martes, 19 de agosto de 2008

ANDAR POR LAS CALLES DE CÁDIZ



Soy un habitante de Cádiz, del casco antiguo de Cádiz, no de Puerta Tierra. De hecho, y como dice un gran amigo, no tengo ni pasaporte para entrar allí. Mi vida se teje en el centro, entre sus calles estrechas y sus altas casas, altas para la anchura de la calle, en sus pequeñas plazas y en su pequeña playa, La Caleta.

En mi opinión tiene muchas ventajas sobre las calles de las ciudades nuevas. Si me colocaran de repente en una zona nueva de cualquier ciudad de España no sabría decir en cuál de ellas estoy. Son todas iguales, triste y absurdamente iguales. Carecen de personalidad. Por contra, los cascos antiguos de una ciudad están adaptados a la forma de entender la vida de sus habitantes, aunque no sabría decir si se adaptó la ciudad al alma de los habitantes o el alma de los habitantes dieron forma al alma de la ciudad. De cualquier forma, sea antes el huevo o la gallina, así es.

Me gusta andar despacio por las calles, como saboreando un helado, observando cada rincón, cada puerta, cada iglesia, cada patio, cada árbol… como se observa a la amada, buscando cada nuevo resquicio de su cuerpo o de su alma.

Y descubro con sorpresa que, tras muchos lustros de gastar suelas de zapato en ellas, aún me queda casi todo por ver, cada día me sorprende con algo nuevo, me fascina con un nuevo rincón antes no visto, con algún ángulo distinto y más bello de lo que almacenaba mi memoria.

Pero…, (siempre hay un pero, irremediablemente), es difícil andar tranquilo por ellas. Y si hay alguna duda pueden observar la foto que he incluido al principio.

Supongo que Cádiz tendría alguna vez veinte mil habitantes, o, digamos treinta o cuarenta mil. Estaría bien, se podría pasear amablemente, incluso en agradable charla con algún amigo. Pero hoy… eso ya es una ambición absurda y destinada al fracaso, a no ser que el paseo sea al amanecer, o más bien, al alba. Y si es en pleno verano, donde por cada ejemplar autóctono hay al menos otro que no lo es, la pretensión es más que absurda. Es imposible. Lo dijo el torero El Gallo: Lo que no pué sé no pué sé. Y ademá, é impozible. A menos que llueva más que cuando enterraron a bigote. Pero encima en Cádiz no llueve pá bajo, llueve pal lao, con lo que el viejo e insustituible invento del paraguas aquí es inútil, como si lo llevaras en la moto.

Llegó a ser una costumbre en Cádiz y una buena norma de educación, no escrita, que desde temprana edad nos enseñaban nuestros padres, el caminar siempre por la acera de nuestra derecha, dejando paso, eso sí, a las personas mayores, a las embarazadas, a los inválidos, a los militares de uniforme y al clero. Por supuesto, siempre andábamos por mitad de la calle.

Hoy esta norma está olvidada, como muchas otras. Y nadie cede la acera, aunque por enfrente venga una embarazada inválida de 90 años, con uniforme de la guardia civil.

Así pues, caminar por la calle es un auténtico tormento. Aún más si no se trata de un paseo, sino de un tránsito obligado y con prisa. Está claro que un veraneante no lleva prisas, salvo los madrileños, que siempre la tienen. Y como además sus aceras normalmente suelen ser el doble de ancho que nuestras calles, pues andan despacio y en compañía de varios más que, pues claro, no están acostumbrados a caminar en fila india. Ni se les ocurre que fuera necesario.

Si se los encuentra uno de frente, la cuestión es romper la barrera, cual hombre medieval rompiendo la puerta del castillo armado del ariete. O bien, siendo tímido, pegarse a una casa solicitando la amabilidad del despistado turista para pasar. Pero en vacaciones no se usa mucho la consideración ajena, con lo que eres totalmente ignorado. Has de pararte frente a la barrera y solicitar paso: ¿Me permite, por favor…? ¡Gracias!

¿Será posible? ¡Pedir uno el favor de poder andar por su ciudad! Una vez sorprende, dos molesta, tres irrita, cuatro… bueno… ¡hagámoslo por el buen nombre de Cádiz!

Si te los encuentras por detrás la cosa se complica, porque además no te ven. Ni te oyen, porque cuatro o cinco turistas en plena charla son muchos decibelios. Muchos.

Finalmente, tras varios intentos en voz tenue y por no chillar, decides tocar el hombro de alguno y, una vez que se percata de que estás detrás, vuelves a decir por cuarta vez:

-¿Me permite, por favor…?
- ¡Como no…pase Vd. caballero!, te contesta educado.
- Muy amable, gracias.

En muchas ocasiones, y llevado de mi educación y natural bondad (¿?), cuando observo que camino a rumbo de colisión con otro viandante o peatón, calculo rápidamente sus coordenadas, rumbo y velocidad, y doy un golpe de timón a estribor (lo natural), dejándole así paso por mi babor. Pero no todo el mundo está acostumbrado al mundo de la mar, y menos los pacenses o sorianos, así que él, o bien sigue su rumbo tranquilamente, o cae a su babor, es decir, a mi rumbo, con lo que el abordaje está servido. Uno frente a otro, con caras de idiotas, enmendamos la maniobra, coincidiendo una docena de veces hasta que logramos seguir nuestra derrota indemnes. Por lo general observo que a nadie le interesan las normas de navegación, y mucho menos los consejos de las abuelas, y supongo que se dirán para sus adentros: “Ya se quitará” Y esto suponiendo que se digan algo, que ya es mucho suponer.

Yo por mi parte, y en bien de la, para mí, sagrada puntualidad inglesa, he tomado la decisión de convertir mis andares en andares de veraneante. Así que trato de olvidar si viene alguien de frente o no. “Ya se quitará”, a veces pienso. Solo a veces. Mi propósito es no llegar siquiera a pensar nada.

Salvo, claro está, cuando mi opositor sea una anciana embarazada de 90 años. Y con el uniforme de la guardia civil.


8 comentarios:

Recomenzar dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Recomenzar dijo...

Fascinante tu blog me ha encantado.Eres periodista?
Abrazos

ABRAXAS CADIZ dijo...

Gracias por tus elogios.
No, no soy periodista, solo me considero un humilde cronista de la belleza que nos rodea por todas partes.

BeTina dijo...

Miguel!! Leyendo tu relato... me recuerda a momentos similares padecidos por estos lados del planeta en los meses de verano. Claro... ahora es invierno y salvo los fines de semana largo y alguna fiesta, que así lo permita, sólo quedamos los pocos habitantes del lugar.
Comprendo la sensación de "invasión", me suele suceder cuando escucho estrepitosamente los "cuatriciclos" a toda velocidad por las calles que suelen ser tranquilas en Valeria, o arrojándose entre las dunas, sin respetar norma de transito alguna... o los niños (no tan niños) de la capital, que todo se llevan por delante, sin poder abandonar la vorágine en la que viven a diario.
De repente uno siente que de un día para otro se llena de gente, aunque también... de un día para otro todos se van... a veces creo que es una buena perspectiva para entender muchas cosas de la vida.

Muy buen relato y acertada foto... sigo explorando las otras entradas, ya he visto algunas imágenes impactantes y bellas que merecen ser vistas y leídas con tiempo y pausa para disfrutarlas a pleno.
Abrazos!!
BeT

ABRAXAS CADIZ dijo...

Querida Bet,
entiendo que me comprendas, siendo tu hermoso lugar también un pequeño paraíso para los visitantes.
Pero bueno... también alegra y llena de orgullo que otra gente disfrute de tu tierra y de sus gentes.
Creo que ambos, a pesar de las naturales molestias de la aglomeración, estamos contentos de que compartan nuestra cosas. ¡Qué mejor que poder ofrecer unos meses lo que nosotros tenemos cerca todo el año!
Un cariñoso abrazo desde Cádiz.

César dijo...

Acabo de descurbrir tu blog, y me gusta. Todo lo que sea de Cádiz me encanta, sobre todo si se habla de calles, mar, sol ,gente.....

ABRAXAS CADIZ dijo...

Gúenas fotos, quillo, me encantan.
Y la de Cai, las de nuestro Cai... pa qué desí...
Lo del shoriso y er chavá... así se hace. El chico consiguió hacerlo reflexionar... ¡Ole tus cohones!

César dijo...

Este Arturo Perez Reverte, tiene buenos artículos, y es un enamorado de Cádiz.