Amanecer en la Caleta, óleo de AbraxasCádiz
Decía Amado Nervo lo siguiente: “Todo es cuestión de recipiente” Y ¿qué quería decir? ¿A qué se refería? Es una idea muy sencilla, en realidad. Esto es:
Antes que pretender entrar al alma algo es preciso tener recipiente, un recipiente adecuado y grande. Esto es así porque el alma de cualquier cosa, para poder entrar en nuestra alma necesita tener un lugar donde encontrar asiento afín a ella.
Esa es la razón por la que muchos seres humanos, aunque quieran llevar a su alma algo bello no pueden conseguirlo, por más voluntad que tengan. Pueden conocer y nombrar “cosas bellas”, siempre que alguien con autoridad suficiente para ellos les hayan dicho que son bellas, pero nunca llegarán a disfrutar de sus esencias. No encuentran lugar donde poder acomodarse. La esencia de una flor existe, tiene su exquisitez y su perfume, aunque no podamos disfrutar de ello.
Así resulta que la belleza no puede ser reconocida, ni contemplada, ni adquirida para nuestra alma si no tenemos belleza en nuestra alma que pueda hermanarse con ella y, mediante ese hermanamiento unirla a la nuestra y llegar a unirse a ella.
Yo soy amante de la música, y comulgo con ella cuando es bella. Sin embargo no entiendo, mejor diré, no entendía antes, cómo una música que me parece bella y que puedo escucharla mil veces, a otras personas le aburren o no les suenan bien, o dicen que “no la entienden”. Y ya hoy entiendo que lo que les ocurre es que no tienen “recipiente”, ni tampoco “sensibilidad con lo bello”. Esto último implica que cuando se oye una música bella algo resuena en nuestro interior, algo que nos llega al alma y que “resuena dentro nuestro”.
Este “recipiente” y esta “sensibilidad con lo bello” no son facultades a las que nadie pueda acceder sin una búsqueda auténtica y un amor inconmensurable de la belleza, con una auténtica voluntad de llegar a ella superando cualquier barrera y cualquier incomprensión. El amor a lo bello nos da al hombre la fuerza necesaria para superar los obstáculos que se nos presentan, ya que se vislumbra no muy lejos nuestro el premio de poder amar a lo bello en todas sus dimensiones posibles, dimensiones que están ocultas al profano y como tal están privadas al hombre vulgar, pero entregadas al hombre que luchó por alcanzar su comprensión y su belleza, sabiendo que, aunque el precio fuera muy alto, la recompensa sería algo inefable.
Así pues, el hombre amante de la belleza ha trabajado muchos años de su vida en construir un recipiente lo suficientemente amplio como para allí guardar su tesoro. Y, creedme, no es un trabajo vano, es el trabajo más útil y más llevadero para un amante de lo bello, y sin poder imaginar siquiera la grandeza a la que puede llegar el alma que de eso se ha ocupado.
No hay manera mejor de llegar a la inmensidad y la belleza de Dios que esta búsqueda y sacrificio por llegar a ella, y cuando se atisba una visión de esta belleza, aunque sea un poco borrosa, desecha el alma cualquier otra cosa, deseando solo llegar a esa unión con Dios a través de la inmensa belleza que alcanza la Música.
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