miércoles, 21 de enero de 2009

CUATRO MÚSICOS EN LA CALLE ANCHA



       Hace unos días salí con Miguel Ángel porque quería hacer unas compras, y al pasar por la calle Ancha, vi a lo lejos un grupo de gente y escuché música. Sabéis de mi afición a la música, así que nos acercamos. 

       Eran cuatro. Jóvenes. Entre todos no llegarían al siglo. Rubios, de ojos claros y el alma en los ojos y en la frente. Serían centroeuropeos o rusos. Seguramente vendrían a dar un concierto por la zona, como integrantes de alguna orquesta y pensaron en sacar algún dinero haciendo su concierto particular en la calle. Eran un violín, dos acordeones y un contrabajo.

Nos paramos a escuchar. Era música clásica, alegre por lo general, a veces emotivamente lenta, temas conocidos universalmente casi todos. Siempre se agradece escuchar cosas bellas, que alegran el alma y mueven el corazón. No pude evitar mi crítica y vi que a pesar de la alegría y el espíritu que ponían en lo que hacían, colaban gatos. Pero eso no era lo importante, y lo deseché al punto. Lo importante era que la calle estaba llena de hermosas melodías, antiguas pero siempre nuevas... y también llena de gente.

Gente que escuchaba embelesada, gente de todas las edades, niños, jóvenes, adultos, ancianos. Hasta hubo una viejecilla que se lanzó a bailar un tango que interpretaron. La gente aplaudía con gusto al terminar cada pieza, y el canastito se llenaba continuamente. Todos echamos algo. Todos teníamos agradecimiento en el corazón.

Me senté en un banco. Miguel Ángel había encontrado a un niño y se enseñaban mutuamente sus “tazos”, así que estuve allí un rato. Y pensé.

Pensé, o mejor, como siempre, vinieron a mi mente cosas. Y solo os quiero citar la que me produjo un golpe interior. Como seguramente sabéis, tengo una excelente mala opinión de la sociedad que nos ha tocado vivir, creo que totalmente justificada. Solo hay que abrir una revista de cualquier cosa o cualquier periódico, ver cualquier televisión, ir a cualquier teatro o exposición, escuchar hablar a alguien sobre cualquier cosa, política, arte, música, religión, filosofía, educación, relaciones humanas o cualquier otro tema que imaginéis, y lo actual, lo que supone progreso, lo que se trata de promover, si no imponer, son una sarta de majaderías, aberraciones, atentados contra el sentido común, estúpidas utopías para ángeles de cualquier otro mundo que no sea este, cosas de locos de atar, falsedades, engaños, trapicheos, etc., etc. etc.

Esta captación de la evidencia que nos rodea me acompaña todos los días, me amarga, me hace sentir en un desierto. ¿No hay nadie que tenga la cabeza en su sitio? ¿No queda nada auténtico, nada real, nada sin mezcla, sencillo y humano? ¿Que será de mí, que será de mi hijo? 

Y la respuesta me llegó ese día. No porque los músicos de la calle Ancha interpretaban música auténtica, que lo hacían. Lo realmente milagroso, lo realmente bello y salvador era que eso auténtico estaba en los corazones de todos los que pasaban. ¡Lo reconocían! ¡Lo sentían! Y, como no, lo agradecían.

Pensé en aquél dicho de no sé quién que dice así: “Podéis engañar a un hombre toda su vida, podéis engañar a un pueblo por algún tiempo, pero no podéis engañar a toda la humanidad por todo el tiempo”. Y entendí su significado.

A pesar de mis temores, de mi pesadumbre y mi desesperación, estaba en un error. El hombre no estaba engañado, no se le podía engañar. Y pienso ahora en la música concreta, en la música electrónica, en el arte abstracto, en Picasso, en el Gugenhein,  en los poetas modernos, en los profetas del consumismo, en el Hola y el Semana, en la Champion League, en los políticos, en los viajes a Cuba y al Nepal, en la crema dental que pone los dientes como las estrellas y en los sostenes que realzan el busto. Todo lo fútil, lo sin raíces, lo falso, lo no natural, lo estúpido, lo demencial, lo pretendidamente intelectual, los paraísos prometidos a los cándidos…, en suma,  lo que impera.

Y creo que el hombre de la calle lo sabe, sabe que todo eso no vale nada. Solo son cuatro locos que consiguen hacernos comer basura. Pero cuatro locos con todo el poder, con todo el poder del mago del cuento. Las vendas caerán, y las ovejas sabrán que son ovejas, y los hombres sabrán que son hombres. No lo dudéis. No sé como, ni sé cuando, pero sí sé que lo auténtico pervive y lo falso se derrumba solo. Al final, desvestido y desnudo, no hay falsedades. Queda solo Adán, queda solo Eva. Queda solo Dios.



2 comentarios:

Mª Teresa Sánchez Martín dijo...

Hace poco hablábamos con unos amigos del mismo tema de tu reflexión. No quiero extenderme porque el comentario sería tan largo como tu texto. Comentábamos sobre la soberana estupidez que nos rodea, la apoteosis del absurdo en la moda, la alimentación, los objetos inútiles de vida efímera y residuos eternos, las extravagancias incomprensibles, los adultos con comportamientos infantiles, los juegos propios de dementes; su cohorte de seguidores es inconmensurable. Opinábamos como tú y teníamos los mismos interrogantes. ¿Qué será de nuestros hijos? ¿Es que nadie reacciona a esta locura?
Yo también estoy muy desencantada de lo veo a mi alrededor.
Espero que tengas razón y al fin se desvele la naturaleza original del ser humano.
Un saludo.

ABRAXAS CADIZ dijo...

Querida Teresa,
yo no espero tener razón, pero mi meta es trabajar por que ello suceda.
Creo que es nuestra misión en estos momentos.