Ser agradecido es de ser buen nacido.
Refrán popular.
El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Jesús de Nazaret.
Hay dos virtudes que distinguen a un ser humano maduro de otro inmaduro.
Una es la gratitud, otro es el perdón.
Ambas virtudes, que no son intelectuales, sino morales, implican, en primer lugar, un estimable conocimiento de sí mismo, y en segundo lugar un gran entrenamiento moral.
El conocimiento de sí mismo tiene como instrumentos para ello al discernimiento y la reflexión, e igualmente la valentía y el desapego de uno mismo.
El entrenamiento moral encierra disciplina, consciencia y mucha templanza de ánimo.
Solo en poder de ambas virtudes el ser humano puede ser maduro. Un ser humano así tiene constantemente en su boca, y en su corazón, ambas palabras, no fingidas, sino nacidas de su comprensión.
La gratitud nace de la comprensión de la generosidad y del esfuerzo necesario para la aportación inegoísta de algo de valor a alguien que nos es, en alguna manera, cercano, es decir, un prójimo. Si eso se comprende es simplemente porque el que agradece está en conocimiento de que es lo que implica dar y lo que implica ese dar si es generoso.
Sin gratitud, el ser humano piensa que lo merece todo, que todo le es debido, a saber: respeto, consideración, indulgencia, comprensión, indulgencia, agradecimiento, amor, cariño, amistad, etc., pero que no solo lo merece, sino que además no necesita hacer nada por ganarlo. Lo considera como un deber de los demás hacia sí mismo. Él no tiene deberes, solo entiende lo que los demás, la vida y la naturaleza le debe. Y lo reclama constantemente. Tan constantemente como inútilmente. Y, tal como lo piensa, así actúa en la vida. Y así le va, claro…
El inmaduro piensa que nadie merece el perdón, que todos deben pagar por sus errores y por sus “maldades”, y esta actitud nace de que no son conscientes de los infinitos errores propios y de sus infinitas “maldades”, si es que un ser humano inmaduro puede cometer maldades, más bien propias de un ser consciente.
La presencia de la conciencia de uno mismo, del recuerdo permanente de sí mismo, lleva al ser humano maduro a considerar las situaciones en la vida desde esa perspectiva. Así, es consciente de lo que recibe, sin pensar en que lo merece, por lo que su humildad lo lleva a la gratitud. Y disculpa con grandeza los errores y las equivocaciones ajenas porque conoce las suyas propias, y entiende ese conocido dicho de “errar es de humanos”, pero, ojo, no aplicándolo a sí mismo para justificar los suyos, sino para con indulgencia los ajenos.
Escuché que Bernardo de Claraval dijo que la falta de conocimiento de uno mismo es la verdadera raíz de la soberbia. Y he creído descubrir que es absolutamente cierto. Si os topáis con un soberbio, tened la certeza de que no tiene la menor conciencia de sus actos ni de su naturaleza. Si así fuera sería humilde, necesariamente.
Una vez un discípulo de Jesús de Nazaret le habló, y comenzó diciendo:
- Maestro bueno…
Jesús le interrumpió, y le dijo:
- No me llames bueno, porque solo nuestro Padre, que está en los cielos, es bueno.
Y, si así contestó Jesús de Nazaret, ¿de qué manera podríamos nosotros contestar?
4 comentarios:
Pues yo siempre me he considerado inmadura y sin embargo el perdón es una constante en mi vida desde que era pequeña. Independientemente de lo poco que me cuesta hacerlo, siento que es primordial en las relaciones humanas.
Totalmente de acuerdo con respecto a la sobervia y el desconocimiento propio.
Una entra llena de excelentes lecciones que deberíamos aprender y no olvidar.
Un abrazo
Gratitud y perdón... mágicas palabras a las que nos cuesta acercarnos. Grandes virtudes, necesarias para nuestro encuentro personal. Ser agradecido es síntoma de una mínima valoración de las cosas, como dices amigo Miguel, de una reflexión.
Casualmente hace pocos días hablaba con una buena amiga, sobre la capacidad de perdón, y tengo que confesar que para mí es una asignatura pendiente, que me ocupa y me preocupa, pues necesito sentirlo, no desearlo tan solo para mejorar mi estadística de buenas obras.
Trabajo en ello, me exploro, me examino, quiero llegar a comprender que a través de la humildad como nos cuentas, necesariamente debemos de llegar a esas dos experiencias.
Amigo, nuevamente enriquecedor y digno de leer con atención.
Un saludo
Queridas amigas, para mí que el perdón no consiste solo en pronunciar la palabra, que ya cuesta, debido a nuestro orgullo. El perdón nace del corazón, y desde ahí debe llegar al corazón del otro. Sus raíces creo, como dije, que se alimentan de la humildad, que a vez surge del conocimiento de uno mismo.
Me parece que fue Confucio el que dijo:
Si ves a alguien haciendo el bien, imítalo.
Si ves a alguien haciendo el mal, examínate a tí mismo.
La soberbia, por contra, nos impide ver y aceptar nuestros errores, y por lo tanto, nos cierra el camino a la humildad.
Por otro lado, Verdial, no es obligatorio pedir perdón por todo, porque muchas veces lo que alguien entiende como un mal que le hacemos en realidad no lo es, incluso puede ser que sea un bien. Es el caso de los niños cuando los reprendemos (niños de pocos años o de muchos).
El discernimiento es el que nos debe llevar a distinguir dentro de nosotros la bondad o maldad de nuestros actos.Y la disciplina a actuar conforme al discernimiento transformado en convicción.Creo que en esto estriba la honestidad y la honradez con nosotros mismos y con los otros.
Por otra parte, perdonar a los demás nos lleva a perdonarnos a nosotros mismos, y también al revés.
Un abrazo a las dos.
La soberbia y el egoísmo provocan la ceguera del alma.
La gratitud es la lente a través de la que vemos lo afortunados que somos.
En justicia humana, quien hierra debe pagar su culpa. El perdón es un don de divinidad, solicitado o concedido es el agua que limpia las impurezas propias o ajenas.
También es muy importante lo último que dices: debemos empezar por perdonarnos a nosotros mismos.
Un abrazo
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