Tranvía de Cádiz a San Fernando y La Carraca, principios del siglo XX.
Actualmente se está construyendo una línea Cádiz-San Fernando-Chiclana Fra.
A la luz de todas las noticias y recomendaciones que a diario nos llegan desde los medios de comunicación de masas, he llegado a la sorprendente y feliz conclusión de que mi ciudad ha sido la precursora de todas las normas de vida saludables de la postmodernidad.
Todo empezó cuando leí que se estaban estableciendo unos modelos de ciudad donde los vecinos viven felices y gratamente relacionados, las llamadas slow down cities.
En estas ciudades no existe la prisa, ni en el que hace su trabajo ni en quien espera la entrega del producto de dicho trabajo. Por poner un ejemplo, en un restaurante, en la cocina, los cocineros trabajan despacio, concentrados, alegres, sin prisas, relajados, y los clientes esperan tranquilos, concentrados, alegres, sin prisas, relajados, a que le pongan la comida por delante.
Los conductores de autobuses y taxis conducen igual: despacio, tranquilos, relajados, alegres, e igualmente, los pasajeros, como no tienen ninguna prisa en llegar, y sabiendo que están en una ciudad slow down, disfrutan del paseo, tal cual se disfrutaba antaño yendo de paseo en coche de caballos.
Esta idea me pareció fantástica, pues es la auténtica manera de disfrutar de todas las cosas, de extraer el jugo a la vida, muchas veces tontamente derramado por no andar despacio. Pensé inmediatamente en el episodio del Principito donde el inventor le cuenta que ha descubierto una píldora para hacer desaparecer la sed, con lo que el que se la tomara se ahorraba todo el tiempo perdido en ir a la fuente a beber.
El Principito le respondió que para él era más hermoso emplear ese tiempo en pasear tranquilamente hasta la fuente.
Sabiduría de la vida, sin más.
Sabiduría de la vida, sin más.
He escuchado también que la mejor manera de conservar la salud y prevenirse de enfermedades es adoptar, en la alimentación, la dieta mediterránea, que consiste, fundamentalmente, en el consumo de aceite de oliva virgen, verduras, legumbres y frutas, postergando carnes grasas, leche y otros derivados, así como los embutidos. ¡Fuera las dietas! ¡Fuera los gordos! ¡Abajo las enfermedades del corazón! ¡Los gimnasios, a la quiebra! Además… es mucho más barato… ¡Fuera la crisis!
¡Un momento! Vino sí, y cerveza también, porque, según todas las investigaciones científicas punteras en dietética nos informan que, dado su alto contenido en taninos, polifenoles, antioxidantes y otras extrañas palabrejas, son de benéfico consumo diario, recomendables para todos los órganos del cuerpo, y que, además, estimulan la mente y los sentimientos, acaban con el tedio y la tristeza, favorecen la sociabilidad y la cordialidad, fomentan el cariño y la camaradería, e, incluso, animan al amor y a todas sus expresiones.
Estas recomendaciones también me parecieron sensatas y sabias, por lo que me confirmaron la bondad de mis costumbres.
En los países nórdicos, leí, se ha llegado a constatar que la higiene, llevada a sus extremos, desemboca en un deterioro del sistema inmunológico, es decir, en una disminución de las defensas ante microbios y miasmas. De hecho, todos los nórdicos, actualmente, llevan a sus hijos a diario a lugares antes considerados insanos, y les animan a revolcarse y a mancharse con toda clase de suciedad, para así conseguir que se hagan inmunes a toda clase de bichos. Igual que hacen los gitanos, pero sin que ningún científico se lo haya dicho.
Por otra parte, y en cuestiones de educación, han llegado a descubrir, y pronto lo pondrán en práctica, que niños y niñas no tienen el mismo ritmo de aprendizaje en las materias de estudio, por lo que están dispuestos a dividir los colegios en masculinos y femeninos, para un mejor progreso en la enseñanza de cada sexo. ¿Machismo? ¿Feminismo? Creo que ésta no es la cuestión. Solo es pragmatismo. Funciona mejor, y ya está, no hay que darle más vueltas.
Más cosas escuché, o leí. Una que me resultó muy curiosa fue el daño que produce a la piel el exceso de “higiene”, con lavados constantes realizados con jabones de componentes químicos agresivos, que dan como resultado la práctica eliminación de la grasa corporal, la que, de forma natural, protege a la piel de las agresiones del medio ambiente. Tanto es así que se han puesto a la venta cremas para aliviar el prurito vulvar de las señoras que se lavan la cosa más frecuentemente de lo que la madre naturaleza recomienda, cremas hidratantes para aportar lo que se le quita a la piel, reseca de tanto lavado, y suavizantes para el cabello, echado a perder de tanto fregarlo con champús agresivos.
He visto por ahí que se dan cursos de “risoterapia”. Parece ser que se ha descubierto que la risa es benéfica para la salud, ya que mejora la psiquis, liberándola del “estrés”, relativizando los problemas que tanto nos asustan a diario, relajándonos y haciéndonos el carácter menos trágico. Así que los cursos de “risoterapia” ¡se cobran!, ya que, al parecer, la gente se ha olvidado de cómo se hace para reír… ¡increíble!
Las pantallas del televisor emiten ondas electromagnéticas dañinas, el teléfono móvil también, la pantalla del ordenador ni te cuento, y, nuestro padre el sol, que siempre fue benéfico y protector con todos, hoy día es una fuente de radiaciones malignas que nos pueden matar a golpes de melanoma.
En fin, a qué continuar, el colesterol, la gripe A, B y C, los alimentos cancerígenos, las bebidas isotónicas, la leche sin leche y la cerveza sin cerveza, el café sin café, el tabaco sin tabaco y… los hombres y las mujeres… sin hombría ni feminidad.
Pero puse de título a esta reflexión “Cádiz, precursora de la postmodernidad" y ahora recuerdo el porqué.
Tengo ya bastantes años, lo que me ha dado la feliz oportunidad de conocer épocas muy diferentes. Y lo que hoy se pregona y bendice como lo más adecuado para la salud, física, psíquica y mental, ya lo sabían los gaditanos hace muchísimo tiempo. Tres mil años (por ahora) de vivencia dan para mucho, y no nos dejamos engatusar fácilmente por modas ni caprichos de tiempos fugaces.
Yo viví mi infancia inmerso en todos esos elementos postmodernos, como si tal cosa, sin saber que hoy en día sería un modelo de vida física y mentalmente sana..
En Cádiz, y en mi juventud, la prisa no era conocida ni para ir a coger billetes de mil pesetas, correr siempre fue de cobardes y de malos toreros, mi comida consistía en mucho garbanzo, mucha lenteja y mucha habichuela, pan con aceite para el desayuno y la merienda, carne... si acaso los domingos y pollo por Navidad. Y de postre, fruta.
¿Vino? Hombre, estaba la bodega de Nicanor, y, aunque yo de pequeño no bebía, mi padre ya lo hacía por los dos.
Un baño a la semana en bañera de estaño y ¡hala! a la Caleta a remojarse o a la calle a jugar… y no había que tener cuidado con los coches.. ¡no habían! ¿Videojuegos, televisión, plaiestechion, …? Nada de eso, a la calle, a la plaza de Mina, o a la Alameda. Y eso sí, en verano al cine al aire libre.
Y reír… ¿reír? ¡pero si nos pasábamos (y nos pasamos) todo el día a carcajadas…!
Pueblo de sabios...
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