Seco,
apergaminado por las largas vigilias
leo una vez y otra
la misma historia de esa Dulcinea
que no es historia, porque yo la veo
claramente detrás de las paredes
y en las hojas del bosque rumoroso
que son las que mejor cuentan su historia.
Cómo van a saber lo mismo que yo sé
gentes que sólo saben
refocilarse en su ceguera
ayudados por turbios lazarillos,
malandrines,
falsos comendadores
que nunca vi en mis libros verdaderos.
Cómo van a saber si aquí el que ama
a una mujer soy yo. Y si no fuera
por el bueno de Sancho a quien le basta
creer para mirar y que ama todo
cuanto sus ojos miran
más valdría
(como dirá Vallejo cuando yo me haya muerto)
que se lo coman todo y acabemos.
Pedro Lastra
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