lunes, 7 de julio de 2008

CÁDIZ, MAR Y LAVA




He conocido a muchos forasteros que, tras unas semanas respirando inmersos en la sal y la luz de nuestras calles, me han comentado sorprendidos y enamorados: “Siempre voy oliendo a mar... siento... como si estuviera andando por las rocas de La Caleta, como rompiendo con dulzura el camino blanco de su orilla...”

Y, como siempre nos ocurre, el forastero enamorado nos enseña facetas de nuestra tierra en las que nunca reparamos, como un amante apasionado repararía en los lunares escondidos de nuestra propia mujer, o en el brillo encendido de sus ojos, que miramos durante años pero que nunca descubrimos...

El forastero mira nuestra pequeña isla con el gozo fresco del primer amante, mientras nosotros la vemos como nuestra amada de toda nuestra vida, con el amor manso y profundo de una larga compañía.

Y yo, tras meditar un rato sus palabras, acerté a descifrar sus impresiones.

Creo que esta ciudad, si te fijas, solo es mar... y lava, le dije. En esta calle por la que paseamos, o en cualquier otra, solo pisarás granito, y solo te rodearán edificios cuyos viejos muros guardan infinitas almas de infinitos compañeros de camino. Mira esas piedras. Dentro de ella aún respiran ostiones, almejas, lapas, caracolas, burgaíllos, erizos, cañaíllas, y un sinnúmero de viejos marinos gaditanos con sus barcas varadas para siempre.



Esas piedras son solo mar, y el suelo que pisas es solo lava.


¿A qué otra cosa podríamos oler? Como en el pequeño pueblo castellano hueles a era, a trigal y a paja, y en las tierras de Jerez hueles a mosto nuevo, a uva y a lagar, aquí el mar nos penetra... está hundido en nuestra carne, en nuestra casa... en nuestra alma.

Vi que sonreía, y vi que entendía mis palabras, pero, más que eso, sentía su comunión con el alma de mis calles... su comunión con la mar.

El sol y la mar. ¿Es Dios algo más que el sol y la mar? -le dije. Si por algo nuestra tierra está bendita no dudes que se debe a esa presencia cierta pero invisible. Seguramente a eso debemos nuestro carácter, nuestra risa y nuestra fe. ¿Te han dicho alguna vez que el sol no haya salido a su hora, que la marea no haya subido cuando debía?

Siéntate en cualquier esquina y pregúntale a la mar, por ti o por tu vida. Siempre te dirá, como una madre vieja, como una nodriza generosa, que Poseidón es muy, muy antiguo... No pierdas la fe, espera sólo mil años más.


4 comentarios:

BeTina dijo...

Muy cierto Abraxas, la cotidianidad hace que estemos tan inmersos en aquello que nos rodea a diario, tan mimetizados, tal vez, que terminamos perdiendo la perspectiva que tienen los forasteros.
Bueno es, de vez en cuando, detener la vorágine, y mirar con los ojos de quienes miran, besan, exploran... por primera vez.

Bellas fotos y relato, buena reflexión...

Saludos lluviosos, desde esta parte del globo:
BeT

ABRAXAS CADIZ dijo...

Dices bien, Bet. Nos acostumbramos tanto a la belleza y a la poesía que nos rodea que es preciso contínuamente renovar nuestra mirada. Mirar lo viejo siempre con ojos nuevos es uno de nuestros retos.
Gracias por paticipar.

BeTina dijo...

Abraxas, hablando de "ojos nuevos" te dejo este regalito:
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Abrazos:
BeT

ABRAXAS CADIZ dijo...

Gracias por tu regalo, Bet. ¡Tú si que disfrutas de ojos nuevos y frescos! Y por tus fotos en tu blog, hermosos también...