sábado, 24 de octubre de 2015

OTOÑO



Los ciclos de la Naturaleza transcurren uno tras otro. Su vida es así. Sigue sus leyes, las grandes leyes del Universo. Al igual que la Tierra y el Cielo, al igual que los planetas, los soles, las galaxias… y el Hombre. ¿Cómo podría no ser así?

Vivimos un día la explosión de la Primavera. A su llamada nacieron, tras el Invierno, las yerbas y plantas, y se calentó la tierra con su calor, despertaron los animales del letargo, las frías nieves hicieron nacer los arroyos. Todos se dispusieron a la fiesta, todos, como por arte de magia, dispuestos a mostrar la grandeza del Sol, padre de todos.

Crecieron y maduraron, hasta el Estío, hasta su plenitud. Las espigas hicieron sus granos, los árboles sus frutos, de los capullos surgieron las mariposas, y de los infinitos huevos de la primavera los infinitos seres que pueblan la Tierra. Con nueva fuerza, con nuevo entusiasmo, con nuevos fines renovados. Por la magia de la alegre Naturaleza.

Las semillas del anterior otoño despertaron en el seno de la tierra, y pacientemente, durante meses, vivieron un largo proceso de germinación, de transmutación. Cada semilla fecunda, padre y madre, hizo nacer dentro de sí un nuevo ser, alimentándose de sí misma. Se puso en contacto con la tierra y el agua y abrió pequeñas raíces hacia fuera de sí misma, en busca de la vida. Poco a poco, habiendo cumplido su misión, murió, pero su muerte fue solo aparente. Solo se había transmutado en un nuevo ser, que buscaría, ya fuerte, su propio sol.

Hoy es otoño, y es preciso comenzar la tarea de este ciclo. Ahora la vida será oculta a nuestros ojos. Gloriosa y generosa antes, ahora oculta y mágica, en las entrañas de la tierra, debe prepararse para la futura primavera, en un trabajo interno y misterioso.

Atravesará el otoño en su trabajo, y también el invierno, descanso de la Naturaleza antes de un renacimiento con más brío.

De la misma manera, por la misma Ley, llega el otoño a nuestro ser interior. Los días de expansión y gozo, de flores y frutos han dejado en nosotros sus semillas. Ahora es el momento de sembrarlas, con cariño, con esperanza, con alegría, porque sabemos que no las enterramos para que mueran, sino para que nazcan otra vez, y mejores. Y deberemos cuidarlas con cariño, porque son nuestro futuro. Regarlas, cuidar de los bichos y del frío, velar por ellas todos los días. Echarán raíces en nuestra tierra interior, en nuestro jardín, y nuestro entusiasmo, alegría y voluntad serán el agua que las alimentarán,

El calor de nuestra energía y de nuestro amor las harán crecer, y nuestro invierno las fortalecerán. Y cuando les llegue el momento, en los días en que Perséfone vuelve a la luz, ya estarán listas para formar parte de la gran sinfonía, en el gran Te Deum de la nueva Naturaleza.

No son simplemente semillas, son, y serán también, los habitantes futuros de nuestro paraíso interior.

Amigos sembradores, sembremos con alegría y esperanza. Nuestra tierra lo espera.




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