sábado, 1 de agosto de 2009

MIRADAS I


Me leyeron hace unos días un artículo que me interesó mucho, sobre un tema del que ahora no me acuerdo.

De lo que sí me acuerdo es que el articulista contaba que, mientras él escribía, su perro le miraba, como siempre acostumbraba, con mirada de “asombro perenne”.

Yo tengo una perra, de nombre Turca, o más bien debería decir: vive una perra conmigo. Y como la amo, como a otro más de la familia, me hizo pensar en ella, y en su mirada. Pero, rememorando sus ojos, su mirada es de otra manera...


LA MIRADA TRANSPARENTE



Tiene Turca una mirada... No sé que hay en esos ojos, pero es lo más cercano que encuentro a la pureza. Sus grandes ojos negros son limpios y transparentes. Te asomas a ellos como a las aguas quietas de un lago profundo.

Seguramente Dios sí la hizo a su imagen y semejanza. Y no fue necesario expulsarla del paraíso. Vive en él, y nada sabe del bien ni del mal.

Como un ángel negro se acerca a mi costado y me mira.

Su silencio es solo de palabras. Sus ojos hablan mucho más que cualquier libro de poesía. Su voz está en el aire, en la luz que desprende su mirada. ¿Para qué quiere la palabra? Todos sabemos que casi siempre solo sirve para crear malentendidos. Todos sabemos que solo es claro el lenguaje del corazón. Y ella lo tiene. Grande y limpio.

Cuando duerme, se desprende de su cuerpo, no sé a donde va. Solo sé que su huida ha sido tan completa que parece muerta. A veces la toco para sentir el aire mover su pecho, o acerco mi oído a su cara para sentir su aliento. Siempre descansa cerquita de mí. Ella sabe que estoy a su lado. Con mi compañía le basta. Le rodea mi hálito. Y ella me rodea con el suyo. Es su mundo. Es el mío.

A solas en la noche, me acerco a contemplar lo ancho donde vivo, mi casa celeste, negra en la noche, pintada de estrellas, átomos de nuestras entrañas. Ella se sienta conmigo y me mira. Mira su universo,... y yo miro el mío. Pelo negro, como el cielo, ojos brillantes, como la luna.

Su vida de niño es clara, sencilla y simple. No hay engaños, ni deudas, ni reproches. No conoce la falta ni necesita el perdón. Pide sin reparo, toma sin solicitudes, descansa sin horas.

Toda su vida la ha tejido en mi telar. Estuve en todas sus horas, en todos sus días y en todas sus noches. En todos sus dolores y sus placeres. En todos sus juegos y en todas sus horas plácidas. Fue niña, fue adolescente, fue joven, es adulta.

Jugó de niña en mis manos. Cuidé de su primera sangre en la adolescencia. Estuve junto a ella cuando la vida sembró vida en su seno. Y sufrí sus dolores de parto, su desazón desgarradora. Tuve en mis manos, aún sin vida, los retoños brotados de sus entrañas. Y mis manos hicieron que el primer aire del mundo entrara en sus pequeños pechos. Y enterré en mi huerto, llorando, uno de sus pequeños hijos, de las estrellas devuelto a las estrellas.

Milagro de una vida entera en solo uno de mis días.

Y ahora está aquí a mi lado. Sus ojos transparentes acarician mi corazón abierto en lágrimas, que se desborda regando los sembrados donde nacen las flores más bellas. Las flores del corazón.

...

Y poco a poco y una a una, como pétalos deshojados que caen lentamente, fueron apareciendo miradas desde la perdida memoria de mis días de luz. Miradas que se grabaron en los pliegues de mi pecho, como las canciones de cuna, como los amores de la primera juventud.

Y las fui rememorando, trayéndolas otra vez a mí y engarzándolas en el poco oro que me queda, como el joyero engarza sus piedras, con el fin de no olvidarlas nunca.


1 comentario:

juanarmas dijo...

La pureza del animal es inconsciente, pero pureza al fin y al cabo. La ausencia de juicio, su amor incondicional, su alegría de vida, su serenidad, su juego...

A mí me ocurre algo similar con los gatos. He tenido perros, tengo una serpiente (todo lo contrario a lo hablado y, sin embargo, un animal que siempre me ha llamado), y tengo ahora dos gatos. Me gusta la elegancia de los gatos, su disciplina, su toque de locura y su independencia.

Son mis compañeros mientras escribo; bueno, más que compañeros, acompañantes. A veces estirados mientras me observan embelesados en su semisueño, otras, fastidiando con su locura transitoria de juegos, brincos y cabriolas; otras, me dan su serenidad, su belleza (parece que hasta meditan mientras observan el atardecer en un posición casi de zazen, como figuras de porcelana).

Gracias Abraxas por compartir estos sentimientos por medio de tu escrito.

Un fuerte abrazo.

juan