Venía de cumplir mi rito matutino, café y Diario, y era aún muy temprano. Al pasar por la tienda de animales de la esquina, que todavía estaba cerrada, miré el escaparate distraídamente. Como os imagináis, había en él toda clase de cositas: correas, huesos de mentira, cacitos para la comida y la bebida, y gran variedad de juguetes para perros y gatos. Pero hubo uno de los juguetes que me llamó poderosamente la atención.
Era una serpiente de tela rellena, pintada en vivos colores, y enroscada. Así y todo, lo más sorprendente era que, en el centro de la espiral que formaba, había un pequeño gato siamés. Un perfecto gato siamés durmiendo plácidamente, seguramente de peluche.
Me agaché para observar más cuidadosamente y, al cabo de unos minutos intrigado, concluí una respuesta. El siamés no era de peluche. A pesar de su fascinante inmovilidad de estatua no se me podía escapar su suavísima respiración, aunque ni uno solo de sus músculos se contraía ni se distendía. Ni siquiera en su cara se movía ni un solo pelo. Pero yo sabía que no era de peluche, que tenía vida y que dormía profundamente.
Cuando ya me empezaban a doler las rodillas de estar agachado (principio de “astrosi”) abrió los ojos. Yo sé que los gatos son vigilantes incluso durante el sueño, y que, a pesar del grueso cristal que nos separaba, debió de sentir mi constante mirada que le hizo volver a la vigilia.
Abrió los ojos y me miró fijamente. Era muy pequeño, quizá un mes, y gloriosamente hermoso, con la graciosa pureza del cachorrillo.
Se levantó muy suave, muy despacio,... salió de la serpiente enroscada y, salvando los escasos centímetros que nos separaban, vino a mí a darme “topadas”, su bella manera de dar y recibir caricias al mismo tiempo.
Pero estaba el cristal. Se frotó una y otra vez con el cristal y yo sentí sus caricias, y quizá él sintió también mi calor. Estuvimos así unos minutos aún, él con su cara y su cuerpo pegados al cristal, y yo con mi nariz igualmente pegada a la invisible barrera.
...
Me fui a casa, despacio, maldiciendo aquél terrible cristal, ese impenetrable muro que, en su refinada crueldad nos había dejado contemplarnos, sentirnos y amarnos y, a la vez nos había impedido expresar nuestro cariño y compartir nuestro calor.
Y pensé..., tristemente, cuantos cristales de esa clase existen entre nosotros. Algunos que afortunadamente se pueden romper y otros, iguales de trasparentes, pero irrompibles. Esos son los más crueles.
4 comentarios:
Qué buena anécdota.
El cristal estaba ahí, pero el gato te sintió. Así como vos contás tu ternura, el gato también notó la magia, el encuentro. Estoy segura.
:)
Hay relaciones que nunca traspasarán el cristal, igual que hay amigos que nacen sin saber porque destrozando la barrera transparente aún cuando los añicos puedan saltarles en la cara. Porque? Misterios de la energía o caprichos del azar.
He disfrutado leyendo tan bella historia, cada detalle nos ha hecho estar ahí contigo agachados esperando el confort de una mirada. Podrían ser tres minutos como cien días, pero hay emociones que nos mecen en el limbo de la fantasía, y nos obligan a inventar posibles puertas en el cristal.
Me gusta releer tus escritos, porque encuentro siempre nuevas lecturas.
Un saludo
Es cierto. ¡Abundan los cristales! Qué triste ¿verdad? Pocas veces conseguimos romperlos.
Mucha gente está envuelta en una caja de cristal. Y entrar en ella es difícil...
Me ha gustado mucho.
Un saludo :)
Es cierto. ¡Abundan los cristales!
Que triste ¿verdad? Pocas veces conseguimos romperlos.
Mucha gente está dentro de una caja de cristal, en la que es difícil entrar...
Me ha gustado mucho.
Un saludo :)
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