lunes, 29 de abril de 2013

FRANCISCO DE ASIS



























Francisco de Asís amaba la Naturaleza. Algunos le tacharían de bobo, porque se cuenta que hablaba con los pajarillos del bosque, con las plantas y con el agua de los arroyos, de la que decía era humilde, pura, sencilla y clara, quizá los rasgos más anhelados y más raros de encontrar en un ser humano, y por lo tanto, siempre digna de ser imitada por el hombre.

En su tiempo no se hablaba de ecología, ni estaba tan bien visto como hoy ser ecologista, pero sin duda lo era. Y lo era, seguramente, porque amaba a Dios, a la Naturaleza y a sí mismo, llevando su vida como el agua, con sencillez, pureza y humildad.

¿Qué necesitamos para respetar, cuidar y valorar a cualquier persona, animal o cosa, para amar a la Naturaleza toda? Creo que basta con amarla.

He leído que los indios americanos amaban la tierra en que vivían. Cuando algún necio americano advenedizo y prepotente les propuso comprarle sus tierras, el jefe indio quedó perplejo, y casi se le cayó la pipa de la boca. ¿Comprar la tierra? ¿Es que acaso son mías las tierras? ¿Cómo se puede vender algo que solo es de los dioses? ¿Puedo yo venderla, si ha sido estercolada con los huesos de nuestros antepasados, es la vida para los animales, casa de las hierbas, espacios del sol y la luna, de los vientos y las estrellas?

No podía comprender eso.

Pero la cuestión es otra. En la práctica, ¿cuál sería nuestra relación correcta con la Naturaleza? Antes he dicho que amarla. ¿Pero… a qué nos lleva ese amor, si existiera? ¿Es lícito variar su equilibrio mediante nuestra intervención? ¿Hay que dejarla a su aire y amoldarnos a ella?

Quizá seamos, no sus amos, pero sí sus cuidadores. Recuerdo que en el Génesis se dice:

“Tomó Yahvé Dios al hombre, y le puso en el jardín del Edén para que lo cultivase y guardase…”.

¿Qué es cultivar y guardar? Pues para mí que quizá sea parecido a nuestro deber de padres para con nuestros hijos. Cultivar y guardar. Todos sabemos que no somos dueños de nuestros hijos, tal como bellamente lo expone K. Gibrán en su libro “El profeta”.

La Naturaleza no es nuestra, pero es nuestro deber cuidarla, con el mismo amor que profesamos a nuestros hijos, con la misma protección, ya que nos debemos a ella. No se vende a un hijo, no se daña a un hijo, ni tampoco se obliga a un hijo a ir en contra de su destino. Y no se puede respetar ni amar lo que no se conoce.

He escuchado que el mago es el que ama la Naturaleza, aprende sus leyes y vive según ellas. Y también escuché que colabora con ella, y así ella le sirve y le presta obediencia.

Los árboles, los arroyos o las montañas son nuestros compañeros de viaje y nuestros hermanos (como diría Francisco de Asís), con los que juntos desarrollamos nuestra vida y buscamos nuestro destino.

Igual que hacen ellos.




martes, 23 de abril de 2013

MAGIA Y AMOR




























Llevas toda la razón, amiga. Si todos cada día, cada momento, nos
empeñáramos en arrancar una sonrisa de una cara seria, si tratáramos de
aportar algo de alegría al que está triste, algo de ilusión al que está
desesperanzado, algo de amor al que no se siente querido, algo de entusiasmo al que está bloqueado, algo en fin, de humanidad al que se está
deshumanizando, te aseguro, te aseguro, que el mundo cambiaría en poco
tiempo.

Si en lugar de difundir desánimo, desaliento, amargura, odio, rencor,
desesperanza, rendición, aportáramos cada uno un pequeño grano de arena de lo contrario a nuestros hermanos, todos, todos, todos los días, todos,
todos, todos los momentos de nuestra vida, te aseguro que no solo el mundo cambiaba pronto, sino que nos encontraríamos con la sorpresa de que hemos cambiado nosotros también. Porque el amor es un boomerang.

Das, das, das,sin esperar nada. Pero... luego te encuentras con la sorpresa de que cuanto más has dado más has recibido. Esto, y no otra cosa, es la Magia del amor.

Del amor del que nadie habla, porque todos esperamos ser amados, pero no nos empeñamos en amar. Todos esperamos que nos den, no en dar. Todos nos empeñamos en que los otros nos hagan felices, no en hacer felices a los otros.

Este, y no otro, es el secreto que la humanidad debe aprender, si quiere
llegar a ser verdaderamente humana y si no quiere terminar ahogada en el
lodo.

Y este, y no otro, es el ideal de mi vida. Y creo que también de la tuya.
Por eso, y no por otra cosa, te considero mi amiga.

Un fuerte abrazo, tu amigo,
Abraxas


martes, 16 de abril de 2013

TRASCENDER





















Hace unos días leí un artículo donde se aludía al hecho de trascender, en relación con los actos morales. Llevo varios días reflexionando lo que para un ser humano puede implicar dicho concepto...

Trascender, trascendencia… me pareció oportuno recurrir a mi querido diccionario etimológico de E. de Echegaray, y ésta es la etimología que cita:

“Del latín trascendere, pasar a la otra parte, atravesar subiendo;
de trans, más allá, y scendere tema frecuentativo de scandere, subir.”

Se ve que no hay cosa mejor que buscar el origen de las palabras para aclararse. ¡Es maravilloso! ¡Atravesar subiendo! ¡Pasar a la otra parte! Es como si un foco iluminara la palabra dejándonos ver su alma…

Así que cuando hablamos de trascender, de lo trascendente, de lo que es trascendental, estamos queriendo decir que pasamos de un lugar a otro distinto, a un lugar de distinta calidad, y, por aquello de scendere, de más alta calidad, a un lugar más sutil. Hemos subido de nivel. Ahora estamos ya en una situación más alta y que además es de cualidad distinta a la que hemos dejado atrás, es “otra parte”.

Recuerdo aquellas clases de física donde nos explicaban “los estados de la materia”. Se ponía el clásico y hermoso ejemplo del agua. Del agua hielo, del agua líquida y del agua vapor. Todas eran agua, pero en estados físicos diferentes. Si aplicábamos energía, por ejemplo calor, al hielo, éste cambiaba de “estado”. Seguía siendo agua, pero ya sus moléculas no se ordenaban de manera cristalina, normalmente de estructura hexagonal, y el ocasiones especiales, cúbica. Ahora, sus moléculas estaban relativamente más libres en su movimiento y podían deslizarse unas sobre otras, dando lugar a los movimientos propios de un fluido líquido. De la misma manera, y aplicando energía al agua líquida, las moléculas escapaban unas de otras, configurando entonces un gas, el vapor de agua. El movimiento de las mismas era ahora aparentemente errático, no sometida tanto como en el agua a rozamientos e interacciones entre ellas.

Estaba también el proceso de “sublimación”, por el que el agua hielo pasaba directamente a agua vapor, en determinadas condiciones de presión y temperatura. Y los fenómenos descritos se dan igualmente en sentido inverso.

Estos procesos se refieren a la “transformación”, ya que el agua solo cambia de forma, si bien sigue siendo agua. Pero existen otros procesos en los que el cambio es más profundo. Así, por ejemplo, en la “transmutación”, una cosa cambia en otra diferente y de mayor nivel de calidad, y en la “transustanciación” una cosa cambia en otra absolutamente diferente y de orden mucho más elevado.

Pero… ¿cómo podríamos traducir esto a la vida de un ser humano? ¿tenemos partes de diferente calidad, unas más “altas” y otras más “bajas”? ¿Podemos pasar de una a otra, elevándonos, es decir, trascendiendo, transformando o transmutando?

En este punto es preciso situarnos en qué tipo de lugar estamos establecidos como seres humanos dentro del panorama general, ya que, si miramos a nuestro alrededor, hasta donde la vista y la inteligencia nos alcanza, podemos ver seres vivos de muy diversas cualidades, algunos que por cercanía con nosotros, o por compartir cualidades, podemos entenderlos e incluso compararnos con ellos, y otros en cambio que escapan de nuestra comprensión, por estar su vida en un nivel que no compartimos ni entendemos.

Podemos entender en cierta forma a los seres del mundo mineral, ya que nuestro cuerpo físico está compuesto por minerales diversos ordenados de una manera milagrosa y perfecta, en un equilibrio impensable para cualquier físico, químico o matemático.

Podemos, igualmente, entender los procesos vitales y el ser del mundo vegetal, la hierba y los árboles, porque sentimos en nosotros que su vitalidad y la fuerza que los hace nacer, crecer y reproducirse son muy parecidas a las que nos impulsan en la vida a los mismos fines de conservación y perpetuación de las especies.

Los animales aún nos son más familiares. Con ellos compartimos la lucha por la vida y la supervivencia, dotados como ellos de medios muy parecidos con los que poder desenvolvernos en el medio natural.

En cambio otros seres nos resultan incomprensibles, por los que les consideramos exentos de vida, ya que no alcanzamos a comprender cómo puede existir alguna vida que no tenga, aparentemente al menos, las mismas leyes y fines que la nuestra. Así, un planeta, una estrella o una galaxia nos resultan incomprensibles, de la misma manera que está fuera de nuestra comprensión los seres invisibles de la naturaleza o de los espacios sutiles. No los vemos, y como no los vemos no los podemos entender, ni siquiera consideramos que pudieran existir. Lo que no vemos no existe, y ya está.

Todo este preámbulo, que aparentemente no tiene nada que ver con el propósito de este estudio, sí que tiene que ver, por una sencilla cuestión, que es la siguiente:

Cuándo hablamos de trascender, es decir, pasar a otra parte, ¿qué parte consideramos que hemos de dejar y a qué parte hemos de pasar? Esta es la pregunta a contestar, y quizá la respuesta a esta cuestión es absolutamente decisiva.

Para mí que una respuesta errónea a esta cuestión es el origen de metas falsas, equivocadas y que echan a perder muchas vidas de potenciales idealistas, porque hay muchas personas cándidas de buena voluntad cuyo propósito es trascender la naturaleza humana, tratando de pasar a lo que llaman vida “espiritual”, considerando ésta como una vida más allá y más elevada de la que vive aquél que llaman o entienden como “el hombre vulgar”.

Pero yo les preguntaría a estas personas: ¿has cumplido ya con el desarrollo total de lo que es tu naturaleza humana como para querer dejarla atrás y pasar a la vida de los dioses mentales? ¡Pero bueno! Si aún sigues viviendo atado a tu vida animal, cuando no a la vegetal, y, a veces, a la mineral ¿cómo pretendes vivir una vida más allá de la humana? ¿acaso sabes lo que eso implica? ¿acaso sabes siquiera en lo que consiste un ser humano completo?

Es evidente que resulta mucho más fácil buscar (?) una vida “espiritual” (?) que luchar día a día para superar nuestras naturalezas inferiores, es decir, lo que en nosotros es animal, vegetal o mineral. Superar estas naturalezas (que no significa eliminarlas sino trascenderlas) no es trabajo fácil, y tanto es así que el hombre, en cuanto hombre, lleva muchos evos intentándolo, más de nueve millones de años. ¿Y tú ya la has trascendido, como para ahora querer dedicarte a la vida “espiritual”, a la vida de los dioses? Evidentemente todo esto es pura tontería, y quien en ello se empeña está perdiendo su tiempo y sus energías en algo inútil para él y, además, para la humanidad.

Yo creo que la ocupación que nos toca hic et nunc, aquí y ahora, es trascender nuestra naturaleza animal, que engloba ya la vegetal y la mineral, y, dejando de ser animales, ir conquistando nuestra naturaleza propiamente humana.

¿Es que quizá alguien piensa que se ha desprendido de la esclavitud de sus instintos, de su agresividad, de su violencia, de su ansiedad por la posesión de bienes materiales, de su afán de comodidad, ¿ ¿alguien considera ya superada las dificultades de la convivencia diaria, las de su trabajo para los demás, sus problemas psicológicos? ¿Alguien ha llegado a dominar su pereza, si indolencia, su indiferencia, su ira, su impaciencia, su lujuria, su vanidad, su orgullo, sus dependencias, como para que estas cosas no le condicionen su vida?

Cada quien que conteste en su interior estas preguntas. Y si hay alguien que crea que ya no le queda nada por superar en su etapa humana, que intente trascenderla y busque nuevos horizontes en el camino de los dioses.

Pero, me temo que no estamos en disposición, ninguno de los seres humanos, de creer esto. La razón por la que lo creo es simple: ya no estaríamos aquí. Estaríamos, como muy bien dice mi diccionario etimológico “en otro lugar, más elevado”.






jueves, 11 de abril de 2013

VIDA

















Unos ponen su vida en su cuerpo, en sus órganos y fluidos.
Otros en sus hijos, en sus vidas y en sus andares.
Los más en los placeres de la carne, la buena comida, el descanso, el vino rico.

Algunos en los amigos, en sus risas, en sus cariños y pesares.
Otros en los intensos placeres que brinda en amor en los sentidos, en el cuerpo y en el alma.
También otros en sus sueños, en sus ambiciones y proyectos.
Casi todos en la búsqueda imposible de la felicidad, esa dama esquiva a la que nadie ha visto nunca la cara, siempre detrás de su espalda desnuda.

Unos en la vida de los demás, para hacerlos vanidosamente como ellos, o para envidiarlos de algún bien que imaginan, para odiarlos, para ayudarles en su camino, o simplemente para contemplarlos, como se ve en el teatro la vida de otros.

Algunos buscan el solitario camino de la orilla del mar. Otros el bullicio de la céntrica calle. Unos suben a la montaña, otros bajan a las negras cuevas.
Muchos trabajan buscando dejar una huella. Otros sólo por mantener sus cosas. Algunos pensando mejorar el mundo.

Solo yo estoy aquí, sin saber, ansiando sólo mi mundo celeste y frío. Buscando en lo oscuro la piedra y la yerba. Sentado en el camino desierto que no sé adónde conduce. Engullendo con miedo mis ojos y mis lágrimas. Saboreando la sal de los cielos y el blanco de las estrellas lejanas.

Solo yo contemplo el universo extraño. Y en el frío desierto solo encuentro el oasis translúcido de mi mirada perdida. Los ojos silentes de mi hermana lejana. Un silencio tranquilo que acompaña mis horas de paso cansino. En mi andar errabundo un espejismo lejano y cercano se abre en mis ojos, solo a veces. Y me miento, me miento y me digo, que un espejo solo luce tu imagen. Solo esto está ante ti. Por siempre desolado.