Me puse a pensar sobre cómo andaba un coche de caballos. Me resultaba una imagen muy sugerente, donde nada en él era superfluo, donde cada elemento era necesario y disponía de su propio fin y justificación, no pudiéndose ignorar ninguno, a riesgo de que el coche no cumpliera la misión para la que fue pensado.
Todo el mundo conoce como es un coche de caballos, y todo lo que le es necesario, pero de todas maneras haré un breve resumen, más que nada para que no se me olvide ninguno.
Los caballos.
Los arneses y el tiro.
Las riendas.
El cochero.
La cabina.
El maletero.
El pasajero.
Además de todo esto es preciso, lógicamente, un camino transitable por el coche en cuestión, y otras cosas más que iremos viendo luego.
En primer lugar tenemos los caballos.
Los caballos, como sabemos, son animales irracionales, aunque por su larga vida de milenios conviviendo con el hombre, han llegado a ser útiles al hombre, e igualmente el hombre a ellos.
Sabemos que caballos los hay salvajes, indómitos y también domados. Solo estos últimos son útiles para tirar de un carruaje. De nada servirían salvajes o indómitos, pues irían a lo suyo, sin servir al cochero para cosa alguna de provecho.
En caso de ser más de uno, es decir, dos, tres o cuatro, es preciso aún más su doma, pues, aunque todos ellos por separado sean nobles y obedientes, es preciso que entre ellos estén armonizados, es decir, que el esfuerzo de todos esté coordinado y todos tiren en el mismo sentido y con la misma fuerza. Caso de ser impar el número, el que va el primero debe ser obedecido por los demás. Si no es así sería un desastre, ya que las riendas del cochero sólo le mandan a él, y los demás deben seguir lo que él hace.
Por supuesto que los caballos deben estar frescos, descansados y alimentados de manera sana, y libres de enfermedades y de parásitos.
Deben ser fuertes y no derrochar inútilmente esa fortaleza en tareas ajenas a su función. De ser así, cuando deban llevar al coche ya habrán dejado en otro lugar su energía.
Han de aprender de su cochero y cuidador a no dejarse llevar por sus impulsos ni por sus instintos, ni por sus gustos o disgustos, porque en ese caso se detendrían ante el paso de una hermosa yegua, o en el cualquier prado de yerba apetecible, o bien a la sombra de un árbol a descansar cuando les apeteciera. Su cochero y cuidador les enseñará a no olvidar ni relegar su función ante nada ajeno a su tarea.
Este entrenamiento, tarea de milenios, nos ha llevado a disponer del auténtico motor del coche, los caballos, los caballos preparados para ello.
Los arneses y el tiro son elementos fundamentales, porque conectan a los caballos con el carro. ¿Cómo podría marchar el carro si la fuerza de los caballos no se transmitiera adecuadamente al mismo?
Es preciso tener en cuenta que estos arreos no deben hacer daño ni a los unos ni al otro. De otra manera los caballos sufrirían un daño innecesario, y el carro no se movería dulcemente, sino a trompicones, por lo que es preciso colocar los tiros adecuados para esa función, que no es nada desdeñable. En caso contrario el viaje sería corto, ya por los caballos, que terminarían agotados y dañados, ya por el pasajero, que terminaría molido a golpes en el camino. Han de ser tiros suaves, pero efectivos, tanto con los caballos como con el coche.
Las riendas son las que transmiten, junto con la voz, las órdenes del cochero a los caballos.
Sin ellas, los caballos no sabrían qué deben hacer, qué se espera de ellos, así que se quedarían quietos o iría cada cual a lo que en ese momento más le interesara. Mediante las riendas, la voluntad del cochero discurre de sus manos a las riendas, y de éstas a los caballos. Y éstos se moverán conforme al deseo del cochero.
El cochero, como es fácil de entender, es el responsable de la marcha del coche entero. Conoce muy bien a los caballos, uno por uno, sus virtudes y defectos, su capacidad, su fuerza, su disposición al trabajo, y las relaciones entre ellos. Sabe cómo colocarlos y qué responsabilidad asignar a cada uno, cuánto puede pedirles y hasta dónde pueden llegar sin agotarlos y sin dañarlos.
Sabe cuál es su alimento adecuado, su descanso adecuado, resumiendo, su trato adecuado.
Los ama, y ellos lo aman a él, y representa para ellos la máxima autoridad. A él se deben, y a él solo obedecen. Harán lo que este les pida, aunque les vaya la vida en ello. Y el cochero deberá tenerlo en cuenta, por el bien de los caballos y por el bien del coche completo. Un solo caballo agotado o enfermo puede acabar con el viaje.
Dispone además de un látigo, símbolo de su autoridad, que rara vez usa con dureza, siéndole útil más bien como recordatorio de su orden, para atajar dudas o flaquezas, para estimular el ánimo de los caballos, o para dirimir conflictos entre ellos.
Sabe, además, cuál es el camino más adecuado, para el bien de todos, con la vista puesta en que el viaje sea, no sólo rápido y directo, sino cómodo y apacible.
La cabina es el lugar donde viaja el pasajero, al fin y al cabo, el que encargó el viaje, y por esto, el ser más importante en el coche. No serviría de nada un coche de caballos si no lleva a nadie a ningún sitio. Es evidente.
Por lo tanto la cabina ha de ser confortable, cálida, cómoda, y disponer del aislamiento adecuado para minimizar ruidos, traqueteos, lluvia, frío o calor y demás molestias, amén de aportar la necesaria intimidad del pasajero. De otra manera el pasajero encargaría el viaje en otro coche.
El maletero, debe llevar los artículos indispensables para todos los elementos de coche, pues hemos de recordar que, si falla uno solo de ellos será necesario interrumpir el viaje. Alimentos, repuestos y demás, aparte del equipaje del viajero y del cochero.
El pasajero es realmente el que le da sentido a todo el coche, ya que si nadie quisiera ir a ningún sitio, todo el coche sobraba. Puede que no entienda nada de caballos, o puede que sí, que no sepa conducir el carro, o puede que sí, que no sepa reparar los elementos mecánicos del coche, o puede que sí.
Pero, y esto es lo fundamental, quiere ir a un sitio, sabe de qué sitio se trata y por qué quiere ir a él. Todo el coche de caballos nace en función de él, y es él quien le da sentido y propósito al viaje.
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