Hablando sobre no me acuerdo que asunto, alguien me espetó en cierto momento de la conversación unas palabras que me dieron que pensar:
- Bueno, tengo derecho a opinar ¿no?
- No, no lo tienes, le respondí yo.
Creo que no esperaba tan respuesta, porque su cara se tornó espejo de estupefacción. Negar el derecho a la opinión ¿cómo podría ser?
Ciertamente, le expliqué, yo no tengo derecho a opinar, por ejemplo, sobre la mejor manera de intervenir quirúrgicamente un tumor de páncreas. Mi opinión, con toda seguridad, no tendría ningún valor, simplemente porque desconozco todo lo que concierne a tan delicado asunto. Y de seguro que preferiría que me operara de tal enfermedad, o de cualquier otra, un cirujano experto antes que alguien guiado por una simple opinión sobre el tema.
Algo que resulta tan obvio, tan de sentido común, permanece totalmente oscuro en la actualidad. La opinión ha reemplazado al conocimiento. Y, como la opinión es gratis y el derecho a disponer de ella se ha universalizado y se ha hecho creer a la gente común que vale tanto como el saber, a nadie se le ocurre que, antes de dar una opinión es preciso disponer de una cierta profundidad de conocimientos sobre aquello de lo que se opina.
Hoy mismo he leído en un diario lo siguiente:
Ocho de cada diez españoles creen que Marruecos no respeta los derechos humanos, el mismo porcentaje que en el caso de Cuba y algo superior que en el de China y Venezuela.
Lo que no indica el “barómetro” sobre política exterior que realizó la encuesta es cuantos de los encuestados saben exactamente en qué lugar del mundo se encuentran esos países, cuantos han vivido cierta temporada en ellos, si conocen de alguna manera las circunstancias políticas, económicas, sociales o culturales de cada uno de ellos, y cosas de este tenor. Evidentemente no interesa saber si las opiniones vertidas tienen algún fundamento sólido o no. Son opiniones, y ya está. No es necesario conocer nada de lo citado. La opinión de cualquiera vale tanto como la del que conoce con cierta profundidad esos países.
Yo diría que, más que conocer la “opinión” generalizada de la gente sobre asuntos complejos, lo que mide ese barómetro, o cualquier otro, es el alcance y penetración de las ideas vertidas por los grandes medios de comunicación. Actualmente, los medios son los “formadores” de opinión. Con su inmenso poder pueden, fácilmente, hacer que grandes masas de gente “piense” que tienen capacidad para enjuiciar cualquier cosa, por compleja que nos parezca y que den su opinión sobre ella.
Así, se hacen encuestas absolutamente disparatadas, y se les asigna un gran valor. Evidentemente lo tienen, pues es la manera en que los manipuladores de cerebros comprueban si su trabajo ha sido efectivo. Y les son necesarias, porque mediante ellas obtienen información del resultado de sus campañas, valoran su efectividad, corrigen desviaciones, deciden nuevos proyectos, y llevan cada vez con más eficacia su labor de hacer creer a la gente lo que a ellos les interesa que “piensen”.
Y he puesto entre comillas “piensen”, ya que el mayor logro de nuestra actual sociedad y de sus dirigentes ha sido el que ha convencido a todos de que piensan realmente lo que ellos, a través de su propaganda machacona, han metido a la fuerza en sus cerebros.
Pero pensar, pensar… es otra cosa.
3 comentarios:
No voy hacer comentario sobre lo que has escrito,mi querido abraxas,asi es y menos mal que todavia hay gente como tu que se da cuenta.
un abrazo
teresa
Coincido con la compañera teresa. Chapó (incluida la elección de El Roto).
Reconocer que se está condicionado a niveles inconscientes es el primer paso para traerlos a la conciencia.
Vivimos una libertad yerma.
Hola Abraxas; yo opino que sobre la opinión sobra opinar.
Un abrazo amigo.
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