Cádiz es una ciudad muy antigua, de hecho la más antigua conocida en el occidente de Europa. Desde siempre se le reconocieron tres mil años de edad, aunque las últimas excavaciones arqueológicas han añadido ya tres o cuatro siglos más. No sabemos donde terminará la cifra.
¿Los pobladores? Siempre los gaditanos, claro. ¿Las culturas y civilizaciones que se asentaron? Muchas. La lista hunde sus raíces en el mito. ¿Los tartesios? ¿Algún otro asentamiento anterior de las muchas ramas que emigraron hacia todas las direcciones ante la cantada catástrofe atlante? Puede ser. Nadie lo sabe.
Los gaditanos somos algo parecido a las puertas de sus edificios hechas de caoba a la que fueron dando una manita de pintura un dueño tras otro. Mucha pintura hay por fuera, pero su alma es de caoba. Y la caoba es poco menos que indestructible, por ser la más bella y fuerte de las maderas, inatacable por bichos, indiferente a la humedad y al fuego, indeformable, eterna como la misma piedra. Todo esto tiene un nombre: noble. Noble como el alma de los gaditanos.
Y en nuestra alma se nos han ido impregnando las diferentes sabidurías de todos los pueblos que acogimos. La magia, el conocimiento de la naturaleza y sus leyes de los tartesios, el sentido del comercio y de la aventura de los fenicios, la justicia, el derecho, la ciudadanía y el sentido de la belleza y las artes de Roma, e indirectamente de sus padres los griegos, el amor mutuo y el apoyo al débil del cristianismo, el refinamiento y la sabiduría musulmana, el sentido universalista del rey sabio, el esplendor del barroco, el espíritu liberal y civilizatorio de la masonería y el impulso creativo, industrial y técnico de la revolución industrial y de la alta burguesía de los siglos XIX y principios del XX.
Todo ello fue quedando en nuestra manera de afrontar la vida, en nuestro temperamento propio, en nuestra idiosincracia, haciendo nacer un ser muy peculiar y con poco parangón en el resto de nuestro país. El gaditano es algo así como una excepción, como un pueblo extraño entre otras culturas con las que convivimos, las que, por lo general, no nos llegan a entender bien, resultándoles anacrónicas y misteriosas nuestras actitudes ante los hechos y nuevos retos que en estos últimos decenios afronta la humanidad, en una acepción global de la misma.
Un ejemplo claro de lo que digo lo podemos conocer y, mejor aún, escuchar y ver en un vídeo de YouTube que lo conserva, de un cuarteto del Carnaval, “Las tres notas musicales” (en esta ciudad un cuarteto puede formarse con tres personas y sigue siendo cuarteto…), que cantaba en su estribillo la siguiente letra:
¡Ay que casualidad!,
ahora una guerra mundial
la gente no respeta
ni que estamos en carnaval.
Trian, trian, trian.
Pueden verlo en el siguiente enlace:
Bien. Ocurrió que la primera guerra del golfo pérsico, cuando Irak invadió Kuwait y los americanos fueron corriendo a deshacer la invasión y alejar el peligro de los preciados pozos de petróleo, estalló en plenas fechas del carnaval gaditano. ¡Qué casualidad!, ahora una guerra mundial. La gente no respeta ni que estamos en carnaval.
De hecho hubo ciertas presiones para que se suspendieran los carnavales en momentos tan delicados como los que vivía la comunidad internacional, y por lo tanto nuestro propio país, pero… ¿suspender los carnavales? ¿tan solo porque podría estallar una guerra mundial? ¡Hombre, hasta ahí podríamos llegar! ¡Que falta de respeto!
De esta manera no nos puede extrañar que cuando la época del llamado cantonalismo en nuestro país, Cádiz, en 1873, fue de las primeras ciudades que proclamó el cantón gaditano. Eso sí, duró solo 15 días, porque vino el general Pavía, un gaditano renegado, maleado en Madrid, a deshacerlo.
Sí. Para bien y para mal somos… distintos y peculiares.
2 comentarios:
He dado con este blog casi de casualidad aunque ya habia conocia a "Abraxas" de otras páginas.
Me alegro de haberlo encontrado.
Un saludo.
Bienvenido Antonio, y gracias por tus ánimos.
Un abrazo.
Publicar un comentario