jueves, 20 de mayo de 2021

DON MANUEL

Esta mañana he despertado, como es ya habitual, con la conciencia de las últimas pesadillas, un enorme mal sabor en la boca y otras molestias. 

Pero he aquí que tendría cosas en la cabeza interesantes, por lo que cerré los ojos y me puse a ver qué cosas había por allí. Me topé con el pensamiento de que no había médico, por ahora, que me hubiera dado un diagnóstico sobre mis variadas dolencias. 

Realmente, pensé, hoy ya no hay medicina, ni médicos, al menos en la sanidad pública. Aunque también mis dolencias, en el caso que sean síntomas de una enfermedad todas ellas, o si no es así, pero tengo varias enfermedades a la vez, ninguna ha tenido la suficiente importancia como para inquietar a mi médico de medicina interna, quien no me ha dicho ni mu de mi cuero cabelludo que me martiriza con su picor y su descomposición, ni mis malas digestiones, ni mis dolores en los hombros, sobre todo cuando hace humedad, ni del dolor de riñones que me procura simplemente el hacer mi cama, ni los gases que, no pudiendo expulsarlos, se colocan en lugares de otros órganos, martirizándolos. 

En realidad, pensé, con el declive general de todas las artes conocidas, los médicos son unos señores que rellenan un formulario donde ponen las constantes de diferentes elementos, que se le llama analítica, y luego, cuando el laboratorio lo rellenan y se lo dan, mira los asteriscos que hay, que indican que esas constantes no están bien. Entonces, con su sapiencia, te dicen: -Mira, está todo bien, menos el colesterol y la creatinina. Lo demás todo bien. Y ya te puedes ir, admirándote de que eso sea todo lo que ha adivinado, ya que yo mismo podría haber concluido lo mismo que él. Pero, como he dicho antes, la medicina está en declive, sobre todo la pública.

 Siempre recuerdo al médico de mi madre, y por extensión el mío, el Dr. Manuel Rodríguez Morales, especialista en aparato digestivo aunque atendía a todos, y que tenía su consulta en su casa, a quien tras su muerte, el barrio de El Mentidero de Cádiz le colocó un busto en esa plaza, para que nunca se fuera del barrio y que se sufragó con dinero que aportaron los vecinos, en agradecimiento a su dedicación y benevolencia.

Además, cuando atendía a un vecino de pocos recursos, ya que él los conocía a todos, no le cobraba nunca e incluso a veces les ayudaba económicamente. Y si hacía falta iba a tu casa. Y probablemente por la confianza que les daba Don Manuel se acercaron muchos gaditanos para saber más la opinión del amigo que del médico. Un médico de los de antes, de los de verdad. Hoy día no habría uno igual, y sería raro que se erigiera hoy un busto en una plaza de ningún médico a costa de los vecinos. Eso era cosas de antes. Había buenos médicos, y se les agradecía su dedicación.

 Por eso hay quienes todavía se emocionan cuando recuerdan lo discretamente que llevó la enfermedad que se lo llevó en 1993. Aquel día no se fue solo el médico, se fue el amigo, el vecino, el gaditano. Siempre, a lo largo de toda su vida, repartió amor, y sin aspavientos. 


 

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