miércoles, 5 de agosto de 2015

TRASCENDER







Hace unos días, en el Blog del Filósofo Cotidiano, donde participo, con motivo de un comentario a la entrada de mi compañero Quijote titulada “La intención” se aludía al hecho de trascender, en relación con los actos morales. Llevo varios días reflexionando lo que para un ser humano puede implicar dicho concepto.

Trascender, trascendencia… me pareció oportuno recurrir a mi querido diccionario etimológico de E. de Echegaray, y ésta es la etimología que cita:

“Del latín trascendere, pasar a la otra parte, atravesar subiendo;
de trans, más allá, y scendere tema frecuentativo de scandere, subir.”

Se ve que no hay cosa mejor que buscar el origen de las palabras para aclararse. ¡Es maravilloso! ¡Atravesar subiendo! ¡Pasar a la otra parte! Es como si un foco iluminara la palabra dejándonos ver su alma…

Así que cuando hablamos de trascender, de lo trascendente, de lo que es trascendental, estamos queriendo decir que pasamos de un lugar a otro distinto, a un lugar de distinta calidad, y, por aquello de scendere, de más alta calidad, a un lugar más sutil. Hemos subido de nivel. Ahora estamos ya en una situación más alta y que además es de cualidad distinta a la que hemos dejado atrás, es “otra parte”.

Recuerdo aquellas clases de física donde nos explicaban “los estados de la materia”. Se ponía el clásico y hermoso ejemplo del agua. Del agua hielo, del agua líquida y del agua vapor. Todas eran agua, pero en estados físicos diferentes. Si aplicábamos energía, por ejemplo calor, al hielo, éste cambiaba de “estado”. Seguía siendo agua, pero ya sus moléculas no se ordenaban de manera cristalina, normalmente de estructura hexagonal, y el ocasiones especiales, cúbica. Ahora, sus moléculas estaban relativamente más libres en su movimiento y podían deslizarse unas sobre otras, dando lugar a los movimientos propios de un fluido líquido. De la misma manera, y aplicando energía al agua líquida, las moléculas escapaban unas de otras, configurando entonces un gas, el vapor de agua. El movimiento de las mismas era ahora aparentemente errático, no sometida tanto como en el agua a rozamientos e interacciones entre ellas.

Estaba también el proceso de “sublimación”, por el que el agua hielo pasaba directamente a agua vapor, en determinadas condiciones de presión y temperatura. Y los fenómenos descritos se dan igualmente en sentido inverso.

Estos procesos se refieren a la “transformación”, ya que el agua solo cambia de forma, si bien sigue siendo agua. Pero existen otros procesos en los que el cambio es más profundo. Así, por ejemplo, en la “transmutación”, una cosa cambia en otra diferente y de mayor nivel de calidad, y en la “transustanciación” una cosa cambia en otra absolutamente diferente y de orden mucho más elevado.

Pero… ¿cómo podríamos traducir esto a la vida de un ser humano? ¿tenemos partes de diferente calidad, unas más “altas” y otras más “bajas”? ¿Podemos pasar de una a otra, elevándonos, es decir, trascendiendo, o transmutando, o transustanciando?

En este punto es preciso situarnos en qué tipo de lugar estamos establecidos como seres humanos dentro del panorama general, ya que, si miramos a nuestro alrededor, hasta donde la vista y la inteligencia nos alcanza, podemos ver seres vivos de muy diversas cualidades, algunos que por cercanía con nosotros, o por compartir cualidades, podemos entenderlos e incluso compararnos con ellos, y otros en cambio que escapan de nuestra comprensión, por estar su vida en un nivel que no compartimos ni entendemos.

Podemos entender en cierta forma a los seres del mundo mineral, ya que nuestro cuerpo físico está compuesto por minerales diversos ordenados de una manera milagrosa y perfecta, en un equilibrio impensable para cualquier físico, químico o matemático.

Podemos, igualmente, entender los procesos vitales y el ser del mundo vegetal, la hierba y los árboles, porque sentimos en nosotros que su vitalidad y la fuerza que los hace nacer, crecer y reproducirse son muy parecidas a las que nos impulsan en la vida a los mismos fines de conservación y perpetuación de las especies.

Los animales aún nos son más familiares. Con ellos compartimos la lucha por la vida y la supervivencia, dotados como ellos de medios muy parecidos con los que poder desenvolvernos en el medio natural.

En cambio otros seres nos resultan incomprensibles, por los que les consideramos exentos de vida, ya que no alcanzamos a comprender cómo puede existir alguna vida que no tenga, aparentemente al menos, las mismas leyes y fines que la nuestra. Así, un planeta, una estrella o una galaxia nos resultan incomprensibles, de la misma manera que está fuera de nuestra comprensión los seres invisibles de la naturaleza o de los espacios sutiles. No los vemos, y como no los vemos no los podemos entender, ni siquiera consideramos que pudieran existir. Lo que no vemos no existe, y ya está.

Todo este preámbulo, que aparentemente no tiene nada que ver con el propósito de este estudio, sí que tiene que ver, por una sencilla cuestión, que es la siguiente:

Cuándo hablamos de trascender, es decir, pasar a otra parte, ¿qué parte consideramos que hemos de dejar y a qué parte hemos de pasar? Esta es la pregunta a contestar, y quizá la respuesta a esta cuestión es absolutamente decisiva.

Para mí que una respuesta errónea a esta cuestión es el origen de metas falsas, equivocadas y que echan a perder muchas vidas de potenciales idealistas, porque hay muchas personas cándidas de buena voluntad cuyo propósito es trascender la naturaleza humana, tratando de pasar a lo que llaman vida “espiritual”, considerando ésta como una vida más allá y más elevada de la que vive aquél que llaman o entienden como “el hombre vulgar”.

Pero yo les preguntaría a estas personas: ¿has cumplido ya con el desarrollo total de lo que es tu naturaleza humana como para querer dejarla atrás y pasar a la vida de los dioses mentales? ¡Pero bueno! Si aún sigues viviendo atado a tu vida animal, cuando no a la vegetal, y, a veces, a la mineral ¿cómo pretendes vivir una vida más allá de la humana? ¿acaso sabes lo que eso implica? ¿acaso sabes siquiera en lo que consiste un ser humano completo?

Es evidente que resulta mucho más fácil buscar (?) una vida “espiritual” (?) que luchar día a día para superar nuestras naturalezas inferiores, es decir, lo que en nosotros es animal, vegetal o mineral. Superar estas naturalezas (que no significa eliminarlas sino trascenderlas) no es trabajo fácil, y tanto es así que el hombre, en cuanto hombre, lleva muchos evos intentándolo, más de nueve millones de años. ¿Y tú ya la has trascendido, como para ahora querer dedicarte a la vida “espiritual”, a la vida de los dioses? Evidentemente todo esto es pura tontería, y quien en ello se empeña está perdiendo su tiempo y sus energías en algo inútil para él y, además, para la humanidad.

Yo creo que la ocupación que nos toca hic et nunc, aquí y ahora, es trascender nuestra naturaleza animal, que engloba ya la vegetal y la mineral, y, dejando de ser animales, ir conquistando nuestra naturaleza propiamente humana.

¿Es que quizá alguien piensa que se ha desprendido de la esclavitud de sus instintos, de su agresividad, de su violencia, de su ansiedad por la posesión de bienes materiales, de su afán de comodidad? ¿alguien considera ya superada las dificultades de la convivencia diaria, las de su trabajo para los demás, sus problemas psicológicos? ¿alguien ha llegado a dominar su pereza, si indolencia, su indiferencia, su ira, su impaciencia, su lujuria, su vanidad, su orgullo, sus dependencias, como para que estas cosas no le condicionen su vida?

Cada quien que conteste en su interior estas preguntas. Y si hay alguien que crea que ya no le queda nada por superar en su etapa humana, que intente trascenderla y busque nuevos horizontes en el camino de los dioses.

Pero, me temo que no estamos en disposición ninguno de los seres humanos de creer esto. La razón por la que lo creo es simple: ya no estaríamos aquí. Estaríamos, como muy bien dice mi diccionario etimológico “en otro lugar, más elevado”.