martes, 28 de enero de 2014

ALEGRÍA Y TRISTEZA




















“Si estamos tristes entristecemos a todo el barrio”

Esto decía Facundo Cabral, y aún suponiendo que estar triste es cuestión nuestra, a lo segundo me parece que no tenemos derecho.
Yo creo que la tristeza la deberíamos desterrar de nuestras vidas, porque no nos es de ninguna utilidad y además nunca tenemos motivos para estarlo. Y si por un momento pensamos que tenemos motivos… pues habrá que superarlos.
No conlleva sino mal para nosotros y, lo que es peor, mal para los que nos rodean.

“Vuestra alegría es vuestra tristeza sin máscara” decía Khalil Gibran.
Y lo explica muy bien, creo, según yo lo interpreto. La alegría es nuestra tristeza, pero sin máscara. Y me pregunto ¿por qué hemos de ponerle máscaras a nuestra tristeza? ¿No sería mejor mostrar nuestra alma sin máscaras y así sería solo alegría lo que transmitiera?

Creo que solo hay una fuente de la que manan los sentimientos y es la misma agua la que surge siempre, pero ¿no es mejor que esa agua fluya clara y cristalina a que lo haga turbia y gris? ¿De dónde viene nuestra manía de ensuciarla?

Con el tiempo uno se da cuenta que es mejor lo primero, pero antes hay que sufrir lo segundo… hasta que uno se convence de no tiene ningún sentido.

Es fácil estar triste. Es difícil, pero benéfico para uno y para todos, estar alegre.

¡Alegría, hermosa chispa de los dioses, hija del Elíseo…! Esto canta la novena sinfonía de Beethoven.

Sí, destello hermoso y reflejo de los dioses. Nunca podré imaginar un dios triste, siempre los imaginaré radiantes de alegría.



sábado, 18 de enero de 2014

LO RELATIVO Y LO ABSOLUTO



















Todo lo que os quiero enseñar es que cuando llueve las calles están mojadas.
G.I. Gurdjieff

Viene esta reflexión que hoy os propongo de un comentario que hicieron a mi anterior entrada en este blog titulada “Adivinos”. En el se decía lo siguiente:

Al fin y al cabo ¿que es un adivino?, alguien que ve mas allá; no creo que sea algo inusual, es cuestión de conectar con tu instinto más profundo, observar, reflexionar y atreverse a dar una opinión, lo que ocurre es que muchos mortales son necios y todo lo reducen a magia, adivinación o como quieran llamarlo.
Quizás sea que lo que unos llaman verdad o evidencia otros lo llaman mentira o absurdo. Al final cuestión de lenguaje.

Y más adelante:

…entrar en debate sobre la verdad puede llegar a ser largo y tedioso, y sobre todo de la verdad objetiva; pero la verdad abarca otros conceptos, ¿porque cual es la verdad?, ¿la que yo se, la que tu sabes, la que nos cuentan o la que no nos cuentan...?

Estas cuestiones me llevaron a plantearme el asunto del relativismo hoy imperante. Esta “doctrina” establece que la verdad sobre algo no existe, y que lo que únicamente existe es la noción que cada cual, en cada momento, tiene sobre ese asunto. Y la noción que cada cual tenga es tan válida como cualquier otra. Ya que “la verdad” de algo no existe, cada quien es libre de estimar como verdad aquello que mejor le parezca. De esta manera nadie tiene la necesidad de atenerse a ninguna verdad absoluta, y cualquiera puede tener una “opinión” sobre el asunto que se trate, siendo ella tan válida como cualquier otra.

Yo diría que, si todo es relativo, esta manera de afrontar el conocimiento es, también, y como no, relativa. Es decir, que el relativismo también es relativo. Creo que, así como hay creyentes en Dios, ateos y también agnósticos, el relativismo no debería ser negador de las verdades sino agnósticos acerca de ellas. Ni creen ni no creen, sino solo que no saben, no contestan.

Tengo un amigo que siempre dice que mucho más peligroso que el que “no sabe, no contesta” es el que “no sabe pero contesta”. Creo que he aquí el nudo de la cuestión.

No me importaría que alguien me confesara que no sabe arameo, pero lo que si me preocuparía es alguien que me dijera que la lengua aramea es como a cada uno le parezca, lo que viene a concluir en que no es de ninguna de las maneras. A mí me parece que o se sabe arameo, o se sabe un poco de arameo, o no se sabe nada de arameo. Ahora, que el saber arameo o no sea cuestión de elección personal, siendo opinable las palabras que conforman esa lengua me parece una estupidez.

Ya decía Platón que la opinión es un estado intermedio entre la ignorancia y la estupidez. El ignorante sabe que no sabe. El estúpido cree que sabe lo que no sabe, y a veces niega que alguien pueda saber algo. Y también que le basta con tener una opinión, lo que no le obliga a ninguna búsqueda de conocimiento. Se opina y basta. Para ello no es preciso tener ningún conocimiento sobre ningún asunto. Es algo libre. Tan libre, tan libre, que está hueco de contenido.

Llevamos muchos milenios intentando explicarnos las leyes que rigen la Naturaleza, las que rigen el Universo, las que rigen al hombre y a la humanidad, y ahora resulta que no hay nada de eso. Solo son lícitas las opiniones, condicionadas al estado subjetivo del observador.
Llevamos muchos milenios intentando llegar a una noción un poco más clara de qué puede ser lo bueno, lo justo, lo bello, lo verdadero, y ahora nos enteramos que toda esta búsqueda ancestral de nuestros antepasados era inútil. Lo justo, la justicia, no son nada, eso depende de para quién. Y para quién dependiendo como se encuentre de estado de ánimo.

¡Qué pena! Si llegaran a enterarse Mozart, Platón, Confucio, Epícteto, Aristóteles, Einstein, Böhr, Lao Tsé, Bécquer, Shakespeare, Beethoven, Leonardo da Vinci, Praxíteles, Gandhi, Miguel Ángel, Cervantes y tanto otros que todo su esfuerzo ha sido inútil y que se han comportado como unos tontos…

Pero sospecho de que “cuando llueve las calles están mojadas”…








miércoles, 8 de enero de 2014

AGRADECIMIENTO Y DEVOCIONES


Nada hay más gozoso para un alma que saber que pudo encender en otra más grande las chispas iniciales y balbucientes que muy pronto, como el fuego en la leña seca, se convertirían en un gran fuego con el que encender otros fuegos, y al que pudieran acercarse otras almas ateridas a reconfortarse.

Las ascuas de esta nueva hoguera, ya refrenado su comienzo vigoroso, deberán de permanecer en el tiempo, mansas, dulces y benignas, bendiciendo el espacio, atemperando el invierno, desentumeciendo los cuerpos, encendiendo los ánimos.

Dios bendice la recia leña, pero maldice la liviana paja, más encendida y luminosa en su nacimiento, pero sin materia esencial que se sacrifique en el fuego, como la leña, para entregarse a lo negro y consumirse como la humilde pero santa ascua, que, tras la fuerza y belleza del fuego radiante en nuestro hogar, aún pareciendo oscura y decrépita, mantiene en su rojo corazón el calor que nos mantiene a lo largo de toda la noche invernal.

La leña es fuego que aún no lo sabe. Encerrado entre sus íntimas fibras guarda el secreto de sus llamas futuras. En cada átomo guarda un destello, un rayo de luz, un abrazo de calor. En el bosque, nuestro padre Sol ha dispuesto su luz y su calor en miles de ramas, en miles de troncos. Ha creado el árbol a su imagen y semejanza. Solo una chispa, en el calor del mediodía, y surge de nuevo el sol en la tierra. ¿Fue la chispa? ¿Fue la leña seca, ansiosa por arder, devolviendo así al sol lo recibido?

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Cuentan que un Rey español, de vida regalada, cuyo nombre no recuerdo ahora, se perdió en el bosque estando de cacería, y tras deambular por el mismo largas horas, acertó a tropezar con una humilde casa construida, seguramente con penas, en un claro.

Acercándose a ella, halló a un viejo leñador, que le recibió, sin saber de quien se trataba, humildemente y se interesó por su situación. Viéndole cansado, le acomodó, y pensando que tras recorrer el bosque entero tendría hambre, se dispuso a prepararle algo de comida. Tampoco recuerdo que clase de comida le preparó, pero fue su comida acostumbrada, comida de leñador de bosque, frugal y sencilla.

Tras la comida y un pequeño descanso, el hombre le fue guiando por el bosque, que él conocía bien, hasta encontrar a los cortesanos que le esperaban preocupados. Allí, el humilde leñador supo que había cobijado al Rey. Vuelto a la corte, y vuelto a su vida abundante, este rey, que tuvo siempre fama de melancólico y triste, se sumió una vez más en la tristeza, que le llevó incluso a dejar de comer. Los médicos no encontraban la forma de animarle, temiendo por su vida, día a día más tenue.

Por alguien se enteraron de que un día, tras terminar una cacería, había alabado la comida que le había ofrecido un leñador que le cobijó estando perdido en el bosque. Por supuesto mandaron inmediatamente a buscar a aquél hombre, que, llevado a la corte, indicó la receta de aquella tan celebrada comida.

Llevaron al buen hombre ante el Rey para que él mismo diera su visto bueno a la comida que iban a prepararle. Un cortesano puso la receta en manos del Rey. Cuando éste la leyó, llamó pronto al leñador a sus aposentos, y agradeciéndole su gesto y su lealtad le dijo: - Gracias, buen hombre, por tu receta, pero no puede servirme.- ¿Porqué, Señor, no come? Coma lo que yo le prepare o cualquier otra cosa. De otro modo vais a morir.- -No me sirve tu receta –contestó el Rey-, porque al final de ella has escrito: “Sobre todo ha de comerse con mucha hambre”

Un Rey, un leñador, una comida. ¿Fue la excelencia de la comida? ¿Fue el hambre del Rey? ¿Qué fue lo que aquél día en el bosque motivó que la vida volviera a cada célula de su cuerpo? ¿Cómo ocurrió el milagro de que el Rey, perdido en el bosque, disfrutara del placer, para él ya olvidado, de la comida, y su cuerpo recibiera la oleada de vida, también nueva, que penetró en su sangre, casi en su alma, llevada por aquella pobre comida? .........