lunes, 17 de septiembre de 2012

LA VIDA REAL
















La vida real comienza cuando estamos solos; cara a cara con nuestro ser desconocido…
(H. Miller)

¿Y por qué hay que estar solos?

¿Por qué tiene que ser necesario estar solo para empezar con la vida real?

¡Con lo poco que me gusta estar solo!

¿Cara a cara con nuestro ser desconocido?

¡Pero si yo ya me conozco muy bien!

¿Y quién es nuestro ser desconocido? ¿Yo? ¿Acaso soy más que una persona?

Yo soy una persona, y además ya me conozco, así que para qué estar solo, con lo aburrido que es…

La verdad es que la frase es de lo más enigmática. Veamos…

La vida real…, pero ¿es que hay una vida real y otra irreal?

…comienza…, ah, ¿pero la vida no comienza cuando nace uno y termina cuando lo meten en la caja de pino?

…cuando estamos solos. Pues, vaya tela. Así que lo mejor para empezar esa vida “real” sería perderse en una isla desierta. Ahí sí que estaríamos solitos.

…cara a cara… pero ¿cómo podemos estar “cara a cara” con nosotros mismos? ¿Se trata de mirarnos al espejo o qué?

…con nuestro ser desconocido… ¿Y ese quién es?, porque a uno mismo ya se conoce uno más que bien…

Desde luego, con frasecitas así no creo que vayamos a ningún sitio, vamos.



Todo lo anterior es lo que cualquier persona que desconoce la vida interior plantearía frente a la frase de Miller.

Y, además de leer lo que acabo de escribir, diría:

¿La vida interior? ¿Pero es que va a resultar que los riñones, los intestinos y todas esas cosas tienen una vida por su cuenta?

Pues este es el asunto. Generalmente, se desconoce que la vida “exterior” no es otra cosa que el resultado de la “vida interior”. Si no hay vida “interior” no hay vida “exterior”.

¡Claro! Si se para el corazón, no hay vida de ninguna clase…

¡Que no, hombre, que no, que no se trata de eso!

El hombre se construye poco a poco (o no) un mundo interior en el que vive, y sus actos externos son solo (o deben ser) la manifestación de ese mundo en el mundo exterior. Si no hay mundo interior, no hay mundo exterior para él.

¡Pues yo no sé qué es la vida interior ni el mundo exterior, y no me he muerto todavía!

Efectivamente, no te has muerto todavía. Solo que aún no has nacido… Y si aparentemente vives y actúas, no lo haces desde ti mismo, porque ese “ti mismo” no existe. Lo único que puedes hacer es tomar prestadas de otros las motivaciones, o imitar simplemente el modo de comportarse de aquellos que admiras, o simplemente comportarte como todo el mundo. Como todo el mundo que no tiene mundo interior.

Para mí que ese es el mundo real del que nos habla Miller. Y es real porque es existente para nosotros. Lo irreal es lo externo a nosotros, es contingente, cambiante y efímero. Por el contrario nuestro mundo interno es sólido, no está sujeto a modas ni a circunstancias y el reconocerlo como nuestro nos hace reconocernos como hombres. Y sobre esos cimientos se puede edificar nuestro ser. Nuestra casa no se caerá.

Y cuando entramos a nuestro mundo estamos solos. Pero en una clase de soledad que el hombre vulgar no comprende. La soledad es maldecida por el hombre vacío, pero es una necesidad y una bendición para el hombre que tiene cosas que hacer en su interior, porque su mundo necesita ser construido poco a poco y cada día. Y no hay quien haga nada de provecho si le están formando ruido a su alrededor o si lo están distrayendo continuamente.

La soledad es seguramente, junto con el silencio, condición imprescindible para entrar a nuestro mundo.

Y en ese mundo puede ser que nos tropecemos con nuestro ser real, con aquel que realmente somos o, mejor dicho, con el único que somos.

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