domingo, 28 de septiembre de 2008

ALPINISMO



El alpinismo es una afición muy ingrata. Las personas que se dedican a ella deben de ser personas muy especiales y “raras”, porque la verdad que es algo casi inexplicable.

Subir, subir, subir... Cada vez la dificultad es mayor, cada vez el frío es más grande, cada vez la soledad es más sola, y solo le acompañan quizá algunas águilas imperiales.

Y ¿para qué lo hacen? Solo para contemplar el mundo abajo, desde la cumbre, en el silencio purísimo del aire enrarecido, en la transparencia de un cielo más que azul.

¿Merece la pena? Toda la vida preparándose de una manera ardua, entrenándose cada día, sometiéndose a penosas pruebas, para que, una vez en su ascenso, pueda enfrentarse a las condiciones más inhóspitas.

Lo que además lo hace más ingrato es que nadie puede comprender su empeño. Para casi todos es un loco, alguien dispuesto a jugarse la vida por algo incomprensible. ¿Abandonar la calidez del sillón preferido? ¿La compañía de sus amigos, de su familia, de sus conocidos? ¿Someter a su cuerpo y a su ánimo a pruebas terribles, en lugares tan inhóspitos donde nadie podrá ayudarle en caso de necesidad? Y... todo eso... ¿para qué?

¿Qué espera conseguir cuando llegue a la cumbre, si es que llega?
¿Qué extraño e incomprensible placer busca con su empresa?
¿Qué puede compensar su duro entrenamiento, su viaje hasta arriba lleno de tribulaciones, de esfuerzos, de sinsabores, de incomprensión, de soledad, de, en fin, abandono de todo lo que parece sensato que el hombre persiga en la vida?

Pero lo cierto es que siguen existiendo alpinistas, y que seguirán existiendo.

       Afortunadamente, aunque nadie, o casi nadie, entienda sus propósitos.



Mi agradecimiento a Carmen, querida amiga bloguera, quien, con su entrada en su blog "La condición humana", me ha hecho recordar este pequeño texto que escribí hace años.
La dirección de su entrada es la siguiente:



3 comentarios:

Carmen dijo...

Un maravilloso texto.

Los alpinistas atrevidos viven la experiencia tal como tú cuentas... en la dificultad y en la soledad... pero seguro que han de sentirse mucho más reconfortados si saben que en alguna otra montaña otro alpinista está pasando por lo mismo que él y por los mismos motivos...

También yo leyéndote he recordado un poema que tengo publicado en el blog: Se Crece creo que están muy relacionados. Me encantaría que lo leyeras.

Un beso!!!

ABRAXAS CADIZ dijo...

Pues sí que están relacionados, siempre que el que haya leído mi entrada le haya sacado su punta, como tú lo has hecho.
El tuyo es más poético, y describe muy bien los trances del camino interior.La poesía es más pura, y encierra metáforas que hay que descifrar, y el relato en cambio, es más fácil de construir, y únicamente requiere del lector captar su simbología, su analogía con el proceso de crecer.
Un abrazo.

Concha Barbero de Dompablo dijo...

Algo parecido a lo que cuentas, Abraxas, pensaba el otro día mientras veía un reportaje en el que un monje alpinista contaba cómo sentía la conexión con la divinidad cuando subía una montaña. Se le veía uno con la naturaleza. Eso ya es una buena justificación del esfuerzo, aunque para mí sería impensable someterme a un riesgo así. Pero vamos.. que tampoco entiendo a mi hijo y a mi marido y a mi marido con su motocross :-)))