lunes, 4 de agosto de 2008

CÁDIZ, VELETAS, BANDERAS Y VIENTOS

  

En Cádiz los niños ya nacen metereólogos. Al parecer lo traen en sus genes. Todo gaditano es un hombre del tiempo, eso sí, del tiempo de su rincón de la bahía. Se crían entre dichos de sus padres, comentarios de los abuelos, y predicciones que escucha en las calles, en las plazas, y por todas partes. Así, le rodean frases como: “Va a saltá el levante, me duelen los callos” “Vaya levantera... como pa i a pescá” “Abrígate, ques norte pelao” “Va a cae ma agua que cuando enterraron a Bigote” “Que ponientito ma rico...” “Joé, que bochohno... esto e levante’ n carma” ... y cosas así. Mi padre, en mi casa, era barómetro, higrómetro y veleta. Cuando le escuchaba decir “ya saltao el levante” era, porque, en mi casa, cuando se escuchaba claramente el silbato de los trenes y las sirenas de los barcos, el viento venía del este. No fallaba, aunque eso sí, era una predicción casera, porque dependía de dónde vivieras. Si decía “va cambiá’l viento” era que ya le dolían los riñones, señal inequívoca de que el aire se estaba volviendo más húmedo y el aire venía del suroeste, que es de donde viene el agua de lalluvia. 

  

 Otra cosa muy habitual en nuestra tierra es soltar sentencias, o pareados, de los que se podrían reunir infinitos. Valgan algunos ejemplos: Norte en verano, levante en la mano. Levante que juevea no dominguea. Está surestando... no te vayas andando... Cuando el grajo vuela bajo... etc. Yo, en realidad, lo tenía fácil. Desde mi terraza se veía (las han quitado) la veleta y la banderola que coronaban la torre mirador más alta de la ciudad, la Torre Tavira. Hasta hace pocos años disponía de los servicios de un vigía, que avisaba a los consignatarios de la arribada de los buques, cuando aún quedaban las millas suficientes para prevenir todas las tareas necesarias. Así que solo tenía que asomarme y mirar la veleta o la banderola, y ya sabía que ropa ponerme, si podía ir a la playa o no, o si tenía que echar mano del paraguas. Incluso si había de abstenerme de salir de casa para nada que no fuera cuestión de vida o muerte. 

Y quizá todo esto se deba a nuestros genes marineros, de aquellos marineros de antaño, cuya pesca, el rumbo de su navío e incluso su propia vida, dependían de un cambio de viento o de una bajada brusca de la presión atmosférica. Aquí somos marinos, y tenemos grabado a fuego en el alma el alma de la mar, para lo bueno y para lo malo. Un poco marinos, un poco pescadores, un poco contrabandistas, un poco piratas... y siempre nuestro corazón moviéndose como las olas, a veces suaves, a veces como montañas, y nuestra vida siempre blanca como las espumas... y efímeras bajo el sol, como ellas. Nuestra lengua es también de los mares y no es raro escuchar en la barra de cualquier taberna un “Arría ya la carná” o un “¡Lárgate ya con viento fresco!” O, cuando la parienta se sale del tiesto, bajar al bar y comentar al parroquiano “Quillo, va saltá’l levante”. Porque el levante es un viento que irrita, altera, enfurece y, resumiendo, vuelve locos a tó quisqui. Así que aquí, al que más o al que menos, a cualquiera, le faltan por lo menos dos mareas. 

 

 

 

¡Bendito levante, que tó lo seca, meno la guardia civí!  

Pero os cuento todo esto porque esta mañana, cumpliendo con el rito de café y Diario, estaba con dos buenos amigos sentado junto a la ventana de un bar. Y desde ella se veía flamear la bandera de la ciudad, que corona la escasa altura de la puerta del mercado central. 

Y me comentó uno de ellos, mirándola : -Levante...- , como se dice escueta y cansinamente en nuestro Cái, encerrando en esa palabra todo lo que conlleva, que es mucho. Viento fuerte, calor, sequedad total, flojera e imposibilidad de playa. No te salvas en ningún sitio, a no ser a menos de cinco metros de la orilla, y eso si tienes cerveza a mano. A ver si no porqué iba a venir directo del Sahara. Es su deber ser así, y es bueno que así sea. Nos seca el verdín de las paredes, de los huesos y de la sesera. No habría otra manera de vivir en una isla como la nuestra. -José Carlos, la bandera señala viento del sur- dije yo, sin demasiado convencimiento. Porque en mis huesos sentía que era realmente levante, y ya lo había olido cuando venía de casa. ¿Habéis olido alguna vez la cercanía de un viento que viene? Pues aquí si lo olemos. De todas maneras -continué- no te fíes de esa bandera. Está muy baja y rodeada de edificios bastante más altos. Seguro que en la plaza el viento da vueltas. Solo me fiaré cuando vea la banderola de la Torre Tavira. 

 Siempre anhelé –le seguí contando- poner una veleta en lo alto de mi casa en Chiclana. Pero, aunque veía algunas en otras casas cercanas, me di cuenta que era inútil. Nunca señalarían el origen del viento. Rodeada de altos y viejos pinos siempre viviría como una de esas locas que no sabe nunca lo que dice. Y renuncié a mi pequeño sueño. Me conformo con mirar las copas de los pinos y hacer mis deducciones. Terminamos el café y nos marchamos cada uno a sus cosas. Pero camino de casa iba rondándome la imagen de la bandera que no era veleta, y la de mi veleta que no podía ser nunca cuerda. Y prometí solemnemente nunca orientarme por ninguna veleta que no estuviera en lo más alto que pudiera divisar, abierta a todos los vientos y, por supuesto, que se moviera con ellos.

2 comentarios:

Daniel Mc Riley dijo...

Qué hermoso relato, Abraxas!...has capturado el espíritu marino aunado con el "picante" acervo popular de Andalucía.

Recuerdo que en el norte de neuquén -reflejado en mis blogs patagónicos-, la mayoría de la gente es de origen andaluz, y te encuentras frases como éstas:

"Siete mudanzas tiene la noche"
"Nubes en vellones, agua a montones"
"Viento abajino, heladas y frío"

Ya sumé tu blog a mis militantes de lo invisible en "UNO-Daniel Mc Riley"

Un abrazo desde Buenos Aires, a la mágica Cádiz, Danny

ABRAXAS CADIZ dijo...

Un abrazo desde Cádiz para la porteña y muy querida Buenos Aires, Daniel...