Así como no suelo ver televisión, salvo en casos en los que estoy seguro del interés del programa o película, sí, en cambio, soy aficionado a escuchar la radio. Sobre todo cuando la gente habla de algo interesante o divertido. La mayoría de las noches entro en el reino de Morfeo con su suave arrullo. Soy consciente de que hay algo enfermizo en ello, pero lo que es hoy no quiero darles vueltas a eso. Cada uno tiene sus agarraderas y sus muletas psicológicas, y no me voy a cerrar, de momento, esta puerta por la que accedo en ocasiones a compañía, calor e interés humanos.
Bien, pues el otro día estaba escuchando un programa, que no sabría deciros el nombre. Y hablaba una señora, seguramente catalana, y que, según comentó, vivía a orillas del Mediterráneo.
Según se desprendía de lo que hablaban, esta señora es escritora, con cinco libros publicados. Además creí entender que atendía consultas en una especie de gabinete, aunque no entendí de qué clase, si bien me dio la impresión de que sería de tipo psicológico. También, porque así lo dijo, dio un curso en cierta ocasión de comunicación para ejecutivos de empresas.
Y, precisamente hablando de este curso, y tratando el tema de la difícil comunicación entre los hombres, contó una de las pruebas que hizo en el mismo. Ella mantenía que la falta de comunicación entre los hombres, incluso entre hombres que tienen la buena voluntad de entenderse, radicaba en el diferente significado de las palabras que usamos en nuestras relaciones.
Así, explicó que puso la siguiente prueba a los ejecutivos del curso. Cada uno debía escribir en un papel los conceptos y significados que asociaba al color “rojo”.
Una vez recogidos los papeles, y leídos públicamente, resultaba que para uno el rojo le sugería tensión, violencia, estrés, ansiedad. Para otro era representativo de alegría, del relax del atardecer. Para otro era calor de hogar, color de Papá Noel. Y así cada uno, cosas completamente dispares.
El resultado de tan sencilla prueba venía a demostrar que si con algo tan simple como un color elemental ocurría esto, que no sería si planteáramos los significados de conceptos abstractos como el amor, la amistad, la fidelidad, etc, etc.
Y quizá en la dificultad de comunicar nuestros sentimientos radica nuestro aislamiento y nuestra soledad. A todos nos ha pasado que hablando con alguien, enseguida entendemos claramente que esa persona no está entendiendo absolutamente nada de lo que estamos intentando comunicarle. Y tomamos conciencia de que es inútil nuestra conversación, a no ser que solo pretendamos escucharnos a nosotros mismos. También puede ocurrir al revés. Es decir, que alguien nos cuenta algo íntimo y no tenemos la menor idea del rincón de su alma de la que nos está hablando. Lo percibimos y ¿qué hacemos? Creo que lo más honrado es preguntar y pedir aclaraciones, por ver si conseguimos llegar hasta allí. Quizá nos enseñe un recóndito lugar de su jardín interior en el que no habíamos estado jamás. Quizá nos hable de cosas y seres que jamás imaginamos, y de flores y espinas que nunca conocimos.
Hay también veces en que cuando hablamos sabemos que se nos está entendiendo, que no es preciso buscar las palabras, que está presente un “dejá vu” o un “dejá entendu”. A veces he llegado a pensar que la otra persona puede perfectamente continuar con el relato sobre mí mismo que yo había iniciado, porque lo conoce con pelos y señales. Como cuerdas de violín que resuenan al unísono, no es preciso tocar ni ajustar las clavijas. Están afinados. Solo que estas ocasiones son muy raras, y ya me gustaría conocer su origen y su porqué.
Pues, escuchando la radio, lo que os he contado, me invadió la extraña sensación de una nueva Torre de Babel. ¡Nadie se entendía! Todo el mundo hablaba de amor, de libertad, de pasión, de generosidad, de valentía, de honor, de sabiduría, de entrega, de pobreza, de riqueza, de naturaleza, de cielos, de infiernos, de música, de cultura, de amistad, de orgullos, de rencores, de egoísmos, de rarezas, de trabajo, de ocio, del tiempo, de la soledad, del calor y del frío, del cariño, de la juventud, de la vejez, del arte, de la bondad, de la maldad, de los turcos, de los egipcios, de los andaluces, de los suecos, de la ropa, de los hijos, de la educación, de la formación, del cansancio, del alma, del cuerpo, de Dios y de la religión, de los médicos y de todo lo que existe bajo el techo de las estrellas y también por encima de ellas. Todos hablamos de todo. Todos tenemos una idea de todo. Como todos los idiomas tienen alguna palabra o expresión para decir lo mismo. Pero,... no se entiende nadie.
Si hiciéramos la prueba (vosotros podéis hacerla con vuestros amigos) del color rojo ¡cuánto nos sorprenderíamos! Preguntad qué significa el frío o el cansancio. Qué la libertad o el rencor. Qué los suecos o la muerte. Seguramente os sorprenderéis. Igual que Roseta.
No había vivido nunca con esa idea presente, pero sí había sufrido y gozado de su evidente verdad. Sólo nos queda una pregunta. ¿Cuándo y porqué existe comunicación real?
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