domingo, 30 de junio de 2013

LA MIRADA SERENA




















Pasé algunos veranos en El Palmar de Vejer. Es una playa de Cádiz muy particular, al menos lo era en aquellos días.

Hace años que no voy, pero entonces era virgen. Todo estaba justo como se puso en el comienzo. Arena, mar, viento, y esas plantas que uno nunca entiende como pueden crecer en la playa. Y algo todavía más particular. Donde acababa la arena comenzaban los sembrados. A tres metros de la dorada pero estéril arena crecían espléndidas zanahorias en una tierra increíblemente negra y olorosa.

Me resultaba un milagro. Un día pregunté a Domingo, el hijo hortelano de José, cómo era posible. Sonriendo, me contesto: - Esto que ves –me dijo señalando a su amada tierra-, solo es arena y estiércol. Nada más es preciso.

Vivíamos en unas pequeñas y humildes casas que José había transformado de establos para vacas en casitas para veraneantes. Y estaban junto a la gran huerta, donde cultivaba, bien pimientos, tomates o calabacines, si era verano, o apios tempraneros, habas, coles o lechugas si era invierno. Y muchas otras cosas que no recuerdo. Lo que sí recuerdo es que amaba su tierra. Seguramente la tierra en que vio la luz, y también seguramente la tierra donde verá la otra luz.

Su corazón es sencillo, y tan claro y humilde como el agua que riega sus campos. Ya es mayor, anciano, y una tarde de Septiembre le vi caminar despacio, andando en la luz benigna del atardecer andaluz. ¿Dónde irá José? –me pregunté- Le vi sentarse más tarde en la acera que rodea la casa que se hizo su hijo junto a la suya. De lejos le observaba, sin querer turbar su paz. Pero algo me empujó a ir junto a él. Y me senté a su lado. -¿Que tal José?-, dije. Volvió su cara lentamente y me miró. Nunca olvidaré su mirada. Abrió algún surco en mi pecho que aún no he cerrado esperando que germine su semilla de serenidad.

Quizá muchas veces me pregunté qué sería la serenidad, esa perdida virtud que solo atribuyen a los sabios antiguos. Pero no sé si hoy existen sabios. Sí sé que José sí lo es y que su mirada está en mí y que desde entonces su semilla ha ido germinando.

Comprendo que las virtudes no son gratuitas ni fruto del pensar o meditar. Son fruto de la vida. Y sé algo de su vida que me contó su hijo. Y desde entonces entiendo su tranquila mirada al sol poniente.

Pasó sus días abriendo las entrañas de la tierra, regándolas con su sudor, entregándole sus días de fuerza, llevando en sus espaldas el sol del sur, mirando al cielo, observando los vientos. Riendo con los brotes y los frutos, llorando con las heladas.

Engendró sus hijos, crió sus vacas, cebó sus cerdos. En tiempo de garbanzos, garbanzos. En tiempo de lentejas, lentejas. Carne en manteca y alguna arroba de vino conseguida por algunos sacos de trigo.

Sembrar, segar, trillar, aventar, moler, hornear,... comer. Esa fue su vida. Comió su tierra amada, entró en sus venas, en todo su ser. Y él es ahora la tierra, germinada con el sol, las lluvias y los vientos.

Y su mirada, esa que quedó en mí aquella tarde como un regalo, como una prenda, es para mí la mirada del planeta, de los soles y de las galaxias.





domingo, 23 de junio de 2013

SOLSTICIO





















Sol que nació invicto
en lo profundo del invierno.
Que fecundó brotes y nidos,
amores y ternuras,
por la primavera blanca.

Sol que agostó flores,
en la vieja alquimia,
encerrando sus rayos
en la fruta jugosa
y en los tiernos corazones.

Sol niño, joven y viejo.
Sol nuevo y antiguo,
Novio, amante y esposo,
en brotes, flores y frutas.

Naciente, y pleno, y poniente,
amarillo, blanco y rojo,
padre amante, hijo sonriente,
complaciente y amado abuelo.
Siempre tú, tú por siempre.

Viajamos contigo, sentados
en el hueco de tu mano triunfante,
sobre el arco noble de tu brazo,
en la cuna amorosa de tu centro,
en tu ser, que es el nuestro perdido.

Lleva mis pasos amantes
como débiles huevos primero,
orugas cansinas y crisálidas luego,
al reino de tu luz,
de mariposas aladas,
a unirnos con tu brillo,
a morir en tu fuego.



sábado, 15 de junio de 2013

MARIPOSAS





















¿Hasta cuando? ¿Hasta cuando aguardarán mis mariposas? ...
No lo sé, quizá deban esperar a que se sequen mis lacrimales y la última lágrima sea absorbida por la arena del desierto por el que camino.

Esa manera heroica de crecer no es buscada, sólo aceptada y sentida fecunda, pero no deseada. Pero el camino lo exige. Y es mi única responsabilidad.

Sueño con compartir la vereda, pero pocas son las almas solitarias que me cruzo. Y sueño con los amores compartidos y los dolores compartidos, y los sueños compartidos.

Pero no me es dado exigir mis sueños, ni quiero tampoco arrancarme el corazón y echarlo, lo quiero echar en los cuencos ansiosos de mis hermanos solitarios, en los corazones que esperan el agua negada de los mayos.

Pero somos pocos... somos muy pocos...

Somos pocos los que aceptamos el desierto y las largas y solitarias caminatas... Buscando... buscando... Buscando nuestra Dulcinea. Y sin Sancho, y sin bálsamo de Fierabrás para curar nuestras heridas...

No falta menos. Falta lo mismo. Estamos detenidos en el instante permanente, esperando encontrarnos la escala de Jacob y prestos a la lucha cuerpo a cuerpo con su ángel guardián.

Pero estoy preparado. El dolor no me asusta, y la soledad es mi permanente compañera. Quizá sea un estúpido, pero solo espero un día merecerme volcar de un golpe mis semillas, mis lluvias y mi trabajo sobre una tierra fértil que quiera cosechas y labrador. No es mi cuestión decidir el momento.

Mi deber solo es estar preparado.




jueves, 13 de junio de 2013

lunes, 10 de junio de 2013

LA VOZ DE LOS PINOS
































Escribo en la noche, a la sola luz de una lejana farola, en un cielo sin luna.

El viento sopla fuerte, como lo hace en mi tierra el recio levante.

Su voz se hace sonora en los pinos, entre sus ramas agitadas, y se parece mucho, es como igual, a la voz de la mar en las orillas. Sube y baja al compás de las olas, como aquí con sus rachas, ora suaves, ora bravías.

Amo la soledad, y me siento a gusto en esta esquina del universo, donde estoy solo con mi viento y con mis pinos. Solo me es preciso bajar a mis adentros, y dejar entrar allí las esencias que me rodean, para que me envuelvan, para que me limpien, para que raspen de la piel de mi alma las pequeñeces que día a día se me van pegando, como se pegan a la quilla de la barca los infinitos moluscos que se aprovechan de su navegar y que, día a día, hacen más tortuoso su romper de las aguas.

Quizá hoy me sienta sucio, o me sienta lento en mi marcha, o me parezca difícil avanzar. Quizá hoy me entorpezcan asuntos vanos y pequeños, cuando en cambio sueño mi rumbo claro y seguro.

Un día dije que a veces el camino se vuelve gris. Hoy, como entonces, mi navegar es lento y cansino, y los vientos no hacen avanzar mi nave como debiera.

Limpieza, limpieza. Es seguramente lo que precisa mi barca. Limpieza en su casco, abrir bien sus velas al viento, agarrar con decisión el timón y… seguir velozmente el rumbo necesario.


martes, 4 de junio de 2013

CÁDIZ, LA CIUDAD DE LAS TORRES






















¡Ya arriba en lontananza el bergantín “Victoria”...!

¡A cuatro leguas, al suroeste, con viento fresco!

Las banderas de señales de la torre se agitaban como gaviotas, bellas, ágiles y al viento. Todos en el puerto las leen lentamente, sin perder un detalle. ¡Al puerto, preparad los faluchos, mandad recado a los arrumbadores, preparad los carros, los aparejos! ¡Todos a arrimar el hombro! ¡Y no olvidéis el barril de ron! ¡Llega la “Victoria”, y hoy es día grande!

El puerto es un hervidero de hombres que van, vienen, se tropiezan, se agolpan. Todos ríen, cantan... y, como pequeñas hormigas, llevan, traen, colocan, amarran, afianzan...

El vigía, con su catalejo, los contempla orgulloso. A la voz de sus banderas todo el pequeño ejército se puso en movimiento, sus ojos fueron los ojos de su pueblo.

Sentado, alerta y gallardo, como un capitán, siente gozoso que su torre es el puente de su barco, que su barco es su ciudad, surcando la mar, que su mirada alcanza más allá del horizonte. El velamen de la “Victoria” o de cualquier otro buque, de carga o de guerra, le resulta tan familiar como cualquier dedo de su mano derecha.

¡Ya arriba la “Victoria”! ...y es seguro que trae sus bodegas repletas de dulce cacao, de caña, de oro y de plata, que trae en su quilla las cálidas huellas de las tierras del indio, aromas de miel, de plátanos ricos, de ron de las Islas.

Hoy arriba la “Victoria”, su carga intacta y su gente toda. Hoy Cádiz es fiesta.

Torres de Cádiz, mudos vigilantes de la mar océana, atentos testigos de bienes y males, de arribadas venturosas y de tristes naufragios, de reencuentros dichosos y de lágrimas de viudas, de hermosas bonanzas y duros temporales.

¿Qué no habéis visto con calma serena de años, qué no sabéis de dichas y duelos, qué velero desconoce tu hermosa silueta, tu blanco semblante?

Torres de Cádiz, ojos del cielo, gaviotas de luz, centinelas perennes, ¡vigilad siempre el camino de nuestra tierra!