domingo, 3 de mayo de 2009

SUFRIR



Alguien me dijo cierta vez que procurara hacer lo que menos sufrimiento produjera en la gente que me rodeaba y que me quería, lo que menos daño hiciera. Fue un consejo bienintencionado que mostraba la bondad de corazón de quien venía, persona muy querida por mí. Como tal lo tomé, pues, en consideración. 

Pero no tardó mucho en acudir a mi presencia el alma de Nietsche, quien me proponía constantemente su dilema. ¿Es mejor ayudar permanentemente al que, al borde de un fangal, siempre está en la tesitura de caer o no caer, al que parece que disfruta con esa situación de inestabilidad, sin ser capaz de decidir apartarse de él para siempre, y así evitar la caída inevitable algún día? ¿No es mejor empujarle, y, ya dentro del cieno nauseabundo, tomará conciencia de que no es el mejor lugar para vivir, saldrá con su propio esfuerzo y sufrimiento, y nunca jamás volverá a acercarse a tal sitio? 

       Probablemente así le evitaríamos largas jornadas de padecimiento en la que no haría otra cosa que lamentarse de lo cerca que está siempre de la ciénaga, del mal olor que hace allí, y de que nadie se ocupa de llevarlo a un lugar más adecuado para vivir.
       
       ¿Sería, en tal situación, el empujarle, hacerle sufrir? 
       
       ¿Hacemos sufrir a los amigos del alma cuando le señalamos sus errores o sus malos actos, sus actos innobles, sus desvergüenzas? Probablemente sí, pero de ese sufrimiento es posible que nazca una nueva actitud ante las situaciones más elevada, más noble y más humana. Y si ello no es así, no caerá sobre nosotros la culpa. Sí que caerá sobre nuestras espaldas el pecado de omisión si ocultamos, disimulamos o permitimos a nuestro amigo un comportamiento deshonroso, sin hacerle manifiesto nuestro desacuerdo y repulsa.
       
       Y si no reacciona, como dijo Nietsche, y como es jugada habitual en el rugby,... patada a seguir... y a la charca, a que le piquen los mosquitos...
       
       Porque, ¿qué es sufrir? El verdadero sufrimiento de un hombre o una mujer auténticos inspiran temor y respeto, como cuando se besa en un entierro a una viuda joven que amaba a su marido.
       
       Pero un niño llora y sufre porque su papá no le compra el juguete que quiere... o porque no le lleva de paseo donde él quiere... Y, lamentablemente, muchas veces nos comportamos como niños, e incluso algunos lo somos permanentemente.
       
       ¿Y qué hacer con el niño que tiene un capricho, que vemos que sufre porque no se lo damos, que patalea, que berrea, que llora, que sufre? Pues... no sé... a cada uno se le ocurre una cosa diferente, desde hacerse el sordo hasta darle una buena catea. Desde luego, lo más fácil y con lo que más rápidamente se tranquiliza, y el padre o la madre también, es comprarle el jueguecito. Pero esto sólo es la solución a cortísimo plazo, porque con seguridad potenciará sus caprichos, y al final vendrá la catea.
       
       ¿Y a los “adultos” que se quedaron en la niñez? ¿Qué hacemos con ellos?
       
       Todos conocemos más o menos a algunos adolescentes, e incluso algunos los sufrimos. Y el adolescente contradice permanentemente a sus padres, profesores o tutores, a quienes achacan todas sus desgracias, su mala vida, sus defectos y en ellos hacen recaer las culpas de su amargura e infelicidad. Afirmación de la personalidad, dicen los entendidos...
       
       A poco que el padre o la madre no conozcan el paño, o no tengan la inteligencia y el tacto suficiente, su trato puede ser infernal. Tratar a un adolescente como a un adulto es la cosa más necia que se puede intentar, y además es injusto, porque a un perro hay que tratarlo como a un perro, y a un caballo como caballo. A un adolescente hay que tratarlo como tal, pero antes es preciso conocer su situación, su desenvolvimiento y sus dificultades.
       
       Como en el caso de las vírgenes, la cosa tiene que ir poco a poco, naturalmente. Con mucho cariño y ternura, con mucho tacto y habilidad.
       
       ¿Pero que hacemos con los “adultos” que se quedaron en la adolescencia? Este caso es muchísimo más lamentable y difícil de tratar porque el “adulto adolescente” tiene el enorme problema de que se cree adulto, sin serlo. Obra como adolescente en cualquier situación, pero exige la consideración y el trato de adulto, lo cual, por supuesto, no se le puede dar, al igual que en el caso del adolescente, pero no puede soportar ser tratado como lo que es en realidad.
       
       Así que se plantea el dilema tan gracioso que repetía a menudo mi amigo Antonio:
       
       “¿Qué hago ahora, le digo algo o dejo que se muera tonto?”
       
       A veces la tentación es dejar que se muera tonto, porque sabes de la inutilidad de decir algo que no va a ser entendido, y mucho menos puesto en práctica. Porque el problema del adulto adolescente, o niño, es que su personalidad está ya cristalizada, y en gran medida, inalterable.
       
       ¿Qué hacer entonces? Pues... no sé... aunque creo que sólo hay una actitud noble y libre de peligros. El ejemplo.
       
       
       




3 comentarios:

Concha Barbero de Dompablo dijo...

Muchas veces, la mejor manera de ayudar es no ayudar.

Tolle, en El poder del ahora, habla de las personas que viven en lo que él denomina "cuerpo dolor", que se aferran a un problema, a una enfermedad, a una situación de sufimiento (y si no la tienen, hablan constantemente de las crisis, de la violencia del mundo... como los telediarios, vamos..)y añade que esa es una forma de victimismo que toman quienes no se han encontrado a sí mismos, y buscan la identidad del dolor en ellos, para sentirse "completos" o integrados en algo, aunque sea el dolor. Entonces, si les tratas de ayudar, no te escuchan, y si te escuchan no te quieren entender, porque les dejas sin papel en la vida. Son esas personas que, tras una enfermedad, inmediatamente viene otra, o que, tras un problema, le espera otro más.

En la compra, el otro día, escuché a una señora que, cuando le preguntaban qué tal estaba (iba con una muleta y muy desmejorada de cara, la pobre señora) ella respondió: "Pues no vamos mal, porque no me faltan enfermedades que atender".

Hay de todo, pero normalmante son muy inseguros y, aunque tengan un corazón noble, pueden llagar a ser crueles con quienes se prestan a ayudarles, y juegan su propio papel de verdugos de sus "auxiliadores".

Todos tenemos que aprender solitos, aunque tengamos la mala costumbre de actuar como salvadores.

Mª Teresa Sánchez Martín dijo...

Qué interesante reflexión.
Conozco un caso de adulto-niño-adolescente dificil de tratar ( a veces imposible) y otro como el que describe casi con exactitud Concha Barbero (los dos cercanos) no sé que será peor. Éste último perjudica seriamente a quienes intentan ayudarla y creo que incluso les contagia su "sufrimiento continuo" y su pesimismo.

Saludos.

Helen Maran dijo...

Es muy difiil el tema, tuve que alejarme de una amiga que me enpujaba al abismo y a la tristeza en la que estaba siempre inmersa ella, me costo mucho hacerlo, porque soy persona que ayuda continuamente, pero fue la primera vez que me doy cuenta que tengo que protegerme, no puedo seguir en la actitud de pegame más fuerte y me quedo aquí aunque me mates, abrazos de luz desde el alma, amigo hermosa nota, saludos para tu hermoso Cadiz desde israel.