que aquél hombre tenía alguna sabiduría que nos podía ser de provecho en nuestras vida. Así que durante los días que gozamos de su compañía no faltó pan ni agua fresca en su mesa, ni en las noches un cálido y mullido rincón donde reposar sus santos huesos.

Nos enseñó que la vida de los hombres es, en su mayor parte, estéril, viviendo más como bestia que como hombre creado para más grandes y altos espacios. Nos preguntaba una y otra vez, día tras día cosas como estas:
-Que tal la jornada, Juan. ¿Has amado hoy? ¿Has contemplado el cielo y las nubes? ¿Acaso te has estremecido junto al dolor de algún hermano? ¿Has mitigado alguna pena? ¿Has ayudado al que necesitaba ayuda? ¿Has bendecido la vida que te fue dada? ¿Has respirado el aire de la era, has observado el milagro de las espigas, de los frutos? ¿Has entrado en el corazón de algún niño? ¿Has hecho reír al triste? ¿Has agradecido a Dios el don de la vida, el don de la dicha y del dolor? ¿Has amado tu pena tanto como para trasmutarla en risas y con ellas alegrar a tus hermanos? ¿Has añadido una nueva capa de nácar a la perla de tu dolor? ¿Has tenido en tu mente la amada que la lucirá, una ver formada, en su hermoso cuello?

-Pues si es así -nos decía- anota esta fecha gloriosa en tu pequeño cuaderno. Hoy has vivido.
-¿Cuaderno?
-Sí. Quería que cada uno de nosotros conservara en un lugar sagrado de nuestra casa un pequeño cuaderno donde escribiéramos las fechas de los días en que, con dicha o con dolor, nos habíamos sentido vivos como hombres, y habíamos entrado en la corriente de la vida y así lo habíamos sabido sin lugar a dudas.

-Y... los niños... ¿acaso no son niños?
-No, amigo querido. Mi vida, como puedes ver, está en su ocaso, y en mi lápida estará escrito los días de mi vida. Acaso cuando vuelvas por este camino entrarás otra vez en nuestro cementerio. Búscame. Me encontrarás fácilmente.

Soy Miguel, fabricante de perlas, y solo tengo tres meses, una semana y tres días de vida.

sábado, 29 de marzo de 2008

TERNURA


Corazón abierto, desnudo y palpitante
en la dulce expansión de la ternura.
Amoroso cuenco de cariños y caricias.

Pecho que vibra la violenta desazón
de pasiones encendidas,
sin puertas ni compuertas
a los humores del ser, ni nubes
que apaguen el brillo a miel en los ojos.
No se borran los pliegues de luz
de los labios ansiosos.

Ternura... pasión contenida, dolor
del alma que al alma ansía.
Dolor dulce que la dulzura adolece,
poder por poder sojuzgado.

Misterio por aliento desvelado,
en la luz por los ojos descubierto,
por los labios serenos encendidos.

Fusión anhelada imposible,
abrazos de amantes en el aire sereno
tigres, panteras, dragones,
carnívoras fieras en fiereza domada.

Comer, tragar, devorar,
en un acto de unión desafiante
a las tierras, infiernos y cielos.
Yo en ti, tú en mí.

No queremos ser dos.
Solo uno.

viernes, 21 de marzo de 2008

REVERDECER

El aire del norte desnudó los árboles frondosos del estío. Las hojas secas, otrora vivas, tejieron un manto muerto a los pies del tronco desolado. Las ramas, ausentes de nidos y pájaros, cantan tristes su ausencia, arañan estérilmente el cielo vacío.


El pálpito se cierra sobre sí mismo. La vida se hace mínima, pero suficiente. Solo es el sueño del invierno.


Duerme todo, en el silencio, truncado solo por el soplo del viento sonoro, seco y frío.


Pero un día sonaron fuertes los clarines de la tierra parda. Sonaron los benignos aires del mediodía. Dulces caricias calentaron las duras raíces y las cortezas se fueron haciendo tiernas y fecundas. Poco a poco, y de nuevo, la sangre del planeta movió las entrañas del árbol desnudo. Y en la melodía del nuevo rayo rompieron los recios troncos. Se abrieron, como en un parto, al aire, a la luz, los verdes brotes, como nace el Fénix de su ceniza, como rompe el huevo acunado en el calor.


Verdes hojas, hojas verdes, vida verde de nueva vida, nueva esperanza de verdor. Teje y teje, como maga hilandera ancestral, verdes togas, hábitos verdes.


Reverdece. El pardo gris y frío se muda en verdes, en manos de vida, cabelleras verdes.


Reverdece... y en nuestros corazones, fríos de invierno, retoñan los brotes olvidados, dando a luz millones de átomos de sol.


Del salón en el ángulo oscuro...
De su dueño tal vez olvidada...
Ha vuelto la primavera.

miércoles, 19 de marzo de 2008

HIERBA QUE EL SOL SECARA...















¿Hierba que el sol secará
en los rigores del estío?

¿Ola de bravura desmedida
que, rozando fondos,
marcará su fin en la efímera espuma?

¿Nieve blanca, sin mancha,
que descubrirá la parda tierra
en su deshielo inevitable y final?

No sé...
No sé...

Pero no. No será.
El manantial no cesa, en su llanto.
La simiente enterrada brota sin cesar
Y sin cesar la lluvia fecunda
Los pechos abiertos a la luz,
Los brillos y albores del hechizo,
Las manos que no pudieron zafarse
Lo unido que las llamas unió.

No puede ser...
No puede...

No será.


viernes, 7 de marzo de 2008

LIBERACION, HOGAR Y CUENTOS



Escuché ayer en la radio la entrevista que le hicieron a una escritora que había escrito un libro recopilación de cuentos infantiles. Ella recordaba con agrado los cuentos que le contaban tanto su madre como su abuela cuando era pequeña. La locutora le resaltaba la dificultad en nuestros tiempos para seguir esas bellas costumbres. Y pienso yo que no solo son bellas, sino educativas, de comunicación, de afecto, de comprensión, en suma de transmisión entre generaciones de todo lo humano, de toda la enseñanza de la vida. De un valor inimaginable y actualmente no comprendido, no solo para el nieto o el hijo, sino también para la abuela y la madre.

Y pensaba yo qué había ocurrido para que hoy no se den esos momentos de calor y comunicación entre generaciones. Esos momentos de paz, de recogimiento, de verdadero calor de hogar, de verdadera comunicación entre padres e hijos y entre abuelos y nietos. Y pensé que eso (y otras cosas) solo pueden darse en el momento apropiado y en el ambiente apropiado.

Escuché una vez que las hadas y los elfos solo pueden manifestarse ante nosotros en condiciones muy especiales, de sosiego, de paz, de pureza, en suma, penetrando en el hogar de la naturaleza. También os conté una vez cómo solo escuchamos a los ángeles en momentos en que nuestro interior está en un silencio y una paz profundos.

Y concluí que hoy no puede haber cuentos porque no hay hogares. Y enlazando con esta idea recordé como mi aspiración más profunda, que no me ha abandonado todavía, ha sido, y es, encontrar ese hogar perdido. Quizá ello me llevó a la melancolía que siempre me produjo cantar la cancioncilla del caballo blanco, así como a la añoranza de vivir algún día en una pequeña aldea donde todos los vecinos son de la familia y todos sus hogares tus hogares.

Y creo que no hay hogares porque no hay mujeres cuidando de su fuego. Las mujeres han dimitido. O más bien, las han hecho dimitir de sus bellas tareas.

Una vez, en un desayuno con Felisa, compañera del banco, le pregunté sobre su intención de casarse, ya que tiene novio desde hace ya muchos años. Me dijo que sí, que algún día se decidiría. Y como trabaja de sol a sol, le pregunté igualmente sobre su intención de tener un hijo. Los tendría, naturalmente. ¿Y que harás con él, si estás todo el día en el banco, y tu marido en su trabajo? Bueno, pues contrataré una chica que esté con él. ¿Todo el día?, Pregunté yo. Sí claro. Ya por la noche estaré con él.

Me quedé algún rato pensativo. Al rato le dije, ¿y no sería mejor que tu futuro niño se lo hiciera tu marido a la niñera, en lugar de a ti? Al fin y al cabo el hijo será más de ella que tuyo.

No sé si llegó a reflexionar sobre ello, porque casi todo el mundo toma mis cosas como ocurrencias divertidas y no como reflexiones con sentido.

Lo que sí es cierto es que todo el mundo se plantea que el mundo es como es, y es preciso hacer los que todo el mundo hace, y a pocos aventureros valientes se les ocurre marchar por la senda que le dicta su sentido común, y no por el carril del rebaño.

En el fondo de la cuestión de la dimisión femenina está un mito fabricado por los del becerro de oro. Ese mito es el de la liberación de la mujer.

Según ellos, el trabajo de ama de casa es esclavizante, embrutecedor, no retribuido, degradante, humillante y hay que dejarlo inmediatamente. Hay que buscar trabajo fuera, donde puedas demostrar tu valía, donde seas considerada como persona, no como animal, donde el hombre no te esclavice ni te desprecie, donde obtengas un dinero que te haga independiente de tu marido y de tus hijos, a los que no tendrás ya la obligación de atender, de obedecer ni de servir. Que cada uno se sirva él mismo. Aquí todos somos iguales y estamos todos para todos. Todos mandamos igual y las decisiones hay que tomarlas por consenso. Es una bella utopía. Otra más.

El resultado está a la vista. Salvo bellas excepciones, de hombres y mujeres que son casi ángeles, el resto de los “hogares” están constituidos por hombres y mujeres que no se ven salvo algún rato al anochecer, rato en el que se encuentran cansados, nerviosos y solo tienen ya ganas de tirarse en el sofá a dormitar. De niños que permanecen horas y horas con la tata, si son pequeños, o en la guardería ya más mayorcitos, donde gentes extrañas los tratan no se sabe como y les inculcan no se sabe qué ideas y que comportamientos. O más tarde en los colegios, en las academias, o apuntados a los cursos que sean, con tal de que estén ocupados y “formándose”. Y si por casualidad les sobrara tiempo, en casa hay medios para ocuparlos. Tele, ordenador, videojuegos, etc. Eso sí, uno los “educa mucho”, que consiste en reñirles, castigarles, hablarles de sus obligaciones como buen hijo, etc. etc. Luego ya de adolescentes que se vayan con sus amigos, ¡hombre, no van a estar toda la vida pegado a las faldas de su madre, y menos a mis pantalones! Y si te parece vete a la movida, con los demás. Eso sí, por la mañana, cuando vuelvas borracho, no formes ruido, que tu madre y yo tenemos que ir a trabajar.

Al final de su vida se preguntará de quién es hijo. ¿De la tata, que lo cuidó y le enseñó el mundo cuando niño? ¿De la monitora de la guardería, con la que aprendió a colorear, que le contó cuentos, que hizo juegos divertidos con él y con los demás? ¿De sus profes del colegio, que le explicaron, hasta donde sabían, los misterios del mundo y del universo? ¿De la tele, que les mostró (¿) como es el mundo? ¿De los amigos, de sus amigas?

Probablemente será un huérfano perdido y desorientado, y ya de mayor tratará de recordar las enseñanzas de su padre y de su madre. Y, evidentemente no las recordará, y no por falta de memoria, sino porque no existieron.

Pero todo esto no tiene la menor importancia para los del becerro de oro. Ellos tienen a los utópicos que ponen en marcha sus ideas, las difunden y las hacen de obligado cumplimiento. Es un filón. Tienen mano de obra a chorros, manejable, barata y de fácil gobierno. Tenemos mujeres “liberadas” de dependientas en los comercios, de limpiadoras, de empleadas en los bancos, de obreras en las fábricas, de camareras en los bares, etc. etc. Todos trabajos en los que desarrollar la personalidad, demostrar su valía, donde no tener nadie que la esclavice ni le exija, ser bien considerada, y en suma sentirse “liberada”. Al fin pudo dejar de lado su casa, casa de los horrores, del suplicio, de la humillación.

Y yo lo veo todo ello muy bien, salvo que una mujer que quiera tener un hijo. Un hijo es más importante que toda su pretendida y falsa “liberación”. No sólo es una responsabilidad, es la más importante bella tarea que se puede emprender en la vida.



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Nota del especialista danés Niels Meter Ryggard:

Nos ha llevado dos millones de años el clarificar y refinar la relación temprana madre-niño pequeño... y apenas 15 años en destruirla. Después de la Segunda Guerra Mundial, con una aceleración hacia 1960, comenzamos con la más grande experimentación social que se haya nunca hecho en el mundo occidental: madres de niños en edad preescolar y de bebés salieron a trabajar fuera de sus hogares, alejadas de sus niños. Esto no sólo cambió nuestra cultura: creencias religiosas, estructuras familiares, tradiciones, hábitos alimenticios, número de niños en la familia, ingresos familiares…, sino que también transformó la relación madre-hijo, llevándola a una forma completamente nueva de educar al niño. La forma de aprender a desarrollarse como seres humanos desde la más tierna infancia sufrió un giro de 180°. Hoy somos, probablemente, la única especie de mamíferos donde la madre y el bebé no permanecen juntos inseparables hasta por lo menos los dos o tres primeros años de vida. Pregunte a los gorilas o a las ballenas azules, y ellos sacudirán la cabeza atónitos.

Niels Meter Ryggard

jueves, 6 de marzo de 2008

ÁRBOLES



Escuché decir que un árbol es el símbolo más perfecto de muchos seres del Universo, entre ellos del hombre.

El árbol tiene raíces enterradas, en otro mundo, el interior, que no vemos. De ahí toma su alimento de la tierra, disuelto en agua del cielo. Su tronco se eleva hacia lo alto, y se abre en infinitas ramas que albergan infinitas hojas verdes, con las que se nutre directamente del Sol, porque sabe transformar la energía del astro rey en vida para sí mismo.

De una estrella del cielo a su alma, terrena y celeste.

Llegado el momento propicio, abre sus flores, sus hermosas flores, a las que son atraídos pequeños insectos que buscan su néctar, su puro néctar, para transformarlo en miel y otros alimentos. Y ello hace que sean fecundas, que esas flores, en el sacrificio de su belleza, den vida a los frutos, portadores de semillas de muchos otros árboles, los que, una vez en contacto con la tierra y si encuentran su lugar fecundo, perpetuarán su existencia, y la extenderán por toda la tierra.

Su copa es nido de pájaros, lugar de vida y albergue de músicos cantores, su sombra es benéfica, sus frutos son alimento para otros seres de la naturaleza, sus flores son fuente de ambrosía y de belleza.

Oí decir que un árbol es lo más parecido a un amigo. Lo veas desde donde lo veas es siempre el mismo. Nunca te da la espalda. Permanece en el lugar donde siempre puedes encontrarlo, y te ofrece cobijo y alimento. A su lado puedes encontrar sosiego y paz.

Y el otro día estuve regando mi níspero, porque el níspero es un árbol de oriente, y sus flores surgen en otoño, y sus frutos maduran en primavera. Y ya tiene nísperos, si bien aún son pequeños, y hay que hacer lo preciso para que engorden y sean bellos y alimenticios. Mientras lo regaba, después de brindarle abono, me di cuenta de mi ignorancia, indudablemente la ignorancia de hombre de ciudad empeñado en cuidar un campo.

La tierra en la que vive es muy fértil, pero muy arcillosa, de ahí el nombre de la playa de Chiclana, la Barrosa. Y la arcilla tiene el inconveniente de que se apelmaza fácilmente y forma una capa prácticamente impermeable en su superficie.

Así que, cuando regaba, me daba cuenta que la vivificante agua se deslizaba por los alrededores del árbol, y, lejos de penetrar hasta sus raíces, se marchaba para otra parte, siguiendo la pequeña pendiente del lugar.

¡Seré cateto! –me dije- ¿Es que no sabes que el hombre que cultiva la tierra se llama labrador? ¿Es que no conoces el significado de la palabra? Labrar es trabajar, de laborare, en latín. Y trabajar la tierra es prepararla, o sea, en cristiano, coger el azadón. Y no solo cogerlo, sino también usarlo.

El tronco del árbol, sus ramas, sus hojas, sus flores y sus frutos están íntimamente unidos con las raíces, que es el árbol interior. De ahí le viene su alimento, y sin él moriría. Y entre el exterior y el interior debe existir una relación íntima. ¿Y como quieres que exista, si tienes un caparazón duro e impermeable entre los dos mundos? Es preciso labrar. Y no solo una vez, sino mucho, y muchas veces. Solo así el árbol será fuerte. ¿Es que solo crees que existe el árbol que ves? No, el árbol es arriba y abajo, fuera y dentro. Las dos partes no tienen existencia independiente, ni pueden vivir una sin la otra, y aunque las dos sean fuertes, si no están bien relacionadas, conectadas y armónicamente unidas, el árbol morirá, o, como dicen en Chiclana, vivirá siempre “penando”.

Tras estas reflexiones, y a pesar de que mis fuerzas no son excesivas, me llegué hasta el trastero y cogí el azadón. No quería ser tan estúpido como para esperar buenos frutos sin hacer nada por permitir que mi árbol se alimentase. Así que labré la tierra, hasta dejarla mullida y fresca, le regalé buen abono y la regué. Y me fui feliz, sabiendo que había cumplido mi deber con él, y conmigo.

Así podrá alimentarse y oxigenarse –pensé-, y, en suma, cumplir su vida y su destino. Y con ello, igualmente, cumplir el mío.