domingo, 3 de febrero de 2008

AGRADECIMIENTO Y DEVOCIONES

Nada hay más gozoso para un alma que saber que pudo encender en otra más grande las chispas iniciales y balbucientes que muy pronto, como el fuego en la leña seca, se convertirían en un gran fuego con el que encender otros fuegos, y al que pudieran acercarse otras almas ateridas a reconfortarse.

Las ascuas de esta nueva hoguera, ya refrenado su comienzo vigoroso, deberán de permanecer en el tiempo, mansas, dulces y benignas, bendiciendo el espacio, atemperando el invierno, desentumeciendo los cuerpos, encendiendo los ánimos.

Dios bendice la recia leña, pero maldice la liviana paja, más encendida y luminosa en su nacimiento, pero sin materia esencial que se sacrifique en el fuego, como la leña, para entregarse a lo negro y consumirse como la humilde pero santa ascua, que, tras la fuerza y belleza del fuego radiante en nuestro hogar, aún pareciendo oscura y decrépita, mantiene en su rojo corazón el calor que nos mantiene a lo largo de toda la noche invernal.

La leña es fuego que aún no lo sabe. Encerrado entre sus íntimas fibras guarda el secreto de sus llamas futuras. En cada átomo guarda un destello, un rayo de luz, un abrazo de calor. En el bosque, nuestro padre Sol ha dispuesto su luz y su calor en miles de ramas, en miles de troncos. Ha creado el árbol a su imagen y semejanza. Solo una chispa, en el calor del mediodía, y surge de nuevo el sol en la tierra. ¿Fue la chispa? ¿Fue la leña seca, ansiosa por arder, devolviendo así al sol lo recibido?

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Cuentan que un Rey español, de vida regalada, cuyo nombre no recuerdo ahora, se perdió en el bosque estando de cacería, y tras deambular por el mismo largas horas, acertó a tropezar con una humilde casa construida, seguramente con penas, en un claro.

Acercándose a ella, halló a un viejo leñador, que le recibió, sin saber de quien se trataba, humildemente y se interesó por su situación. Viéndole cansado, le acomodó, y pensando que tras recorrer el bosque entero tendría hambre, se dispuso a prepararle algo de comida. Tampoco recuerdo que clase de comida le preparó, pero fue su comida acostumbrada, comida de leñador de bosque, frugal y sencilla.

Tras la comida y un pequeño descanso, el hombre le fue guiando por el bosque, que él conocía bien, hasta encontrar a los cortesanos que le esperaban preocupados. Allí, el humilde leñador supo que había cobijado al Rey. Vuelto a la corte, y vuelto a su vida abundante, este rey, que tuvo siempre fama de melancólico y triste, se sumió una vez más en la tristeza, que le llevó incluso a dejar de comer. Los médicos no encontraban la forma de animarle, temiendo por su vida, día a día más tenue.

Por alguien se enteraron de que un día, tras terminar una cacería, había alabado la comida que le había ofrecido un leñador que le cobijó estando perdido en el bosque. Por supuesto mandaron inmediatamente a buscar a aquél hombre, que, llevado a la corte, indicó la receta de aquella tan celebrada comida.

Llevaron al buen hombre ante el Rey para que él mismo diera su visto bueno a la comida que iban a prepararle. Un cortesano puso la receta en manos del Rey. Cuando éste la leyó, llamó pronto al leñador a sus aposentos, y agradeciéndole su gesto y su lealtad le dijo: - Gracias, buen hombre, por tu receta, pero no puede servirme.- ¿Porqué, Señor, no come? Coma lo que yo le prepare o cualquier otra cosa. De otro modo vais a morir.- -No me sirve tu receta –contestó el Rey-, porque al final de ella has escrito: “Sobre todo ha de comerse con mucha hambre”

Un Rey, un leñador, una comida. ¿Fue la excelencia de la comida? ¿Fue el hambre del Rey? ¿Qué fue lo que aquél día en el bosque motivó que la vida volviera a cada célula de su cuerpo? ¿Cómo ocurrió el milagro de que el Rey, perdido en el bosque, disfrutara del placer, para él ya olvidado, de la comida, y su cuerpo recibiera la oleada de vida, también nueva, que penetró en su sangre, casi en su alma, llevada por aquella pobre comida? .........




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