Era la habitación de las verbenas. Siempre la recuerdo vacía, solo las paredes y una bombilla desnuda, como araña colgada de su hilo. En aquella casa todo era distinto. Las reglas eran otras, y los niños eran niños. ¡Cuánto no pasaría Carmen! ¡Cuánto pasaría Javier! Pero eran personas de natural afables y cariñosas. No eran dramáticos y en el fondo no se alteraban. Seguro que al día siguiente estarían contando a cualquiera, entre risas, las trastadas de sus hijos.
Cuando Alfonso le quitaba los calcetines a su padre para hacer una pelota, rellenándolos de papel arrugado de periódico. O cuando, por el patinillo habían tirado cualquier cosa a María, que lavaba la ropa en su monumental lebrillo de barro. María..., la recuerdo toda de negro y arrugada, madre de la madre de mi vecina, soltaba por su boca cualquier cantidad de insultos propios de la tierra. Pero, ...eran niños.
Creo que se llamaba Ramón, pero no lo recuerdo bien. Mi infancia está cubierta de una niebla densa y gris, de frío y de tristeza. De ojos nuevos asombrados y abiertos a un mundo inexplicable. Ramón era mayor que yo, para mí mucho mayor. Yo tendría seis años, quizá él doce. Y me dijo que me haría un camión para mí, para jugar.
Estábamos en el cuarto de las verbenas. Porque allí montábamos lo que llamábamos verbenas. Nos llevaba mucho tiempo. Había que fabricar las cadenetas, y se hacían con rollos de serpentinas. Ir cortando y pegando y haciendo eslabón por eslabón. Pero éramos muchos. Las cadenetas iban de lado a lado. Y al centro. Una vez montado el adorno, lo cierto es que no recuerdo bien en que consistía la fiesta. Aunque casi siempre al final llegaba Alfonso con una escoba y en segundos lo echaba todo abajo. Le gustaba fastidiar. Pero no pasaba nada.
Ramón trajo dos sillas y una caja de madera. Tumbó en el suelo las sillas y con la caja encima terminó el camión. Y me habló de él. De lo que podía llevar, de lo fuerte que era y cosas así. Aquél era mi camión y me lo había hecho a mí.
Es el único recuerdo de mi infancia en que mi imaginación voló a lugares donde todo es posible, donde la realidad se transforma mágicamente.
Y aún hoy día, aquél camión está en un rincón de mi alma, señalándome la puerta por donde los niños entran en el mundo de los sueños.
7 comentarios:
¿Se aprende a soñar? Digo en un párrafo que he escrito hace unos días...
¿Nos enseñan a soñar? ¿O nos rompen los sueños?
Preciosa narración, Abraxas.
Un abrazo
Siempre hay (o debería haber) una mano a la que aferrarnos cuando somos niños, una mano que nos hace un camión... sólo para y por nosotros... y, con ello, nos hace darnos cuenta de que somos especiales y que con ese camión podemos viajar a lugares alegres y dichosos, a pesar de que otras cosas en nuestra vida se dediquen a decirnos lo contrario...
Un beso!!!
Evocar el pasado, la infancia, momentos que no volverán y que forman parte de nosotos. Que misterio envuelve a la creación que es capaz de remover el tiempo atrapándonos con su recuerdo... que es lo que nos dice, porque rememoramos el pasado, siempre fueron tiempos mejores...?
Abraxas, tu escritura tiene el lujo de lo sorprendente, acompañado de la belleza de las palabras.
Nuevamente, felicidades.
Un saludo
Ana
El lugar por donde los niños, dueños de otra dimensión que se pierde con los años, entran al mundo de los sueños huyendo algunas veces de una realidad aciaga o alimentada su imaginación por un adulto que aún posee la llave de ese lugar. Tú tienes esa llave ¿verdad?
Gracias por tus comentarios, tan generosos.
Un saludo
Teresa
Gracias a todas por vuestros cariñosos comentarios.
Se ve que todos tenemos sueños, y que los perseguimos.
Decía El Principito:
"Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos"
Eso lo sabe muy bien un niño, y también lo sabe un sabio, porque ha vuelto, conscientemente, a ser niño.
Los grandes sabios fueron siempre llamados "los dos veces nacidos"
¿La llave? Solo la busco... aunque sospecho de qué clase de materiales está hecha. Muchas cosas me señalaron, y me señalan también hoy, la puerta. Pero me parece que, aún con la llave, hay que llegar hasta la puerta, atreverse a abrirla,conseguir pasarla y permitir que se cierre a nuestras espaldas. ¿Será eso el morir y volver a nacer? ¿Renacer?
yo creo que con solo vislumbrar la llave, se tiene el paraíso ese paraíso de sueños que todos queremos ver cumplidos, ese pedazo de mundo que aveces creemos que no existe, donde muy pocos ponen un grano pequeño de arena, donde no existiesen las guerras ,las vejaciones, los niños pobres, sin comida y sin techo y porsupuesto sin sueños, hojala todos podiesen ver el camión y la llave, gracias amigo, por compartir tus sueños, que un poco nos representa a todos,un gran abrazo desde israel.
No sabes como me ha gustado tu entrada. La he leído dos veces para no perder un ápice de esa habitación de las verbenas, ni de Ramón construyendo ese camión, y sobre todo, de la mágica ilusión que emanaba de tu alma.
Un abrazo
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