Hermano… Hermano… Quédate aquí conmigo un poco más. Me recordarás a nuestro padre. Me recordarás a nuestra madre. Me recordarás mi origen, nuestro origen. Me indicarás otra vez la senda que ellos nos marcaron, la vida que para nosotros quisieron aquellos que nos dieron la vida, esos que son la hermosa familia a la que pertenecemos.
Hermano, no te vayas nunca de mi lado. Y si estás lejos piensa en mí, sigue creyendo en mí, sigue hablándome, sigue recordándome. Será suficiente. Seremos hermanos hasta más allá de la muerte, porque somos hermanos de lo alto, y juntos estaremos por siempre.
Has hecho un largo viaje, hermano. Ven, siéntate aquí conmigo, junto al fuego. Lavaré tus pies y tus manos. Curaré tus heridas, mientras tú me relatas tus batallas, tu guerra y tus conquistas. Descansa de tu dolor y de tu cansancio. Comparte conmigo tu gloria, para que pueda sentirme orgulloso de mi sangre.
Hermano… tus pies anduvieron largos y dolorosos caminos, tus manos empuñaron armas pesadas, y enfrentaron terribles enemigos. Pero tu gloria es grande, y tu destino celeste. Descansa esta noche en mi casa, en mi lecho más mullido, y hazme el honor de sentirme de tu sangre y de tus huesos.
Y mientras descansas, yo velaré tu sueño y velaré mis armas. Les daré el brillo que merece nuestro nombre, y puliré en ellas nuestro emblema, y soñaré batallas que libraremos codo a codo. Y mañana, al despuntar el día, marcharemos, cabalgando juntos hacia nuestra guerra, y nuestras risas y nuestros gritos alegrarán el cielo y alegrarán la tierra. Y junto a los de nuestra estirpe, como un solo corazón y como un solo brazo, levantaremos nuestras brillantes espadas a lo alto, y, otra vez juntos y fundidos en un solo espíritu, conquistaremos la victoria que nos pertenece.
Hermano…, hermano…, tú y yo…, nuestra familia…, solo somos uno.
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