domingo, 2 de diciembre de 2012

BEETHOVEN, FANTASÍA PARA PIANO, CORO Y ORQUESTA EN DO MENOR OPUS 80





















      La obra de Beethoven conocida como "Fantasía Coral" es muy peculiar. Para empezar, es inclasificable en ninguna forma musical concreta, de ahí su nombre de “fantasía”, especie de cajón de sastre donde se archiva lo que no cabe en ningún otro apartado musical.
     
       Alguien la llamó “la pequeña gran obra” de Beethoven, y yo estoy de acuerdo con ese nombre. En apenas 20 minutos incluye las reflexiones intimistas de una sonata de piano, los diálogos de un concierto para piano y orquesta, el desarrollo de un tema principal y cinco variaciones, aparte de la sección final para piano, orquesta y coro, con inclusión de seis solistas.
     
       Pero más allá de ser tan rica en variedad de formas, en mi opinión, lo que la hace grande es la unidad de su contenido, que creo que suele pasar desapercibida generalmente. No creo posible que un genio como Beethoven uniera sin ton ni son tal riqueza de colorido sin un propósito concreto. Es evidente que existe un hilo conductor que es preciso descubrir en la obra.
     
       Mucho se ha dicho de la similitud de la parte coral de esta Fantasía con la Oda a la Alegría, cantada como final de su novena sinfonía.  En mi opinión, tal similitud es más clara en en el mensaje de las poesías y la música que en cualquier otra cosa. Beethoven da forma, en ambas, a su búsqueda interior de la belleza en su aspecto más sublime, y va al encuentro del propósito de su arte. Y descubre el mismo propósito y destino: La alegría:
     
       Alegría, hermosa chispa de los dioses,
       Hija del Elíseo…         (de la 9ª sinfonía)
     
       Calma exterior y alegría interior
       priman para el bienaventurado;
       el sol primaveral de las artes
       permite que de ambas nazca luz...        (de la Fantasía Coral).


       La alegría, no la vulgar, sino la alegría del genio inmerso en su arte, es, en mi opinión, lo que une a ambos cantos corales.
     
       A mi entender, el hilo conductor de esta pequeña gran obra es el de un recorrido íntimo del artista a través de su mundo interior, en busca de una respuesta que dé sentido sublime a su arte,  su música.
     
       Los primeros compases de la introducción para piano nos muestran a un Beethoven reflexivo, en calma, en la soledad de sí mismo, planteándose su inquietud. A veces exige violentamente una respuesta, como espíritu conquistador, tratando de arrancarla con vigor. Pero vuelve una y otra vez a la calma, no sin conservar su vigor intimista,
     
       Al fin, algo le habla, a través de la orquesta. La belleza le va, poco a poco, desde las susurrantes entradas de los contrabajos al tutti de la orquesta,  introduciendo a su realidad. La voz sublime de las trompas, secundada por los oboes, le inspiran por fin el tema principal que buscaba. Luego, y en diversas variaciones, como mostrando diversos aspectos de esa belleza buscada, y, a veces, exigida, comienza un diálogo entre artista y belleza, entre piano y orquesta.

       Mantiene diálogos con ella, a veces tiernos, a veces desafiantes y violentos… como Jacob luchando con el ángel… y así, musicalmente, los modos mayor y menor se van turnando a lo largo de la obra.
     
       Finalmente, la orquesta, en tutti, canta, alto y claro, el tema central de la obra, confirmando así al artista su intuición. Y vuelven a conversar sobre ello, en un hermoso diálogo plagado de escuchas, de preguntas y de confesiones mutuas.
     
       Luego se inicia una hermosa reflexión del artista, expresada con un bellísimo pasaje en piano, acompañado por una orquesta igualmente en piano , en la que clarinetes y fagots toman la voz, como aprobando y bendiciendo su intuición estética.
     
       El piano habla de nuevo, acompañado por la orquesta, ahora en pizzicato, hasta que un misterioso contrabajo da entrada a la respuesta final. Y, como siempre, son las trompas las que anuncian el desenlace, correspondidas en segundo plano por los oboes.
     
       El coro inicia la manifestación gloriosa de la Belleza, primero con variaciones del tema a cargo de los solistas, y luego en un bellísimo tutti. Se repite el mismo esquema y, finalmente, con intervenciones afirmativas del piano, reafirmando la voz potente del coro, la obra concluye.
     
       Sin desperdicio.



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