miércoles, 28 de enero de 2015

EN LA TOSCANA, EN LA BELLA ITALIA...


En la Toscana, en la bella Italia...

Donde música hubiere
cosa mala no existiere.

Estas palabras de nuestro Señor Don Quijote, que tengo escritas permanentemente frente a mí en el pequeño lugar donde trabajo, las he visto escritas en el vídeo que quiero hoy ofreceros.

En la Toscana, la bella Italia... miren y escuchen... y contengan sus lágrimas... o mejor: no las contengan, porque surgirán del amor por la poesía y por la música, y manarán de las cristalinas fuentes de donde fluyen las puras esencias de la humanidad auténtica .

Va', pensiero, sull'ali dorate...
Un abrazo a todos.



jueves, 22 de enero de 2015

TIERRA Y ESPÍRITU





















Nada grande se realiza de golpe y porrazo, ni una manzana, ni tan siquiera una uva. Si me dices: “Quiero ahora mismo una manzana”, te contestaré: aguarda a que nazca, crezca y que madure, da tiempo al tiempo. Y si esto es con los frutos de la tierra, ¿quieres que el espíritu dé de repente los suyos?
EPÍCTETO


Escuché que alguien dijo que si de repente desaparecieran todos los libros y textos de la tierra, la civilización se volvería a reconstruir, simplemente porque los hombres volverían a reconstruir todo el saber humano simplemente observando y reflexionando sobre la Naturaleza, y aprendiendo de ella. Yo, estoy de acuerdo.

Muchas veces digo que las hojas para leer que más me interesan son las hojas de mis árboles. Y, aunque siempre se me toma en broma, lo digo en serio. Leí una vez que la arquitectura de la más hermosa catedral gótica no se podía comparar a la arquitectura de una simple hoja cualquiera. En realidad, el hombre solo persigue con sus obras un acercamiento a la perfección de la Naturaleza que nos rodea por todas partes. Solo que, cuando la humanidad se vuelve loca, pensamos que nuestras obras son más perfectas que las de la Naturaleza. En mi opinión solo se acercan burdamente en su perfección, solo que las apreciamos más porque hemos perdido en gran medida nuestra conexión natural con lo creado. Así, un labrador, o un pastor, es capaz de entender, por su trato diario con el mundo natural, los hondos misterios del espíritu, porque se lo cuentan día a día las ovejas, los árboles, el trigo, o las estrellas.

Así, somos tan ignorantes como para pedir frutos cuando ni siquiera hemos sembrado. A cualquier labrador le parecería algo sin ningún sentido. Cosa de estúpidos. Él sabe lo que cuesta cosechar frutos, y los procesos encadenados que requiere, amoldándose a la naturaleza.

Y, como nos dice Epíctecto, nos ocurre lo mismo con las cosas del espíritu.

Hay quien cree que, mediante unos pases mágicos de un “gurú”, llegamos sin más ni más al estado de iluminados, que, a través de un proceso que llaman de “iniciación” llegamos a las más altas cumbres de la sabiduría humana, que amar la música es solo cuestión de escucharla de vez en cuando, que ser filósofo consiste en estudiar lo que otros contaron… y así.

Y nos dice Epícteto que el proceso del desarrollo de la vida del espíritu es el mismo que el que sigue el labrador con su campo. Y ya sabemos cómo es. Y si no lo sabemos, podemos tomar unas cervezas con cualquier hombre del campo que nos puede contar, por ejemplo el cultivo del trigo.

Labrar la tierra, abrir los surcos y removerla, eliminar la cizaña y las malas hierbas cuando se presente “la otoñá”, abonarla con buen estiércol, sembrar con amor, rezar para que llueva, proteger los brotes cuando nacen, seguir eliminando las malas hierbas, seguir abonando, esperar… esperar, con paciencia, pendientes de lo que la siembra necesitad en cada momento, vigilar… vigilar…, y, cuando llegue el momento, segar, llevar a la era, trillar, aventar, separar y guardar los granos, empacar la paja, guardar el afrecho para las gallinas.

Y luego toca hace el pan. Moler el grano para conseguir la harina, guardarla en lugar seco, amasar con agua, sal y levadura, hacer los panes, hornear al fuego y…

… quizá después de todo el proceso nos podremos tomar una olorosa hogaza de pan tierno y crujiente.

Pero no antes, ni de repente.

Y ¿qué creemos? ¿que la vida interior se hace sólo pidiéndola, a gritos o por una gracia especial? Pues, evidentemente no. Es preciso hacer todo lo que hace el labrador con su trigo. De otra manera, es mejor que lo olvidemos.

Es inútil.



jueves, 15 de enero de 2015

EVADIRSE





Sólo tienes una vida...
No la vivas como espectador.


Hoy fui temprano a comprar el Diario donde siempre, es un chico agradable y simpático con el que siempre suelo cambiar unas palabras y reírnos un rato. Cuando estaba con él, pasaron unas señoras, charlando. Y ocurrió lo que tantas veces me ocurre últimamente. Las escuché, porque hablaban en voz muy alta y no puedo cerrar los oídos. Hablaban de alguien, y decían –es un sinvergüenza, un sinvergüenza... no sabes lo que me ha hecho... –

Le dije a Luis, que así se llama el de los Diarios:
-¿Qué te parece, Luis? Por lo visto el único que tiene vergüenza siempre es solo el que habla-
Y me dijo:
- No pienses, que te vuelves loco...- me contestó. Y, añado yo, y mucho menos no pensemos sobre nosotros mismos.

Escucho más o menos lo mismo que dijeron las señoras todos los días. En la calle, en el autobús, en todos sitios. El resto de los mortales, excepto el que habla y su interlocutor (ya le acusará luego de lo mismo, cuando se haya ido) son unos sinvergüenzas, unos malvados, gente que debería estar en la cárcel, o como mínimo internado en un centro para enfermos mentales.


¿Qué es lo que pasa? Pues lo que pasa es que pensamos que vivimos en una sociedad en que todo el mundo es perverso, menos nosotros, claro. Y, a poco que miráramos dentro de nosotros veríamos que no somos muy distintos. Pero preferimos ignorarnos. No. No hay que pensar cómo somos nosotros. No hay que pensar, no hay que reflexionar, y, mucho menos ocuparnos de nuestra vida. Para eso tenemos la de los demás para entretenernos. Sobre la nuestra todo lo que hay que hacer es evadirse. A toda costa. Los que deben cambiar (y no ser tan sinvergüenzas) son los otros. ¿Infantil, verdad?

Parece que esta es la consigna actual e universal. Evadirse, evadirse, evadirse... Y, ¿de qué? Evidentemente, de uno mismo.

Hoy, lo cierto es que el “progreso” nos brinda infinidad de posibilidades para hacerlo hasta ahora impensables y desconocidas. La ciencia evoluciona que es una barbaridad... cantaba una antigua opereta. Podemos entontecernos de mil maneras diferentes, y todas muy sugestivas e a hipnotizantes.

Desde la omnipresente y omnipotente televisión, hasta la radio, el fútbol, las películas, la infinidad de revistas existentes, los millares de libros de todo tipo y tema, los viajes por el mundo, los ordenadores y la internet, la “música”, los periódicos, la política, los chismes de todo tipo y color y, a qué abundar, miles de ocupaciones ociosas en que “distraernos” ¿Distraernos de quién” Pues, naturalmente, de nosotros mismos. Somos unos indeseables para nosotros mismos. Somos un peligro a evitar, un ser al que tememos profundamente, del que hay que huir, y por supuesto no entrar en ninguna clase de tratos con él. Nos podría traer un montón de problemas, problemas que nos aterrorizan porque “sabemos” que no tienen solución.

Preferimos dedicarnos a la vida de los demás. Eso no es peligroso. Es la vida de otros. Así, como los niños, somos amantes de las historias. No importa de qué tipo sean. Que nos cuentes historias... Historias, historias... pero no nuestras, mejor de los demás.

Contemplamos, y juzgamos, las que en la tele o en la radio, o en una película o en un libro, nos cuentan sobre los demás, sobre sí mismos o sobre cualquier cosa. Eso no es peligroso, no hablan de nosotros. Son los otros, los otros son el motivo primordial de nuestra atención.

Nos interesa sobremanera como vive el vecino del cuarto, o el de la casa de al lado, o del que aparece en la tele contando su vida por un puñado de billetes. De cómo vive el indígena en Brasil o de cómo vivía el persa en su época, o el maya, o cómo viven los lapones, o los esquimales. De qué le ocurrió al protagonista de aquella película y de cómo reaccionó. Quien sea... no importa. Lo único a evitar es dedicarnos a examinar cómo vivimos nosotros, cómo vivo yo. Eso es muy peligroso y muy desagradable.

¡Qué interesante! -oímos- Me he leído una monografía sobre los enterramientos en el mundo persa, de cómo eran sus tumbas, sus ritos, sus pinturas... ¡Fascinante! Y otra vez leí una historia sobre como era la vida del sacerdote egipcio y qué cosas hacía, y cómo... etc.


¡Como si supiéramos qué era un sacerdote, no solo egipcio, sino uno cualquiera! A qué se dedicaba, qué hacía y a qué destinaba su vida...

Hoy en día, gracias a Dios, lo podemos saber casi todo. Tenemos toda clase de accesos a toda clase de información. Eso sí, de lo que está fuera. Lo de dentro es tabú. Y si no fuera por los perversos amos del Vaticano, y pudiéramos entrar en sus archivos y bibliotecas secretas, bueno... entonces ya lo sabríamos absolutamente todo.

¡Ilusos! ¿Acaso entenderíais algo de lo escrito? Si no sabéis casi leer... y por supuesto mucho menos comprender. Leéis libros como el turista que va a Chiclana y, sin haber salido para nada del hotel, luego va contando en su ciudad, Ulm, por ejemplo, que él ya conoce España. Ha estado en Chiclana, Cádiz, Spain. Y allí también conoció el flamenco, los toros, el baile andaluz y... el alma del andaluz.

Algo así conocemos nosotros las cosas. Por la piel, por el barniz. Pero nos interesan sobremanera, porque cumplen con la absolutamente necesaria labor de impedirnos entrar en nosotros mismos.

Si ocurre algo que entorpece nuestros deseos o intereses más vulgares, rápidamente buscamos qué hizo mal el otro. Probablemente sea un sinvergüenza. No actuó como debía. No cumplió las normas de convivencia, sí, esas que en este caso, y en cualquier otro, nos dan la razón. ¿Pero, pensar y reflexionar en qué hicimos mal nosotros? No, hombre no... Primero que nos da terror, y segundo que, aunque nos lo propusiéramos, no tenemos ni idea de quienes somos, aunque estamos completamente seguros de cómo somos (y sobre todo de que no somos unos sinvergüenzas).

Afortunadamente está en gestación una generación de hombres libres, que no le tienen miedo a sí mismos, de esos que cuando algo les ocurre, inmediatamente se preguntan:

-¿Qué he hecho mal?-

Que aceptan su propia responsabilidad sobre su vida, y que no buscan motivos fuera para explicar lo que les pasa dentro. Que empiezan a vislumbrar que todo nuestro bien y nuestro mal nace de nuestro interior y no de nuestro exterior. Que saben que nuestra vida no depende de la ayuda de los demás, sino sólo de la que nos demos nosotros. Que no esperan las instrucciones, a modo de consejos, de aquellas personas a las que sitúan en un pedestal. Que están dispuestos a encontrar sus propias normas, con las armas de la filosofía, antes que adoptar infantilmente las que le dan sus “maestros”, sin tener en cuenta que un maestro no lo tiene sino el que antes ha sido un discípulo. Que no se arredran ante la descalificación de todos. Que no admiten censuras sin razón ni acusaciones inmaduras. Que actúan según entienden cual es su propio deber, sin aceptar deberes ajenos ni otros deberes que digan por ahí.

Y, si todo el mundo circula por el mismo carril, o pastan juntos, arrodillados y desnudos como los de la foto, ellos se yerguen, se revisten de dignidad y de valor y, como Don Quijote, protegido de su adarga y su escudo, no aceptan ninguna crítica de toda esa gente, "canalla y descomunal".



martes, 6 de enero de 2015

PÁJAROS








Poco a poco, día a día, noche a noche, vuelven a mí los pájaros del pasado lejano. Sobrevuelan su presa en el aire espeso sobre mi cabeza, dibujan a penas sus formas sobre el cielo gris oscuro.

Se dejan oír sus desdibujados graznidos rasgando el extremo silencio que les envuelve. Como palabras sin significado y, peor, a veces, con nombres siniestros arrancados de la tierra de mis antepasados.

Una fina niebla atraviesa mis huesos con un frío de no se qué origen ni qué dirección. Trato de recordar el sentido, de ordenar mis movimientos, de recuperar mi capacidad de ser y actuar.

Camino torpe, cansino, sin ningún rumbo. Al parecer mis piernas no me obedecen, y los vaivenes de mi cuerpo me hacen sentirme perdido e impotente. Miro al frente, detrás de mí, en lo alto de mí, en lo bajo, todo está confundido.

En el frío de afuera oigo grillos, persistentes, implacables, monótonos… como martillos en el yunque. Conversaciones absurdas, negras acusaciones, sospechas malditas, injustos reproches. No es así… no fue así…

Un fuerte dolor en el pecho, todo da vueltas, en torbellinos, locos, que me llevan hacia arriba, a prisa, arriba. Me agarro con fuerza a una argolla y… mis ojos se abren como de lechuza. Inmóviles, con pena, recorren poco a poco mi habitación.

La primera luz del alba entra por mi ventana.