La nada avanza… Esto decía un personaje de “La historia interminable” Y hoy todo está realmente disolviéndose en la nada. La nada avanza. Imparable.
Pero... estamos nosotros. Como un conservatorio, donde se guarda toda la música de valor, como un museo, donde se guardan las obras de arte que tienen belleza. Seremos como los navegantes del arca, que, después del diluvio, cuando todo hubo muerto, cuando la paloma trajo en el pico la rama de olivo y no quedaba entonces nada en el planeta, supieron recomponer el mundo.
No lo veremos los que hoy vivimos. Pero, cuando la humanidad toque fondo, cuando no haya ya nada que tenga valor, cuando la gentes buenas levanten sus miradas y levanten sus manos buscando una ayuda, una respuesta para su vidas, un auxilio, un refugio... allí estaremos nosotros.
Estaremos, y habremos guardado en nuestros corazones, en nuestra alma, en nuestras manos, todo lo necesario para recomponer el mundo, como en la historia del arca, y tendremos todas las especies, todos los valores, todo aquello donde se guarda la semilla de lo nuevo que deberá crecer entones.
No será fácil, porque no veremos los resultados, y nuestra fe tendrá que ser grande, pero seremos como los copistas de la Edad Media, que copiaban los antiguos libros de sabiduría de los griegos y de los árabes, que los copiaban aún sin comprender nada de lo que decían, pero que eran conscientes de que eran libros necesarios a la humanidad futura. Y así, gracias e ellos, hoy día nosotros podemos renovarlos, podemos retomarlos, y podemos conservarlos, para el futuro después de la nada, al igual que en el conservatorio se guardan con amor las almas de los grandes músicos, y las hermosas páginas que escribieron. Para que no se pierdan, para que estén ahí el día en que el hombre tenga la sensibilidad necesaria y la necesidad de acudir a ellos.
Es un tormento ver lo que está ocurriendo, pero nuestro siglo lucha frontalmente contra todo lo que tiene valor. Es necesario esperar, como se espera el paso del huracán, para empezar luego a recomponer todo lo que destruyó. No se puede parar un huracán, pero sí puede prepararse todo para el momento en que se haya de recomponer su daño. Para eso debemos estar preparados, para eso debemos prepararnos eficazmente.
Como la anciana del cuento que preparó con esfuerzo su pequeña lámpara, y, cuando Devadatta desató un viento terrible que apagó todas las lámparas de los ricos devotos de Buda, ella pudo encender todas las demás, que, a pesar de que eran grandes y de oro, se apagaron.
Y nuestro mundo es ahora así, es un mundo que parece grande y de oro, pero un gran viento apagará sin duda todas esas grandes lámparas. Pero la nuestra, la de la viejecita, será la encargada de dar de nuevo la luz al mundo.
En esa época no existirán libros, ni museos, ni música, pero, como en el libro Pelham 451, cada uno de nosotros será un libro, cada uno será una obra de arte, cada uno será una música, y podremos así reconstruir con facilidad todas las bibliotecas, todos los museos, todas las músicas.
Y cada uno de nosotros tendrá entonces dentro de sí un mundo que construir fuera. Y será muy fácil.
Será muy fácil construir de nuevo un Partenón...
8 comentarios:
Querido Abraxas: elocuente como de costumbre.
Todos seremos un libro, una obra de arte... Porque todos juntos somos una enciclopedia...
Un abrazo.
Es verdad que el mundo tal y como avanza es destructivo,en todos los sentidos, me pregunto que es lo que realmente ocurre,como se han perdido valores universales? porque esta falta de conciencia en todo lo que se hace? no tengo respuestas pero aun asi,conservo dentro de mi una pequeña luz q me presta calma...No se si paso el huracan o si esta por llegar,pero ojala haya muchas pequeñas lucecitas, tantas como estrellas, que puedan iluminar la oscuridad en las que nos encontramos sumergidos.
abrazos
Y quién será la viejecita Abraxas, en el arte está sucediendo lo moderno llegó a su fin y entramos de lleno a lo postmoderno recobrando valores, ello también ocurrirá en la sociedad estoy seguro. Muy interesante el post. un abrazo.
La viejecita del cuento era pobre, muy pobre. No tenía siquiera con qué comprar aceite para su humilde lámpara de barro.
Pero vendió su cabello para comprar un poco de aceite. Una mujer rapada en ese tiempo era algo despreciable. Pero lo hizo.
Acudió al lugar donde el Buda iba a dar su sermón, y la muchedumbre portaba grandes y lujosos lampadarios. Las de los ricos iban repujadas de oro y piedras preciosas.
La viejecita era pequeña, y encorvada, así que casi no podía ver el Buda y, en medio de la multitud permanecía casi oculta, escuchando el sermón.
Cuando Devadatta desató los terribles vientos, todas las lámparas se apagaron... bueno, la de la viejecita no, porque ella era muy pequeña y su lámpara permaneció protegida de los vientos, que no le alcanzaron.
Luego, la humilde y pequeña viejecita dio luz y fuego a las lámpara vecinas y estas a las otras, hasta que todas estuvieron encendidas y el Buda pudo continuar su sermón.
¿Quién es la viejecita?
Quien conserva lo que realmente es necesario ha tenido que perder todo lo demás... es la imagen del niño Jesús en el pesebre (sin apenas nada), de Buda en el estado de meditación (en el vacío casi absoluto)... de todo aquel que mantiene su luz, su fuerza, su dignidad... desafiando a la nada... no dejándola entrar... y sonriendo al mundo consciente de su inmensa riqueza a pesar de las apariencias... es esa sonrisa la que es capaz de encender todas las velas vecinas y con ellas no dejar al Buda tratándonos de decir su sermón en la oscuridad... ;)
Hola, ante tan hermosos comentarios, Abraxas, solo dejo constancia de que vine y leí. La luz está al final del túnel.
Queridos amigos,
¿y quién es la viejecita, sino nosotros mismos, tu, yo y aquél, que con nuestras renuncias al oropel conseguimos día a día, en nuestro camino, el mejor aceite de sabiduría para atesorarlo con mimo en nuestra humilde lámpara, y luego someterlo al fuego para que nuestra pequeña luz alumbre en la oscuridad?
La más grande duna de arena está formada por infinitos pero minúsculos granos de arena, y
los más inmensos árboles surgieron de diminutas semillas enterradas en la oscuridad de la tierra.
La nada la veo cada vez más necesaria. A pesar de que cada vez más individuos deciden por sí mismos emprender su peregrinaje interior y reflejarlo en una participación más activa en la vida -y si no más "activa", más consciente de lo humano en medio de este locura- creo que el viento que apague millones de luces de oro, individuales y colectivas, será un paso necesario para retomar lo esencial: la interdependencia con la sacralidad de la naturaleza de la que formarmos parte.
Gracias, Abraxas, por compartir tu huella :)
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