jueves, 7 de agosto de 2008

UNIVERSO



Escuché la noticia de que la NASA, para celebrar su redondo aniversario de los 50 años, ha enviado a través de Universo, a la velocidad de la luz, la canción de The Beatles “Across the Universe”, conmemorando también así el 40 aniversario del nacimiento de los músicos más representativos en la historia de la humanidad.

Han enfocado al mismo tiempo sus más potentes antenas de captación radio-electromagnéticas-acústicas, en la esperanza de obtener contestación de cualquier lugar donde guste la obra. Quizá se animen a ello en algún lugar, enviándonos alguna cosilla de The Orion’s Little Boys, o de The Sirius Bad Flies, o, aunque solo sea, alguna canción de cualquier programa interespacial del programa “Universal OT”

Recordé a mi tan admirado e incomprendido Albert, cuando decía, tan socarrón como el mejor aragonés:
Lo que para mí se acerca más a la idea de infinito es el Universo y la estupidez humana, aunque de lo primero aún no estoy muy seguro…

Acudí no hace mucho a una reunión científica de altura en mi ciudad, que se celebró en la sede de una de las instituciones de más prestigio y solvencia. Se habló mucho acerca del Universo, comentándose las teorías más actuales sobre su nacimiento, formación, desarrollo y finalidad. La gran explosión, Big Bang, la futura implosión, Big Crunch, y todo eso…

La “sopa cósmica”, producida por el Big Bang, donde no había nada diferente a otra cosa, y donde todo sabía igual en cualquier sitio, todo formado por ínfimas partículas indiferenciadas y desordenadas. Y, lo más sorprendente, solo duró 1 elevado a -48 segundos, para los profanos 0,00000… (cuarenta y ocho ceros)…1, es decir, casi nada de nada, menos de lo que tarda un cura loco en persignarse. Luego empezó a ordenarse y dejó de ser sopa. Su descripción me recordó, casi con todo detalle, a la famosa Sopinstant.

No perdí detalle de las aportaciones de los contertulios, y quedé sorprendido por el avance de la ciencia. Ya se decía hace muchos años en una zarzuela: La ciencia avanza que es una barbaridad…

Pero no es este el motivo de lo que hoy quiero expresar acerca del Universo.

Existe en la Física y Química un principio, nacido de la ciencia llamada Termodinámica, ampliamente aceptado, resuelto en fórmulas matemáticas, siendo posible su medición e influencia en los procesos de la transmisión de la energía, llamado la Entropía. Según definición aceptada, es la tendencia natural a la pérdida del orden en los procesos dinámicos físicos y químicos.

Conforme a esto, todo en el Universo tiende a igualar paulatinamente sus niveles de energía, con lo que, finalmente, al estar cualquier elemento del Universo al mismo nivel energético, no sería posible ningún proceso dinámico. Esto es así porque para producirse cualquier movimiento o cambio resulta preciso que exista una diferencia de energía entre los dos estados, el inicial y el final. En el límite, todo estaría al mismo nivel y el Universo “caería” en una quietud parecida a la muerte. Ningún cambio, ningún proceso, ningún movimiento.

Todos conocemos ejemplos en la Naturaleza de los procesos físicos más elementales. El río corre de la montaña al mar porque la montaña está más alta que el mar. Si estuvieran a la misma altura, los ríos no solo no correrían, sino que su misma existencia sería imposible. El sol calienta el mar porque su energía de calor es superior a la que posee el agua del mar. Si el sol y el mar estuvieran a la misma temperatura, nada se produciría. No habría evaporación de sus aguas, ni nubes, ni lluvia, y el vapor atmosférico estaría equitativamente distribuido por toda la Tierra.

Podemos montar en bicicleta debido a que nuestra fuerza, aplicada a su mecanismo, supera la resistencia que ofrece el camino al deslizamiento de sus ruedas sobre él, y porque existe la gravedad y el equilibrio mecánico en su dinamismo. Si no fuera así, no sería posible.

Curiosamente, esta situación es la descrita por los científicos en lo que llaman “la sopa cósmica”, el sopinstant. Nada se mueve ni reacciona a nada simplemente porque todo está al mismo nivel en cualquiera de sus características. Es la muerte, la ausencia total de orden y de movimiento.

Pero, y esto es lo inaudito, después de ese instante, ya sabemos, 0,0000000000000000000000000000000000000000000000001 segundos, ese sopinstant comienza a organizarse, cosa sorprendente, ya que del desorden no nace nunca espontáneamente el orden. Y a quien así lo crea lo invito a que venga a casa y entre en el cuarto de mi hijo.

Las partículas subatómicas, hasta ese instante formando sopa, se ordenan en átomos, perfectamente estructurados. Un núcleo, una pulpa electrónica, una nube electromagnética a modo de cáscara, resumiendo, una unidad completa de vida, con su morfología, su fisiología, su axiología, y en fin, su vida y su misión vital. Los átomos se agregan en moléculas, igualmente ordenadas y dotadas de vida, las moléculas se reúnen en formas cristalinas, ya visiblemente ordenadas según patrones de cristalización, luego los minerales, los líquidos, los gases… también organizaciones ya mucho más complejas y aún hoy aún encerradas en el más profundo misterio, como los seres unicelulares, pluricelulares, y así hasta llegar a constituirse seres complejísimos, desde la más pequeña brizna de hierba al más desarrollado mamífero.

Todo esto, a nuestro nivel de la Tierra. Igualmente ocurre con los sistemas planetarios, organizados por su estrella regente, las galaxias como organismos superestelares, y así hasta llegar al actual Universo que se nos manifiesta a nuestros ojos y al que nos empeñamos en estudiar como una materia muerta, como si un doctor en medicina se empeñara en estudiar únicamente cadáveres.

Desde antiguo se habla del macrocosmos y del microcosmos, del microbio y del macrobio. El orden dinámico implica vida, así como la vida implica orden dinámico. Entender la vida únicamente como algo similar a la nuestra, a la del hombre, es un concepto pobre, extraño y que ya debería haber sido superado. Existen muchas clases de vida de las que no alcanzamos a comprender su fisiología.

Solo asignamos vida a lo que se mueve y a lo que podemos observar, en nuestro restringido concepto de tiempo y espacio, que nace, se desarrolla, se reproduce y muere. Así, no podemos entender la vida de una estrella o de un mineral, porque su tiempo y su espacio en los que se desenvuelven superan nuestra corta visión humana. Yendo un poco más allá, quizá algunos seres vivientes de nuestra escala evolutiva, cuya existencia desconocemos, desarrollen todo su ciclo vital en nanosegundos, con lo cual nuestros medios de observación no llegan a captar su existencia. Del mismo modo, las estrellas y las galaxias, cuya vida puede alargarse durante miles de millones de años, son consideradas fijas, inmóviles y no sujetas a cambio alguno, y por lo tanto carentes de vida.

Según las tradiciones arcaicas, todos los seres del Universo tienen vida. Si ningún principio vital los mantuviera ordenados y en armonía dinámica, en desarrollo vital, no podrían tener existencia como tales, de la misma manera que un cuerpo humano, despojado de vida, pronto se deshace en sus componentes minerales. Pero los médicos, como dije, no consideran un hombre como un montón de minerales reunidos al azar, sino como un completo sistema en que todo está dispuesto para su función, organizado en elementos unidos por una delicada armonía energética que llamamos vulgarmente vida.

¿Qué mantiene al cuerpo humano con vida? ¿Qué mantiene a nuestro sistema solar con vida? ¿Qué mantiene a las galaxias, al Universo todo, con vida?

Quizá el antiquísimo Génesis de la Biblia judía nos de una pista. Allí se describe la creación del Universo de la siguiente manera, simbólica pero muy sugerente:

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la haz del abismo, y el espíritu de Dios se cernía sobre la haz de las aguas.

Y dijo Dios: “Hágase la luz” y la luz fue hecha. Y vio Dios que la luz era buena.

“Fiat Lux”

Parece evidente que, para la formación de un Universo perfectamente organizado, con la dinámica de la vida, no bastan casualidades ni azares. Ya lo dijo mi querido Albert: Dios no juega a los dados con el Universo…

Pero ¿cómo puede decirse que Dios creó al Universo?. Esta forma de hablar está bien para una narración simbólica a modo de mito. Pero no para la lógica evidente de las cosas. Si concebimos a Dios dotado de omnipresencia y de infinitud, no existiendo cosa alguna fuera de Él mismo ¿cómo podría crear algo que no contuviera? Si, como dice Albert, lo que más se acerca a su noción de infinito es el Universo y la estupidez humana, si bien considera esto último mucho más seguro, ¿cómo un Universo infinito existe al margen de un Dios infinito? Aquí hay algo que no cuadra… no pueden existir dos infinitos por separado… y a la vez.

Aquí quizá no venga bien recordar la tradición hindú, cuando nos habla de como se desenvuelve la vida del Universo. Decían que Brahma, dios creador y primero de la trinidad hindú, respiraba, como todo hijo de vecino. Cuando espiraba, su aliento daba origen a los mundos, y cuando inspiraba los mundos se resumían otra vez en él mismo. En verdad es una simbología muy sugerente.

A mi parecer, todas las simbologías de relevancia de los pueblos cultos que nos han precedido apuntan, no a una creación de un Universo externo y ajeno al agente creador, sino más bien a una manifestación de ese agente en lo concreto. Al decir de Platón, sería el mismo proceso que el de la plasmación de los arquetipos.

Un espíritu inmanifestado se manifiesta y se encarna en un “cuerpo”, su propio cuerpo. De esta manera, el Universo sería el “cuerpo de Dios” y Dios el espíritu de ese “cuerpo”, el Ánima Mundi.

Este planteamiento estaría acorde con las enseñanzas recurrentes de los pocos sabios que en el mundo han sido, de los creadores de religiones, de los grandes filósofos, de los alquimistas y de todo aquél que ha atisbado la realidad de lo real.

Dios está en todas las cosas… O, mejor dicho, todas las cosas están en Dios. La firma de Dios está escrita en cada una de sus criaturas. La esencia interna de todo lo existente es divina. El espíritu del hombre es de la misma naturaleza divina. Creemos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Sois dioses, pero lo habéis olvidado. Todos somos hijos de Dios, etc. etc. etc.

¿Panteísmo? Sí. Es más que evidente. Todo el Universo está impregnado del Espíritu de Dios, porque es el “Ánima Mundi”. Nada hay fuera de Dios, todo lo visible y lo invisible forma parte de Él, de Él formamos parte, de Él nacimos y a Él volveremos.

El Universo no es un cadáver. Vive. Y, como en el caso del hombre, del animal, de los vegetales, de los minerales, y de cualquier cosas existente, su espíritu forma parte del espíritu de Dios. Ese Espíritu de Dios que se cernía sobre la haz del abismo, cuando la tierra estaba oscura y vacía… cuando Dios dijo:

Fiat lux, y la luz fue hecha.


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