jueves, 7 de julio de 2011

UNIDAD Y DIVERSIDAD


Dedicado especialmente a mi amiga Rosa Almansa.

Hay un dicho que dice: “dos son compañía, tres es multitud”. Y yo me pregunto: ¿Y uno, qué es uno? ¿Qué será uno, uno solo? Bueno… también cabría preguntarse algo aún mucho más misterioso: ¿Y qué será cero, entonces?

Creo que es mejor dejar tranquilo al cero, porque así él nos dejará tranquilo a nosotros, y más nos vale. El cero se sale fuera de nuestra comprensión. La nada, que es el todo, el todo que es la nada… mejor lo dejamos.

Pero creo que el uno nos interesa más, y nos podemos acercar a él con menos miedo y más confianza. Uno… uno… uno soy yo, por ejemplo. Tengo una manzana en la mano. La veo, y es una. No veo ninguna manzana más. Y ésta que tengo sí que la veo. Esto es uno.

El problema comienza al intentar entender la unidad, es decir, el uno que no tiene segundo. Y mucho más cuando nos enteramos de que todas las antiguas y sabias tradiciones, en un lenguaje o en otro, en unos símbolos o en otros, nos cuentan eso del “Uno sin segundo”. Una unidad que no tiene segunda parte, ni por supuesto tercera, ni cuarta… etc. Y entonces ¿qué es eso?

Bueno, si se piensa bien, y teniendo en cuenta de que, a poco que pensemos, todo está en relación, desde la ínfima ameba a la más inmensa de las galaxias, y que esa relación no hace más que confirmarnos que si alguna estrella lejana fuera repentinamente eliminada instantánea y absolutamente, es más que probable que todo el edificio del Universo colapsaría en segundos, lo veríamos muy claro. Tal es de absoluta y de decisiva nuestra interrelación.

En nuestro pequeño mundo, basta que por un momento imagináramos que el sol se tomara aunque solo fuera un día de vacaciones, y ese día no saliera por el oriente. Toda nuestra pequeña corteza orgánica, realquilada en la superficie de nuestro planeta, desaparecería en pocos días. No hay sol, no hay calor ni luz, no hay fotosíntesis, no hay vegetales, no hay animales, no hay mareas, no hay calor, no hay vida… no hay nada. Eso ocurriría. Viéndolo así, no es extraño que el Sol fuera el Dios más cercano para muchas grandes civilizaciones. Sin el dios Sol no hay nada, no puede haber nada. Por supuesto, nada de lo que nos interesa a los hombres, es decir, la vida a la que llamamos vida, la vida orgánica.

Y, si todo lo viviente, es decir, todo, está tan íntimamente relacionado, una ausencia en algún lugar del Universo provocaría el colapso total. Es algo así como un puzzle al que le quitáramos una pieza. Solo una pieza menos y el puzzle deja de tener sentido.

Hay una teoría, muy divulgada, que nos viene a decir que el vuelo de unas mariposas en México influye en los monzones de Indochina. Es una buena manera de decir que todo, absolutamente todo, está en íntima relación orgánica.

Pensar que somos seres independientes, en el sentido de que nuestras vidas son de nuestra exclusiva competencia y que no tienen nada que ver con las demás vidas, es un grave error de comprensión sobre la unidad del Universo. Y, además, es un error muy tonto. Si el Universo es el Macrobios, es decir, una unidad de vida ¿en qué unidad de vida que conozcamos sus células, tejidos, órganos y sistemas no forman un todo funcional, y el mal funcionamiento de algunas células de un riñón, por poner un ejemplo, no afecta al la vida del ser vivo en su conjunto? Todos entendemos esto fácilmente. ¿Y por qué no lo entendemos, si todas las unidades de vida se rigen por las mismas leyes? ¿No es el Universo un ser vivo, el más grande, el Macrobios, el único existente como manifestación de Lo Uno Sin Segundo?

Visto así, es fácil comprender, en nuestro nivel, claro, lo que es la unidad, lo Uno sin segundo. El todo. No es más que una manifestación del Theos, manifestación a la que llamamos Cosmos. El Theos es el cero, el uno es el Cosmos. ¿Y por qué el Theos tuvo necesidad de manifestarse? Que yo sepa, nadie lo sabe. Hay preguntas que es mejor no hacerse. Y ésta es una de ellas.

Pero volvamos al Cosmos. Lo podemos entender como el orden surgido del Caos por el impacto del Theos. Y la tierra estaba confusa y vacía, y el espíritu de Dios se cernía sobre la faz del abismo… Y Dijo Dios: ¡Hágase la luz! Y la luz fue hecha.

La luz visible sabemos que se compone de tres colores básicos, azul, rojo y amarillo. Estos, a su vez, y componiéndose entre ellos, dan lugar al arco iris, los siete colores visibles. Ya lo hemos liado algo más. Ahora tenemos, no solo el cero y el uno, sino el tres, el cuatro y el siete. Pero se nos pasó el dos. Bueno, esto es algo más sencillo. Hay luz, pero hay ausencia de luz, es decir, oscuridad. Luego hay dualidad. Hay alto y bajo, estrecho y ancho, masculino y femenino, positivo y negativo, frío y caliente, seco y húmedo, etc. La dualidad es fecunda. Engendra nuevas formas. ¿Qué sería de una buena foto en blanco y negro si no hubiera grises? ¿Seguirían existiendo las especies si no hubieran machos y hembras? ¿Correrían los ríos si no hubieran altos y bajos? ¿Y si no hubiera invierno y verano? Si todo es igual no hay fecundidad, ni movimiento, todo sería amorfo e inmóvil. Y el Cosmos necesita orden y movimiento.

Y, si todo es diverso, generaciones de dualidades, tríos y septenarios ¿cómo puede haber unidad en el Cosmos? Esta es una buena pregunta, cuya respuesta es fácil en la música. Es posible por la armonía en la música.

¿Cómo es posible que un conjunto de sonidos muy diversos, emitidos por instrumentos sonoros también diversos y de distinto timbre, puedan producir algo bello, y por lo tanto armónico, y que pueda así considerarse la obra musical una unidad sonora? Por la armonía entre todos esos sonidos. ¿Quién se atreve a negar que, pongamos por caso, el Ave Verum Corpus, de Mozart, o la novena sinfonía de Beethoven son unidades en sí mismas, globales, armonizadas, coordinadas, bellas y completas en sí mismas? Nadie. Y el que se atreva a negarlo ha de vérselas conmigo.

Y, entonces podríamos preguntarnos: ¿cómo sería posible organizar a los hombres en sociedad de una manera bella, buena, justa y verdadera? Por la armonía entre ellos. Solo así.

¿Qué supone la armonía? ¿Qué exige para que surja? Pensemos en una orquesta sinfónica. Hay un señor que mueve un palito, o simplemente las manos, sí, ese al que nadie hace nunca caso ni al que nadie le mira. Es el director de la orquesta. En un concierto todo el mundo se pregunta: ¿Qué hará ahí ese señor, que no toca ningún instrumento y que se dedica a agitar el palito o las manos como un poseso? ¿Se habrá colado como un espontáneo en una corrida de toros?

Pues no. Ese señor, cuyo papel nos parece inexplicable, es el que coordina los sonidos de todos los instrumentos. Sin él, y si solo un instrumento se retrasara décimas de segundo en sus sonidos, la armonía se transformaría inmediatamente en un caos. En verdad es el responsable del Cosmos, de la armonía de toda la orquesta. Él no conoce solo los sonidos de un instrumento, como los profesores de la orquesta, él conoce todos los instrumentos, y conoce los tiempos, milimetrados, en que cada uno de ellos debe emitir sus sonidos. Y si no consiguiera armonizarlos todos, los espectadores empezarían y acabarían abucheando a la orquesta entera. Tal es la importancia del director de la orquesta. Su misión es crear, o más bien, reproducir, la armonía de la obra. El compositor creó esa armonía, y el director, como intérprete, debe reproducirla tal cual nació en el alma del compositor.

Pero los instrumentos son dispares, agrupados en familias. Están las cuerdas, y dentro de ellas los violines, las violas, los violoncelos, los contrabajos, están los vientos de metal, las flautas, las trompetas, los trombones, las trompas, están los vientos de madera, los oboes, los clarinetes, los fagots, están los de percusión, timbales, triángulos, o platillos, etc. Todos diversos y todos con una partitura distinta. Pero… el todo es armónico. El todo es armónico, esta es la clave.

¿Y cómo puede lograrse la armonía?


10 comentarios:

Asociación Aletheia dijo...

Gracias Miguel por este hermoso artículo que me dedicas; puedo imaginar pocos regalos mejores que bellos pensamientos y reflexiones. Deja que lo lea más despacio y lo madure, porque creo que me vas a hacer pensar, cosa que me encanta.
De todas maneras, aprovecho ya para pedirte poder divulgarlo por nuestros medios.
Un fuerte abrazo.

Asociación Aletheia dijo...

Empezamos por el final, porque preguntas: ¿cómo puede lograrse la armonía? Si lo Uno se autodespliega no puede hacerlo sino de una manera, que es la de que cada diferencia en la que se despliega sea una singularidad que afirma la singularidad de las otras diferencias. No hay conflicto entre ellas, sino recíproco amor, recíproco entendimiento; jamás competencia.
Nos pones el ejemplo de una orquesta. Nosotros te ponemos el de un cuadro bello. ¿Vemos la unidad en alguna "parte"? La unidad nunca está en ninguna parte; es ilocalizable. Pero se revela en las relaciones que las diferentes partes del cuadro mantienen entre sí. Siempre, repetimos, que sea bello, pues de lo contrario carece de unidad.
En cuanto a las cuestiones del Cero y del Uno, tenemos unas reflexiones expuestas de una manera muy breve sobre este asunto, publicadas en la revista Ávalon, si bien queda todavía la tercera parte de las mismas por publicar (http://revistadigitalavalon.es/2-14.htm) y (http://revistadigitalavalon.es/?p=3769).
En cuanto al dualismo, nosotros lo representamos, como habrás visto en nuestro símbolo, por dos serpientes opuestas. Es lo que nunca coincide consigo mismo. O sea, no posee una identidad propia, y es por tanto lo absolutamente relativo. Estamos de acuerdo contigo en que ese papel es el de introducir el cambio sin que nunca amenace la identidad de lo esencial. Cuando el ser humano alcance su plenitud, lo que realmente habrá hecho será domesticar a la serpiente, y sólo si ella se domestica el ser humano puede ser creador y liberarse de un destino extraño que él no ha elegido.
Un abrazo.

ABRAXAS CADIZ dijo...

Estimados amigos de Aletheia, ante todo gracias por vuestra participación, que plantea temas interesantes.

El Uno se despliega, es decir, se manifiesta en la multiplicidad. Tal es el sentido de la creación. Y en el caso de los hombres lo hace creando también multiplicidad. Lo que llaman singularidades, que entiendo por individualidades, no es algo dado en los hombres, sino que es una conquista personal evolutiva. No se nace individuo, sino persona. Llegar a ser individuo (singularidad) es un logro, una meta para el progreso individual del hombre. Y sí, en el caso de trato entre individuos coincido con Vds. en que no hay conflicto, sino amor. Pero, repito, según estimo, los hombres no nacemos singularidades. Es solo algo posible con nuestro trabajo.

El ejemplo del cuadro es un bello ejemplo, aunque me parece mejor el de la orquesta, por cuanto en un concierto participan muchos hombres, cada uno de ellos responsable de su instrumento y su partitura, a la vez que un director, que logra la armonía entre ellos. El cuadro es creado por el pintor, pero no necesita el concurso de nadie más, aparte de su inspiración y su sentido de la belleza.

Es cierto que la unidad es invisible, pero sí que está en lo bello y es localizable, aunque para verla y sentirla sea preciso un alma sensible a la armonía. Tampoco el amor es visible.

El símbolo de las serpientes entrelazadas es muy sugerente y muy bello, y también antiquísimo (todos recordamos el caduceo de Hermes). Difiero en la interpretación que dan a ese caduceo, de amplio sentido esotérico y alquímico. La explicación de Vds. viene a recordarme a la maldición que la Iglesia aplicó a dicho animal, cuando, en cambio, y como Prometeo, dio la oportunidad al ser humano de comenzar a desarrollar la conciencia de si mismo, de los demás hombres y del Universo.

Un cordial saludo.

Asociación Aletheia dijo...

Estimado amigo:

Nos dices que el concepto de singularidad es equivalente al de individualidad, o al menos así lo hemos entendido. Sin embargo, nosotros creemos que el concepto de individuo como parte no se corresponde con una visión holística en la que todo se relaciona unitariamente con todo; por cuanto el presente en relación al cual todo deviene es la Identidad Absoluta de Uno. En este sentido Uno sí es el Individuo Absoluto, y, como tal, absolutamente indivisible. Todo lo "demás" son autodiferenciaciones de Uno y, por lo tanto, singularizaciones de Sí. Como "yo soy", se es indivisible, sí, pero también diferente a todo otro "yo soy". La síntesis, pues, entre la indivisibilidad y la diferencia es lo que constituye la singularidad.

Por otra parte, conforme a la visión judeo-cristiana en su versión eclesial, el término individuo ha sido utilizado para denotar un sedicente destino estrictamente personal, creado por el propio individuo en base a su libre albedrío. Aquí no hay evolución alguna, pues todo se juega, como en una partida de dados, a una sola jugada. Aunque, al contrario de ésta, no es el azar, sino la libertad, la que lo determina todo. Lo paradójico de tal libertad es que es un ateo, J. P. Sartre, el que nos revela el absurdo de la misma; no, por supuesto, rechazando dicho absurdo, sino asumiéndolo como condición inexorable de la existencia humana. Dicho de otra manera, el individuo sería una mónada aislada que en sí misma nada es, pues sólo como libertad puede ser concebida. Conclusión a la vez lógica y absurda de todo individualismo que, al olvidar la diferencia que nos distingue, nos reduce -como decía Schopenhauer- a un rebaño de erizos: ni demasiado lejanos unos de otros -pues nuestro aislamiento nos angustia- ni demasiado próximos, pues acabaríamos pinchándonos.
(Continúa)

Asociación Aletheia dijo...

Lo anterior, además, se corresponde con la visión que actualmente nos ofrece la Mecánica Cuántica de los átomos -los "individuos" últimos del materialismo clásico-, pues resulta que son indiferenciables entre sí y, sin embargo, un átomo implica la presencia de todos los demás. O sea, que lo indivisible ha pasado a ser indiferenciable.

En cuanto a la localización de la unidad en la belleza, nada más nos queda decir sino que lo Uno es autolocalización. Y en cuanto al amor, no puede concebirse sino como ese milagro de la belleza del darse a sí mismo, que en la unidad con los otros recupera en todo su esplendor esa mismidad que generosamente ofreció.

Y por último, la idea que nosotros tenemos de la serpiente no se corresponde en absoluto con la que nos transmite el Génesis; lo que sucede es que hemos utilizado una expresión desafortunada -la de domesticación- en cuanto a la relación que con ella deberíamos mantener. Pero nada hay que temer de la misma, y nada más sugerente al respecto que la imagen que nos trasmiten los Puranas indios de Visnu durmiendo sobre la serpiente Ananda o Sesa, en la noche oscura del océano cósmico. Porque el verdadero peligro no radica sino en los espejismos con los que nos identificamos en nuestro proceso evolutivo. Lo que nada es en sí mismo no puede ser peligroso, como por ejemplo, el dinero; lo peligroso es instituirlo en el patrón absoluto en relación al cual todo es valorado. Lo difícil de la evolución consiste en que somos nosotros mismos los que tenemos que domesticarnos, y para ello tenemos que recuperarnos como singularidades.

Un abrazo.

ABRAXAS CADIZ dijo...

Queridos amigos, he utilizado los conceptos "individuo" y "persona" según nos lo enseña Platón.
Persona, del griego, significa máscara, o disfraz con el que se disfraza lo esencial del hombre, e inviduo es esa parte esencial del hombre que nos asemeja a los dioses.

Al decir de Parménides, es nuestro Nous, que no es otra cosa que la participación humana en el Nous de lo Uno. Es la participación de nuestra posible conciencia en la conciencia universal.

Gracias por vuestro comentario.

Asociación Aletheia dijo...

Hola Miguel, te escribo para comunicarte mis reflexiones e impresiones a raíz de tus dos últimos artículos publicados, tal y como te prometí. En realidad, coincido contigo en lo esencial y, como te dije, he sentido sintonía con tu discurrir. Tú hablas de la íntima conexión de todas las cosas en el Universo, una conclusión a la cual está llegando por fin la ciencia, tras siglos de mecanicismo, si bien había sido percibida ya por el pensamiento espiritual y por la filosofía (al menos por parte de ella) desde hace mucho tiempo. Se está logrando una necesaria confluencia, pues, corroborando así, de paso, la propia teoría a la que se refiere.

Esta grandiosa visión hay que trasladarla ahora, me parece, al campo humano, donde aún parece que queda trayecto para lograr la ansiada armonía a la que tú aludes. En primer lugar, no parece que quede ya más remedio, para explicar esa profunda interconexión, que partir del concepto de Uno como origen, cambiando así radicalmente la visión dominante postmoderna, según la cual el origen es siempre lo relativo, sin posibilidad de conclusión unificadora alguna (salvo ésta, obviamente, puesto que indudablemente lo es, y, nuevamente, ratifica así indirectamente la misma teoría de la que quería huir, como no podía ser de otra manera). Pero ese concepto de Uno ha debido evolucionar, a mi parecer, respecto a la visión estática que nos otorgó de él Parménides en la antigüedad. Lo Uno es y debe ser condición de la diversidad, puesto que es lo Uno lo que puede autoidentificarse (lo que implica ya el movimiento), siendo imposible, por el contrario (como hoy se afirma con frecuencia), partir de lo diverso para explicar la unidad. Pero es que además me parece que hay que retomar la aguda intuición del paleontólogo y filósofo Teilhard de Chardin a principios del siglo pasado (al que ahora una parte de la ciencia, que en su día lo ignoró, parece también dar la razón) de la evolución teleológica dentro de lo Uno. No obstante, evidentemente todo esto es muy complejo como para hablarlo aquí con la extensión que merece.

Pero todo esto implica, a mi modesto entender, dos cosas respecto a lo humano, que es ahora en lo que pretendía centrarme: por una parte, que todo ser humano es ontológicamente necesario, lo cual, si logramos asumirlo con todas sus consecuencias, constituye un postulado revolucionario. Nadie sobra, sino que todos tenemos nuestro lugar insustituible en el Cosmos, participando así en el plan evolutivo (si de alguna manera compartimos la visión teleológica). Pero es que, además, lo anterior también significa que la ansiada armonía humana ha de llegar, tarde o temprano, después de más o menos retrocesos relativos, siempre dolorosos. Porque si en lo Uno es lo contingente o relativo más poderoso que lo necesario tenemos, en primer lugar, una flagrante contradicción, y, en segundo lugar, negamos el propio concepto de Uno. Pero, como te digo, son temas complejísimos que, porque sé que ambos gustamos de ellos, me he atrevido a volcar aquí de alguna manera. Por eso, sí, creo que llevas razón cuando dices que un grupo humano en armonía tiene un alma, que se manifiesta en todos y cada uno de sus miembros y, al mismo tiempo, también los trasciende. Ese es, precisamente, el modelo de comunidad humana a tomar como patrón esencial y por el cual, por tanto, vale la pena luchar.

Un fuerte abrazo,
Rosa.

ABRAXAS CADIZ dijo...

Querida Rosa,
he leído con alegría tu comentario, quizá porque entiendo bien lo que dices quizá sea por la coincidencia en nuestro pensamiento. He de hacerte una pregunta, ya que los comentarios a este artículo que provienen de Aletheia no me parecen salidos de la misma pluma. ¿Escribes tu sola o alguien más?

Por lo demás, solo apuntarte un par de cossa, ya que para profundizar en este tema, como en otros muchos, necesitaríamos una agradable y distendida charla.

El Uno no es solo origen. El Uno está siempre presente en su manifestación, porque todo lo manifestado está igualmente en el Uno. No hay nada fuera de Él. ¿Cómo si no podríamos vislumbrarlo?

Parménides, y en general, los presocráticos, disponían de una sabiduría que hoy nos resulta incomprensible, dada su profundidad. Quizá Parménides nos sea más cercano, ya que sobre él se basó toda la filosofía posterior, y desde entonces no ha hecho más que vulgarizarse, dado que de otra manera la humanidad no la podría entender. Creo que deberíamos desprendernos del progreso continuo de la sabiduría de la humanidad. Hay edades de sabiduría y edades de oscuridad. Este es nuestro caso.
Ocurre igual que en el arte, lo que se comprueba fácilmente si contemplamos cualquier escultura de la Grecia clásica, o cualquier templo, y los comparamos con obras modernas.

El movimiento no puede atribuirse al Uno. Permanece siempre presente en Sí Mismo. El movimiento solo está en nuestra apreciación mental de las cosas.

Efectivamente, y tal como enseña lo que ahora llamamos doctrina evolutiva, todo volverá a lo Uno. ¿Cuándo? ¡Quién sabe! Pero, qué más da, ¡hagamos nuestro trabajo!

Es cierto que la evolución implica dolor. Ya Buda lo dijo: "El dolor es vehículo de conciencia". Y también los alquimistas hablan de la "Obra en Negro", o "Nigredo".

Y sí, Rosa, vale la pena luchar. ¿A qué otra cosa más noble y mejor podríamos dedicar nuestras horas?

Un fuerte abrazo.

Asociación Aletheia dijo...

Miguel,

Efectivamente, hay dos plumas que escriben con el nombre de Aletheia. A veces es la mía, pero con más frecuencia es la de Francisco Almansa, mucho más conocedor que yo de los temas que abordamos, sobre todo porque ha sido de él de quien fundamentalmente he aprendido y sigo aprendiendo. Es él también el autor principal de la mayoría de los artículos de nuestro blog (por lo menos de los específicamente filosóficos), así como, tal y como te comenté en su día, de la base teórica que fundamenta nuestro pensamiento.

Hay aspectos de los que apuntas en tu última respuesta de los que difiero, pero no voy a extenderme aquí en ellos. Sólo decirte, por una parte, que, efectivamente, lo Uno no es sólo origen y que, tal y como dices, está presente en todas sus manifestaciones. No lo apunté yo por mi parte simplemente porque quería subrayarlo como idea-raíz de la que ha de partir ya la nueva filosofía que supere la “gran depresión” que ha supuesto el pensamiento postmoderno.

Por último, decirte que, puesto que ambos afirmamos la idea de que vale la pena esa lucha por la armonía humana, tal vez habría que retomar la idea platónica del filósofo como gobernante, puesto que es él el que es capaz de mayor renuncia y sacrificio. La idea del filósofo habría que tomarla, pues, en el sentido no tanto del que posee mayor dominio sobre los conceptos, sino, fundamentalmente, como el más capaz de autolimitación, entendida ésta como poder para negarse en lo más contingente para afirmar, a sí mismo y a los otros, en lo esencial. Y esto es justamente lo que llamamos nosotros poder inocente (todo lo contrario de los falsos poderes que abocan a este mundo al más completo de los desastres), puesto que no busca otra cosa que afirmar al ser humano como un fin en sí mismo. La responsabilidad de los hombres y mujeres capaces de ello es hoy suprema.

Un abrazo,
Rosa.

ABRAXAS CADIZ dijo...

Querida amiga,
gracias por tu aclaración, que me confirma lo que pensaba.

Comparto todo lo que dices, en especial lo que comentas de la figura del filósofo. Te hablé en nuestro encuentro de qué era la filosofía a la manera clásica. Implica una forma de vida consecuente con las convicciones y una lucha por colaborar en el despertar de la filosofía en todos los hombres. Es la manera en que alcanzaremos la tan ansiada hermandad real entre todos los seres humanos, sin distinción de ninguna clase.
No hay nada superior a la Verdad.

Un fuerte abrazo.