Recuerdo un amigo que tuve, buscador extraño, pensador ácrata, buceador en hombres y en mujeres, hombre seductor sin duda, que me llamaba siempre “ratón lujurioso”.
Lo de lujurioso lo entendía bien, porque reconozco que lo era, aunque debo confesar que ejercí pocas veces de tal, ya que siempre, en su momento, me ganaba el sentimiento a la pasión. Y siempre tuve más amores que amantes. Pero lo de ratón no llegué a asimilarlo, quizá porque así como hay espejos para el cuerpo no los hay para el alma, y tan fácil a veces es ver al prójimo como difícil es verte a ti mismo. Así que lo de ratón lo estoy madurando todavía.
También tengo una amiga que, entre mis risas, me contaba que clase de animal era cada persona que conocíamos. Así, me decía, por ejemplo, fulano es un hipopótamo, mengano un conejito, zutana una mariposa, etc. etc. Y me reía porque, efectivamente, yo también los veía así. Cada persona puede identificarse con un animal, por su carácter, por su manera de hacer, por su forma corporal y por su manera de sentir o de pensar.
Y hoy hablaba con otra antigua amiga, como siempre de lo divino y de lo humano. De libros, de películas, de todo un poco. Y cuando me contaba la trama de un libro, del que ahora no recuerdo el título, mencionó aquello tan repetido de “nada ocurre por casualidad” y lo otro de “todo acto tiene su repercusión en el Universo”. A raíz de ello entramos en profundidades, y llegado un punto en que yo le decía que no todos los hombres estamos regidos por las mismas leyes, por lo que es peligroso inculcar a todos las mismas enseñanzas, y llegó un momento en que le dije:
¿Qué es el hombre? No hay un hombre como tal. Hay muchos hombres. No se le pueden aplicar las mismas leyes a Napoleón que a Juanito, ni a Gandhi que a Pepito. Sería criminal hacer a Pepito ermitaño, o inmolar a Juanito en la consecución de un destino que acabaría con él en pocos días. No todas las enseñanzas ni todas las prácticas espirituales son válidas para todo el mundo por igual. Es muy peligroso enseñar a alguien lo que no puede entender, ni mucho menos empeñarse en que lo lleve a su vida diaria, porque lo hará de una manera inconsecuente y desacorde con esa enseñanza. Será peligroso para él, y también para los que le rodean. No le llevará a nada y en cualquier caso no le llevará a nada bueno. Es un delito hacerlo.
Y es mucho más delito si el que trasmite dicha enseñanza tampoco la comprende, ni la ha hecho carne de su carne.
Me tuve que marchar, pero en el camino a casa con mi hijo iba pensando que todos los animales están dentro del hombre, o mejor, que todo hombre es como un animal o bien que el reino animal está dentro del hombre, y que hay pocos hombres-hombres. Me dijeron que soy ratón. Y me resultó una idea muy viva. En realidad creo que sólo hay conejos enseñando a mariposas, camaleones charlando con erizos, leones trabajando con gusanitos, mochuelos haciendo el amor con gacelas, etc. etc.
Y me quedé con una auténtica pregunta en mi cabeza. ¿Cómo será un hombre, un hombre verdadero?