Me parece que, por mi experiencia, vivir con comodidades excesivas conduce inevitablemente a una vida muy incómoda.
Recuerdo que se cuenta que Diógenes, lamparilla en mano, sí, ese que iba diciendo a voces en medio de la multitud de un mercado “busco a un hombre”, tiró su única pertenencia, un cuenco de barro para coger agua de la fuente pública, cuando vio a unos chiquillos beber de ella utilizando el cuenco natural de sus propias manos.
Carecía de la más mínima comodidad, no tenía casa ni pertenencia alguna, dormía en un rincón cualquiera y no se preocupaba por sus ropajes ni por su imagen externa. Pero, en cambio, se pertenecía a sí mismo, lo que no es poco.
Se cuenta también que una vez un hombre poderoso le abordó y le dijo:
- Diógenes, si fueras poderoso y rico como yo podrías obtener, como yo, el favor de los gobernantes y vivir cómodamente.
Diógenes le contestó:
- Y si tú fueras libre como yo, no tendrías que andar todo el día adulándoles, ni temeroso de perder sus favores. Yo, en cambio, tengo el favor de los dioses, a los que no tengo que adular ni tampoco temo perder sus favores.
Comodidad y libertad, he aquí dos circunstancias que parecen no llevarse del todo bien.
En cambio, Marco Aurelio fue emperador de Roma, y por lo tanto disponía de cualquier comodidad que deseara. Pero su condición de estoico le impedía, no disfrutarlas, sino dejarse esclavizar por ellas, lo cual es aún más meritorio, a mi parecer, que la libertad de Diógenes.
Cuento estas anécdotas de antiguos filósofos porque hoy día (por supuesto solo en el primer mundo) vivimos inmersos en tantas comodidades que estamos, no ya esclavizados por ellas, que lo estamos, sino rodeados de incomodidad debido a las mismas.
En cualquier casa se oye casi todos los días:
- Ya se ha vuelto a estropear la lavadora. ¿Cómo vamos a lavar ahora?
- Otra vez se le han acabado las pilas al mando a distancia de la tele…
- Tendré que llevar el coche al taller, a saber cuánto me costará ahora…
- Me tendré que comprar un traje nuevo para la boda de mi sobrina.
- ¡Otra vez goteras en el salón! Este vecino de arriba me tiene frito…
- ¡Se fue la luz, sin vitrocerámica y la comida sin hacer!
- Tenemos que ir pensando que vamos a hacer cuando nazca nuestro bebé. Tendremos que dejarlo con alguien, porque no podemos dejar de trabajar los dos, no nos llegaría para vivir…
(se entiende vivir bien, es decir, con todas las comodidades)
En fin, tu mismo podrías, lector, añadir muchos más ejemplos…
El resultado es que nos llevamos gran parte de nuestro tiempo “libre” enredados en solucionar los problemas que nacen de nuestras ansias de comodidad. De comodidad incómoda, diría yo.
Si hiciéramos como Francisco de Asís, quien decía:
- Para vivir necesito de poco, y de lo poco que necesito necesito muy poco.
indudablemente viviríamos menos “cómodos” pero mucho más tranquilos y libres.
Este difícil término medio entre comodidad y tranquila libertad es la clave del buen vivir, y, actualmente nos preguntamos cómo es posible que en países mucho más “pobres” que nosotros, sus habitantes tengan una menor propensión a las enfermedades cardiovasculares, menos estrés, menor índice de suicidios, y además una vida más calmada, alegre y feliz.
Decía un nórdico que una vez visitó Andalucía hace muchos años:
- Parece absurdo, pero con lo pobres que son son tan felices…
El ignorante nórdico no entendía que no hay tan estrecha relación entre riqueza y felicidad. La prueba es clara, ya que esos países tienen el mayor índice de suicidios y depresiones.
Obviamente no pretendo decir que los países paupérrimos de África sean los más felices, porque no hablo de carecer de lo esencial para la vida, como alimento, agua, techo, trabajo y recursos, sino de un sano equilibrio que distinga las auténticas necesidades de las superfluas.
El sistema económico hoy imperante necesita, para su mantenimiento, del consumo de cientos de cosas de dudosa necesidad, para lo que utiliza todos los medio de difusión para que lleguemos a considerarlos imprescindibles, todo en aras de una falsa necesidad. Con ello consiguen amasar grandes fortunas a costa de nuestra necedad.
Concluyo con una anécdota referente a Sócrates, quien fue llevado por sus discípulos a un gran mercando. Viendo la infinidad de cosas que se vendían, exclamó:
¡Cuántas cosas hay aquí que no necesito!
2 comentarios:
“No es rico el que más tiene sino el que menos necesita”. San Agustín, filósofo
La comodidad es algo aprendido,es cuestion de prioridades, pero al final es mas de lo mismo una cuestion de vacio existencial, llenamos nuestra vida de cosas a falta de llenarla de sentimientos.
Buscamos fuera lo que tenemos dentro. Partiendo siempre de tener cubiertas las necesidades basicas, muy basicas, lo demas es miedo a no ser.
Un saludo.
Para mí también Marco Aurelio tiene más mérito, porque ni hace gala de la pobreza ni repudio de la riqueza, pudiendo elegir ambos estilos de vida.
El problema de la comodidad es que es atrofiante. La última vez que tuve que realizar una serie de operaciones matemáticas tan sencillas como sumar o dividir y no tenía calculadora ni movil ni ordenador a mano... no me acordaba de algunas de sus reglas... A fuerza de recibir todo hecho, no sólo perdemos agilidad sino que dejamos de valorar lo esencial de las pequeñas cosas que tan poco nos cuestan.
Un cordial saludo
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