miércoles, 2 de febrero de 2011

LENGUAJE


Las vacas no hablan no porque no puedan, sino porque no tienen nada que decir.

En verdad no es del todo cierto. Depende de en lo que hagamos consistir le palabra “hablar”.

En su sentido lato, hablar se podría entender como expresarse, y ello incluye no solo la palabra hablada, sino cualquier otra manera en la que el alma se expresa a través del cuerpo. Así, se podría incluir la expresión corporal, que incluye todo el cuerpo y especialmente los ojos es decir, la mirada, las manos y sus movimientos, los labios y sus muecas, los andares, y otras muchas más expresiones corporales. De esto saben sacar un enorme partido los mimos.

Igualmente los sonidos propios emitidos por cada especie animal, no solo los mamíferos, sino casi todos, como canto de pájaros, cri-cri de los grillos, croar de las ranas, canto de las chicharras, de los buhos, bramidos de los elefantes, relinchos de los caballos, mugidos de las vacas, ladridos de los perros, aullidos de los lobos, etc. etc.

Pero, específicamente, podríamos llamar lenguaje, en su sentido estricto, al que se constituye por el habla o la escritura. Así como el lenguaje corporal puede expresar necesidades, deseos o situaciones de dolor o placer, de agrado o disgusto, todas ellas concernientes a los planos de supervivencia, mantenimiento o perpetuación de las especies, y también como expresiones del mundo emocional de algunos mamíferos superiores, el lenguaje nace de la necesidad de los seres humanos de compartir su vida psíquica situada a un mayor y distinto nivel que la del resto de las criaturas conocidas.

Quizá el lenguaje propiamente dicho en el sentido estricto sea únicamente usado por el ser humano, como instrumento con el que compartir situaciones complejas, abstractas o artísticas que se dan exclusivamente en ellos. Como usuario, aunque casi siempre de una manera primaria, de un cuerpo mental, la posibilidad de utilizar el lenguaje nace de una necesidad de expresión para estas nuevas funciones que les son exclusivas y en las que estriba la diferencia con los mundos con los que comparte la vida una.

No sabemos cuando nació, ni donde, aunque es de suponer que no mucho después de recibir la chispa mental que Prometeo robó a los dioses para entregarla a los hombres, por lo que todos sabemos que pagó, o tras comer de la manzana del árbol de bien y del mal que les ofreció la serpiente, y que fue motivo de su expulsión del paraíso de los seres desprovistos de conciencia.

Y nos podríamos plantear: ¿qué es el lenguaje? ¿tienen vida las palabras? ¿es cierto lo que nos cuentan de la torre de Babel? ¿nos entendemos con el leguaje? Estas solo son algunas preguntas acerca del asunto, pero podríamos plantearnos muchas más.

Pienso que cada palabra tiene una concepción y un nacimiento, tras el cual se incorpora al lenguaje. La concepción, seguramente, es producto de la unión de un padre y una madre que se aúnan en el acto generador. Y si el germen del padre suele ser celeste y la materia de la madre terrestre, es fácil concluir que una idea que albergaba la gran mente genera vida en nuestra materia terrestre, nuestra mente aún virgen de ese concepto, marcando los enlaces necesarios en su órgano, el cerebro. Nace entonces una idea en nosotros sobre alguna cosa.

¿Y por qué se ven impelidos los progenitores a unirse para la generación? Seguramente por la ley universal que viene a gobernar toda creación. La ley de necesidad. Cuando la necesidad reúne la energía suficiente provoca los órganos generadores obligándoles a producir un nuevo ser.

¿Y qué palabra usamos para darle un nombre? Hemos de recordar que una idea nueva no tiene nombre. Pues… tomemos algunas conocidas que nos identifique y recuerde a la nueva idea. De esto sabe mucho la etimología, a la que soy muy aficionado y de la que soy muy devoto. Describe muy bien cual es la raíz de la idea contenida en la palabra.

Una vez me acusaron de seductor, palabra que se suele entender de manera equívoca. Tras recurrentes actos de arrepentimiento por mi manera de conducirme, se me ocurrió consultar su etimología.

Seductor: del latín, se y ducere. Conducir a uno mismo.

¡Conducir a uno mismo! ¡Eso era! ¡Pues sí, yo era un seductor, pero a mucha honra!

¿Cómo nació la palabra? La existencia de la seducción probablemente no es exclusiva de la naturaleza humana, sino universal y de ámbito profuso. Pero, al tomar conciencia de su existencia en nosotros, y a fin de transmitir su alma, su contenido o significado, nació la necesidad de encontrarle una palabra nueva. Y ¿qué mejor que unir dos conocidas, como “conducir” y “uno mismo” para darle nacimiento? Y he aquí que la que nació: seducir.

Pero… luego aparecen las connotaciones… ¿Qué se entiende por “conducir”? y ¿quién es "uno mismo"? Si tratamos de conducir a una dama hasta nosotros mismos en la cama, la seducción de convierte en un arte amatoria, y si se realiza con artimañas y engaños, la cuestión se convierte en un acto donjuanesco. Pero si tratamos de conducir su alma a la nuestra… ¿qué cosa es?

Evidentemente, en todos los casos es seducción, pero depende de qué sea“lo conducido” y de lo que entendamos y vivamos por “uno mismo” para que el acto de seducir sea encomiable o denigrante. Y, por supuesto, el ámbito de la seducción no se circunscribe a las relaciones de una dama y un caballero, sino más bien ocurre que el objeto de la seducción es infinito, quizá lo compone la totalidad de lo conocido por “uno mismo”.

¿Seducimos o somos seducidos? A veces es difícil distinguir la frontera entre ambas cosas, porque se suelen dar a la misma vez. Cuando nos seduce una música, una lectura o un paisaje no sabemos bien quien conduce a quien a su alma. A veces, casi siempre, la atracción es mutua.

Y ¿que ocurrió en la Torre de Babel? ¿Cómo fue posible que los hombres que la construían dejaran de entenderse los unos a los otros? En mi opinión, esta torre produjo, debido a la soberbia, una incapacidad de comprensión entre los hombres. Esto nos cuenta el mito.

Es evidente que cuando la ignorancia impera, y se adorna de soberbia impenitente e intolerante, no es posible el entendimiento entre los hombres, ya que, errados y soberbios, sostienen, si es preciso con la fuerza, sus erróneas convicciones, que no son realmente tales, sino solo simples creencias, nacidas de una obediencia ciega a lo que le contaron una vez, sin posterior reflexión libre alguna.

En esa situación, el diálogo se vuelve imposible e inútil, y como me dijo un día un gran amigo, al fructífero diálogo lo sustituye la ambivalente diplomacia. Y esta solo se mantiene si existe elegancia tolerante. Cuando este engrase desparece solo queda la violencia verbal en las relaciones humanas, pronto sustituida, por insuficiente, por la violencia física.

Muchas veces pensamos que hay gente que miente, cuando únicamente ocurre que utilizan las palabras y las ideas de forma torcida y errónea, amoldándolas a sus conveniencias e intereses.

Ese amigo que antes mencioné me contó que Lao Tzé y Confucio mantuvieron un encuentro y dialogaron. Pero entre los discípulos de ambos ya no era posible el diálogo. Porque hablaban sin entenderse, cada uno en lenguas diferentes.

Seguramente, y como todo, el asunto del lenguaje es solo cuestión del nivel de comprensión.



No hay comentarios: